«Toda la pintura me gusta, pero disfruto hasta la belleza de los impresionistas»: Alfredo Bryce Echenique
AUTORRETRATO ARTÍSTICO DE UN ESCRITOR 5 / El autor peruano asegura que tras la tercera parte de sus 'Antimemorias', recien publicadas, no volverá a escribir. En esta conversación cuenta cuáles han sido los creadores y obras de otras artes que lo han acompañado siempre y su relación con la belleza. Una serie de WMagazín, con apoyo de Endesa
La voz del padre cantando ópera o zarzuela en la ducha coloniza toda la casa hasta llegar a la habitación donde juega su hijo. El niño se llama Alfredo, tiene seis o siete años, y al escuchar el canto de su padre deja de jugar un instante… Luego vuelve a los juguetes con la melodía del canto de su padre en su cabeza y el susurro en su boca. Y así, muchísimas mañanas, tardes y noches, hasta la adolescencia.
Esos cantos del padre llegan nítidos a la memoria de Alfredo Bryce Echenique (Lima, 1939), casi ochenta años después, en una tarde limeña donde la luz deslumbrante del Pacífico entra por el gran ventanal del apartamento del escitor. El autor peruano está sentado en un sofá color marfil donde se hunde vestido de traje azul marino, camisa azul clara, corbata a juego y su infaltable chaleco, hoy de color esmeralda. Conserva su abundante cabello, solo que ya casi blanco.
Alfredo Bryce siembre ha hablado pausado, ahora más. Hijo de una familia acomodada de banqueros, no parece haber sido aquel otro niño de 4 o 5 años que su madre tenía que atar a la pata de la cama para que se estuviera quieto. Ríe ante ese recuerdo que él mismo cuenta en su reciente libro Permiso para despedirme. Antimemorias III (Anagrama).
Dice que es el último, que no sabe si la literatura lo dejó a él, o él a la literatura. Su vida literaria empezó en Lima, siguió en París y luego en España. Pocos años después de graduarse, como Doctor en Letras por la Universidad de San Marcos, viajó a París en 1964; allí estudió en La Sorbona Literatura francesa clásica y luego contemporánea. En 1970, con 31 años, publicó su primera novela que lo llevó a ocupar un lugar imprescindible en la literatura latinoamericana del último medio siglo: Un mundo para Julius.
Envuelto en esa luz suavizada por el invierno austral que alcanza a llegar a Lima, Alfredo Bryce Echenique evoca, por la plataforma zoom, su relación con las artes. A su espalda, un cuadro de Julia Navarrete, muy cerca, otros de Gerardo Chaves, dos pintores peruanos:
Autorretrato artístico de un escritor: Alfredo Bryce Echenique
“Estoy en un departamento en San Isidro, mi barrio de infancia y adolescencia, a donde he vuelto después de más de media vida fuera del Perú.
Mi primer recuerdo claro con las artes es de la música. Tenía unos seis o siete años, y recuerdo a mi padre cantando ópera en la ducha y otras partes de la casa en inglés o en italiano; era una maravilla. Y cuando no era él cantando, entonces se escuchaban los discos que él ponía. Era un gran aficionado a la ópera y a la zarzuela. Tenía una gran colección de discos que heredé. Desde muy chico viví oyendo esta música y me aficioné hasta hoy. Música clásica, en general.
La música que más he disfrutado es la de Vivaldi y la de Mahler, con sus sinfonías. Son mis compositores preferidos. La música barroca me gustó siempre, y Vivaldi es el más representativo.
De la música más moderna me gustan mucho las habaneras. La música contemporánea no la comparto. El reguetón y esos ritmos no me interesan.
En mi casa siempre hubo cuadros bonitos. Mi madre, cuando viajaba a Europa y visitaba los museos, traía copias de los cuadros que más le gustaban. Recuerdo uno en especial de El Greco: el sordo, el Retrato de Antonio de Covarrubias.
Toda la pintura me gusta. Aunque debo reconocer que me planto hasta antes del cubismo. Disfruto hasta la belleza de los impresionistas. De ellos me decanto por Monet.
Precisamente Stendhal, de quien se deriva el síndrome del temblor ante tanta belleza, preside mi último libro, Permiso para retirarme, con la frase “Escribió, amó y vivió”. Es uno de mis autores favoritos, sobre todo por La cartuja de Parma. Stendhal es formidable, me gusta que nunca puso un pie en Sicilia y escribió un libro maravilloso sobre esa isla que hoy la gente usa de guía. Era un hombre con una sensibilidad importantísima.
Yo experimenté el Síndrome Stendhal cuando visité el Museo del Louvre en París en los años sesenta y quedé deslumbrado ante tanta belleza. Lo visité con regularidad cuando viví en París en el Barrio Latino durante 16 años, de 1964 a 1980. Todas las salas me gustaban, no tenía predilección por una en concreto.
Cuando llegué a París la ciudad no me sorprendió, me pareció fea, estaba pintada de plomo oscuro, las fachadas de los edificios eran tristes. Hasta que Malraux, siendo ministro de Cultura, hizo lavar París y limpiar las fachadas hasta dejar la ciudad como la conocemos hoy.
Tuve una vida muy animada allí. Además de museos fui mucho al cine. Mi relación con el cine ha sido muy estrecha. De niño mi padre me llevaba al cine todos los domingos, y me aficioné. Tengo una videoteca inmensa formada a lo largo de los años y que va a heredar mi editor peruano Germán Coronado.
Mi película preferida es Tres amores, de Vicente Minnelli. Es una película que no cambia. La veo cada cierto tiempo. Son tres películas en una, la primera es con James Mason, la segunda con Ethel Barrymore y la tercera con Kirk Douglas. Tres historias de amor maravillosas. La primera vez que la vi fue en Lima en los años cincuenta. (Puedes ver el tráiler en este enlace)
Mi actor favorito es James Mason, actor inglés con la dentadura más fea de Hollywood. De las actrices me gustan Pier Angeli, y Moira Shearer me fascina. Pero la actriz que más me ha deslumbrado es Antonella Lualdi.
Del cine más reciente me gusta la película Esencia de mujer, con Al Pacino. Es extraordinaria.
Casi todos los días veo una película.
Otro aspecto que me gusta es la moda, el vestuario. El dandismo me atrae. En esto la sociedad ha ido para atrás. Suelo llevar traje y chaleco. Tengo una colección. Es una prenda que usaban mi padre y mi abuelo. Heredé ese gusto, y he tenido buenos amigos que usaban chalecos. Amigos como el pintor Alfredo Ruiz Rosas, que era coleccionista de chalecos, cuando falleció, su viuda me regaló varios de sus chalecos.
Todo eso forma parte de la belleza para mí. Pero la imagen de belleza para mí son los veraneos de la infancia y adolescencia que transcurrían en La Punta, un lugar en los exteriores de Lima. Ahí la vista del mar me electrizaba realmente.
Todavía hoy regreso a La Punta. Me gusta ver su mar encontrándose al fondo con el cielo. Suelo ir unas cinco veces al año y caminar por el borde del mar, es una idea muy romántica.
La belleza es un deslumbramiento.
En La punta alquilaba una casa y escribía…
Ahora ya no escribo más. Lo hacía en silencio absoluto. A una hora en que muy pocos autores escriben: después de almuerzo, y hasta la noche.
Pero ya me cerré para la escritura. Mi último libro fue Permiso para retirarme, y lo llevo a rajatabla. No sé quién abandonó a quién”.
Y Alfredo Bryce Echenique sonríe, mientras niega con la cabeza a la pregunta de qué está escribiendo. «Nada. Lo llevo a rajatabla»
- Alfredo Bryce Echenique (Lima, 1939).Es uno de los mayores exponentes de la literatura latinoamericana. Doctor en Letras por la Universidad de San Marcos, en 1964 se trasladó a Europa: vivió en Francia, Italia, Grecia, Alemania y España, para regresar de nuevo a su Perú natal, donde reside actualmente. Ha compatibilizado la enseñanza con la escritura. «A través de sus novelas y relatos, Bryce Echenique ha creado uno de los universos narrativos más originales de la literatura en español de finales del siglo XX y principios del XXI, siendo uno de los autores hispanoamericanos actuales más traducidos. Su obra ha recibido importantes premios. En Anagrama se han publicado las novelas Un mundo para Julius, con la que fue Premio Nacional de Literatura en Perú, Tantas veces Pedro, La vida exagerada de Martín Romaña, El hombre que hablaba de Octavia de Cádiz, La última mudanza de Felipe Carrillo, Dos señoras conversan, No me esperen en abril, Reo de nocturnidad, con la que obtuvo el Premio Nacional de Narrativa en España, y Dándole pena a la tristeza, así como la recopilación de cuentos La esposa del Rey de las Curvas, los volúmenes de antimemorias Permiso para vivir y Permiso para sentir y los libros de ensayos y artículos A vuelo de buen cubero (y otras crónicas), Crónicas personales, A trancas y barrancas y Crónicas perdidas».
Puedes ver AQUÍ el Autorretrato artístico de Elena Poniatowska.
Puedes ver AQUÍ el Autorretrato artístico de Piedad Bonnett.
Puedes ver AQUÍ el Autorretrato artístico de Rafael Argullol.
Puedes ver AQUÍ el Autorretrato artístico de Margo Glantz.
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