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Teju Cole (Michigan, 1975), escritor nigeriano-estadounidense, autor del ensayo ‘Papel negro’ (Acantilado). Foto cortesía Editorial Acantilado

Teju Cole señala fracturas del siglo XXI y arroja luz para salir adelante con el arte como gran aliado

El escritor nigeriano-estadounidense publica la colección de ensayos 'Papel negro. Escribir en tiempos de oscuridad' (Acantilado). Artículos sobre los prejuicios alrededor del color negro y sobre la identidad, las artes o la política. "Fracturas de nuestra historia reciente a través de una constelación de asuntos interrelacionados"

La mirada humanista, crítica y singular de Teju Cole (nigeriano-estadounidense, Michigan, 1975) es capaz de poner al lector ante los prejuicios enraizados de la sociedad de manera sabia, sutil, elegante, muy literaria y sensorial. Y también esperanzadora. Lo hace en su colección de ensayos Papel negro. Escribir en tiempos de oscuridad (Acantilado). Artículos sobre arte, mucho arte de todo tipo y su impacto en las diferentes esferas, identidad, sociología o política. Humanismo, en suma. Dos de los hilos conductores son el color negro en múltiples significados, metáforas y contradicciones que han impregnado el imaginario universal y moldeado nuestra existencia y la mirada sobre el mundo; y la relevancia de la literatura, las artes, en tiempos convulsos.

Lo resume así el propio autor: “Papel negro aborda las fracturas de nuestra historia reciente a través de una constelación de asuntos interrelacionados. La mayoría de los ensayos del libro se escribieron en un período de tres años, desde finales de 2016. Tratan de un amplio rango de cuestiones: el color negro en las artes visuales, el papel de las sombras en la fotografía, el consuelo que ofrecen la música y la arquitectura, elegías tanto públicas como privadas, y los complejos vínculos entre la agitación política, la literatura y el activismo”.

Las páginas de Papel negro son reflexiones o frescos nacidos de historias, pensamientos, sucesos, ideas o anécdotas personales o colectivas que obligan a mirar la vida, con su pasado, presente y futuro, desde una perspectiva más optimista. O como tituló The Guardian: “Una chispa de esperanza en tiempos oscuros”.

Si las novelas de Teju Cole (Cada día es del ladrón, Ciudad abierta, National Book Award, Cosas conocidas y extrañas) se caracterizan no solo por lo impactante de sus historias, sino por los diferentes subtextos, estos ensayos, que no pierden esa cualidad, muestran lo que quiere decir desde la superficie. A partir de ahí, otras lecturas que dan vueltas una vez que el lector llega al punto final de cada artículo.

Papel negro lo abre una pieza sobre Caravaggio, maestro de la luz, un Prometeo que ilumina la oscuridad. Escenifica la convivencia de asuntos/acciones humanas sobre los cuales avergonzarse y otros que recuerdan la capacidad de crear belleza. Una invitación a la armonía, la igualdad, la justicia, la hermandad, la humanidad.

El escritor, fotógrafo e historiador del arte logra entrelazar diferentes ámbitos con gran fluidez y sensibilidad para mostrar que todo está interconectado y que se influyen mutuamente. Recupero la descripción de The Guardian: “La atención de Cole a la textura de las cosas produce una escritura extraordinariamente vívida”.

Todo esto se despliega en piezas individuales que forman un conjunto con nombres propios y temas. Están presentes de varias maneras el intelectual palestino Edward Said, el escritor inglés John Berger, el pintor estadounidense Kerry James Marshall, el fotoperiodista sudafricano Santu Mofokeng, la fotógrafa estadounidense Marie Cosindas o la artista multimedia afroamericana Lorna Simpson. Junto a ellos capítulos como Restaurar la oscuridad o El momento de negarse.

Voces y escenas que crean un fresco de este tiempo, que es resultado de todos los tiempos. Una ventana para mejorar el mundo. Dejar atrás acciones deplorables como la de haber convertido el dolor, la desgracia, el sufrimiento y la fealdad que rodean al mundo en entretenimiento y espectáculo, en mercancía.

Escritos que recuerdan lo esencial del arte, cómo nos moldea, su influencia innegable en cada persona, su poder de hablarnos, su capacidad de mostrarnos lo que no vemos o soslayamos a propósito…

Teju Cole haba de esperanza, compasión, generosidad, comprensión y amor. Para la editorial, “el resultado es una mirada reveladora capaz de mostrarnos que en la oscuridad hay algo más que desesperación, que es posible abrazar la complejidad de nuestra época como un desafío a los prejuicios, como una invitación para comprender mejor y para escuchar, cómo no, las voces de los otros”.

WMagazín publica algunos pasajes sobre el capítulo que abre el libro:

Papel negro. Escribir en tiempos de oscuridad

Teju Cole

Basado en Caravaggio

Michelangelo Merisi da Caravaggio, nacido a finales de 1571 en Milán, es el artista incontrolable por excelencia, el genio que no se rige por las reglas normales. Caravaggio, el nombre del pueblo del norte de Italia de donde procedía su familia, parece la combinación de dos palabras: chiaroscuro y braggadocio: una luz cruda mezclada con una profunda oscuridad, por un lado, y una arrogancia desmedida por el otro. Criado en la ciudad de Milán y en el pueblo de Caravaggio, en una familia que, según dicen, pertenecía a lo más alto de la pequeña nobleza, Caravaggio tenía seis años cuando perdió a su padre y a su abuelo, el mismo día, por la peste. Alrededor de los trece años empezó a trabajar como aprendiz con Simone Peterzano, un pintor de la zona, de quien debió de aprender lo más básico: a preparar las telas, a mezclar las pinturas, la perspectiva, las proporciones. Al parecer, desarrolló cierta facilidad para las naturalezas muertas, y es probable que fuese mientras estudiaba con Peterzano cuando se impregnó del ambiente reflexivo de Leonardo da Vinci y los grandes pintores del norte de Italia del siglo XVI como Giorgione y Tiziano.

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De niño, en Lagos, pasé horas observando su obra en los libros. El efecto que me causan sus pinturas, el modo en que me conmueven al tiempo que me inquietan, no puede deberse sólo a una larga familiaridad. Otros de mis favoritos de esa época, como Jacques-Louis David, rara vez me emocionan ahora, mientras que el poder hipnótico de Caravaggio parece haber aumentado. Y no puede ser sólo por su perfección técnica. Los cuadros a menudo tienen fallos, problemas de composición y escorzo. Yo supongo que tiene algo que ver con que, en sus pinturas, pone más de sí mismo, de sus propios sentimientos, que nadie antes de él.

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Pero en Caravaggio no hay sólo subjetividad: está también el modo en que su particular forma de subjetividad tiende a subrayar los aspectos amargos y desagradables de la vida. El grueso de su obra está empapado de amenaza, seducción y ambigüedad. ¿Por qué pintó tantos martirios y decapitaciones? El horror es una parte de la vida que esperamos no presenciar demasiado a menudo, pero existe, y a veces no tenemos más remedio que verlo. Como Sófocles, Samuel Beckett o Toni Morrison—y, al mismo tiempo, de un modo distinto—, Caravaggio es un artista que nos acompaña a los sitios dolorosos de la realidad. Y cuando estamos allí con él, tenemos la sensación de que no es un simple guía. Comprendemos que, en realidad, se siente como en casa en medio de ese dolor, de que habita en él. Ahí es donde reside la inquietud.

(…)

‘Las siete obras de misericordia’ (1607), de Caravaggio. /Wikipedia

Nápoles fue el principio y el fin de los años de exilio de Caravaggio. La primera visita la hizo a finales de 1606, la segunda en 1609, y, en ambas ocasiones, le hicieron encargos de importancia. En octubre de 1606 ya le estaban lloviendo las ofertas y fue bien recibido en los más altos círculos artísticos napolitanos. Una de las primeras obras que completó en Nápoles fue para la recién fundada asociación caritativa del Pio Monte della Misericordia. El cuadro, por el que le pagaron sin demora y que entregó muy deprisa, fue un gran lienzo titulado Las siete obras de misericordia. Aún hoy puede verse en la iglesia para la que se encargó, en el centro de la ciudad, justo al lado de la estrecha via dei Tribunali. Las siete obras de misericordia es un cuadro complejo que intenta compilar en un único plano vertical siete viñetas distintas, contrapuntos alegóricos de los siete pecados capitales. En una reproducción, el cuadro parece un lío congestionado. Pero al natural, con sus más de tres metros y medio de altura, en un pequeño edificio octogonal, es misteriosamente absorbente.

Los protagonistas emergen de zonas de oscuridad para interpretar sus respectivos papeles, y parecen volver a esa oscuridad cuando el ojo de quien los observa pasa a otras secciones del cuadro. A la derecha de la pintura hay una alegoría de la caridad tomada de la antigua Roma: el anciano Cimón alimentado en prisión por el pecho de su hija. El cadáver al que transportan justo detrás de ella (sólo le vemos los pies) representa el enterramiento de los muertos. En primer plano, un mendigo con el torso desnudo, tendido a los pies de san Martín, representa el acto de vestir al desnudo. Las siete obras de misericordia, con su abigarrado relato y sus efectos de luz, ejerció una extraordinaria influencia en la pintura napolitana posterior a Caravaggio. Esto se convirtió en una especie de constante en su caso: en todas las ciudades donde vivió, fue una especie de relámpago, una sorprendente pero breve iluminación después de la cual nada volvió a ser lo mismo. Cuando salí de la iglesia a la via dei Tribunali, Las siete obras de misericordia, con su movimiento fluctuante y sus marcadas divisiones de luz y oscuridad, parecía continuar en la calle ajetreada”.

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Winston Manrique Sabogal

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