El brillo y las lecciones de Milena Jesenská más allá de Franz Kafka, según Monika Zgustova
La escritora y traductora checo española novela la vida de Milena Jesenská en 'Soy Milena de Praga'. Una mujer adelantada a su tiempo, que se rebeló contra lo establecido en lo personal, social y político en una época muy complicada y turbulenta. Publicamos un pasaje del libro
Presentación WMagazín Tres mundos en uno a través de la vida de una mujer: Milena Jesenská (Praga, 1896 – campo de concentración de Ravensbrük, Alemania, 1944). Es el desmoronamiento del mundo con el que nace Checoslovaquia, casi al tiempo que se resquebraja, mientras lleva dentro la fuerza para emerger y proyectarse, incluso, al siglo XXI. Un destino que se aprecia en la vida de Milena, la amiga o amante de Franz Kafka, recreada por Monika Zgustova en Soy Milena de Praga (Galaxia Gutenberg). Una novela de trazo fino y hondo construida a partir de escritos, artículos, cartas de Milena y de los testimonios de quienes la conocieron. Una mujer que creía en ella y buscaba su sitio, por lo cual se rebeló contra lo establecido en lo personal, social y político en una época muy complicada y turbulenta, el periodo de entre guerras y arribo, a su país, del nazismo y de las tropas comunistas.
Monika Zgustova trabaja con delicadeza y acierto la voz en primera persona de Milena Jesenská en esta narración personal e histórica que conmueve y nos abre los ojos ante las injusticias, desatinos de la vida y las necesidades del ser humano por ganar su libertad en todos los ámbitos, del feminismo y el sexual al político. El acercamiento a voces de mujeres con destinos trágicos ya lo trató Zgustova en Vestidas para un baile en la nieve, ese libro extraordinario de testimonios de varias mujeres que fueron enviadas a los campos de prisioneros soviéticos y que muestran cómo la cultura y la lectura les sirvieron de refugio. (Fue elegido uno de los libros del año de WMagazín en 2017)
WMagazín publica un fragmento de Soy Milena de Praga que crea un retrato de época. Periodista, traductora y escritora que tuvo una relación con Kafka entre 1920 y 1922 que fue determinante en su vida y que le sirvió para fortalecerse y que aflorara la mujer que realmente quería ser. Un detalle que muestra la calidad, sensibilidad y naturalidad de la narrativa es el comienzo de la novela: la manera en que la voz de Monika Zgustova nos introduce en un mundo y cómo da paso a la voz de Milena Jesenská a quien empezamos a ver, poco a poco, y ya se queda con nosotros.
Milena Jesenská fue mucho más que una de las amigas más importantes de Franz Kafka. La novela restituye la figura completa de esta mujer, recuerda que ella fue también madre, periodista, traductora, escritora, parte de la élite intelectual que se reunía en los cafés de Viena, junto a Musil, Karl Kraus, Werfel o Hermann Broch, miembro de la resistencia cuando las tropas nazis invadieron su país, Checoslovaquia. Milena, recuerda lal editorial, «se rebeló contra el orden tradicional que quiso imponerle su padre, contra lo que su marido le exigía en su matrimonio, contra el papel secundario que se asignaba a las mujeres en las redacciones de los periódicos y en el mundo laboral. Y fue generosa amante de hombres y mujeres en rebeldía contra los límites impuestos al amor”.
El siguiente es un pasaje de cuando Milena Jesenská conoce al que será su marido, en cuya evocación abre puertas sobre su vida personal, familiar, social, intelectual y política:
Soy Milena de Praga
Por Monika Zgustova
Intento imaginarme los comentarios de Ernst sobre mi nuevo modelito; tal vez ni siquiera reconocerá a esa Cenicienta convertida en baronesa de veintitrés años en el baile. Nunca dejo de pensar en Ernst, ese célebre crítico literario al que temían todos los escritores praguenses, pero también los vieneses y los alemanes.
Nos conocimos en un café, no podía ser de otra manera. A mi compañera de estudios, Staša, la invitó al Montmartre su amigo, el periodista y escritor Egon Erwin Kisch, y ambos me animaron a que me uniera a ellos. Kisch se sentó entre Staša y yo, era él quien había reunido a toda la compañía para leernos lo que había escrito sobre el café de Montmartre antes de que se publicara su libro. Pedí un chocolate caliente, bien espeso. Kisch tomaba ya su segundo coñac para armarse de valor, porque, según me confesó, tenía delante al crítico más exigente de Praga.
Era un hombre de la edad de Kisch, unos diez años mayor que Staša y yo; creo que ya me lo habían presentado en el café Arco. Hablaba en voz baja y algo ronca sobre los poetas contemporáneos y captaba plenamente la atención de todos los presentes. Lanzaba miradas irritadas a Staša, porque por encima del hombro de Kisch, mi amiga me estaba contando un chiste que no terminaba nunca, y del que ella se reía a carcajadas antes de concluir. Yo me preguntaba cómo aquel hombre, que susurraba como si tuviera las cuerdas vocales inflamadas, podía cautivar con sus sosas tesis a aquella docena de personas.
Excepto a Staša, claro.
(…)
Mi padre esperaba que para entonces me hubiera cansado de Ernst Polak. Pero calculó mal. Tal vez le hubiera hecho caso a mi madre, la habría consultado como a una amiga, pero mi madre me faltaba desde que tenía trece años. Solo podía hablar con mis amigas; eran las únicas en las que confiaba. Sin embargo, mis queridas Staša y Jarmila eran tan alborotadoras e irreflexivas como yo.
Sentía un vacío sin fondo por mi madre, que me dejaba peinar su larga melena todos los días. Vivíamos en la calle Ovocná y mi madre solía llevarme a pasear a lo largo del río Moldava y a Žofín. Le pedía que subiéramos al monte Petřín, pero su salud no se lo permitía. A veces me sorprendía en casa bailando y deslizándome por el suelo de madera abrillantada de nuestro enorme apartamento, y entonces se unía a mí, pero no aguantaba mucho tiempo, se ahogaba. Un día me regaló una bolita de cristal con efecto arco iris.
–Cuando estés triste o enferma, mira dentro: hay un mundo de belleza cambiante encerrado en ella, y yo te estaré esperando allí.
Y finalmente se apagó como una vela.
Tras la muerte de mi madre, mi padre se volvió ensimismado e introvertido. Solo meses más tarde buscó compañía y se acostumbró a salir por la noche.
En aquella época me enamoré de mi profesora de checo: le escribí varias cartas y ella me contestó, pero no llegamos a nada, así que me incliné por mis amigas de Minerva y, más tarde, por las de la universidad. Mi padre, guapo y admirado en sociedad, un médico y profesor universitario célebre incluso fuera de AustriaHungría, me colmaba de dinero para poder descansar de mí y disfrutar de su tiempo libre. Y como yo conseguía los billetes con tanta facilidad, los tiraba a manos llenas.
Solo los fines de semana se los dedicaba a mi padre: salíamos de excursión y caminábamos hasta cuarenta kilómetros con sus amistades.
Estoy flotando por la elegante Kärtnerstrasse hacia la catedral de San Esteban. Me detengo ante el largo espejo de una perfumería y no me reconozco: ¡esta joven vestida con un gusto exquisito no es la torpe Milena vienesa! ¿Qué dirá mi marido que ya se ha cansado de mí? Era tan diferente en Praga, ese Ernst de los labios suaves, los ojos soñadores, el cuerpo flexible de un hombre sedentario. Y también con un apartamento repleto de estanterías de libros… Íbamos a conciertos de música clásica al Rudolfi num, al Nuevo Teatro Alemán y a veces al Teatro Nacional, a fi estas literarias y a inauguraciones de exposiciones. Esa era mi escuela; los profesores universitarios no podían atraerme con sus teorías, yo solo quería aprender de Ernst.
Aparte de deslizarme alegremente por Praga, durante las horas que Ernst trabajaba en el banco me gustaba rodearme de libros y diccionarios, y me tomaba en serio mis clases de francés e inglés. El alemán me lo prohibía mi padre porque lo consideraba la lengua del enemigo. Sin embargo, Bohemia pertenecía al Imperio austrohúngaro, y en las calles se oía mucho alemán, así como yidis y otras lenguas del imperio; había tres teatros alemanes en Praga y varias librerías, periódicos y revistas alemanas. Soñaba con ser traductora, pero mis propósitos nunca duraban mucho. Después de estudiar en Minerva, la universidad no me supo seducir; ni medicina, ni música.
Cuando estaba en el sanatorio de Veleslavín, Ernst solía venir a verme, y caminábamos juntos por los senderos del parque a escondidas, para que las enfermeras no nos vieran, porque se lo soplarían a mi padre y yo, al volver, tendría en casa un infierno.
- Soy Milena de Praga. Monika Zgutova (Galaxia Gutenberg).
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