Apoya a WMagazín como mecenas cultural Apoya a WMagazín como mecenas cultural Apoya a WMagazín como mecenas cultural Apoya a WMagazín como mecenas cultural Apoya a WMagazín como mecenas cultural

Montaje de la portada de ‘Rayuela’, con ediciones en varios idiomas.

‘Rayuela’, de Cortázar, el libro con alma que «liberó los primeros seres de la novela latinoamericana»

La obra del escritor argentino fue publicada el 28 de junio de 1963, hace sesenta años. Recordamos sus claves literarias y juegos estructurales. Recuperamos lo que dijeron de ella el propio autor, Carlos Fuentes, García Márquez y Vargas Llosa

No todos los libros tienen Alma. Rayuela, de Julio Cortázar, es uno de ellos. Un alma dada, primero, por su autor, que la escribió enamorado de su historia, de la literatura y del juego y, segundo, otorgada por los lectores. Rayuela es uno de los amores literarios de las generaciones de los años sesenta y setenta, sobre todo, de los que se fueron o nunca fueron, pero no se olvidan. Una novela que recoge el espíritu de la época que abrió puertas y ventanas para que los lectores descubrieran la literatura latinoamericana, y los autores perdieran el miedo a la exploración y el juego de la escritura.

Se iba a llamar Mandala. Pero el día de san Pedro, 28 de junio, de 1963, hace sesenta años, llegó a las librerías como Rayuela. Desde entonces, sigue ahí. Un artefacto literario de gran influencia en los escritores de la época que a través de dos historias de amor, en París y Buenas Aires, se adentra en asuntos personales, existenciales y creativos.

Fue la segunda novela de Julio Cortázar (Buenos Aires, 1914-París, 1984) después de Los premios (1960). Quizás el autor más querido y respetado por los escritores del boom latinoamericano.

Rayuela ha sido analizada y desmontada desde diferentes frentes, tanto en su estructura como en su estilo, temática y significados. Algo que solo ocurre con obras importantes que abren caminos. Para algunos es solo una obra fundamental por lo que fue, es y será, y, para otros, es solo una audaz historia de iniciación, como algunos libros, que no afronta bien el paso del tiempo.

Julio Cortázar buscó crear un organismo vivo al que los lectores debían insuflar en cada lectura un renovador soplo de vida.

Está estructurada en 155 fragmentos, a la manera de mosaico o rompecabezas que invitan a romper la lectura lineal. Y así dinamitar tiempo y espacio. O buscaba recordar, de manera inconsciente, que el tiempo es uno solo y a la vez, o muchos tiempos en diferentes vías, según lo queramos ver, vivir. Una lectura a la carta del lector.

Su estructura de rompecabezas, como el propio amor que narra, le permite ser leída desde diferentes capítulos, bien sea por la invitación sugerida por Cortázar o por la que considere el lector o por la del propio azar, rey de reyes de la vida misma. De ese modo su cronología cambia, como el amor en el recuerdo que se refleja en la novela.

Rayuela puede ser para unos un acierto al recoger la época, la sensibilidad, las incertidumbres, el existencialismo; al tiempo que para otros es un artefacto con recursos demagógicos, facilones y una travesura literaria que busca empatizar con la gente.

El propio Julio Cortázar, ya desde antes de su publicación, no sabía bien como definirla: desde antinovela o contranovela hasta bomba atómica. Parte del juego.

Él mismo empezó a escribirla por el pasaje 41, y tiene un tablero de dirección.  El juego traspasa la lectura en el orden antojadizo del lector y establece el juego mental de cuál es el fragmento favorito: ¿Acaso el 41? ¿O mejor el 7? ¿No, el 28? ¿Y, por qué no, el 23 y el 32 que son capicúa?

Una vez el lector entra en la galaxia Rayuela, en el orden que sea, no escapa a sus dos espacios: “Del lado de allá”, representado por París y la historia de Oliveira y La Maga, y “Del lado de acá”, con Tráveler y Talita. Dos espacios, dos círculos, pero en el mismo plano o dimensión.

Esta transgresión literaria acorde a la modernidad llega en 1963, al año siguiente de un año glorioso para la literatura latinoamericana, 1962: el de El siglo de las luces, de Alejo Carpentier, de Aura, de Carlos Fuentes, y de La ciudad y los perros, de Mario Vargas Llosa. Y dos años después de El coronel no tiene quien le escriba, de Gabriel García Márquez, o de El astillero, de Juan Carlos Onetti.

Comienzo de capítulos 7 y 47:

«Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano por tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja. Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y nuestros ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura».

Capítulo 47:

«A Oliveira el sol le daba en la cara a partir de las dos de la tarde. Para colmo con ese calor se le hacía muy difícil enderezar clavos martillándolos en una baldosa (cualquiera sabe lo peligroso que es enderezar un clavo a martillazos, hay un momento en que el clavo está casi derecho, pero cuando se lo martilla una vez más da media vuelta y pellizca violentamente los dedos que lo sujetan; es algo de una perversidad fulminante), martillándolos empecinadamente en una baldosa (pero cualquiera sabe que) empecinadamente en una baldosa (pero cualquiera) empecinadamente.
«No queda ni uno derecho», pensaba Oliveira, mirando los clavos desparramados en el suelo. «Y a esta hora la ferretería está cerrada, me van a echar a patadas si golpeo para que me vendan treinta guitas de clavos. Hay que enderezarlos, no hay remedio.»

Opinión de Fuentes, García Márquez y Vargas Llosa

Cortázar nos ha dejado una obra tal vez inconclusa pero tan bella e indestructible como su recuerdo”, dijo García Márquez.

Y esto fue lo que se escribieron en cartas unos a otros Cortázar, Fuentes, García Márquez y Vargas Llosa en aquellas vísperas del gran boom en la que crearon y fortalecieron esa amistad personal y de apoyos y complicidades literarias y de críticas, como bien se ve en el volumen Las cartas del Boom (Alfaguara):

De Cortázar a Carlos Fuentes (29 de octubre de 1962):

“Estoy muy contento de lo que me dices de Las armas secretas, porque es un libro en el que di todo lo que tenía, y que a veces ha sido juzgado con criterios demasiado estéticos, sin querer ver una tentativa hacia otra cosa. Esa tentativa creo que ya ha cobrado cuerpo en Rayuela, una larga novela que se publicará a comienzos del 63 y que me gustará tanto que leas y critiques. No hago gran cosa estos meses, precisamente porque Rayuela me dejó muy vacío y cansado. Pero tú sabes bien que las pilas se van cargando otra vez poco a poco”.

De Julio Cortázar a Vargas Llosa (23 de mayo de 1963):

“Yo acabo de enviar a Buenos Aires las pruebas de páginas ya corregidas de Rayuela. Y también espero la que se va a armar cuando aparezca (si algún nuevo golpe de Estado de los coroneles no lo impide antes)”.

De Vargas Llosa a Carlos Fuentes (31 de diciembre de 1963):

“Acabo de leer en Cuadernos una nota del argentino Murena sobre Rayuela, de Cortázar. Es un artículo innoble, calumnioso, y tengo ganas de contestarle. Yo estoy tomando algunos apuntes ahora sobre este libro y sobre Artemio Cruz, que me parecen los libros más indicados para representar la literatura en lengua española en las discusiones del Prix International. (Este año se dará en Salzburgo). Voy a escribir en este sentido al jurado español, del que formo parte, y confío en que estén de acuerdo”.

De Fuentes a Cortázar (18 de enero de 1964):

“Clavo la nariz en el centro de Rayuela: así olían, en mi infancia, las cornetas de papel blanco en las que los vendedores de hielo rallado derramaban esencias de naranja y frambuesa, chocolate y tamarindo. Y sobre el «Tablero de dirección», apresuradamente, a lápiz, escribo: «Este libro es la caja de Pandora». Y las páginas finales, en blanco, contienen otra novela que continúa —¿por qué no?— las presencias (no digo las vidas ni los personajes) de Talita y Manú, la Maga y Oliveira, Rocamadour y Morelli. Y los apuntes al margen también son una segunda, tercera, infinita galería de cada capítulo. Acabo de cerrar, esta mañana, el libro. ¿Por dónde empezar? ¿Qué puedo decirte? ¿Que jamás, en la literatura latinoamericana —y me quedo corto— he vivido más intensamente una novela? (¿Por qué la llamo así?, ¿es novela el día que pasé sujetando tablones en Buenos Aires, la noche que pasé, con la risa y la náusea mezcladas en la garganta, acompañando a Berthe Trépat en su concierto de sonámbulos y en su sueño de calles parisienses?, ¿es novela la obsesionante continuidad de la vida sin pasado ni presente, todo hoy, nada ayer, nada mañana, de esa totalidad en la que todo está siendo, desbordando los límites convencionales para prolongarse en el presente de Carlos Fuentes, en lo que dice, hace y escribe?). (…)

Sí, escribiré un ensayo porque tengo que hablarles a los demás de Rayuela, lo publicaré, te lo enviaré, quizás te interesen algunas ideas bien puliditas y expresadas sin falta de sintaxis en las que intente ordenar la experiencia de tu libro magistral, pero habré asesinado un poco la vida de tus páginas (y su no-vida, tan importante también), y casi lloraré porque sacrifico a Talita y a Manú, a la Maga y Hhhhholiveira al referirme a ellos en un ensayo literario, hoprobioso, hinnecesario, hortográfico. ¿Y cómo voy a seguir escribiendo mi nueva novela sin que en ella aparezcan las presencias de Rayuela, los primeros seres liberados de la novela latinoamericana?”. (…)

Un mono mirándose en el agua el primer día del mundo: esa te la robo, che, esa no se queda así. Hasta que la distracción salve a la Maga de la intensidad. Sí, ¿encontraría a la Maga? Ahá, dijo Ovejero para alentarlo: ¿encontraría a la Maga? Muera el perro —dijo el 18, 1, 131, 58: qué alucinación: ¿cuántos planetas con vida hay en el universo: a qué distancia está Andrómeda: quién está escribiendo en este instante Rayuela en un lugar medio jodido que hemos dado en llamar Tau Zeta o Epsilón Eridani?”.

De Cortázar a Fuentes (2 de febrero de 1964):

“Y ahora vos me decís todas estas cosas de Rayuela y me das una felicidad que es en el fondo lo más alto que podemos esperar los escritores. Ni qué decir que me maravilla la idea de que vayas a escribir alguna cosa sobre mi libro, pero tu carta, Carlos, le basta a mi corazón”.

De Cortázar a Fuentes (15 de agosto de 1964):

“El final de tu visión de Rayuela me dejó profundamente satisfecho, porque nadie ha visto tan bien como tú la importancia que para mí tenía el tema del doble y su multiplicación a lo largo del libro; cuando citas a Juan Cuevas o a Ceferino (que todos ignoran porque son dos «locos»…), haces cristalizar, cuajar todo el sistema del libro en sus consecuencias últimas. Ahí se ve tu intuición, y las uñas que tenés para guitarrero, como dicen en Buenos Aires. Sé que Mario está también muy contento del enfoque de su libro, pero eso ya te lo escribirá él.

Me dices que te avise de la edición USA. Bueno, sí, cuando llegue el día; ahora hay un señor de Columbia que ha empezado a traducir, ya veremos qué tal le sale”.

De Fuentes a Cortázar (8 de septiembre de 1964):

“No puedo insistir demasiado en lo importante que es para todos nosotros tu presencia. Rayuela es la novela latinoamericana que definitivamente entierra nuestro provincianismo; aquí los jóvenes te leen y te siguen; te necesitamos para aclarar el aire —pero no como Flit u otro insecticida, sino porque sos ‘un genio debajo del ombú’, como diría H. A. Mierdena, y te queremos”.

***

Suscríbete gratis a la Newsletter de WMagazín en este enlace.

Te invitamos a ser mecenas de WMagazín y apoyar el periodismo cultural de calidad e independiente, es muy fácil, las indicaciones las puedes ver en este enlace.

Descubre en este fotorrelato las secciones de WMagazín.

Portada de WMagazín con ‘Las cartas del Boom’.
Winston Manrique Sabogal

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Suscríbete a nuestra newsletter · Suscríbete a nuestra newsletter · Suscríbete a nuestra newsletter · Suscríbete a nuestra newsletter · Suscríbete a nuestra newsletter ·