Apoya a WMagazín como mecenas cultural Apoya a WMagazín como mecenas cultural Apoya a WMagazín como mecenas cultural Apoya a WMagazín como mecenas cultural Apoya a WMagazín como mecenas cultural

Detalle de la portada del libro ‘Una historia particular’, de Manuel Vicent (Alfaguara). / WMagazín

Retrato literario de la Comunidad Valenciana con pasajes de libros de sus escritores, un homenaje tras la tragedia de la DANA de 2024

Recordamos el paisaje geográfico, humano y social de esta región española a través de fragmentos de autores valencianos contemporáneos como Rafael Chirbes, Manuel Vicent, Bárbara Blasco, Paco Roca, Carlos Marzal, Vicente Gallego... Homenaje de WMagazín, con la colaboración de Endesa

La Comunidad Valenciana (España) empezó a tener una gran resonancia artística desde finales del siglo XIX y la primera mitad del XX, gracias a pintores como Joaquín Sorolla, escritores como Vicente Blasco Ibáñez y cineastas como Luis García Berlanga. Cada uno revelando un prisma diferente y complementario de su región, de su país y de la condición humana. La tragedia vivida en la Comunidad Valenciana el 29 de octubre de 2024, por la DANA y su diluvio, que pareció que el mundo iba a volver a desaparecer por el agua, que ha dejado centenares de muertos y desaparecidos y millares de damnificados, sirve para recordar a esta parte de España a través algunos de sus escritores contemporáneos y cómo la han evocado.

Aunque la Comunidad Valenciana está en la historia de la literatura desde el siglo XV por Tirant lo Blach (Tirante el Blanco), de Joanot Martorell, obra cumbre de la literatura valenciana-catalana publicada en 1490, pleno Siglo de Oro Valenciano. Una novela de caballería escrita hacia 1460-1464. Luego siguieron muchos autores como Azorín, María Cambrils, Blasco Ibáñez, Max Aub, Miguel Hernández, Juan Gil-Albert, Rafael Chirbes, Adela Cortina, Manuel Vicent, Juan José Millás, Vicente Molina Foix, Carlos Marzal, Santiago Posteguillo, Luis del Val, Elisa Ferrer, Laura Gallego, Lucía Etxebarría, Carmen Amoraga, Rafa Lahuerta, Bárbara Blasco, Elisabet Benavent, Máximo Huerta, Paula Bonet, Paco Roca…

WMagazín rinde homenaje a la Comunidad Valenciana a través de pasajes literarios de algunos de sus autores con libros recientes:

***

RAFAEL CHIRBES (Tavernes de la Valldigna, 1949-2015)

El año que nevó en Valencia (Anagrama)

“Yo creo que fue en el invierno del cincuenta y seis cuando estuvo nevando durante varios días y Valencia parecía una ciudad nórdica. Recuerdo la nieve en las barandillas de los viejos balcones, cayendo con un ruido sordo desde lo alto de los tejados, cubriendo las aceras. No me lo invento ahora. Fue tal como lo cuento. Aunque parezca mentira, en las calles de Valencia había montones de nieve, y los barrenderos y los propietarios de las tiendas del centro no daban abasto a quitarla con las palas. Porque es que, además, no se derretía, ya que hacía un frío tremendo. Me gustaría encontrar algún periódico de entonces para saber qué temperaturas se alcanzaron por aquellos días. Ver de nuevo las fotografías de las calles y las gentes de la ciudad en algún viejo periódico sería sin duda un buen ejercicio de memoria. (…) Recuerdo que llegaron a la fiesta diciendo que se habían acercado hasta la Malvarrosa para contemplar la playa nevada y ver las olas moverse por encima de la nieve”.

***

MANUEL VICENT (Villavieja, Castellón, Valencia, 1936)

Una historia particular (Alfaguara)

“Durante una temporada he escrito a modo de autobiografía todo lo que recordaba de mi vida desde aquel tiovivo en el que yo, a los cinco años, me quedé solo dando vueltas y vueltas montado en un caballo blanco de crines doradas que subía y bajaba. Los titiriteros estaban cerrando ya los barracones y tinglados de la feria. Como favor especial ante mis súplicas, el dueño del tiovivo me dejó dar unas vueltas más, hasta que acabara la canción que sonaba todavía a través de un altavoz gangoso. La brisa helada de un anochecer de enero se llevaba los papeles. La noria estaba parada. Olía a guiso de coliflor. Con aquellas vueltas que el feriante me concedió de regalo he dado la vuelta al mundo y he llegado al final del viaje.

(…)

Sucede a menudo que hay escritores que ya lo son sin haber escrito un solo libro. La primera vez que sentí que un día este sería mi oficio fue debido al olor a salitre y calafate que despedía una barca varada en la playa donde mis padres veraneaban. Era una barca humilde de pescadores. Tumbado en la arena, a su sombra, con toda la luz del mediodía reverberando en mis párpados cerrados, imaginaba que yo era capitán e iba en ella rumbo a la isla del tesoro. Tenía quince años y acababa de leer la novela de Stevenson, pero en ese momento para mí significaba lo mismo leerla que escribirla. Otras veces era el silbido del tren que cruzaba la oscuridad de la noche; siempre lo oía desde la cama cuando estaba a punto de vencerme el sueño”.

***

PACO ROCA (Valencia, 1966)

Regreso al Edén (Astiberri)

Paco Roca parte de una fotografía que conserva su madre en la mesita de noche bajo el cristal. Una imagen tomada en 1946 en la playa valenciana de Nazareth donde está Antonia de joven con su familia, pero faltan algunos. Ese es el destello, el paraíso en ámbar para ella. Lo que hay alrededor de aquel momento, antes y después y arriba y abajo, es lo que narra Paco Roca con tintes autobiográficos. Esta novela gráfica de Regreso al Edén, escribí en WMagazín cuando entrevisté a Roca, “da visibilidad y voz a la mayoría de familias españolas humildes que vivieron la posguerra civil como pudieron: actos de supervivencia como héroes anónimos y cotidianos del día a día que no dejaron hundir el país.

Es un homenaje a todas esas personas y una reivindicación de las mujeres en aquel periodo gris. Pero la novela trasciende ese momento histórico y dialoga con todos. La obra se cierra de una manera circular inolvidable donde se funden realidad, fábula e imaginación. Confirma lo que en páginas anteriores sugería: que de la misma manera que cada individuo es un destello fugaz en la creación del universo también cada persona queda prendada o impulsada por uno o dos fulgores vivenciales que acompañan toda su existencia y se convierten en motivo de continuará”.

***

BÁRBARA BLASCO (Valencia, 1972)

La memoria del alambre (Tusquets)

El relato de dos muchachas que exploran las fronteras de la vida en la Valencia de los últimos años ochenta, “justo antes de que la música mákina y las drogas sintéticas arrasen con todo”.

“Trabajo en una orquesta, no en una orquesta sinfónica, claro, sino en una de pachanga, de esas que avergüenzan a la mayoría de los músicos. Durante cinco meses al año, giramos alrededor de esta España invisible, agreste, deshabitada, repitiendo canciones que todo el mundo conoce y que nosotros detestamos.

Ahora estamos en Villanueva del Arroyo, ochocientos setenta habitantes, cuatrocientos treinta metros de altitud. Anoto los nombres de todos los pueblos por los que pasamos, el número de habitantes y la altitud, sin ningún motivo.

Ahora es Villanueva, antes fue Mirambel del Retiro, dos mil cuatrocientos habitantes, seiscientos veinticinco metros de altitud; Casas del Campo Viejo, mil doscientos cincuenta habitantes, setecientos ochenta metros de altitud; La Iglesuela del Pastor, cuatrocientos veinte habitantes, mil noventa y cinco metros de altitud. Y así.

No deja de sorprenderme la intensidad con la que fluyen estas vidas periféricas con las que nos cruzamos, el orgullo con el que desafían la sombra que la gran ciudad arroja sobre ellas; como si lo que aquí sucediera fuera la auténtica existencia y no una réplica a pequeña escala, como si ellos sí tuvieran calibrada la velocidad exacta del paso del tiempo, pero callaran el secreto”.

***

CARLOS MARZAL (Valencia, 1961)

Euforia (Tusquets)

Después de catorce años sin publicar su poesía, Carlos Marzal llegó en 2023 con un poemario donde nos recuerda que esa aventura está, sobre todo, en nuestro interior. En la manera como percibimos y vivimos la aventura del mundo que nos rodea. “Sus poemas invitan a no desfallecer, a resistir, a avanzar con la cara en alto contra el viento, placentero y frenador, al tiempo que obliga a entrecerrar los ojos, porque ahí fuera, aquí dentro de cada uno, dice el poeta, hay belleza”, reseñó WMagazín.

ROMERO

ME he frotado las manos con romero.

Su aspereza fragante me ha lavado
de cualquier ansiedad, y de repente
he pensado en los clásicos: no sé
si en esta conjetura soy preciso.

Perfume niño, joven, nuevo, viejo.

Me he llevado las manos a la boca
para beber de él,
y respirarlo.
No sería mentir si ahora dijese
que ha cantado el romero
y lo he entendido.

Si fuera permanente su fragancia,
no hay duda de que nada moriría.

PROFESIONES DE FE

PROCURO elaborar buenos augurios

para mi uso doméstico. Inocentes

ritos supersticiosos.

Esas páginas

que abro al azar contienen un oráculo

cifrado para mí en la última línea:

y yo lo leo siempre a mi favor.

Soy mi mejor profeta, el hechicero

que sabe traducir la realidad

a términos propicios.

En las llamas

de la estufa de Serra hay memorandos

con los que yo negocio mi futuro.

La profesión del escritor consiste

en descubrirle al mundo su aventura.

***

MÁXIMO HUERTA (Utiel, 1971)

Mi pequeña librería (Lunwerg)

Un homenaje a las librerías.

“El pueblo, dormido en la memoria durante años, despertó para mí. Los reyes dejaron de traer la compra y empecé a recorrer las calles, con ánimo descubridor. En el horno seguían haciendo mis dulces favoritos, unos rollitos de anís; la barra, crujiente; los bizcochos, tiernos. La droguera me recordaba lo que me hacía falta y, junto a los detergentes, me regalaba colonia y buenas palabras. En la frutería, dejaba pasear la mirada como cuando de niño lo hacía en la Julieta: contemplando el paisaje de los jamones abiertos, con sus vetas como montañas y tocinos como ríos. Paisajes. La mejor uva. Los mejores melocotones. ‘Llévate el queso fresco. ¿Quieres algo más?’. Y lo que era solo rutina empezó a convertirse en ruta. Un café cortado y bocadillo para almorzar, una caña a mediodía, un vino por la tarde. Si la mirada había perdido brillo, a mi alrededor se empeñaban en ofrecerlo. Doña Leo, mi perra, a tirones, me llevaba de un sitio a otro, saludando árboles y esquinas que ya empezaban a ser de nuevo familiares por habituales; el micromundo del sofá y la cama se ofrecía nuevo en cada plaza. Sobre todo ahí, en la Plaza. La Plaza del Pueblo. Una mañana de no sé qué mes, solo recuerdo el frío, apareció el deseo.

‘Mira esa fachada. Mira esa tienda vacía’.

‘¿Está en alquiler?”.

***

VICENTE GALLEGO (Valencia, 1963)

Dos de los poemas incluidos en la antología Canta un pájaro (Fondo de Cultura Económica)

Variación sobre una metáfora barroca

Alguien trajo una rosa
hace ya algunos días, y con ella
trajo también algo de luz,
yo la puse en un vaso y poco a poco
se ha apagado la luz y se apagó la rosa.
Y ahora miro esa flor
igual que la miraron los poetas barrocos,
cifrando una metáfora en su destino breve:
tomé la vida por un vaso
que había que beber
y había que llenar al mismo tiempo,
guardando provisión para días oscuros;
y si ese vaso fue la vida,
fue la rosa mi empeño para el vaso.

Y he buscado en la sombra de esta tarde
esa luz de aquel día, y en el polvo
que es ahora la flor, su antiguo aroma,
y en la sombra y el polvo ya no estaba
la sombra de la mano que la trajo.
Y ahora veo que la dicha, y que la luz,
y todas esas cosas que quisiéramos
conservar en el vaso,
son igual que las rosas: han sabido los días
traerme algunas, pero
¿qué quedó de esas rosas en mi vida
o en el fondo del vaso?

La visita

A Francisco Brines

Esta tarde he escuchado
otra vez sus pisadas a mi espalda,
he notado su aliento al abrir una puerta,
y sus huellas están en mis viejos papeles.
Aunque no puedo verlo,
hace tiempo que siento su presencia inquietante
cuando me quedo solo, cuando paso las horas
encerrado entre libros y palabras.
Sus lamentos me llegan confundidos
con el viento que gira en la terraza,
y oscurece su sombra en los espejos.
Sé que tengo una deuda.
Mientras sigo escribiendo escucho un llanto.
Y no puedo pagarla.
Mientras sigo escribiendo va muriéndose el día
como una advertencia.
Sé que el plazo ha vencido.
Su tristeza es un ruido que perturba mi vida,
sus reproches se adaptan al sonido
de este vaso con hielo, y a la tarde de otoño,
y al rasgar de esta pluma en el papel
donde ensayo lamentos y disculpas.
Sé que tengo una deuda.
Sé que el alma de un muerto penar?por mi culpa.
Ha llegado la noche, y a través del espejo
en que se ha convertido la ventana,
unos ojos sin vida me contemplan.
¡Si yo hubiera podido-les explico-, si yo hubiera sabido!
Y no supe pagarla.
A través del cristal unos ojos me acusan:
son los ojos de un niño que jamás me perdona
el haber confundido su futuro y sus sueños
con la vida sin sueños, con el triste futuro,
de ese hombre que ahora
teme al vidrio y esquiva su mirada.

***

Suscríbete gratis a la Newsletter de WMagazín en este enlace.

Te invitamos a ser mecenas de WMagazín y apoyar el periodismo cultural de calidad e independiente, es muy fácil, las indicaciones las puedes ver en este enlace.

Descubre aquí las secciones de WMagazín.

Mapas de literaturas de varios países en la portada de WMagazín.
WMagazín

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Suscríbete a nuestra newsletter · Suscríbete a nuestra newsletter · Suscríbete a nuestra newsletter · Suscríbete a nuestra newsletter · Suscríbete a nuestra newsletter ·