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‘Fuente’ de Marcel Duchamp alterada con Calvin, en un meme, incluido en el libro ‘Memestética’, de Valentina Tanni (Turner). /WMagazín

¿Son los memes arte? Así es como esta expresión se ha convertido en el núcleo de la cultura visual contemporánea

La historiadora del arte publica el ensayo 'Memestética' (Turner) que refleja buena parte de la sociedad contemporánea y su posición ante las artes y la propia vida

Presentación WMagazín ¿Son los memes obras de arte? ¿De dónde vienen los memes? ¿Hasta qué punto la cultura digital ha modificado irreversiblemente la historia del arte y, en definitiva, nuestra era? La historiadora del arte italiana Valentina Tanni, disecciona en el ensayo Memestética (Turner) la relación entre los memes, el arte y las culturas visuales y digitales desde los años 2000.

El mundo de los memes y de los contenidos virales, que constituye el núcleo de la cultura visual contemporánea, presenta no pocos puntos en común con la experimentación artística del siglo XX”, afirma Valentina Tanni. Un espacio en el que Miguel Ángel, la Monna Lisa, Marcel Duchamp, Las tres gracias o Un perro andaluz, de Buñuel, conviven con Google Maps, la rana Pepe y los gatitos con emojis.

WMagazín publica un pasaje de este libro tan interesante que refleja una buena parte de la sociedad contemporánea, de su evolución y su posición ante las artes y la propia vida. Del proceso de desacralización de la cultura, de las artes, entre el divertimento, la crítica, la disrupción, la experimentación, la burla y el desahogo.

Meméstica «recorre una historia del arte poblada de obras archiconocidas intervenidas por trolls, youtubers e instagrammers. La llegada de los smartphones, la difusión de las nuevas tecnologías y el auge de las redes sociales han revolucionado nuestro universo visual a fuerza de prácticas de adueñamiento de todo tipo”.

Para Valentina Tanni, “toda la historia del arte es objeto de una continua acción de apropiación y reinterpretación”. Además, la recontextualización de frases e imágenes ha creado un puente entre la creatividad popular y el arte de museos y galerías. “Nadie escapa al meme: políticos, animales, celebrities y gente común son blanco y origen de prácticas y estéticas que recuerdan a los preceptos de las vanguardias y neovanguardias históricas”, explica la historiadora del arte.

Se trata de un análisis clave de los cambios desencadenados por internet en la creación, el consumo y la producción artísticos. “Cada instante que pasa, internet crea más arte que el que pueda hacer un artista a lo largo de su vida. Es un arte hecho por gente de todo tipo y que circula libremente”, según Eva y Franco Mattes.

El siguiente es un pasaje de Memestética que ayuda a comprender la condición creativa del meme:

"Intrusión felina en la Venus de Botticelli', en el libro 'Memestética', de Valentina Tanni (Turner). /WMagazín

'Meméstética'

Por Valentina Tanni

El concepto de acceso ha adquirido acepciones amplias: acceso a la información, a las tecnologías de producción, a los sistemas de distribución. Este fenómeno ha sacudido la maquinaria de la gestión de la cultura y ha supuesto, en la gran mayoría de los casos, el derrumbe de modelos económicos a los que esta se asociaba. La industria musical y la cinematográfica, por ejemplo, se han transfigurado a partir de la difusión de ordenadores y redes: ahora los autores pueden producir por sí mismos y distribuir su trabajo con mayor facilidad, por un lado, recurriendo a máquinas con software profesionales y, por otro, saltándose a las discográficas y a los productores; la música y las películas se copian y se comparten sin parar, también a través de vías ilegales; los contenidos se descargan, se modifican y se remixan continuamente; las plataformas de streaming han cambiado los hábitos de escucha y de visionado de una importante cuota de público; los soportes materiales están disminuyendo, reemplazados por ingentes bibliotecas digitales permanentemente disponibles a través de la nube.

En el ámbito de las artes visuales las consecuencias son igualmente profundas, si bien desde el punto de vista económico —considerado el único orden del mercado— el impacto es menos evidente. Mientras alcanza su culmen la crisis secular de los dos valores fundacionales del sistema-arte, o sea, la singularidad y la originalidad de la obra, se va delineando otro elemento desestabilizador: el surgimiento prepotente y descontrolado de la creatividad amateur. La producción de imágenes ha dejado de estar reservada a una categoría de personas concreta y cualificada: todos pueden participar en la construcción del imaginario colectivo creando en primera persona, remixando materiales existentes y contribuyendo a la difusión de contenidos a través de la práctica de compartir.

Las obras —las del presente y las del pasado— ya no son objetos intocables que se contemplan en los museos o en los libros; son materiales a disposición. Toda la historia del arte es objeto de una continua acción de apropiación y reinterpretación: las imágenes se descargan, se modifican y después se reintroducen en el flujo de la comunicación. Un ciclo imparable y vertiginoso que convierte cualquier contenido en inestable, cambiante, nunca definitivo.

(…)

Internet ha multiplicado nuestras ocasiones para entrar en contacto con el sinsentido, y también para generarlo en primera persona, favoreciendo la desviación y la asociación libre de ideas e imágenes. Es una forma de resistencia ante la cultura normalizadora y también una vía creativa para exorcizar las contradicciones de nuestro tiempo. El mundo de los memes y de las imágenes virales está lleno de objetos paradójicos que atestiguan el nacimiento de un gusto específico por ese género: trozos de queso que hacen las veces de joyas, pistolas sumergidas en un baño de huevos rotos, helados servidos dentro de zapatillas de deporte, ordenadores utilizados como palés de basura, esculturas hechas con patatas fritas, bocadillos de pasta de dientes y libros que se tuestan en la tostadora… También la práctica de la acumulación goza de una gran popularidad: hay automóviles repletos de plátanos, bañeras con montañas de rosquillas, habitaciones llenas de teléfonos móviles y camas sepultadas bajo cartones de pizza.

Sin embargo, la no lógica del absurdo no atrae únicamente a los objetos, también redirige, desarticula y desvía las acciones.

El esquema en el que se introduce más a menudo la acción absurda es el tutorial, o sea, el contenido útil por excelencia, un material informativo pensado para ayudar al usuario a resolver un problema de carácter práctico o adquirir una habilidad determinada. El canal de YouTube HowToBasic, que puede presumir de contar con doce millones de suscriptores, parece a primera vista una página normal de vídeos didácticos, con títulos cómplices e imágenes y descripciones absolutamente normales. Los temas son muy variados: cómo cocinar una lasaña vegana o cómo instalar un váter, pero también cómo ponerse un preservativo, cómo cambiar la rueda de un coche o cómo conseguir unos abdominales perfectos. En el montaje, en la elección de la música y en los textos sobreimpresos en la imagen, los vídeos recuerdan en todo a los tutoriales clásicos, tanto es así que no nos damos cuenta de estar ante un contenido paródico hasta bien pasada la mitad del vídeo, cuando la atmósfera normal del inicio de repente da un giro delirante.

(…)

El término conceptualismo salvaje, creado por Darren Wershler, es un fenómeno en continua expansión, que encuentra su principal modo de expresión en el sinsentido. Al oponerse a la categoría del «sentido común», el sinsentido, en su forma de broma, de chiste o de parodia, adquiere un valor disruptivo.

En una época definida por un marco sociopolítico sombrío y deprimente, que no ofrece certezas y desalienta la acción colectiva, la respuesta —sobre todo entre los jóvenes occidentales— consiste en una actitud dadaísta que se manifiesta como un reflejo condicionado. De ahí que las trayectorias de este nuevo conceptualismo a menudo se unan con el mundo de los memes y aún más con el del trolling, una subcultura basada en molestar como un fin en sí mismo que rechaza cualquier sistema de valores y se expresa a través de acciones inadecuadas cuando no delictivas. En este contexto, internet es un lugar en el que es posible evadirse de lo cotidiano, del trabajo, de las obligaciones; una plataforma que permite a la gente dar rienda suelta a su necesidad de ruptura de las reglas sociales; un lugar donde el sentido fluye, donde lo absurdo y lo surreal son elementos habituales de expresión y donde la estratificación de los significados se transforma en un juego colectivo sin fin.

(…)

En un texto de 1923, Aby Warburg hablaba de la producción de imágenes como una «necesidad biológica». El estudioso alemán, en su rechazo a lo que definía «la historia del arte estetizante», describía el mundo de las imágenes como un territorio a medio camino «entre la religión y el arte» y subrayaba su carácter arquetípico y emotivo. De ahí que la función del artista, al que durante siglos se ha considerado un productor primario de imágenes, se revelara crucial, pues a su trabajo se le confió la transmisión de la cultura visual y de la memoria colectiva a través de los siglos.

Hoy, esta centralidad del artista, como hemos señalado a lo largo de estas páginas, se ha desmoronado y ha cedido su lugar a una dinámica de creación y gestión de las imágenes de carácter colectivo. En la era del acceso global a los instrumentos de producción y distribución de contenidos, las estéticas y los lenguajes elaborados por autores anónimos —bien de forma individual o dentro de largas cadenas colaborativas— adquieren una relevancia cultural que no debe subestimarse. Por ello, es necesario que, de una vez por todas, ampliemos nuestra idea de arte y aceptemos la posibilidad de que este se trate de una extendida modalidad expresiva y de subjetivación capaz de adentrarse en lo cotidiano, que se confunde con acciones propias de la vida ordinaria, habita lugares no institucionales y adopta formas imprevistas, desarticuladas e indebidas.

Este proceso de reabsorción del gesto creativo dentro del flujo existencial es un objetivo que han perseguido las vanguardias a través de obras, textos y manifiestos en más de una ocasión; sin embargo, el sistema del arte únicamente ha sido capaz de aceptar esta idea en un nivel abstracto y conceptual. Lo explicaba muy bien Umberto Eco en un artículo publicado en 1977 por la revista L’Espresso. El filósofo italiano, mientras comentaba los movimientos políticos en la Italia de ese año, señalaba el surgimiento espontáneo de prácticas propias de las vanguardias, tanto históricas como recientes, en contextos alejados de la llamada «alta cultura». Este hecho revelaba no solo la incorporación de dichos lenguajes en la vida cotidiana de las nuevas generaciones, sino también la dificultad de reconocerlos por parte de quienes habían estudiado y contado esa alta cultura: «Ahora quizá estemos ahí: las nuevas generaciones hablan y viven en su cotidianeidad el lenguaje (o bien la multiplicidad de los lenguajes de la vanguardia). Todos a la vez. […] El dato más interesante es que este lenguaje del sujeto dividido y esta proliferación de mensajes aparentemente sin código los entienden y practican grupos que han permanecido al margen de la alta cultura, que no han leído a Céline ni a Apollinaire, que han llegado a la palabra a través de la música, el dazibao, la fiesta o los conciertos de música pop. Mientras que esa alta cultura que entendía perfectamente el lenguaje del sujeto dividido cuando era un objeto de estudio deja de entenderlo cuando lo hablan masas. […] Aquello que le parecía aceptable como utopía abstracta, como una propuesta de laboratorio, le resulta inaceptable cuando se presenta en carne y hueso».

Según Maurizio Calvesi, que cita a Eco en su Avanguardia di massa, publicado en 1978, las neovanguardias ejercieron un papel esencial en este traspaso de la herencia lingüística. De hecho, estas vanguardias —a diferencia de las históricas, que lo que querían era incidir directamente en la realidad política y social a través de «una alianza directa con la revolución»— han, «por decirlo así, redimensionado, y sin embargo alcanzado, sus objetivos, al apostar, más que por la ejemplaridad programática, por el “contagio” de actitudes y comportamientos, para lo que han buscado, y encontrado, el contacto con los mass media que entre tanto habían eclosionado y se habían propagado, y han conseguido una clara respuesta de las masas».

Es interesante la elección de un término como contagio, que nos evoca el actual panorama viral y memético y además subraya el papel fundamental de los medios en el proceso de difusión de los diferentes lenguajes y comportamientos. Sin embargo, estos análisis aún se referían a un contexto histórico distinto al actual, en el que la propia palabra masa poseía unas connotaciones difícilmente comparables a las de hoy: internet, con su capacidad para propagar rápidamente los lenguajes y las actitudes y para favorecer la democratización de los medios de producción y distribución, ha condicionado la llegada de nuevo género de expresión artística que quizá podríamos definir como extendida, colectiva y metamórfica. A pesar de las semejanzas, las referencias y las citas que hemos utilizado en este libro, estas expresiones no pueden declararse hijas, y menos aún herederas, de ningún movimiento histórico-artístico anterior; más bien, la cultura de internet ha generado el nacimiento espontáneo de una actitud artística generalizada, que se ha desarrollado a partir de la manifestación libre y desordenada de comportamientos fuera de la norma, de contenidos insólitos y personales, de visiones del mundo vertiginosamente diversificadas.

El parecido con el arte conceptual y performativo es, pues, una consecuencia de la liberación progresiva de enfoques, estéticas y pensamientos anticonvencionales, que encuentran en la red un magnífico escenario, además de un vehículo de difusión global de eficacia desmedida. La apropiación, el remix, la cita y la performance son, por lo demás, elementos que están en el ADN de la cultura digital; forman parte de sus características innatas.

Son los efectos colaterales inevitables de un ecosistema donde cualquier contenido se puede intercambiar, compartir, robar o modificar, en el que definitivamente han caído las barreras entre autor y espectador y donde cualquiera puede exhibirse a sí mismo frente a públicos más o menos grandes.

“Restablecer la dimensión del arte en la conciencia humana, significa, en primer lugar, eliminar del arte cualquier condición superflua o de privilegio de clase», escribía Cesare Brandi en el lejano 1951, e insistía en la necesidad de volcar la atención en las motivaciones originarias del gesto artístico, sin dejarse distraer por las siempre imponentes superestructuras construidas por el sistema. El momento histórico que estamos viviendo nos ofrece una gran oportunidad en este sentido, porque nos permite rebuscar en nuestro día a día dentro de un vasto repertorio de culturas y subculturas menores, caóticas y desorganizadas. Nos pone en contacto con el potencial expresivo de millones de identidades diferentes, recordándonos en cada paso que damos que el verdadero poder del arte (de cualquier arte) es ayudarnos a explorar nuestra humanidad en un espacio libre de reglas y encontrando siempre la manera de huir de la cárcel de la necesidad y la contingencia.

  • Memestética. Valentina Tanni. Traductora: Nuria Martínez Deaño (Turner).

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Valentina Tanni
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