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Sendero en Seewen (Schwyz - Suiza). /Foto WMagazín

Nostalgia, la emoción del siglo XXI convertida en producto manipulado por el poder

El ensayo 'Las horas han perdido su reloj' muestra cómo la nostalgia vive un momento de contradicción: gran aliada y refugio de la gente ante los poblemas que aquejan a la humanidad y objeto de utilización espúrea por parte de empresas y políticos. Publicamos un pasaje iluminador sobre esta emoción que aumenta en el mundo

Presentación WMagazín Una de las emociones más controvertidas es la nostalgia: por ser apreciada, anhelada y despertar cierta sensación de seguridad y, por ello mismo, es una de las emociones más manipuladas y tergiversadas por la gente, las empresas y la política. Si bien es cierto que la nostalgia se hace más presente en este siglo XXI, incluso como refugio o tabla de salvación, ante los múltiples problemas que aquejan con razón a la humanidad y su futuro, no es menos cierto que, por eso mismo, se ha convertido en un producto y se abusa de ella. Esta es la radiografía que traza Grafton Tanner en un ensayo tan interesante como ameno y bien escrito, empezando por el título: Las horas han perdido su reloj. Las políticas de la nostalgia, editado por Alpha Decay (Uno de los 10 mejores libros de ensayo para WMagazín en 2022)

WMagazín publica un pasaje de la introducción de este libro que termina siendo algo así como la nostalgia en el diván. La editorial explica bien la intención de Grafton Tanner:

«El deseo colectivo de aferrarnos a la supuesta sensación de comodidad, certeza y protección de épocas pasadas se manifiesta de muchas formas distintas: vivimos rodeados de objetos que habían quedado en desuso, se hacen remakes de películas antiguas (y se reanudan célebres series televisivas de antaño), se escucha y se imita la música de otras épocas y se recurre constantemente al estilo y la iconografía de décadas pretéritas. Por su parte, los políticos conservadores lanzan continuamente promesas de volver a un pasado mejor. Parece que, a medida que la sociedad pierde la confianza en un futuro amenazado por el cambio climático y las crisis económicas, el regreso al pasado se convierte en una tentación cada vez mayor, cosa que las élites dominantes explotan para su propio beneficio. Pero ¿quién está realmente detrás de este discurso? ¿Hasta qué punto nuestro mundo se está convirtiendo en un lugar cada vez más polarizado, peligroso e incapaz de resolver sus problemas reales? Y, sobre todo, ¿habría que intentar extirpar la nostalgia, o es posible utilizar este sentimiento tan poderoso para avanzar hacia un futuro mejor?».

Tanner recorre la historia del siglo XXI siguiendo el rastro de la nostalgia. Pues este siglo empezó con la nostalgia debido a los atentados del 11 de septiembre de 2001 que partió el futuro en dos y reavivó la idea de que todo tiempo pasado fue mejor. «Las horas han perdido su reloj es, finalmente, un llamado urgente y necesario a que nos tomemos en serio la nostalgia, pues nuestro futuro depende de ello». (Puedes leer otros avances literarios exclusivos o lecturas especiales de WMagazín AQUÍ)

Grafton Tanner (Carolina del Sur, Estados Unidos, 1990) es profesor adjunto en el Departamento de Estudios de Comunicación en la Universidad de Georgia, y escribe y colabora en medios como NPR, Los Angeles Review of Books, The Nation y Real Life. También presenta Delusioneerring, un podcast sobre los mitos del capitalismo.

Esperamos que con este pasaje de Las horas han perdido su reloj se haga justicia con la nostalgia y aprendamos a respetarla y no dejarnos manipular:

'Las horas han perdido su reloj. Las políticas de la nostalgia'

por Grafton Tanner

Este profundo anhelo por el pasado, esta nostalgia, es la emoción característica de nuestro tiempo. Aunque encontremos abundantes muestras de ira en internet, la desesperación asome su cabeza por doquier y el miedo se haya convertido en el combustible de la política, la nostalgia lo eclipsa todo. Los líderes políticos siempre nos prometen un retorno a los tiempos de antaño, cuando todo era más sencillo, menos inestable. Los grandes grupos de comunicación inundan las plataformas de streaming con remakes y reboots. Estilos pasados de moda se renuevan, reimaginan y adaptan sin tregua para saciar los apetitos del presente. Parece que, cuanto más avanzamos hacia el futuro, más fuerte se vuelve la nostalgia

A finales del siglo XVII, Johannes Hofer, estudiante de medicina suizo, acuñó el término nostalgia para referirse a un anhelo patológicamente intenso por la tierra natal. Aunque hoy día vemos la nostalgia como una emoción más, Hofer la consideraba una enfermedad. Pero, como no había remedio a la vista, se fue integrando paulatinamente en el abanico de emociones humanas como algo que ni era clínico ni fatal, sino intrínsecamente humano. Cualquiera podía sentirla, en cualquier momento. En el siglo XX los anunciantes y las grandes empresas repararon en su efectividad para vender productos. Remitiéndose a la investigación más puntera sobre la nostalgia, la incorporaron a sus campañas de marketing como estímulo. Los políticos también se percataron de la fuerza de la nostalgia y recurrieron al pasado para reforzar sus programas, y así lo hizo también la industria cultural, que amasó fortunas explotando la nostalgia del público por varias épocas pretéritas: la preindustrialización, el Sur anterior a la Guerra de Secesión en Estados Unidos, la era dorada de Hollywood, la década de 1950 y, andando el tiempo, los días previos al 11 S y la era digital. En cada estrato de la sociedad occidental, podía apreciarse el trabajo de la nostalgia por debajo de los canales de comunicación, influyendo en las vidas de la gente. Se volvió casi imposible para el público no anhelar los tiempos más sencillos del pasado.

Hoy día la nostalgia resulta ineludible. Es muy posible que la sientas esta semana, quizá incluso hoy, cuando vayas de camino al trabajo o mientras lees este libro. Probablemente no tardarás en oírla en un discurso o verla en una pantalla. Donde quiera que mires, la encontrarás. . . y la sentirás.

Son múltiples los motivos que explican que no podamos sacudirnos de encima esta emoción y abrazar una fe en el futuro, y este libro arrojará luz sobre algunos de ellos. Pero la razón fundamental que explica esta explosión nostálgica en el mundo es la siguiente: muchas de las personas que viven hoy día sufren, y el futuro pinta cada vez más oscuro con el paso de los años. Dada la escasa fe que tenemos depositada en un futuro amenazado por el calentamiento global y la incertidumbre económica, muchos se encomiendan a la nostalgia para capear el temporal del presente, mientras que las poderosas élites la explotan en beneficio propio.

una emoción (agri)dulce

Pese a que la mayoría de gente reconoce la nostalgia cuando la siente, resulta sorprendente que los especialistas no se pongan de acuerdo a la hora de definirla. Algunos investigadores afirman que se trata de una emoción sana; otros discrepan. Aunque sea exasperantemente compleja de modelizar, puede inducirse de varias maneras para alcanzar distintos objetivos. En ocasiones fomenta conductas que redundan en beneficio de la sociedad y, en otras, se emplea para vender ideas que pueden no estar alineadas con la democracia. No todos los sentimientos nostálgicos nacen iguales.

A menudo se confunde con otros estados emotivos, como la añoranza por el terruño o la melancolía, pese a que existen varias diferencias cruciales. Mientras que la añoranza por la tierra natal puede encontrar consuelo en un viaje de vuelta a casa, la nostalgia no tiene cura sencillamente porque, en realidad, sentimos nostalgia por un tiempo distinto del presente. Hasta que no inventemos una máquina que invierta el curso del tiempo, las personas aquejadas de nostalgia o bien permanecerán en ese estado de anhelo o bien tendrán que superarlo con el tiempo. Como la melancolía, la nostalgia puede provocarse de distintas maneras: escuchando música, viendo una película vieja, oliendo el césped recién segado o, simplemente, rememorando tiempos pasados. Pero es el siguiente paso lo que convierte a la nostalgia en algo distinto. Hay algo que la desencadena y los nostálgicos ansían regresar al instante que relacionan con ese detonante. Empiezan a recordar el pasado y lo echan de menos. Sin embargo, dado que la memoria humana es caprichosa, a menudo no recordamos bien nuestros recuerdos. A través del prisma de la memoria, tal vez veamos una imagen distorsionada del pasado, como si mirásemos por un caleidoscopio. Podríamos tener la tentación de creer que antes todo era mejor, especialmente si tenemos en cuenta lo caótica que es la vida en el presente. A falta de un asidero firme, los cantos de sirena de la nostalgia podrían cautivarnos y arrastrarnos a la perdición.

Pero la nostalgia no es simplemente una emoción del recuerdo. También es una emoción relacionada con el control. Nos ponemos nostálgicos cuando sentimos que perdemos el control, cuando las cosas parecen estar completamente fuera de control. La nostalgia puede ayudarnos a recuperar cierta sensación de dominio, ya que nos hace evocar cosas que nos mantenían con los pies en el suelo, incluso si esas cosas nunca existieron en realidad. Esta es la característica de la nostalgia que despierta tantos recelos. La nostalgia puede hacerte creer que una fase particularmente tumultuosa de tu vida fue estupenda y hasta podrías defender esa impresión a capa y espada frente a cualquier persona que afirmara lo contrario. Ello puede dar pie a amargas divisiones, ya que varias nostalgias pueden disputarse el control sobre la memoria del pasado. A fin de cuentas, cada nostalgia cuenta su propio relato y algunas de esas narraciones ocultan las atrocidades de la historia bajo un cálido manto que borra la complicidad y las pruebas de la barbarie con el objetivo de exonerar a los propios narradores, que tal vez hayan estado involucrados en esos mismos crímenes. Mantener al público en un confortable duermevela nostálgico puede dar pie a una amnesia masiva, especialmente si intereses poderosos ocultan del conocimiento público unas atrocidades cometidas a conciencia que, de revelarse, podrían avivar las llamas de la revolución.

Si gracias a la nostalgia los malvados pueden propagar la amnesia histórica, tal vez un remedio contra esta emoción podría consistir en una documentación exhaustiva y vigilante del presente a fin de que en el futuro nadie pueda recordar el pasado de forma tergiversada. Sin embargo, a medida que el presente se desliza hacia el pasado, son muchísimas las cosas que ocurren sin que reparemos en ellas. Sería imposible catalogar cada hecho, por pequeño que fuera, cuando ocurre. Siempre habrá cosas que no nos llevaremos del presente, que solo podremos confiar al pasado más adelante, una vez que el presente haya quedado a nuestras espaldas. No podemos documentarlo todo en todo momento. Así pues, si queremos encontrarle el sentido al presente, no nos queda más remedio que recurrir al don y la maldición de la mirada retrospectiva, pero solo cuando el presente queda atrás. Esta mirada retrospectiva puede suscitar fuertes sensaciones de pesar o el deseo de revivir lo que ahora reside en el pasado. Así pues, en lugar de buscar la cura a la nostalgia, debemos aprender a convivir con ella.

Durante largo tiempo la nostalgia ha tenido muy mala prensa. Ello obedece principalmente a que ha sido difundida por líderes políticos para ganar votos y mercantilizada por las grandes empresas para vender sus productos. Los atributos que solemos vincular a la nostalgia –lo kitsch, lo reaccionario, un burdo sentimentalismo– en realidad no son más que la consecuencia de la explotación a la que viene siendo sometida. Se la vilipendia habitualmente porque se la relaciona con el conservadurismo, pero la nostalgia no es intrínsecamente reaccionaria o retrógrada. Sencillamente, se ha usado como arma sobre todo en misiones que tenían objetivos cuestionables, cuando no antidemocráticos.

La nostalgia también es vista a veces como una especie de fracaso: fracasamos porque no sabemos recordar rectamente el pasado, porque somos incapaces de mirar adelante. Esta característica es la que hace que la nostalgia levante suspicacias entre ciertas personas: saben que no recordar los horrores del pasado podría allanar el camino para que se repitan. Pero lo que podría parecer un fracaso nostálgico tal vez sea en el fondo una estrategia de supervivencia. A veces recurrimos a la nostalgia para cerrar las heridas ocasionadas por el dolor, la soledad o, sencillamente, la añoranza clásica por la infancia. Incluso podemos llevar encima ciertos objetos nostálgicos para aplacar la sensación de angustia que nos invade cuando nos encontramos en sitios o momentos que no nos resultan familiares. A estos artefactos kitsch –extrañas reliquias, bibelots de mal gusto y cosas por el estilo– a menudo se los considera también productos fallidos. Al igual que la nostalgia, han suscitado acalorados debates. Un bando sostiene que lo kitsch puede ayudar a la gente a que se sienta en un territorio más familiar en el mundo moderno. Estos talismanes kitsch pueden consolarnos en un mundo en el que se nos dice que seamos dinámicos, que no echemos jamás raíces, y que negarnos a ello delata un pensamiento retrógrado. El otro bando considera que lo kitsch oculta realidades incómodas.

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