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Detalle de la portada del libro ‘Auschwitz, ciudad tranquila’, de Primo Levi. /Cortesía editorial Altamarea

Primo Levi: rescate del cuento original ‘Capaneo’, sobre un bombardeo en la Segunda Guerra Mundial

Publicado en 1959 y luego modificado en 1981, la editorial Altamarea recupera la versión casi inédita de ese cuento por primera vez en España. WMagazín avanza un pasaje de esta historia de humanidad en medio del infierno del autor italiano sobreviviente del Holocausto de la II Guerra Mundial

Presentación WMagazín La prueba de que el ser humano es capaz de cometer los actos más terribles e infernales es el Holocausto propiciado por el nazismo en la Segunda Guerra Mundial (1939-1945). Uno de los testimonios más impactantes e importantes por su contenido histórico es el de Primo Levi en su obra Si esto es un hombre, publicada en 1947, hace 75 años, a la que siguieron varios cuentos publicados en revistas y periódicos y luego recogidos en libros. Ahora, la editorial Altamarea edita un volumen con algunos de esos relatos, uno casi inédito y un poema por primera vez en España. WMagazín publica en primicia un pasaje de ese cuento y unos versos de su poema incluidos en el libro Auschwitz, ciudad tanquila.

Capaneo es el título del cuento casi inédito en español. Se trata de la versión original que publicara Primo Levi por primera vez en 1959 en la revista florentina Il Ponte, el cual Primo Levi modificó en 1978 cuya versión nueva se incluyó en la antología Lilit e atril racconti, de 1981.

Este es, pues, el rescate de la versión original de Capaneo que trata de cómo el autor y Valerio, de Pisa, detenido en Auschwitz comparten un refugio antiaéreo con otro compañero de prisión durante el bombardeo aliado, Rappoport y se narra su forma de afrontar al vida, y la vida allí en el infierno.

El escritor italiano Primo Levi (1919-1987).

Primo Levi (Turín, 31 de julio de 1919 – 11 de abril de 1987), italiano de origen judío-sefardí, estuvo diez meses en el campo de concentración de Monowice que dependía de Auschwitz. Era un veinteañero cuando el 21 de febrero de 1944 fue deportado a Auschwitz. Su número fue el 174517. Su experiencia la empezó a escribir en 1946. Un año más tarde una editorial pequeña publicó Si esto es un hombre. Tuvo pocos lectores. Es en 1957 cuando la editorial Einaudi publica aquel testimonio y Levi obtiene más lectores, y el mundo empieza a conocer más cómo fue la campaña de exterminio nazi contra los judíos.

El siguiente es un pasaje de la versión original recuperada de Capaneo:

'Capaneo'

Por Primo Levi

A mí, sí; a mí me conocéis. Es posible que entonces y allí, harapiento y peor afeitado que de costumbre, rapado, tuviese un aspecto muy diferente al de ahora, pero es un detalle sin importancia: el fondo no ha cambiado.

De Vidal, por el contrario, debo hablaros con profusión de detalles. Vidal fue un hombrecillo pequeño y gordo; pequeño lo seguía siendo, y de la gordura de un tiempo eran testigo los pliegues melancólicamente flácidos de la cara y del cuerpo. Era un judío pisano, deportado con mi mismo tren.

Nadie podía amarlo y tampoco odiarlo: su pequeñez, su insignificancia eran tales que lo apartaban, apenas conocido, de la habitual relación entre los hombres. Ha muerto, sí, es cierto, también los demás han muerto, ¿por qué debería hablar de él en especial?

Trabajamos juntos muchas semanas, entre el barro. Todos caíamos alguna vez en el fango viscoso y profundo de aquel triste lugar, pero, con el poco de nobleza animal que sobrevivía en nosotros, evitábamos por todos los medios caer, o reducir al mínimo los efectos. Habréis observado, sin duda, que es un equilibro fantástico lo que confiere a los gatos una dignidad indiscutible. Un hombre por tierra es un lisiado, es risible. No sabría deciros el porqué, pero así es, siempre ha sido así y todos lo saben.

Vidal caía continuamente en el fango. Más que cualquier otro: bastaba un pequeño roce, y a veces ni siquiera eso. Es más, en ocasiones estaba claro que se dejaba caer a propósito en cuanto alguien lo insultaba o hacía el gesto de golpearlo. Allí se estaba, bajito, entre el fango, como si fuera el seno materno, como si para él la posición erecta fuera de por sí innatural y peligrosa, como caminar para quien lo hace sobre zancos. El fango era su refugio, su línea defensiva. Era el hombre de barro, el color del barro era su color. Él lo sabía, con las pocas luces que los sufrimientos le habían dejado, sabía que era grotesco.

Y hablaba de ello, porque era locuaz. Contaba sin parar sus desventuras, las caídas, las bofetadas recibidas, los escarnios, como un polichinela: sin la más mínima veleidad de salvar como fuera una partícula de sí mismo, de dejar veladas las partes más abyectas; es más, acentuaba el aspecto bufonesco y cobarde de sus aventuras, con un tinte de gusto por la teatralidad en el que se adivinaban vestigios remotos de sociable bonhomía.

¿Conocéis hombres como él? No es probable, pero si sí, sabréis que son aduladores, y que adulan con naturalidad y sin doble sentido. Si nos encontráramos en esta nueva vida, no sé por qué razón podría adularme: allí, recuerdo que todas las mañanas loaba el aspecto sano de mi cara. ¿Piedad? Sí, probablemente me provocaba piedad, aunque yo no fuera muy superior a él. Pero la piedad de aquel tiempo, inoperativa como era, se perdía apenas había sido concebida, como lluvia en la arena, y dejaba en la boca el vano sabor del hambre.

Así era, pues, Vidal en 1944, el último año de su vida. No os sorprenderéis si os digo que, como todos, lo evitaba, pues estaba en más que evidente estado de necesidad, y quien tiene necesidad se cree siempre un acreedor.

Allí, en un caluroso día de septiembre, sonaron las sirenas de las alarmas antiaéreas mientras estábamos en el fango. No sonaban como en Italia, con la repetición sistemática de la misma nota, aullaban (y este era, me sorprendió, su nombre oficial: «Heulton»), con tonos ascendentes y descendentes, como un largo grito animal. El efecto era «nibelúnguico», y particularmente adecuado a la retórica del mito germánico, de las fieras divinas de los Edda, de las cabezas de muerto. No sé si por caso, o porque así lo habían pensado, o por participación inconsciente, aquel sonido era más que una señal: era un grito de guerra, un desafío, una queja rabiosa y un lamento. Yo tenía un escondite secreto, había encontrado una galería subterránea en la que habían apilado montañas de sacos vacíos. Bajé y allí me encontré a Vidal. Me recibió con una verbosa cordialidad que no fue correspondida. Sin dilación, mientras yo me adormilaba, empezó a contarme no sé cuáles de sus lamentosas aventuras.

Fuera, pasado el trágico canto de las sirenas, había un silencio neutro en el cielo, pálido y lejano, lleno de amenazas. De repente se oyó un gran ruido sobre nuestras cabezas y apareció, en la cima de la escalera, la negra y vasta silueta de Rappoport con un pozal en la mano. Cuando nos vio, gritó: «¡Italianos!»; y dejó caer el cubo, que rodó con gran estrépito escaleras abajo…

  • Auschwitz, ciudad tanquila. Primo Levi. traducción de Carlos Clavería Laguardia (Altamarea).

 

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