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Detalle de la portada de la revista ‘Manifiestos surrealistas’. /WMagazín

Surrealismo: cien años de un movimiento que después de influir en todas las artes sigue con posibilidades inagotables

En 1924 André Breton publicó el Manifiesto del Surrealismo que sirvió como acta de fundación del movimiento homónimo poético, moral y político. El poeta cubano Reiniel Pérez explica por qué se trata de uno de los eventos que jalonan el siglo XX con efectos que trascienden el presente

Era el año de gracia de 1924. En París, la probeta de los grandes sueños del mundo, en una edición modesta que no causó ningún revuelo, apareció de la mano de André Breton el Manifiesto del Surrealismo que sirvió como acta de fundación del homónimo movimiento poético, moral y político. A mi modo de ver, hay dos fechas que jalonan el siglo XX y que siguen caminos paralelos que, ya veremos, terminan por ser incompatibles: La Revolución de Octubre y la fundación del surrealismo; o sea, la emancipación material y espiritual del hombre.

Pasemos revista a los puntos más importantes de este movimiento histórico que es hoy, más allá de su fracaso contingente, más allá de su azarosa pugna con la realidad histórica, estado emancipador del hombre en un mundo hostil a toda individualidad.

Orígenes del surrealismo

El surrealismo se origina en el estercolero fértil del Dadá, último cañonazo de la Primera Guerra Mundial. El ambiente era el idóneo para poner en entredicho los valores petrificados de la sociedad occidental. El Dadá concebía la destrucción nihilista del arte en un ataque violento contra la sociedad mediante juegos, bufonerías, máscaras. Era un incendio incontrolado, hacía falta dirigirlo, hacía falta orden en la aventura.

Las fuentes inmediatas del surrealismo son Rimbaud, Lautrémont, Apollinaire y Freud con su idea de que la cultura estaba amenazada por un superego censor y su investigación sobre los sueños que inspiró a Breton durante su trabajo en hospitales psiquiátricos en la guerra mundial. Todas estas luminarias tenían algo en común: el intento de recuperar el subconsciente enterrado por la razón durante tanto tiempo.

Aunque ya en 1922 Breton usaba el término “surrealista”, este fue acuñado por Apollinaire para describir su obra de teatro Las tetas de Tiresias. Decía este que el primer acto surrealista fue cuando el hombre en vez de inspirarse en sus piernas para replicar el movimiento, inventó la rueda.

Manifeste du surréalisme, volumen 1, número 1, 1 de octubre de 1924, portada de Robert Delaunay. /Imagen de Wikipedia

 

Sus presupuestos

Con ese equipaje simbólico, el grupo de los surrealistas (Breton, Soupault, Desnos, Eluard, Aragon en la primera hornada; luego Dalí, Miró, Buñuel, Lam) se declaraba en oposición frontal a la sociedad burguesa y su ideal del trabajo. Para esta sociedad el mundo era una herramienta, un desierto utilitario y el hombre era parte de una maquinaria sin rumbo que había dado su alma al mercado, a los misteriosos crecimientos del capital, al cientifismo más deshumanizado. Hacía falta rebelarse sin causa más allá que una oscura certidumbre de ascender al hombre a sus verdaderos potenciales. A las convenciones oponían el escándalo; a la tradición, la ruptura; a la política, el sueño, el amor, la locura. Porque esto fue en sus inicios el grupo surrealista: no un incendio incontrolado sino un cañonazo certero contra los valores podridos de esta sociedad. Pretendían cambiar al hombre por medio de la poesía, la pintura, el sueño, el escándalo.   

Métodos surrealistas

Mucho antes de la publicación del Manifiesto ya habían experimentado con la hipnosis y la transcripción de los sueños. Cuenta Breton que un día, cenando en casa de Eluard, Robert Desnos, el más pródigo de los soñantes, el que más fácil venía con las manos llenas de esa catacumba del alma, entró en un estado violento y armado de un cuchillo persiguió a Eluard a través del jardín. Más allá de la novedad, estos paisajes peligrosos no tuvieron resultados admirables. Buñuel llegó a decir: “Dadme dos horas al día de actividad y dedicaré las otras veintidós a soñar”. Estos excesos les hicieron entrar más tarde en una fase más razonadora y menos caótica a partir de la publicación del Manifiesto.

Con la escritura automática los surrealistas pretendían llegar a los “estados secundarios”, que eran las zonas vírgenes del pensamiento no controlado, la intuición, el instinto a través de una búsqueda de lo maravilloso (desatándose de las trabas lógicas, morales y del gusto) hasta lograr oír lo que dice la boca de la sombra. Ellos creían firmemente en el abandono de la personalidad consciente al efluvio de la parte subconsciente, reprimida. Por eso menospreciaban la autoría, creyendo en la colectivización de las ideas, de esa manera entroncaban con el origen anónimo de los mitos, las religiones. La imaginación es de todos, no tiene dueño. Por lo tanto, se apoderan de los cafés, el Cyrano, el Passage de l´Opéra. La vida era común, los amigos salían de los escritorios, de los talleres y se mezclaban con la vida proscrita de los rufianes, los drogadictos, las prostitutas.  Breton llegó a soñar con paredes invisibles, nada debe ser secreto, nada debe avergonzarnos.

Entrada en la política

En el año 1924, se funda La Révolution Surrealiste, revista sucesora de Littérature, que tenía un cariz más heterogéneo. En su primer número se atestiguan las intenciones de grupo con esta declaración: “Es preciso obtener una nueva Declaración de los derechos del hombre”. La razón no basta para regir la vida humana, hace falta un contrato social más amplio que tenga en cuenta lo irracional profundamente humano. Todavía no reclaman una emancipación social, pero más adelante la pura pirotecnia artística se enfrenta con la visión política. ¿En realidad el cambiar el mundo de Marx se opone al cambiar la vida de Rimbaud? ¿Existe la emancipación del espíritu sin la previa emancipación social del hombre?

  1. Breton lee la biografía de Trotsky sobre Lenin. Los siguientes son años de contradicción, de pugna. ¿Tiene primacía la materia sobre el espíritu? ¿La libertad de la creación se debe subordinar a un programa político? Hay discrepancias y cada uno toma caminos antagónicos. Eluard elude la rigidez dogmática que impone Breton; Dalí se repliega a los intereses capitalistas y juguetea con el fascismo; Aragon pone su arte al servicio del Partido Comunista. El grupo de amigos entra en la borrasca.

A partir de 1927 ocurre, por lo tanto, el acercamiento del grupo surrealista al Partido Comunista Francés, lo cual se explica por el compromiso humano de no ser ajeno a la emancipación del hombre como una revolución de la cual el surrealismo pretendía ser la parte espiritual. Sin embargo, la relación de los surrealistas con el movimiento comunista internacional timoneado por la U.R.S.S tuvo tintes trágicos, como en el caso de Aragon ya mencionado, y las expulsiones de Breton y Eluard del Partido Comunista.

Entrados los oscuros años treinta vemos ascender al poder a Adolf Hitler, la Guerra Civil española, los juicios de Moscú, la Segunda Guerra Mundial, la bomba atómica, no son tiempos para la búsqueda interior, son tiempos de totalitarismo, de aniquilación de la vida individual. Y justo en este contexto, poco antes de la II Guerra Mundial, es notable el encuentro mexicano de Breton con Trotsky, en 1938, para redactar Por un arte revolucionario independiente, que constituye la piedra de toque para cualquier política cultural futura que de veras quiera ser humana.

Tres años después, cuando ocurre la ocupación de Francia por las tropas nazis, los surrealistas se dispersan, unos se van a la resistencia, otros toman el camino del exilio. Ya el surrealismo es una revolución triunfante que impregna todos los campos del espíritu y de la vida pública. Pero no han cumplido sus objetivos primeros. La vida no ha cambiado de la forma que querían. Duele leer la entrevista de 1945 que le hacen a Breton en Haití. Es un hombre cansado el que habla, pero que aún tiene la esperanza, no tiene otra alternativa que creer en el amor en un mundo que no da razones para ello. En 1966 muere en medio de una guerra fría que finalmente subordina el arte a los intereses políticos o del mercado.

  1. Mayo francés, la torre Eiffel ve a los revoltosos jóvenes pintar las paredes, creer otra vez en el poder transformador de la palabra, en la utopía del sueño. “La vida está en otra parte”, “Haz el amor y no la guerra”, “Seamos realistas y pidamos lo imposible”. Las paredes hablaban por fin, el sueño se deletreaba. Por primera vez la palabra irrumpía en la historia, por primera vez la acción política emanaba de punzantes consignas, del graffiti-saeta en vez que de las barricadas de 1848 o de la insólita aventura de la comuna.

100 años después

Hoy en día el surrealismo es una actitud asimilada, todos los artistas estamos de vuelta de sus hallazgos. No se concibe la generación beat, lo real y maravilloso de Carpentier, la cultura hippie, el realismo mágico, la obra de Aleixandre, de Octavio Paz, de Lezama, de Lorca, de Neruda, la música de The Beatles, de Pink Floyd, sin la aportación de esos jóvenes incendiarios que cambiaron el mundo para siempre.

Es importante entender que el surrealismo es un humanismo que impregna toda la realidad objetiva y subjetiva del hombre porque es una necesaria oda a la libertad, un grito de rebelión contra la mediocridad de la vida aislada de su valor mágico y exaltado. Yace en el fondo del hombre como una posibilidad que aún no hemos sido capaces de agotar. Más allá de un movimiento histórico es una actitud humana, acaso la más digna, acaso la más plena.

Cien años después, cabe repetir la consigna aparecida en una de sus famosas octavillas de vivos colores que incendiaron París, les papillons que hoy todavía nos hablan: “Si está usted a favor del amor, estará también a favor del surrealismo”.

  • Reiniel Pérez Ventura (Santa Clara, Cuba, 1999) obtuvo en 2022 el XXXV Premio Internacional de Poesía Fundación Loewe con Las sílabas y el cuerpo.

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Reiniel Pérez Ventura
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