Vuelve el esplendor de ‘Los libros de la selva’, de Rudyard Kipling
Una nueva traducción de una de las obras más populares del Nobel de Literatura británico recuerda su don para narrar desde la sencillez la aventura, el asombro y la complejidad del ser humano. WMagazín publica un pasaje de uno de los cuentos editados por editorial Alba
Presentación WMagazín El daimon de Rudyard Kipling sigue intacto casi siglo y medio después de sus primeros relatos y, por el contrario, su embrujo para contar historias se enriquece con los años. Pocos autores han hecho de la sencillez la manera más profunda para retratar la complejidad del ser humano y su alma, sin que apenas nos demos cuenta. La nueva traducción de Los libros de la selva, a cargo de Catalina Martínez Muñoz, en Editorial Alba, recuerda la grandeza de un escritor, y Nobel de Literatura de 1907, ya no solo por su capacidad imaginativa de contar la vida a través de fábulas, sino por el talento de su prosa y la hondura de su mirada sin pedantería.
WMagazín publica un pasaje de Los libros de la selva, de Kipling (Bombay, India, 1865 – Londres, Inglaterra, 1936), siete cuentos del primer libro y ocho del segundo, además de En el ruj (1893), el relato donde el personaje de Mougli apareció por primera vez. Fábulas para todo tipo de lectores.
Son cuentos protagonizados por animales en India y en otros lugares que entonces eran vistos como exóticos y que Kipling escribió antes de los treinta años para revistas, entre 1893 y 1894. Esta edición nos recuerda que este mundo es más que Mougli, el niño adoptado por una familia de lobos, guiado por Baloo, el oso; Baguira, la pantera; y Ka, la serpiente pitón, mientras a su alrededor están el tigre y otros animales al acecho. También hay historias que suceden en el Ártico, como las de La foca blanca y Quiquern. “Cierto es, por otro lado, que el sueño infantil de ser hermano de todos los animales y de verse libre de todas las restricciones humanas está presente en casi todos los cuentos con un poder cautivador”, reseña la editorial.
Rudyard Kipling es un autor soslayado por quienes solo ven en él su dimensión imperialista, producto de su tiempo, pero se olvidan de su talento artístico. Ahí están otras obras suyas como Kim, El hombre que pudo reinar, y poemas como el famoso If (Si), del que han bebido tantos y tantos autores:
Si puedes conservar la cabeza cuando a tu alrededor todos la pierden y te echan la culpa; si puedes confiar en ti mismo cuando los demás dudan de ti, pero al mismo tiempo tienes en cuenta su duda;
Si puedes esperar y no cansarte de la espera, o siendo engañado por los que te rodean, no pagar con mentiras, o siendo odiado no dar cabida al odio, y no obstante no parecer demasiado bueno, ni hablar con demasiada sabiduría…
Si puedes soñar y no dejar que los sueños te dominen; si puedes pensar y no hacer de los pensamientos tu objetivo; si puedes encontrarte con el triunfo y el fracaso (desastre)y tratar a estos dos impostores de la misma manera…
Rudyard Kipling nació en 1865 en Bombay, donde su padre era profesor de escultura arquitectónica y director de la recién fundada Escuela de Arte Sir Jamsetjee Jeejebhoy. Como era costumbre en la época, cuando cumplió cinco años lo mandaron, con su hermana Alice a Inglaterra a una especie de internado en Southsea, especialmente concebido para hijos de “angloíndios” (así llamaban a los ingleses establecidos en la India): allí pasaron siete años. Luego estudió en Devon, en el United Services College. Volvió a la India en 1882 para trabajar como reportero. En 1888 publicó una colección de esbozos, poemas y cuentos ya aparecidos en la prensa, con el título de Plain Tales of the Hills. Cuando un año después volvía a Londres, era ya una celebridad.
La traductora Catalina Martínez Muñoz busca el equilibrio entre la tradición y la modernidad. Ha traducido más de 200 títulos de autores de diversas épocas y géneros, de Robert Louis Stevenson, Joseph Conrad y D.H. Lawrence a Virginia Woolf, Edith Wharton, Willa Cather o Doris Lessing. En 2018 recibió el Premio de Traducción Esther Benítez en su decimotercera edición por la novela Mi prima Rachel, de Daphne du Maurier, editada por Alba en 2017.
El siguiente es un pasaje del primer relato de Los libros de la selva, de Rudyard Kipling:
'Los hermanos de Mougli'
Por Rudyard Kipling
Cuando asoma la luna sobre el risco
y despliega el murciélago sus alas,
se refugia el rebaño en sus apriscos
y el milano real regresa a su guarida.
¡Garras, zarpas, orgullosos colmillos!
Ya resuena el aullido de las fieras.
¡Es hora de exhibir nuestro poder!
¡Escuchad la llamada! ¡Buena caza
a todos los que la Ley de la Selva acatan!
Canción de buenas noches en la selva
Eran las siete de una tarde muy calurosa en las montañas de Sioni cuando Padre Lobo, que había pasado el día entero durmiendo, se despertó, se rascó, bostezó y estiró las patas una por una para desentumecerse. Madre Loba estaba acostada, con el hocico grande y gris apoyado en sus lobatos, que eran cuatro animalillos revoltosos y gritones. La luna brillaba en la boca de la cueva donde vivía la familia.
–Arggg –dijo Padre Lobo–, es hora de ir de caza.
Y ya estaba a punto de salir corriendo monte abajo cuando una sombra pequeña, con una cola como un plumero, apareció en el umbral y en tono quejumbroso saludó así:
–Que la suerte vaya contigo, oh, jefe de los lobos. Y que la suerte y unos colmillos blancos y fuertes vayan también con tus nobles hijos, para que nunca se olviden de los hambrientos de este mundo.
Era el chacal Tabaqui, el rebañaplatos. Y los lobos de la India desprecian a Tabaqui, porque va por ahí haciendo travesuras, contando chismes y comiendo trapos y trozos de cuero que encuentra en los vertederos de las aldeas. Pero también lo temen, porque tiene tendencia a enfadarse más que nadie en la selva, y cuando se enfada se olvida del miedo y muerde todo lo que encuentra a su paso. Hasta el tigre corre a esconderse cuando el pequeño Tabaqui se enfada, porque enfadarse es lo peor que le puede ocurrir a un animal salvaje. Es lo que nosotros llamamos hidrofobia y ellos diwani: locura.
–Entra y busca –dijo Padre Lobo con formalidad–, pero aquí no hay comida.
–No la hay para un lobo –respondió Tabaqui–, pero para un ser tan mísero como yo hasta un hueso pelado es un buen festín. ¿Quiénes somos nosotros, los chacales, para elegir y escoger? –Se escabulló al fondo del cubil, donde encontró el hueso de un ciervo con restos de carne y muy contento se sentó a cascarlo por un extremo–. Muchas gracias por esta excelente comida –dijo, relamiéndose–. ¡Qué preciosos son tus nobles hijos! ¡Y tan jóvenes, además! ¡Qué ojos tan grandes tienen! Claro, claro, había olvidado que los hijos de los reyes son hombres desde el principio.
Y es que Tabaqui sabía, como todo el mundo, que no hay cosa peor que alabar a los niños estando ellos presentes, y le alegró ver que Madre Loba y Padre Lobo parecían incómodos.
Tabaqui se quedó un rato callado, regodeándose en su fechoría, y después dijo con rencor –Shir Jan, el Grande, ha cambiado su territorio de caza. Vendrá a cazar a estas montañas durante la próxima luna. Eso me ha dicho.
Shir Jan era el tigre que vivía cerca del río Waingunga, a unos treinta y cinco kilómetros aproximadamente.
–¡No tiene derecho! –dijo Padre Lobo, furioso–. Según la Ley de la Selva nadie puede cambiar de territorio sin avisar primero. Ahuyentará toda la caza en quince kilómetros a la redonda, y yo ahora tengo que matar para dos.
–Por algo su madre lo llamaba Langri [el Cojo] –dijo Madre Loba con voz queda–, porque nació cojo de una pata y solo caza ganado. Ahora que los aldeanos del Waingunga están enfadados con él, ha venido aquí a molestar a los nuestros. Lo buscarán por todos los rincones de la selva, y tendremos que huir con nuestros hijos cuando prendan fuego a la maleza. ¡La verdad es que le estamos muy agradecidos a Shir Jan!
–¿Quieres que le transmita tu gratitud? –preguntó Tabaqui.
–¡Fuera de aquí! –le espetó Padre Lobo–. Lárgate y ve a cazar con tu amo. Ya has hecho suficiente daño por una noche.
–Sí, ya me voy –dijo Tabaqui tranquilamente–. Ya se oye a Shir Jan en los matorrales. Podía haberme ahorrado la noticia.
Padre Lobo aguzó el oído, y abajo, en el valle, por donde pasaba un riachuelo, oyó el rugido áspero, iracundo, quejumbroso de un tigre que no ha cazado nada y a quien le trae sin cuidado que toda la selva se entere.
–¡Será idiota! –dijo Padre Lobo–. ¡Mira que empezar el trabajo con ese ruido! ¿Se habrá creído que nuestros ciervos son como esos bueyes gordos del Waingunga?
–Calla. No son bueyes ni ciervos lo que busca esta noche –dijo Madre Loba–. Busca hombres. –El lamento se había convertido en una especie de ronquido que parecía llegar de los cuatro puntos cardinales. Era el ruido que asusta a los leñadores y a los gitanos que duermen al raso y que, en su huida, a veces terminan en las mismas fauces del tigre…
- Los libros de la selva. Rudyard Kipling. Traducción: Catalina Martínez Muñoz (Alba).
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