Apoya a WMagazín como mecenas cultural Apoya a WMagazín como mecenas cultural Apoya a WMagazín como mecenas cultural Apoya a WMagazín como mecenas cultural Apoya a WMagazín como mecenas cultural

El Nobel de literatura peruano Mario Vargas Llosa publica la novela ‘Le dedico mi silencio’ (Alfaguara). /Fotografía de Francesca Mantovani /Gallimard – Cortesía Alfaguara

Vargas Llosa reivindica la música criolla como contadora de historias y catalizadora para un mejor futuro en su última novela, ‘Le dedico mi silencio’

El Nobel peruano, de 87 años, se despide de la novelística con esta declaración de amor a su país, a la cultura popular y a la literatura como ficción y mestizaje de géneros a través de la música. Su protagonista sueña con una utopía: esa música peruana como aglutinadora de lo mejor del ser humano

Antes que la palabra escrita está la palabra cantada. La música popular como la gran contadora de la vida, de sus historias, aglutinadora de emociones, sueños, ideas y esperanzas, espejo de la igualdad del ser humano y punto de encuentro de la armonización entre todas las personas. Eso es la última novela de Mario Vargas Llosa, Le dedico mi silencio (Alfaguara). Y la última no solo como la más reciente, sino porque afirmó que es la última que escriba, teniendo en cuenta que, por su edad, 87 años, no le daría el tiempo suficiente para abordar, con su rigor acostumbrado, la escritura de otro proyecto de una envergadura similar.

Vargas Llosa (Arequipa, Perú, 1936) se despide del género novelístico con esta declaración de amor a la literatura como ficción y mestizaje de géneros a través de la música. Y con ella representa muchas de las cosas que para el Nobel peruano es su país. (Homenaje de WMagazín con sus cinco mejores novelas, AQUÍ).

Para eso ha elegido como espacio, Perú; como tiempo, los años noventa del siglo XX; como trama, la historia peruana de ese tiempo con el terrorismo de Sendero luminoso resquebrajando todo; y, como sueño, la utopía de la música como territorio de convergencia del reconocimiento más humano y convivencia de todos. Porque, como dice la editorial, “Le dedico mi silencio narra la historia de un hombre (Toño Azpilcueta) que soñó un país unido por la música, y enloqueció queriendo escribir un libro perfecto que lo contara”.

Vargas Llosa afirma que “el vals, nacido en los callejones de Lima, integró al Perú. Aquí cuento esa historia, y con ella agradezco un secreto amor que me ha acompañado toda la vida: el que siento por la música criolla y, en especial, por el vals de mi país”.

Crítica y amor por la música criolla

A luz de todo ello, Le dedico mi silencio es, también otras cosas:

  • una crítica a la sociedad incapaz de comprender y conciliar sus múltiples diferencias,
  • una crítica a buena parte del mundo que no reconoce que todos venimos del mestizaje,
    que no hay nada puro,
  • una crítica a ciertas élites intelectuales, culturales y sociales que desdeñan o no valoran
    lo suficiente la cultura popular como pilar de la formación el individuo,
  • y una crítica contra la discriminación de toda índole, del racismo al clasismo.

Todos venimos de todo eso, lo llevamos dentro, viene a decir Vargas Llosa en estas páginas.

Y nada mejor que recurrir, literal y metafóricamente, al gran poder de la música, sobre todo la popular, la criolla, como territorio situado entre esta vida, la de los sueños, la de la imaginación y la de las ideas y del pensamiento. Letras envueltas en notas musicales y melodías donde todo ser humano se reconoce.

Ya en sus primeros compases literarios, Vargas Llosa sitúa a su personaje, y alter ego:

“¿Por qué sabía tanto de música peruana Toño Azpilcueta? No había nadie en sus ancestros que hubiera sido cantante, guitarrista ni mucho menos bailarín. Su padre, un emigrante de algún pueblecito italiano, estuvo empleado en los ferrocarriles de la sierra del centro, se había pasado la vida viajando, y su madre había sido una señora que entraba y salía de los hospitales tratándose de muchos males. Murió en algún punto incierto de su infancia, y el recuerdo que de ella guardaba venía más de las fotografías que su padre le había mostrado que de experiencias vividas. No, no había antecedentes en su familia. Él comenzó solito, a los quince años, a escribir artículos sobre el folclore nacional cuando entendió que debía traducir en palabras las emociones que le producían los acordes de Felipe Pinglo y los otros cantantes de música criolla”.

Ahí están los latidos de la novela. Más que el argumento en sí, que es muy importante, lo que trasciende y hace más universal Le dedico mi silencio es su capacidad reivindicadora de un arte popular considerado, injustamente, “menor”, en la periferia, y sin mayor importancia, ni para las artes ni para la vida. Un arte transparente, nacido de las emociones, querido por todos, pero que muchos esconden o no reconocen o mencionan como un placer culpable.

No es el caso del protagonista, cuando en la novela se lee:

“Aunque los intelectuales peruanos que ostentaban cátedras universitarias o publicaban en editoriales prestigiosas lo despreciaran o ni siquiera supieran de su existencia, Toño no se sentía menos que ellos. Puede que no supiera mucho de historia universal ni estuviera al tanto de las modas filosóficas francesas, pero se sabía la música y la letra de todas las marineras, pasillos y huainitos”.

La importancia de esta música peruana para sus pobladores, y por extensión de las populares de cualquier país, la reconoce el propio Mario Vargas en una entrevista concedida a su editorial:

“No es posible que una familia peruana no tenga contactos con esa música. En mi caso, seguramente, hay muchos elementos profundos relacionados con ella, porque siempre he sentido una atracción grande por la música criolla, así que a la hora de escribir es inevitable que se cuele en mis personajes. Pero hasta este momento nunca había sido un asunto tan central de una novela mía. He tenido que esperar a mis ochenta y siete años para que lo sea”.

Viaje a la infancia y a los orígenes de la música

Le dedico mi silencio es un doble viaje a los orígenes: el que hace el propio Vargas Llosa a su vida, a la banda sonora de su infancia, a los primeros brotes de su interés por la cultura y a los territorios donde viajó para investigar sobre esta música criolla vista con aires cursis o de huachafería, expresión peruana. El segundo viaje es el que hace a los orígenes de esta música y su avance y enraizamiento en Perú.

Sobre el primer viaje a sus orígenes de la cultura popular Vargas Llosa confiesa:

“Sin ninguna duda, me seducen, pero guardando una cierta distancia, por supuesto. Hay una ligazón con esos excesos que quizá esté en la raíz de mi vocación de novelista, pero al mismo tiempo tengo una mirada crítica sobre ellos a la hora de reflexionar, pensar, etcétera”.

Es ahí cuando empieza a imbricar el segundo viaje, al origen de esa música:

“Como hago siempre, me documenté y leí mucho, tanto sobre el origen de la música peruana como sobre todo lo que la rodea, el aspecto artístico y el social, y, también, sobre el país, sobre la clase media peruana, sobre la huachafería. Eso se refleja, efectivamente, un poco en las partes del libro que son los artículos de Toño en distintas publicaciones y en el libro que está escribiendo (porque en algunas partes del libro hay ambigüedad sobre si se trata de artículos o de su libro). Y en el viaje al norte en 2022 aproveché para hablar con algunas personas, vi a algunos músicos y fui a una peña criolla. Siempre necesito investigar bien los asuntos de los que escribo, aunque luego me tome todas las libertades de un novelista”.

Estructura narrativa en doble élice

Esos dos viajes se sustancian en la estructura de la novela: los capítulos impares cuentan la historia de Toño (lo más narrativo y ficcional) y en los pares el libro que está escribiendo Toño (lo más ensayístico e intelectual sobre la música). Una fórmula similar usada en varias de sus obras, como en La tía Julia y el escribidor, donde la música, también, está presente.

Dos líneas narrativas que aquí se complementan y dialogan. Surge, entonces, un homenaje, también, a la creación literaria: de dónde vienen las ideas, cómo se forman, cómo evolucionan, cómo un arte popular inspira en silencio y modela a un escritor.

Es la música como punto de encuentro, territorio neutral de las sombras humanas desde donde se sueña una utopía, explicada así por su autor-soñador:

“La novela transcurre en los noventa, en medio de los ataques terrorista de Sendero Luminoso. Toño quiere unir al Perú, pero el Perú está más dividido que nunca. ¿El proyecto de Toño es una forma más de la utopía? Sí, en cierta forma es una utopía, que es un tema que siempre me ha perseguido. Son utopías que terminan mal, pero que ayudan a vivir, y en este caso la utopía consiste en que la música criolla va a unificar al Perú de forma definitiva”.

Es la novela número veinte de Vargas Llosa, publicada sesenta años después de la primera, en 1963: La ciudad y los perros. Las dos muy personales y vivenciales. La primera escrita por un veinteañero lleno de sueños y proyectos literarios, a través de un adolescente mirando al mundo hacia a delante; la última, escrita por el mismo autor ya octogenario y con los reconocimientos merecidos, a través de un hombre que sueña con que la música cambie su país querido, y por ende el mundo.

***

Suscríbete gratis a la Newsletter de WMagazín en este enlace.

Te invitamos a ser mecenas de WMagazín y apoyar el periodismo cultural de calidad e independiente, es muy fácil, las indicaciones las puedes ver en este enlace.

Para quienes conocen poco o nada WMagazín el siguiente es un Fotorrelato de la revista:

Descubre aquí las secciones de WMagazín.

Reportajes especiales y debates de nuestra época en la portada de WMagazín.
Winston Manrique Sabogal

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Suscríbete a nuestra newsletter · Suscríbete a nuestra newsletter · Suscríbete a nuestra newsletter · Suscríbete a nuestra newsletter · Suscríbete a nuestra newsletter ·