El origen del mito Yukio Mishima: el duelo de su vida con la belleza, el erotismo y la muerte
El 25 de noviembre de 1970 el escritor japonés se hizo el harakiri y el 25 de noviembre de 1948 había empezado a escribir su gran obra biográfica, 'Confesiones de una máscara', donde preludia su destino. WMagazín publica un pasaje clave del libro 'Yukio Mishima. Vida y muerte del último samurái' que indaga en el misterio de uno de los grandes escritores del siglo XX
Presentación WMagazín Confesiones de una máscara, Sed de amor, El rumor del oleaje, El pabellón de oro, El marino que perdió la gracia del mar, El mar de la fertildiad… El jueves 25 de noviembre de 1970 el autor de estos libros, Yukio Mishima, con 45 años, se quitó la vida en el rito del harakiri en un cuartel militar de Tokio. En ese momento el prestigio que tenía en Japón pasó al territorio del mito y su nombre fue un tanto eclipsado allí. Pero en el resto del mundo Mishima empezó a brillar al conquistar cada vez más lectores. Era el escritor más conocido y reconocido de su país y fuera de este en el siglo XX junto a Yasunari Kawabata (Nobel de 1968). Belleza, erotismo y muerte eran los conceptos con los cuales él mismo definía su literatura compuesta de novelas, cuentos, obras de teatro, poemas, ensayos… Sus ideas políticas, un hombre nacionalista de derechas que pedía la restauración del emperador, su acercamiento a la sexualidad, era homosexual y al morir tenía esposa, y su mirada especial sobre la vida siempre vista a través de la belleza y su celebración, incluso en los actos y gestos oscuros o censurables, marcaron su existencia y su creación. ¿Cómo una persona con ese talento y prestigio ya alcanzado a los 45 año se quitó la vida? Isidro-Juan Palacios (España, 1950) entra en el mundo misterioso del gran autor japonés en el libro Yukio Mishima. Vida y muerte del último samurái (La esfera de los libros).
WMagazín publica, en primicia, un capítulo clave de la vida de Mishima: Confesiones de una máscara. Una obra con tintes autobiográficos que empezó a escribir el 25 de noviembre de 1948, cinco meses después del suicidio del escritor Osamu Dazai en compañía de su joven amante y de que su padre le permitiera seguir el destino de escritor con la condición de que fuera el mejor. En Confesiones de una máscara el escritor japonés echa un vistazo al pasado de su vida, más interior que exterior al mostrar su despertar ante el mundo, las pulsiones homosexules de un joven, la atracción por los cuerpos vigorosos y la fascinación por la idea de la muerte. Isidro-Juan Palacios recupera estas palabras: «Hablar o escribir así, con franqueza, en este país equivale a hacerse el seppuku’. Con lo que el suicidio ritual de Mishima comenzó precisamente aquí —este fue su verdadero inicio—, mientras que el llevado a cabo el 25 de noviembre de 1970 fue su verdadero final».
Isidro-Juan Palacios recuerda que Mishima «a la edad de su muerte, a los cuarenta y cinco años, había escrito ya, entre novelas, ensayos, cuentos, piezas teatrales, guiones cinematográficos… doscientas cuarenta y cuatro obras. Conocía a la perfección varios estilos de su lengua, así como el japonés medieval; intervenía en sus propias películas como actor y codirector; dirigía la escena e interpretaba papeles en el teatro; fue perfecto calígrafo, maestro de kendo, piloto de reactores, atleta, orador consumado; fundó el Tate-no-kai (Sociedad del Escudo) y hablaba varios idiomas europeos. Yasunari Kawabata, Premio Nobel de literatura de 1968, dijo de él: ‘Un genio como Mishima solo aparece en la humanidad cada trescientos o cuatrocientos años’. Y se estuvo preguntando hasta su muerte, acaecida también por suicidio en abril de 1972, cómo le habían dado el Premio Nobel a él, y no a Yukio Mishima, que lo merecía mucho más».
La obra de Mishima está publicada en España por editorial Alianza, especialmente. Con motivo del cincuentenario de la muerte del autor japonés, Alianza ha hecho nuevas traducciones directamente del japonés en una bonita colección diseñada por Manuel Estrada. (Al final de este artículo hay más información sobre su obra)
A continuación, el pasaje de Yukio Mishima. Vida y muerte del último samurái donde se muestra su relación con Kawabata, el inicio del mito y cómo preludió su final trágico:
'Yukio Mishima. Vida y muerte del último samurái'
Confesiones de una máscara
Por Isidro-Juan Palacios
Pese a que había tenido mucho sueño durante los nueve meses que duró su trabajo en el ministerio, se las arregló para seguir produciendo y publicando. Durante este periodo, aparecieron más de una docena de cuentos en diversas revistas literarias, despertando ya algún interés en la crítica. Tenía previsto —ya el escritor recuperado— la aparición del tercer volumen de relatos cortos agrupados en Preparativos para la noche, que se presentaría en diciembre, en la editorial de Kawabata, la Biblioteca Kamakura. De nuevo en noviembre —este mes, casi siempre este mes— esperaba Mishima que su primera novela de posguerra —Ladrones— saliera a la luz. Llevaba además en esta ocasión un prefacio de Yasunari Kawabata, que Mishima agradeció al maestro en dos cartas sucesivas, una de octubre y la otra de noviembre de 1948. Le estaba tan, tan reconocido, que Mishima leyó esa introducción hasta diez veces; y no solo por la deferencia de allanarle la obra, sino por cómo le había descubierto detalles de su estilo. Es elocuente transcribir algunas frases de este exordio de Kawabata por la esclarecedora impresión que nos ofrece a nosotros ahora. Subrayaba sobre el adelantado joven de las letras: «La madurez tan precoz de Mishima me deslumbra y, al mismo tiempo, me hace mal. Su originalidad no es fácil de captar. Quizá sea difícil de captar para el mismo Mishima. De la lectura de esta obra, algunos tendrán la impresión de que es absolutamente invulnerable. Otros, por el contrario, de que esta novela nació de una gran cantidad de profundas heridas».
No se cerró el año sin dos acontecimientos todavía más destacados: el suicidio, por fin consumado, de Osamu Dazai, el 13 junio de 1948, y el comienzo por Mishima de sus Confesiones de una máscara; exactamente, el 25 de noviembre.
Dazai había intentado varias veces quitarse la vida, hasta que lo consiguió en su cuarto intento. Esta vez, con su joven amante Tomei Yamazaki. Se ataron con fuerza con un cordón rojo, y se arrojaron a un canal de Tokio de aguas rápidas y turbulentas por los monzones. Sus cuerpos aparecieron seis días después, retenidos en un ángulo del canal. Por desgracia, eran dos seres que habían sido castigados con dureza: ella, joven viuda de la guerra mundial; y él había tenido una vida muy llagada y tan agitada como las aguas que finalmente los arrastraron.
Osamu Dazai había nacido en una familia acomodada de terratenientes; pero no acertó a terminar sus estudios sobre literatura; se involucró varias veces con la izquierda marxista y del Partido Comunista nipón, llegando a padecer cárcel por ello (con su hermano mayor siempre al quite, limpiando su vida de estos antecedentes); actuaba como individuo sin norma y vínculos familiares (por lo que al menos en dos ocasiones se quedó sin el subsidio de la casa paterna); también por dos veces se vio sin hogar a causa de los bombardeos incendiarios de Tokio; contrajo tuberculosis; al recuperarse de uno de sus intentos de suicidio, se hizo adicto a un analgésico a base de morfina (Pabinal), con lo que tuvo que estar encerrado durante un año en una institución psiquiátrica de desintoxicación; concurrió dos veces al Premio Akutagawa de relatos (el más prestigioso del país), sin éxito; era un anarco —seguro—, aunque con kimono… Eso sí, dio en el centro de la diana cuando fue volcando toda esta experiencia —tan atormentada y afligida— en sus cuentos y novelas, casi todos de naturaleza autobiográfica, que desde que aparecieron publicados siguen contándose aún hoy entre los clásicos de la literatura moderna de Japón.
Por otro lado, desde que a Kimitake su padre le liberó su atrapado y escondido destino, abriéndoselo a la luz, y ya sin ligaduras, condicionándolo, eso sí, a que si se dedicaba de lleno a lo literario tendría que llegar a ser por lo menos el mejor, Yukio Mishima se mentalizó para —una vez más— avenirse al reto que le había trazado su padre y cumplirlo. Sería el escritor con el que él también soñaba: renombrado en Japón y el autor de mayor relieve de las letras niponas en el ámbito internacional, que todavía seguía contando. Fue así como concibió una novela corta, que tendría que ser inexcusablemente una pieza maestra. De este modo, nació Confesiones de una máscara. Y pensó que habría de comenzar a escribirla el 25 de noviembre de 1948; y no por casualidad, otro 25 de noviembre, el de 1970, tendría que poner fin a su vida del modo como había idealizado. Algo así como si fuera el principio y el fin de una tarea, la suya propia.
Mishima pensó muy bien en aquel punto de partida, cómo sería y qué contenidos tendría. Con premeditación, lo estuvo calculando al milímetro. Y le tendría que salir. Hasta en el título, perfecto: una síntesis de sí mismo, con el planteamiento de las incógnitas que en su yo se había encontrado en los precedentes años de vida al ir estas aflorando
poco a poco; y cómo, sin miedo, sin encubrimientos y autoengaños, estaba dispuesto a mostrarlas, abriéndose por dentro en una suerte de seppuku ideal, diciendo: «Mirad, así soy… estas son mis entrañas y notad lo que he sabido hacer con ellas». Desde luego, nada digno de orgullo; más bien un desecho, una vergüenza de ser humano. No iba a ser, pues, un alarde de diletante, sino el medio que su yo iba a emplear para descubrirse a sí mismo y mostrarse. «Encarar mis debilidades» —y más importante todavía—: «Enseñar mi persona aún por empezar y revelar la aún por acabar». Porque «ni siquiera he comenzado de verdad». Era, como hemos ya anticipado más arriba, una catarsis, ¡su catarsis personal! Para lo cual hablaría con suma franqueza, y como todo el mundo sabía y sabe todavía hoy en Japón: «Hablar o escribir así, con franqueza, en este país equivale a hacerse el seppuku». Con lo que el suicidio ritual de Mishima comenzó precisamente aquí —este fue su verdadero inicio—, mientras que el llevado a cabo el 25 de noviembre de 1970 fue su verdadero final.
Al respecto de todo ello, en una elocuente carta que escribió a Kawabata el 2 de noviembre de 1948 —fijémonos si lo llevaba meditando— escribe en uno de sus párrafos personales más sinceros: «En estos últimos tiempos me he vuelto perezoso, para mi vergüenza, y solo escribo apresuradamente las cosas que había dejado abandonadas hasta el último minuto; pero me gustaría, para la obra que me han pedido las ediciones Kawade Shobo y a la que me tengo que dedicar a partir de fines de noviembre, emprender un trabajo de más largo aliento. Ya tengo un título provisional: Confesiones de una máscara, y querría, ya que es mi primera novela autobiográfica, disecarme a mí mismo, con la doble resolución de la que habla Baudelaire: ser “tanto la víctima como el verdugo”; también querría torcerle el cuello a aquello en lo que mis lectores saben bien que he creído: el dios de la belleza, para ver si sería capaz de volver a la vida. Se tratará de un análisis sin reservas, que voy a emprender con gran determinación, sabiendo que, sin duda, habrá quien rechace leer una sola página mía después de leer esta novela; en contraste, el que me diga que es “bella”, me habrá comprendido de la manera más profunda».
No cabe la menor duda de que Mishima se decanta por el uso de la «máscara» del teatro griego y japonés. «Es este tipo de máscara —leemos en nuestro Diccionario de los símbolos consultado— la que, figurando a un personaje (prosopon), ha dado nombre a la persona». De modo que la máscara, en lugar de encubrir al ente que la usa, nos lo delata abiertamente. «El actor que se cubre con una máscara se identifica, en apariencia o por una aproximación mágica, al personaje representado. Es un símbolo de identificación», cuya virtualidad genuina nos pone en presencia de la realidad más profunda de la persona que la lleva. Desde luego es su representación auténtica, desde lo más íntimo. Tal cual es. Por su lado, el poeta Juan Eduardo Cirlot, nos confirma al consultarle en su libro la voz «máscara»: «Todas las transformaciones tienen algo de profundamente misterioso y de vergonzoso a la vez, puesto que lo equívoco y ambiguo se producen en el momento en que algo se modifica lo bastante para ser ya “otra cosa”; pero aún sigue siendo lo que era. Por ello, las metamorfosis tienen que ocultarse; de ahí la máscara. La ocultación tiende a la transfiguración, a facilitar el traspaso de lo que se es a lo que se quiere ser; este es su carácter mágico». «EL TRASPASO DE LO QUE SE ES A LO QUE SE QUIERE SER». Justo el tesoro de Confesiones de una máscara, la obra de Mishima. Un estado en el ser y el anuncio de su mutación. Un trabajo de héroe por hacer, que se consuma.
Con verdadero acierto, fue esta la novela que lo extrajo del anonimato en el que estaba viviendo desde el final de la guerra. En su cuarto año de posguerra. Azusa, por fin, estaría ufano de Kimitake y ya no entraría en la habitación de su hijo a romperle los manuscritos que hubiera escrito esa noche; no digamos su madre, Shizue, que tanto apreciaba leerlo, y a quien —como ya sabemos— Kimitake le daba cada página que redactaba antes de publicarla. Kamen no Kokuhaku se editó en el primer semestre de 1949. Fue el acontecimiento literario del año. Se vendieron nada más salir veinte mil copias; durante el verano y el otoño no había revista cultural o periódico que no hubiera sacado una reseña, entrevista, crítica o comentario sobre el autor y su libro. Terminaba de salir por la calle asignada en el estadio, había alcanzado la meta y ya estaba en el podio. Con veinticuatro años. La misma edad en la que muriera el Shogun Ashikaga Yoshihisa, su personaje de La Edad Media.
Confesiones de una máscara entró en las librerías con una cita larga de Dostoievski, de Los hermanos Karamazoff, en el frontispicio de la novela, de cuya mención extraemos unas cuantas líneas del final: «¿Conocías este secreto? Lo horrible es que la belleza no solo es aterradora sino también misteriosa. Dios y el demonio luchan allí, y su campo de batalla es el corazón del hombre. Pero el corazón del hombre solo quiere hablar de su propio dolor. Escucha, ahora te contaré lo que dice…».
- Yukio Mishima. Vida y muerte del último samurái. Isidro-Juan Palacios (La esfera de los libros).
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Mishima directamente del japonés
Con motivo del cincuentenario de la muerte del autor japonés, editorial Alianza ha recuperado títulos emblemático con traducciones directamente del japonés como Confesiones de una máscara y El pabellón dorado. En esta aventura, cuenta su editor Manuel Florentín, «nos han acompañado los traductores Jordi Fibla y Carlos Rubio, a veces en solitario y otras en colaboración con las traductoras Keiko Takahashi, Rumi Sato, Akiko Imoto y Makiko Sese. Lo que nos ha movido en Alianza a editar a Mishima es darlo a conocer a las nuevas generaciones, recuperar su amplia obra para aquellos que lo leyeron en su momento y, especialmente, hacerlo con traducciones directamente del original japonés. El lirismo de la prosa de Mishima lo merece».
- En el siguiente enlace puedes encontrar la obra de Mishima en editorial Alianza.