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Pasajes literarios del universo V. S. Naipaul, un puente entre el mundo de las colonias y el actual

El escritor británico falleció a los 85 años este 12 de agosto de 2018. WMagazín le rinde homenaje con pasajes de algunas de sus obras de ficción y ensayo. Una ventana al mundo de uno de los mejores escritores ingleses de las últimas décadas

Presentación WMagazín. El Premio Nobel de Literatura V. S. Naipaul (Vidiadhar Surajprasad Naipaul) ha muerto a los 85 años, este 11 de agosto de 2018. Escritor británico, pero descendiente de una familia india que se trasladó a Trinidad y Tobago, donde nació el 17 de agosto de 1932, Naipaul basó su creación literaria en la exploración de las raíces y la identidad y el rastro de los estragos del imperio británico en todo el mundo. Obtuvo el Nobel de Literatura en 2001.

Puedes leer en este enlace el artículo de WMagazín sobre su muerte. Los siguientes son pasajes de algunas de sus obras editadas en Literatura Random House y Debate:

Universo Naipaul

V. S. Naipaul (1932-2018), en una imagen de la portada del libro ‘Momentos literarios’ (Literatura Random House).

De Una casa para el señor Biswas:

«PASTORAL

Poco antes de que naciera el señor Biswas, hubo otra pelea entre su madre, Bipti, y su padre, Raghu, y Bipti se llevó a los tres hijos, andando bajo el ardiente sol hasta el pueblo en el que vivía su madre, Bissoondaye. Allí, Bipti lloró y contó la vieja historia de la tacañería de Raghu: que controlaba cada centavo que le daba, que contaba cada galleta de la lata, y que era capaz de caminar quince kilómetros con tal de no pagar un penique por un carro.

El padre de Bipti, incapacitado por el asma, se incorporó en la hamaca y dijo, como hacía siempre en los momentos de desgracia: «El Destino. No se puede hacer nada».

Nadie le prestó la menor atención. El Destino le había llevado de la India a la plantación de caña, le había avejentado rápidamente y le había dejado que muriese en una choza de barro a punto de desmoronarse en medio de los pantanos; sin embargo, hablaba del Destino con frecuencia y con afecto, como si, por el simple hecho de sobrevivir, fuera especialmente afortunado.

Mientras el anciano seguía hablando, Bissoondaye llamó a la comadrona, preparó comida para los hijos de Bipti y les hizo la cama. Cuando llegó la comadrona, los niños estaban dormidos. Al cabo de un rato los despertaron los chillidos del señor Biswas y los alaridos de la comadrona..».

De En un estado libre:

«Cuando apareció en el muelle, el vagabundo tenía un aspecto muy inglés, pero esto podía deberse simplemente al hecho de que no había ningún inglés a bordo. Visto desde lejos, no parecía un vagabundo. El sombrero y la mochila, la chaqueta de paño, los pantalones de franela gris y las botas podían haber pertenecido a un viajero romántico de otra generación; la mochila podía haber contenido un libro de poesía, un diario, el comienzo de una novela…

Era esbelto, de estatura media y caminaba moviendo las piernas de rodillas abajo, con cortos pasos elásticos, levantando mucho los pies del suelo. Era un andar elegante, tan elegante como el pañuelo que llevaba al cuello, color azafrán, con lunares. Pero cuando se aproximó vimos que sus ropas estaban en un estado lamentable, que el nudo de su pañuelo estaba muy apretado y mugriento; que era, en fin, un vagabundo. Al llegar al pie de la pasarela se quitó el sombrero, y vimos que era un hombre de cierta edad, de rostro cansado y trémulo y húmedos ojos azules.

Levantó la mirada y nos vio, su público. Subió por la pasarela sin apoyarse en las cuerdas que hacían las veces de barandilla. ¡Vanidad! Mostró su pasaje al hosco marinero griego, y después, sin mirar a su alrededor, sin preguntar nada, siguió avanzando con paso vivo como si ya conociese el camino. Torció hacia un pasillo que no llevaba a ninguna parte. Con cómica brusquedad giró sobre un talón y dio con el otro pie un paso en dirección opuesta…».

De Un recodo en el río:

«El mundo es lo que es: los hombres que no son nada, que se permiten llegar a no ser nada, no tienen lugar en él.

Nazruddin, el hombre que me vendió la tienda a bajo precio, no creía que me fuera a ser fácil reanudar el negocio. El país, igual que otros de África, había pasado sus dificultades después de conseguir la independencia. La ciudad del interior, asentada en el recodo del gran río, casi había dejado de existir, y Nazruddin afirmaba que yo tendría que empezar desde el principio.

Viajé en mi Peugeot desde la costa. Fue uno de esos viajes que nadie sería capaz de emprender ahora en África: desde la costa oriental hasta el centro. A lo largo del camino, demasiados lugares han sido cerrados o manchados de sangre. Aun entonces, cuando las carreteras estaban más o menos abiertas al tránsito, tardé más de una semana en llegar…».

De La pérdida de El Dorado:

La montaña de cristal (1592-1595)

El conquistador desposeído era Antonio de Berrío. Había llegado por primera vez a las Indias hacía dieciséis años, a la edad de sesenta, como soldado en la reserva. Nacido en 1520, el año de la marcha de Cortés sobre México, Berrío participó en muchas de las guerras que confirmaron y al mismo tiempo deterioraron la gloria española. Luchó en Siena; contra los piratas de Berbería; en Alemania; en los Países Bajos, a las órdenes del duque de Alba; en Granada, contra los rebeldes musulmanes conversos. Vio morir a dos de sus hermanos en el campo de batalla; un tercer hermano había muerto en Lepanto, la famosa victoria naval española sobre los turcos que no solucionó nada.

Berrío se casó ya mayor, a los cincuenta y tres o cincuenta y cuatro años. Su mujer era sobrina del conquistador Quesada, que capturó el tesoro de los chibchas y fundó, en la zona que abarca aproximadamente Colombia, el reino español de Nueva Granada. Quesada era rico; sus fincas estaban valoradas en catorce mil ducados anuales; poseía el título de adelantado.* Pero quería ser el tercer marqués del Nuevo Mundo, después de Cortés y Pizarro. Si lo descubría, El Dorado sería ese tercer marquesado: era el trato que había hecho, ya anciano, con el rey de España. Su expedición duró tres años; de dos mil personas, sobrevivieron veinticinco. Quesada murió años después, desfigurado por la lepra. Sus tierras de Nueva Granada pasaron a su sobrina, y a través de ella a Antonio de Berrío. Esa era la herencia que Berrío, cuando se retiró de las guerras de Europa, fue a reclamar a las Indias, en 1580. Tenía sesenta años, pero su familia era joven. Su hija mayor tenía cinco años; su hijo, dos…».

De Entre los creyentes:

«Bihzad pensaba que no debíamos ir a Qom en coche. El autobús era más barato, y yo vería más cosas de los iraníes.También dijo que debía comer algo sustancioso antes de partir. Era ramadán, el mes en el que los musulmanes ayunan desde el amanecer hasta el anochecer, y en Qom, la ciudad de los mullahs y los ayatollahs, sería imposible comer y beber. Con el entusiasmo islámico reinante, en algunas zonas del país habían azotado a varias personas por romper el ayuno.

La actitud de Bihzad, incluso por teléfono, era distinta de la de Sadeq. Sadeq, un hombre insignificante que quería trepar, quizá solo un par de peldaños por encima del campesino, me había dado a entender que se encontraba por encima de la media iraní, pero en realidad no era así: sus ojos risueños reflejaban la confusión y la histeria iraníes. Sin embargo, al hablar de su país, al reivindicarlo en su totalidad, Bihzad lograba parecer más objetivo.

Cuando nos vimos en el vestíbulo del hotel, a la hora que me había dicho, me sentí a gusto con él inmediatamente. Era más joven, más alto y más moreno que Sadeq, y más culto; no tenía nada de dandi, ni del nerviosismo y el orgullo descarnado de Sadeq.

Fuimos en taxi de línea —taxis urbanos que recorrían rutas fijas— hasta la estación de autobuses al sur de Teherán…».

De El escritor y el mundo:

«Porque entre cierta clase de indios, por lo general los más afortunados, existe una irrefrenable necesidad de explicarle al visitante que no se les debe considerar parte de la India pobre y sucia, que sus valores y exigencias son más elevados y que viven continuamente indignados con el país que les da el sustento. Para ellos, el artículo extranjero de segunda categoría, ya sean personas o productos, es preferible al indio. Dan a entender que para ellos, tanto como para el «técnico» europeo, la India es solo un país al que explotar temporalmente. Y resulta extraño encontrar, en la India libre, esta actitud del conquistador, del saqueador —una actitud frenética, como si pudieran arrebatarles la oportunidad en cualquier momento—, en las mismas personas a las que la sociedad en desarrollo ha ofrecido tantas oportunidades.

Esta actitud de saqueo es la de la sociedad colonial de inmigrantes. Como en Trinidad, ha fomentado el lamentable filisteísmo del renonçant (excelente palabra francesa para definir al nativo que renuncia a su propia cultura y que se desvive por lo francés). Y en la India ese filisteísmo, la vulgaridad combinada de Oriente y Occidente —esas tristes pistas de baile, esos tristes cabarets «occidentales», esos transistores que sintonizan Radio Ceilán, esos donjuanes de cazadora de cuero o chaqueta de cuadros—, resulta especialmente aterrador. A este filisteísmo va ligado cierto glamur, como va ligado cierto glamur a los indios que, tras dos o tres años en un país extranjero, aseguran no ser ni de Oriente ni de Occidente.

Hay que reconocer que el observador raramente ve la dificultad. La esposa del contratista, tan empeñada en demostrar su occidentalización, consultaba con frecuencia a su astrólogo e iba a diario al templo para asegurarse de que su buena suerte iba a continuar. El profesor, que se quejaba con pesar de la indisciplina y la ordinariez de los indios, en cuanto llegamos a la estación de autobuses de Srinagar se puso a cambiarse de ropa en público.

El trinitense, sea cual sea su raza, es un auténtico ciudadano de las colonias. El indio, diga lo que diga, está arraigado a la India, pero mientras que el trinitense, colonial, aspira a lo metropolitano, el indio del que he hablado, metropolitano en virtud de la singularidad de su país, sus logros del pasado y sus múltiples logros de la última década, aspira a lo colonial…».

 

V. S. Naipaul
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