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Detalle de la portada del libro ‘Flaubert. El hilo del collar. Correspondencia’ (Alianza), diseñada por Manuel Estrada. /WMagazín

Secretos, amores, angustias y advertencias en cartas de Adorno, Beauvoir, Zweig, Delibes, Cannetti, Flaubert…

Los libros que reúnen la correspondencia de grandes autores protagonizan la temporada. Son autorretratos, asomos a la personalidad del autor, a los entresijos de su creatividad e intelecto y testimonio de épocas. WMagazín, con apoyo de Endesa, presenta una selección con pasajes reveladores

Los afectos, pensamientos y preocupaciones convertidas en magia literaria a través de cartas de escritores e intelectuales importantes son un tesoro para disfrutarlas como lecturas genuinas, asomos a la personalidad del autor, a los entresijos de su creatividad y testimonio de épocas. Esta temporada los libros que recopilan estas misivas se convierten en una lectura interesante y amena.

WMagazín, con apoyo de Endesa, te invita a entrar en este universo a través de varios volúmenes de misivas que guardan secretos, amores, angustias, advertencias y autorretratos por la correspondencia de Theodor W. Adorno y Walter Banjamin, Miguel Delibes y Francisco Umbral, Gustave Flaubert a familiares, amigos y amantes; entre Stefan Zweig, Veza, su primera esposa y su cuñado Georg, y la antología de cartas de amor de personajes como Simone de Beauvoir, Ludwig van Beethoven, Napoleón Bonaparte, Jorge Luis Borges, Johnny Cash, Frida Kahlo, Nelson Mandela y Vladimir Nabokov.

Misivas que recuerdan que el mundo digital se ha llevado por delante la correspondencia tradicional que ha mutado en emails. Ahora el Tiempo es otro, los atajos digitales se han llevado por delante las largas e ilusionantes esperas, las respuestas, los sueños y las musarañas creadas por quienes escribían cartas es interesante mirar a una forma de comunicación en desuso llena de sensibilidad, sinceridad y hondura.

La siguiente es una selección de estos libros con algunos pasajes:

!Ay!, el amor

En pocas circuntancias se deja ver tanto el Yo verdadero, la ilusión, la angustia, la zozobra, la dicha, el dolor, el temblor y el deseo de eternidad como en las cartas de amor. Junto a la felicidad es lo más anhelado por los seres humanos. Nadie escapa a su campo imantado y deseado. Lo plasmaron Simone de Beauvoir, Ludwig van Beethoven, Napoleón Bonaparte, Jorge Luis Borges, Johnny Cash, Frida Kahlo, Nelson Mandela, Vladimir Nabokov, John Steinbeck, Evelyn Waugh y tantos creadores como lo prueba la correspondencia recopilada en este libro de Shaun Usher. Cartas memorables. Amor no solo es la expresión sincera de los afectos con sus temores y valentías de quienes allí se expresan sino que se revela como un mapa de su ser. Aquí están «desde los primeros aleteos pasionales y los placeres de la carne hasta los reproches y los sentimientos no correspondidos», recuerda la editorial.

Así expresó la filósofa Simone de Beauvoir (Francia, 1908-1986) sus sentimientos al escritor estadounidense Nelson Algren el 30 de septiembre de 1950 tras un viaje a Chicago que terminó en ruptura. No solo Jean-Paul Sartre ocupó su corazón y pensamiento:

«No estoy triste, más bien estupefacta, incapaz de reconocerme a mí misma, sin acabar de creer que estés tan lejos, tan sumamente lejos; tú, que siempre has estado tan cerca de mí. Sólo quiero decirte un par de cosas antes de irme, y luego no volveré a hablar de ello, te lo prometo. En primer lugar, deseo de todo corazón, quie-ro y necesito con todas mis fuerzas volver a verte algún día, pero por favor recuerda que jamás te lo pediré, no por orgullo, pues como sabes en lo que a ti respecta carezco de ese sentimiento, sino porque nuestro encuentro no significará nada si tú no lo deseas. Así que esperaré. Cuando lo desees, no tienes más que decirlo. No daré por sentado que vuelves a amarme, ni siquiera que vayas a acostarte conmigo, y no hace falta que pasemos juntos mucho tiempo, sólo el que te apetezca y cuando te apetezca. Pero debes saber que siempre te estaré esperando. No, no puedo pensar que no volveré a verte jamás: he perdido tu amor y ha sido (es) doloroso; me niego a perderte a ti también.

De todos modos, soy tuya hasta tal punto, Nelson, y lo que me has dado significa tanto para mí, que nunca podrías arrebatármelo. Además, valoro tanto tu ternura y amistad que todavía me conmuevo, dichosa y agradecida pese a todo, cuando te reconozco dentro de mí».

Adorno y Benjamin: sabiduría e incertidumbre

Dos de los grandes intelectuales del siglo XX intercambiaron cartas durante más de una década que es testimonio tanto de sus vidas como del mundo que vivieron y que se avecinaba con la Segunda Guerra Mundial. Se trata del filósofo, sociólogo y experto en musicología alemnán Theodor W. Adorno (1903-1969) y el filósofo y gran crítico alemán de origen judío Walter Benjamin (1892-1940).

«En las condiciones en que fueron escritas, las cartas son documentos de la incertidumbre. Y su sentido completo se alcanza solo prospectivamente. Los lectores terminamos de conocer el significado de una angustia, de una carencia, de una solicitud, porque, décadas después, sabemos que no fueron atendidas o no obtuvieron la respuesta deseada», escribe Beatriz Sarlo en el Epílogo. A continuación un breve pasaje de la escrita por Benjamin a Adorno, el 2 de agosto de 1940, siete semanas antes de su suicidio en Portbou (España) tras ser perseguido por los nazis:

«La completa incertidumbre acerca de qué pasará al día siguiente, a la hora siguiente, domina hace muchas semanas mi existencia. Estoy condenado a leer todo diario (aquí aparece en una sola hoja) como una notificación dirigida a mí y oír en toda emisión radial la voz del portador de malas noticias. Mi afán de llegar a Marsella para abogar allí por mi causa en el consulado fue en vano. El extranjero hace tiempo que ya no puede conseguir un traslado por su cuenta. De modo que dependo de lo que ustedes puedan lograr desde afuera».

Canetti y Veza: literatura, exilio y adulterio

Elias Cannetti (Bulgaria, 1905-Suiza, 1994) y su esposa Veza Taubner mantuvieron una correspondencia sincera con el hermano menor de Cannetti, Georg. Estas cartas son poco más que el ojo de la cerradura por las que se ve a los tres de manera individual y en conjunto. Elias Cannetti vivió con su hermano en Viena, donde conoció a Veza y se ve cómo ellos sabían del talento de Elias y su deseo de llegar a ser un gran escritor. Las misivas dejan constancia, también, del ascenso del nazismo y las advertencias sobre la situación que se desarrolla en espiral y que desatará la Segunda Guerra Mundial. Y en medio de todo: la vida cotidiana y sentimental, los adulterios de Elias y las tolerancias de Veza, el exilio. El 3 de diciembre de 1945, acabada la Segunda Guerra Mundial, Elias Cannetti escribe a Georg:

«Esta guerra y este mundo lo han vuelto a uno mil veces más tierno. Antes, a veces te contradecía cuando tú afirmabas que lo único importante es cuánto quiere uno a la gente y no su calidad moral o intelectual. Ahora te doy mil veces la razón, lo importante es el sentimiento del amor, y nada más; cuando se tiene suerte, se ama a un hermano como tú, que además lo merece tanto, aunque me temo que te amaría casi igual si no fueras del todo como eres».

El 3 de febrero de 1946, con el mundo ya entrado en su reorganización tras la guerra, Veza escribe a Georg una carta que ilumina parte de la relación con quien habría de ser Nobel de Literatura en 1991:

«En cuanto a tus visitas femeninas, podría matarlas; podría matar a todas tus visitas, incluso a las masculinas. Pero como soy pesimista, temo que tú me matarías. Y no voy a darte ningún consejo. En Viena, en 1937, tu hermano fue una vez a un baile de máscaras. ‘hay una rubia atractiva’, me dijo, ‘y también rincones oscuros, es divorciada, joven y alegre. ¿Qué puedo hacer para que piense que soy un hombre de mundo?’, me preguntó. Y yo, con una sonrisa de conocedora le expliqué a tu hermano cómo abordar a la rubia. Y lo hice tan bien que todavía la tengo encima, aquí en Londres. ¿Te gustaría saberlo? No voy a ayudarte, pero esa criatura pérfida aún sigue pensando hoy que tu hermano es un experimentado homme a femmes. Me gustaría ser hombre. Sabría cómo hacerlo, pero no tengo la herramienta».

Las 162 cartas también descubren la figura de Veza Taubert como una gran escritora eclipsada. «El lector asiste asombrado a una constelación amorosa por completo atípica, para comprender la cual debe aparcar no pocos prejuicios y convencionalismos. Y de paso observa desde dentro la construcción de un escritor obsesivamente volcado en su obra monumental, en la que persevera a pesar de todas las adversidades».

Delibes y Umbral: amistad y literatura

Un maestro y su discípulo, complicidad. Los periodistas y escritores españoles Miguel Delibes (1920-2010) y Francisco Umbral (1932-2007) dejan constancias en este volumen de más de 330 cartas donde se aprecia su acercamiento y concepción del periodismo, la amistad, la literatura y de una forma de ver y vivir la vida. La relación empieza cuando a finales de los años cincuenta, con Delibes como director del periódico El Norte de Castilla, se incorporó a la redacción un joven llamado Francisco Umbral. «En tiempos difíciles marcados por la censura, el grupo de jóvenes periodistas reunidos en torno al escritor vallisoletano supo hacer de El Norte un reducto de independencia que trató de ensanchar las estrechas fronteras de libertad de que entonces se disponía», recuerda al editorial Destino. Después Umbral viaja a Madrid.

A continuación el pasaje de una de las cartas de Miguel Delibes a Umbral, el 18 de abril de 1961:

«Querido amigo: Muchas gracias por tus buenos deseos, pero sospecho que en Mallorca no me pueden dar el premio a mí. Ya me conformo con que algunos editores extranjeros —que no son los míos— hayan propuesto mi nombre. Muy bien tu ‘Madrid literario’, pero una advertencia. Procura evitar los chismes o comentarios excesivamente duros —el de Castellet de hoy—, pues, por este camino, los lectores te pedirán cada vez más y mi deseo de que esa sección simpática se ‘meta’ en Madrid, y con ella El Norte, no podrá cumplirse«.

Flaubert: autorretrato literario

Las cartas de Gustave Flaubert (Francia, 1821-1882) reunidas en este volumen muestran, sobre todo, las pasiones, dudas y preocupaciones del autor francés en el ámbito de la creación literaria. Sus búsqueddas incesantes por levantar un mundo, por insuflar vida a sus criaturas. Son misivas a amigos, familiares, amantes y colegas. En 1852, cinco años antes de publicar Madame Bovary, Flaubert escribió:

«Lo que quisiera hacer es un libro sobre la nada (…) casi sin tema (…) Las obras más bellas son aquellas en las que menos materia hay (…) Creo que el futuro del Arte va por esos caminos».

Es una de esas misivas donde Flaubert dijo su famosa frase sobre su concepción de la novela:

«El artista debe estar en su obra como Dios en la creación, invisible y todopoderoso; que se le sienta por doquier, pero que no se le vea».

En la introducción Antonio Álvarez de la Rosa deja claro el espíritu del gran escritor: «Flaubert es un novelista clásico, pasto de miles de investigadores en todo el mundo, un escritor ‘de culto’, mayoritario para una minoría. En su faceta de novelista, siempre a la búsqueda de la impersonalidad del creador, desde muy pronto fue consciente de su papel, como muestra en una carta a su querido Alfred Le Poittevin, enviada desde Génova. Tras una magnífica y hasta sensual descripción de esta ciudad, le espeta: ‘Todo esto no es para nosotros. Estamos hechos para sentirlo, para decirlo, pero no para tenerlo’ (1.1.1845)».

Zweig: el pilar de Friderike

Stefan Zweig (Austria, 1881-Brasil, 1942), de prosa y análisis exquisito, supo vislumbrar como pocos el mundo que traería el nazismo. De una gran sensibilidad, Zweig estuvo acompañdo gran parte de su vida por Friderike von Winternitz, su primera esposa, un pilar en su vida. Esta correspondencia entre los dos muestra la historia de su relación personal y despligue de intelecto. Todo empezó el 24 de julio de 1912 cuando Friderike visitó Viena y pasó la velada en la fonda Riedhof, un local frecuentado por funcionarios, oficiales, médicos y escritores, donde vio a Stefan Zweig. Al día siguiente, Friderike le escribió:

«Estimado señor Stefan Zweig:

Tal vez no sea preciso aclararle por qué me resulta tan fácil cometer lo que la gente llama una ‘incorrección’. Tampoco es el momento de explicarle por qué a mí no me parece escandaloso escribirle: estuve ayer, durante medio día y una noche, en Viena, dejando mi suave rincón campestre, mi molino, donde me rodean el bosque y el agua y no llega la cultura de la ciudad. Y esta estancia dio lugar a una feliz coyuntura. Le había visto a usted hace unos años en una velada estival celebrada en Stelzer para despedir a Girardi. Alguien me dijo: ‘Mira, ése es Stefan Zweig’. Yo acababa de leer una novela suya y en ella sonetos (a pesar de que no recuerdo si entonces los conocía ya) cuya armonía me prendó el alma. Fue una velada muy agradable. Usted estaba sentado, creo yo, con unos amigos y entre ustedes reinaba, o parecía reinar, una gran jovialidad. Por aquel entonces esto fue una especie de hito en mi vida. A última hora de la tarde regresamos a Viena en un hermoso y veloz carruaje. Y ayer estuvo usted sentado a mi lado en el Riedhof, y un conocido me trajo los Hymnen an das Leben. Los he leído esta mañana, con el traqueteo del carruaje, mientras regresaba a mi residencia estival. Los campos estaban bañados por un esplendoroso sol. Y de pronto me ha parecido lo más natural del mundo enviarle un saludo».

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Maribel Lienhard

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