Tahar Ben Jelloun: «Al pueblo le gusta la dictadura. La muchedumbre es fascista»
El escritor marroquí en lengua francesa publica 'El castigo', unas memorias narrativas sobre los 19 meses del infierno en que estuvo reclutado por el ejército hace 50 años. Una denuncia y un canto a la vida y al arte como tabla de salvación
Gracias a la belleza y al arte Tahar Ben Jelloun pudo sobrevivir a un calvario entre los 21 y los 22 años. Nunca había escrito sobre aquel infierno al que fue sometido durante diecinueve meses, junto a 94 estudiantes marroquíes, en un campo disciplinario por participar en 1965 en una manifestación pacífica contra unas medidas del gobierno en los llamados «años del plomo» del reinado de Hassan II. Tiempos oscuros que al final lo convertirían en escritor.
Aquellos años estaban inquietos en un rincón de su alma y de su memoria. Poco a poco se apaciguaron y un día decidió escribir su experiencia con un título directo: El castigo (Cabaret Voltaire). Había pasado medio siglo de esa manifestación «reprimida con sangre y fuego» en 1965 cuando estudiaba Filosofía en Rabat, de la visita que recibió al año siguiente en su casa con la orden de reclutamiento porque «a este hijo de puta lo vamos a enderezar», y de esos meses en que militares despiadados intentaron hacerle la vida imposible. Es así como El castigo lo abre con esta frase: «El 16 de junio de 1966 fue una de esas mañanas que mi madre atesoró en su memoria para contársela, según dice ella, a su sepulturero».
Es de noche, y Tahar Ben Jelloun (Fez, Marrruecos, 1944) cuenta en un salón de la Alianza Francesa en Madrid su historia con total serenidad. Está en paz con su pasado. El castigo es el retrato de esa época terrible, pero también un homenaje a la vida y un canto a esas cosas que lo ayudaron a no hundirse: la literatura, el cine, la radio, cerrar los ojos e imaginar… Es una novela testimonial escrita con sencillez y una gran sensibilidad poética esparcida de reflexiones sobre la injusticia, la crueldad y la condición humana. Resistencia, dignidad y amor son tres elementos sustanciales de aquellos diecinueve meses.
En pleno infierno, el joven lector Ben Jelloun recibió un regalo de su hermano, determinante en todos los aspectos de su vida y que lo empujarían a convertirse en escritor: Ulises, de James Joyce. No solo leyó ese libro entonces sino que en estas memorias que ha publicado le dedica a Mr. Joyce un pasaje inolvidable. La pregunta es si este escritor marroquí en lengua francesa ha vuelto a leer a Joyce.
Sonríe primero, luego ríe sin complejos mientras se endereza en la silla y contesta que sí, que sí ha vuelto a leerlo.
“Es un libro que me abrió muchas vías y puertas. Joyce es un genio de la escritura… No hay nada más diferente que un marroquí y un irlandés”.
El párrafo que dedica hacia el final al creador de Ulises resume aquellos días, su vida, su escritura y su sensibilidad. Al escuchar la lectura de su propia escritura, Ben Jelloun guarda silencio con una mirada meditativa:
«Tengo junto a mí la novela de James Joyce. La he llevado de un lado a otro y está sucia e impregnada de ese olor del cautiverio. Al abrirla, no consigo pasar más de una o dos páginas No leo, solo recuerdo. Y los recuerdos no huelen bien. Mr. Joyce, le pido disculpas, su obra maestra se ensució con unos sufrimientos que ni remotamente hubiera usted imaginado. Se ha visto mezclada a algo brutal, enlodada por un entorno triste y nauseabundo. Pero su presencia me ayudó tanto, me infundió tantas esperanzas e ideas. Mr. Joyce, su audacia de creador me impresionó. Soñaba con llegar un día a alcanzar algo que se acercara a esa audacia, garantía de libertad y de victoria sobre la mezquindad del mundo».
…»Qué bien lees», es lo primero que atina a decir para cortar el momento conmovedor que ha creado su escritura. «Es un homenaje a Joyce».
Y El castigo es un ejemplo de cómo el arte y la belleza pueden ayudar a la gente a soportar o sobrevivir. Sus páginas están llenas de referencias a la literatura, al cine…
«El cine es parte esencial de mi vida. Veo una película cada día, lo hacía antes y ahora… en la televisión, en el cine, en DVD. Cuando yo era joven eso era como un atajo y una libertad, incluso dirigí un Cine club, cuando tenía 15 años».
En El castigo hay unos conceptos muy importantes como resistencia, de todo tipo, física pero también la voluntad de leer, dignidad y amor en su sentido más amplio, amor por alguien pero sobre todo por la literatura, por los compañeros…
«Es que el castigo a que estábamos sometidos era eso: además del maltrato físico y las vejaciones, era el privarnos de todo lo que constituía para mí el oxígeno, como escuchar música, ver una película, leer…
No teníamos información de lo que nos iba a ocurrir, ni cuánto tiempo íbamos a estar, ni si nos iban a llevar a la guerra, ni podíamos protestar. Lo más duro fue la falta de libertad y de todos los elementos culturales y saber que éramos espiados porque había soplones con nosotros. Era distinto de estar en una cárcel porque cuando vas a una cárcel sabes la condena, el tiempo y qué has cometido. Si tenías dolor de barriga te impedían ir a la enfermería, y el peor insulto era que te dijeran que eras una mujercita. Yo era una persona solitaria, tenía dos o tres amigos, o más o menos amigos; todo el mundo estaba mal y no había solidaridad. Entonces yo hacía un esfuerzo muy grande, cerraba los ojos y veía películas. Allí descubrí el transistor que alquilaba a un compañero y ahí escuchaba las informaciones del mundo».
Todo fue a parar a un rincón de su memoria. Al salir, desde 1968 ejerció como profesor en Tetuán y Casablanca. En 1971 se fue a Francia donde se doctoró en la Universidad de París. Se hizo poeta, narrador y ensayista en lengua francesa con libros que hablan de su cultura magrebí. De sus libros destacan Harruda, El niño de arena, La noche sagrada, novela con la cual en 1997 alcanzó gran notoriedad al obtener del Premio Goncourt. Le siguieron títulos como Tánger, Elogio a la amistad, el primer amor es siempre el último, Papá, ¿qué es el racismo?, Mi madre, La felicidad conyugal, El retorno y La primavera árabe. Desde 2008 es miembro de la Academia Goncourt.
Cinco décadas después de sus años oscuros, Ben Jelloun está tranquilo. A pesar de la tragedia allí descrita, El castigo tiene una cierta respiración serena en la propia narración…
«Fue un momento de serenidad al contarlo, y ahora también, pero no fue así entonces… La serenidad es ahora.
La memoria estaba conmigo, me acompañaba… A veces la memoria te ofrece detalles insignificantes, pero que son valiosos, y cosas graves, era impresionante…
La verdad es que pude tomar distancia como si fuese otra persona».
Esa experiencia le sirvió para analizar temas en sus libros como el integrismo y el racismo y los prejuicios. Cuestiones que le preocupan hoy por el brote que parecen tener en diferentes países y se muestra desconcertado frente a asuntos como la insolidaridad.
«En Francia la gente que ayuda a los refugiados clandestinos va a la cárcel. En mi época había una solidaridad real… Ahora ven un peligro en la emigración, la ven como una invasión… El porcentaje de migrantes del 45 no ha cambiado. La guerra de Argelia es un poco la fuente de los problemas que se viven a hora, la sociedad está dividida en los que estaban a favor de la Argelia francesa y los que estaban a favor de la independencia.
Luego vino el Islam y afloraron otras cuestiones. Un amigo egipcio me dijo: ‘Que bien que ahora con los chalecos amarillos dejan de meterse con el islam».
Sobre la intolerancia y la insolidaridad, el populismo y algunas posturas radicales de políticos y gobiernos, Tahar Ben Jelloun tiene una teoría:
«Al pueblo le gusta la dictadura. La muchedumbre es fascista, aunque la izquierda haya idealizado un poco al pueblo. Es el pueblo el que vota. En Italia han votado a un admirador de Mussolini y ha suprimido una ley que prohibía elogiar a Mussolini. Es el miedo… es el peor enemigo, y las noticias falsas, las llamadas fake news».
Pero El castigo es una lección de vida y de armonía y de llamado a luchar por lo que se ama. Y aquí jugó un papel esencial el arte, la lectura. Ante la curiosidad por saber cuándo fue el primer momento que Tahar Ben Jellou, gran fabulador en sus ficciones y analista del mundo, tuvo conciencia de que estaba contemplando algo bello el escritor deja asomar una sonrisa mientras dice:
«Es una pregunta muy bonita… Ese momento fue al estar delante del Perro semihundido, de Goya. ¡Extraordinario! Fue hace cincuenta años, porque después de la salida del castigo viajé a Madrid y fui al Museo del Prado y lo tuve delante. Fue una sensación de ver algo genial, fantástico».
Fueron los días en que publicó su primer poemario.
En 1971 los militares que lo castigaron a él y 93 estudiantes más «por pedir un poquito de democracia» intentaron derrocar a Hassan II. El miedo otra vez. Son momentos de incertidumbre. El golpe es fallido. Ben Jelloun lo evoca en su libro:
«Me siento mejor. No estaba en el garden party del rey, pero acabo de salvar milagrosamente mi pellejo. Si Abadu hubiera triunfado, nuestras vidas, las de los castigados por Hassan II, habrían valido poco. Nos habrían alistado a la fuerza y habría pasado a cuchillo a quien se hubiera atrevido a desobedecerlo. Abadu era así».
Los militares golpistas fueron ejecutados. Lo vieron por la televisión. El miedo. Su madre cocinó un plato de cuscús que ofreció a los pobres y le dijo al joven Tahar: «Dios está con nosotros». Y él pensó: «Dios o el azar, Dios o el destino».
Dios o el azar o el destino le han dado un nombre a Tahar Ben Jelloun. Hace ya mucho mucho tiempo. Aunque para escribir aquellos días asomados al infierno y «regresar a esa historia, a encontrar las palabras para contarla», necesitó medio siglo.
- El castigo. Tahar Ben Jelloun. Traducción de Malika Embarek López (Cabaret Voltaire).
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