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Dos de los grandes deportistas del tenis, Serena Williams y Roger Federer, anunciaron su retirada en 2022. /Imágenes Flickr

Serena Williams y Roger Federer: las claves del éxito de dos grandes del tenis

El retiro de los dos tenistas, que marcaron una época, ha conmovido al mundo del deporte. Dos libros recientes de Gerald Marzorati y Christopher Clarey, en geoPlaneta, analizan la trayectoria personal y deportiva de Williams y Federer. WMagazín, con apoyo de Endesa, publica pasajes que iluminan los motivos de sus triunfos

Presentación WMagazín Dos de los deportistas más grandes de todos los tiempos se retiran con una vida llena de gloria, en 2022, recién pasados los 40 años: Serena Williams (Estados Unidos, 1981) y Roger Federer (Suiza, 1981). Ambos tenistas no solo jugaron de manera extraordinaria el tenis, lo renovaron, corrieron los límites, lo llevaron a dimensiones impensables y ganaron los máximos galardones, sino que contribuyeron a que más gente amara este deporte como aficionado y/o como jugador. Dos ejemplos de disciplina, esfuerzo y éxito. Ese es quizás el mayor de sus triunfos.

Para acercarnos a las claves de su éxito, WMagazín publica varios pasajes de dos libros sobre Williams, de Gerald Marzorati; y Federer, de Christopher Clarey, en editorial GeoPlaneta, de España. Dos personas que dominaron el tenis en su época, las dos primeras décadas del siglo XXI. Estas son sus historias:

'Serena Williams'

Por Gerald Marzorati

A finales del 2018 Williams llevaba ganados casi 90 millones de dólares en premios, más que cualquier otra mujer en cualquier otro deporte, y más del doble que su hermana Venus, la segunda mujer que más dinero había ganado de todas las épocas entre las jugadoras activas del circuito WTA. Los ingresos netos de Serena, que incluían, además de los premios en metálico, activos inmobiliarios, recuperaciones de inversiones y acuerdos con patrocinadores gestionados por su agente de toda la vida, Jill Smoller, rondaban, según la revista Forbes, los 225 millones de dólares (en 1990, Zina Garrison, una tenista estadounidense negra que fue 4 del mundo, no consiguió más que el patrocinio de una marca de zapatillas deportivas). Más allá del dinero, Williams dominó el deporte en su época como ninguna otra mujer lo ha hecho en este siglo (solo la esquiadora alpina de récord Lindsey Vonn, en su mejor momento, y la extraordinaria joven gimnasta Simone Biles estaban a su altura). Además, con su potencia y no solo Williams cambió la manera de jugar del tenis femenino y, lo que es más, como multicampeona animó a muchas chicas a jugar al tenis; chicas que nunca habrían empuñado una raqueta de no ser porque Serena las inspiró con su ejemplo. Y finalmente estaban su reconocimiento y su fama. En Estados Unidos solo dos atletas, el golfista Tiger Woods y el quarterback de la NFL Tom Brady despertaron, en su época, tanto interés entre el público; y su Q-Score el valor que mide la familiaridad y el atractivo de una marca o un individuo desde el punto de vista del marketing estaba por encima de la media entre los estadounidenses de todas las clases y edades. Además alcanzó el estrellato deportivo mundial como ninguna otra mujer antes que ella (y ningún quarterback de la NFL). Con el Open de Australia ya en marcha, ESPN elaboró una lista de los atletas más famosos del mundo a partir de tres baremos para medir su popularidad a nivel global: con qué frecuencia se buscaba en internet el nombre del atleta, cuánto dinero generaba promocionando productos y su número de seguidores en redes sociales. Williams ocupó el puesto 17 de la lista las estrellas del fútbol copaban las primeras posiciones y era la única mujer entre los 25 primeros puestos. Era, en resumen, la mejor jugadora de la historia del tenis femenino y la atleta más famosa de todas las épocas.

Y también era algo o alguien más que eso. Williams cumplió la treintena en un momento en el que ser negra y mujer, sobre todo si además era rica y famosa, empezaba a ser una combinación muy estimulante. Michele Obama, Beyoncé y Rihanna; Stacey Abrams como candidata a gobernadora de Georgia y Kamala Harris como candidata a la nominación presidencial demócrata (escogida después por Joe Biden como candidata a la vicepresidencia de EE UU en la carrera electoral y, desde noviembre del 2020, la primera mujer, y la primera mujer de color, vicepresidenta del país); la continuada presencia en televisión de Oprah, las mujeres de color en The View, y la eclosión de Shonda Rhimes como prolífica productora audiovisual; la gran cantidad de novelas escritas por mujeres de color que, de repente, se publicaban y se leían… Las mujeres negras tenían un espacio y una voz en Estados Unidos que nunca antes habían tenido. Y Williams surgió en aquel momento, su momento. Y con sus logros y su fama también colaboró a dar forma a aquella época. Los esfuerzos y éxitos de estas mujeres no fueron fáciles, tuvieron que trabajar duro para triunfar. Entre las cosas que dividen Estados Unidos en la segunda década del siglo XXI, la aparición de mujeres negras poderosas, mujeres que no permiten que se las aparte de sus propias vidas, es uno de los grandes temas de disputa, aunque no siempre se admita. Hay quien teme a esas mujeres, quien las odia; hombres blancos, en su mayoría. Y las odian por ser mujeres negras formidables.

(…)

La victoria de Serena ante Venus en el Open de Australia del 2017, además de suponer su 23.o gran título, la devolvió al nº 1 del ranking. Tenía 35 años y era la mujer de mayor edad en alcanzar el n.o 1. Sin embargo, la auténtica noticia se reveló unos meses después con una foto que Williams compartió queriendo o sin querer en Snapchat, ataviada con bañador amarillo y posando de perfil: estaba embarazada. Había estado jugando durante ocho semanas en Melbourne sabiendo que estaba embarazada. Ella y Ohanian, entonces su novio fundador de la plataforma Reddit e influencer del sector tecnológico—, iban a tener un bebé en septiembre.

(…)

Serena Williams tiene el saque más bonito del tenis: estéticamente agradable, suave y aparentemente fácil, con la pelota deslizándose ligera por la punta de los dedos de la mano izquierda de una tenista cuyo juego no tiene nada de suave. Bonito, también en el sentido funcional de cómo debe ser un saque al máximo nivel del juego, lo cual se reduce a consistencia y funcionalidad. Casi todos los humanos tenemos una mano y un brazo dominantes. A la mayoría de tenistas les enseñan a servir con esa mano y ese brazo, de modo que al sacar lanzan la pelota con la mano y el brazo no dominantes. Como resultado, cada punto en un partido de tenis empieza con el tenista confiando en la mano y el brazo con los que, de otro modo, no efectuaría ningún movimiento clave. Esa mano y ese brazo secundarios e infrautilizados mecen la pelota con delicadeza, sujetándola con todos los dedos; el brazo se estira con firmeza, el antebrazo gira un poco (sin intensificar el agarre de la pelota) y el codo se bloquea. Entonces, con el hombro y no el brazo un movimiento totalmente antinatural el tenista eleva con calma y sin interrupción esa extremidad que rara vez usa hasta la altura de los ojos (mientras hace un montón de cosas con la mano y el brazo dominantes, las piernas y la espalda) y suelta la pelota con una fuerza relajada pero controlada, de modo que alcanza poco a poco y con precisión la altura necesaria para encontrarse con la raqueta, totalmente extendida. Y esto Serena Williams lo hace mejor que cualquier otro tenista, incluidos Roger Federer y el resto de jugadores masculinos.

  • Serena Williams. Gerald Marzorati. Traducción de Raque García Uldemolins (geoPlaneta)

'Master. Roger Federer'

Por Christopher Clarey

A menudo, Federer ha logrado que el tenis parezca facilísimo, década tras década: lanzando aces, deslizándose hacia sus drives y, en sumador desafío a la gravedad, manteniéndose sobre el agua en un mundo lícitamente inundado por un cinismo icónico. No obstante, el camino de Federer, desde el adolescente  de pelo rubio y dudoso estilo hasta uno de los grandes deportistas más elegantes y aplomados del mundo, ha sido un acto de voluntad a largo plazo, no cosa del destino. Pese a la percepción extendida de que todo le sale natural, Federer es un planificador meticuloso que ha aprendido a asimilar la rutina y la autodisciplina, y que traza su calendario con mucha antelación y con bastante detalle.

«Suelo tener cierta idea de cómo será el siguiente año y medio, y una idea muy clara de los siguientes nueve meses me contaba en Argentina. Puedo decirte lo que haré el lunes antes de Róterdam o el sábado antes de Indian Wells. A ver, no hora por hora, pero sí detallo las cosas casi día por día.»

Aunque sea raro ver sudar a Federer, el esfuerzo y las inseguridades entre bastidores han alcanzado niveles tremendos; ha jugado con más dolor de lo que haya podido trascender y no han sido pocos los contratiempos siendo él centro de atención. Bien podría decirse que los dos partidos de mayor relevancia para Federer fueron las finales de Wimbledon 2008 contra Rafa Nadal y del 2019 contra Novak Djokovic: ambas acabaron con derrotas amargas tras cinco sets ajustados que superaron el tiempo reglamentario.

Federer ha sido un gran ganador, con más de cien títulos en el circuito y veintitrés semifinales consecutivas de Grand Slam, pero también un gran perdedor.

Sin duda, eso ha contribuido a su encanto de hombre normal, ha ayudado a humanizarlo, y hay que decir a su favor que ha sabido encajar los golpes, tanto públicos como privados, y se ha recuperado de ellos poniendo siempre el acento en la energía positiva y el largo plazo.

Federer ha trascendido el tenis, no usándolo como plataforma para causas más elevadas o provocadoras, sino en gran medida dentro de los confines del juego, un logro nada menor para un deporte con una base de aficionados cada vez más pequeña y envejecida en Europa y América del Norte.

Este enfoque es propio de la vieja escuela: pocas polémicas y poca vida personal frente a mucha afabilidad y mucho espíritu deportivo.

¿Aburrido? Casi imposible. ¿Cómo va a ser fuente de hastío alguien que une en un mundo dividido? El juego de Federer siempre es bonito: como un ballet, a menudo aéreo, cuando salta en un saque o un golpe de fondo, con los ojos puestos en el punto de contacto durante un instante más que cualquier otro jugador que yo haya visto en los más de treinta años que llevo cubriendo el tenis. Esa capacidad para finalizar un golpe, finalizarlo de verdad, puede hacerlo parecer despreocupado, pero es otro elemento de eso que lo convierte en un ser magnético al observarlo: como cuando Michael Jordan flotaba un poco más que el resto en el aire de camino de la canasta; como cuando un bailarín aguanta una pose para darle énfasis.

El tenis profesional ha estado metido en un acelerador de partículas durante el último cuarto de siglo, con raquetas más potentes y cuerdas de poliéster, y con deportistas más altos y explosivos. La técnica del golpeo y el juego de piernas han tenido que ajustarse a la velocidad, pero en apariencia Federer sigue teniendo tiempo de dar una última capa de pintura a sus golpes. ¿Cómo puede jugar así y recuperarse antes de pulir el siguiente golpe? Porque tiene una visión, una movilidad y una agilidad extraordinarias, pero también por sus golpes relativamente compactos y por la confianza que da saber que, aunque otros necesiten planificar, machacarse y presionar, él puede idear soluciones sobre la marcha (la carrera, la embestida o el movimiento repentino) allí donde el resto carece de las herramientas, o la navaja suiza, necesarias para ello.

(…)

Observar a Federer en sus mejores días es dejarte llevar por el flujo de sus movimientos, pero también ponerte de los nervios porque sabes que habrá prestidigitación en algún momento (¿cuándo?). Es una dosis doble de embriaguez, intensificada por lo poco que este jugador se ha desviado del reto que tenía por delante en su carrera. Sin diatribas ni chácharas, y con su viaje interior pocas veces reflejado en unos ojos siempre clavados en la pista, el foco ha permanecido centrado en el acto físico de Federer ejerciendo su destreza.

«Juega la bola, pero también juega con la bola», me comentó una vez Severin Lüthi, su amigo y entrenador durante mucho tiempo. Es una cualidad que atrae a gente del tenis y de fuera. «Seguramente Fed sea el tío que más sorprende a otros jugadores dice Brad Stine, un entrenador veterano que trabajó con Kevin Anderson y con el n.o 1 Jim Courier. Lo ven y les nace decir: “¿Cómo hace eso? En serio, ¿cómo se hace ese golpe?”.»

John McEnroe también fue un artista con raqueta, pero atormentado. Si Johnny Mac es Jackson Pollock salpicando pintura en un intento por expresar su lucha interna, Federer se acerca mucho más a Pedro Pablo Rubens: prolífico, equilibrado, persistente y accesible para los gustos más generales, aunque capaz de provocar escalofríos en los expertos con sus pinceladas y su
composición.

Es toda una escuela de arte en vivo, pero que al mismo tiempo deja mucho espacio en el lienzo para que otros encuentren significado al trabajo que hace Federer. Pese a que él prefiere no darle demasiadas vueltas a la fórmula. «Es bastante sencillo, de hecho», dice, pero asume que otros lo intentarán, como el escritor cuyas novelas se diseccionan en un seminario de posgrado. Recuerdo hablar con Federer sobre esto antes de subir a su jet privado en el desierto de California en el 2018 (mi primer y seguramente último viaje en jet privado). Federer había jugado la final del BNP Paribas Open el día antes contra Del Potro y había desperdiciado tres puntos de partido en su servicio hasta perder en un tiebreak, en tres sets: su primera derrota esa temporada.
Los márgenes habían sido muy escasos; el tiempo de reacción,
muy reducido, incluso para él.

«¿Tácticas? La gente habla de tácticas, pero a este nivel muchísimas veces todo se reduce al instinto me dijo. Todo pasa tan rápido que tienes que golpear casi sin pensar. Y, por supuesto, hay cierto componente de suerte.»

La fortuna ha desempeñado su papel en el caso de Federer, sin duda. Quizá no se hubiese convertido en campeón, o al menos no en el tenis, si un profesional veterano de nombre Peter Carter no hubiera decidido aceptar un trabajo de entrenador, de entre todos los lugares posibles, en un pequeño club de Basilea, Suiza. Federer quizá no hubiese adquirido su constancia si no se hubiera topado con un entrenador físico, intelectual, sensible y dotado, llamado Pierre Paganini, o si su carrera no se hubiera cruzado con la de Mirka Vavrinec, una jugadora suiza mayor que él que terminó siendo su esposa, agente de prensa a tiempo parcial y organizadora en jefe. Federer nunca hubiese podido jugar durante tanto tiempo ni con tanta convicción sin el apoyo absoluto y la ambición personal de Mirka.

(…)

Federer conocía sus debilidades (o acabó por conocerlas) y las afrontaba: gestión de la ira, fortaleza mental, concentración, aguante, un dolor de espalda crónico y su revés a una mano. Cambió de tácticas para atacar más desde el fondo que en la red. (…)

Las habilidades tenísticas del suizo han sido el ingrediente principal de su éxito, aunque sus habilidades personales también están en la receta. Las superestrellas del tenis reciben un montón de zapatillas gratis, y sin embargo es raro que sepan ponerse en el lugar de otros, calzarse zapatillas ajenas. Federer es empático y nunca deja de registrar los sentimientos y las energías del estadio entero, de la calle, de la habitación, del asiento de atrás…

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