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El periodista y escritor Ramón Lobo (Venezuela, 1955 – España, 2023). /Foto XI Congreso de Periodismo Digital 2010

Ramón Lobo: murió uno de los corresponsales de guerra españoles más destacados de las últimas décadas

El periodista, de 68 años, cubrió conflictos como los de los Balcanes, Afganistán, Irak, Ruanda y temas especiales de África. WMagazín publica fragmentos de libros como 'Todos náufragos', 'Cuadernos de Kabul' y 'Las ciudades evanescentes'

Murió Ramón Lobo, uno de los periodistas españoles y corresponsales de guerra españoles más destacados de las últimas décadas, además de escritor de sus experiencias en los conflictos y algunos libros muy personales. Tenía 68 años y casi medio siglo dedicado a la profesión en la que se refugió y le salvó su propia vida, ante la batalla que libraba en el seno de su familia con un padre autoritario.

Ramón Lobo, de padre español y madre inglesa, nació en Venezuela, en Lagunillas, el 23 de enero de 1955, y murió en Madrid el 2 de agosto de 2023. Vivió en Madrid desde 1960. Tenía dos cánceres y un aneurisma de aorta.

Trabajó en el diario El Sol y desde 1992 en El País, hasta 2012, cuando fue despedido en un ERE junto a 129 compañeros. Se reinventó en la radio en la Cadena SER en un espacio del programa del fin de semana A vivir, dirigido por Javier del Pino. Volvió a escribir en InfoLibre y El Periódico de Catalunya.

Escribió de la guerra, el conflicto, el dolor, la muerte, pero contadas desde la vida y el coro de voces que la rodean gracias al buen hacer de su escritura humana. Croacia, Serbia y Kosovo, Bosnia-Herzegovina, Albania, Afganistán, Chechenia, Irak, Líbano, Ruanda, Nigeria, Guinea Ecuatorial, Sierra Leona, Uganda, Congo, Zimbabue, Namibia, Filipinas y Haití fueron países sobre los que escribió desde sus diferentes problemáticas.

Entre sus libros de crónicas y reportajes figuran El héroe inexistente, Cuadernos de Kabul y El autoestopista de Grozny (y otras historias de fútbol y guerra), las novelas Isla África y El día en que murió Kapuscinskie, el ensayo Las ciudades evanescentes y las memorias Todos náufragos.

WMagazín le rinde homenaje con algunos pasajes de sus libros. Obras que son una ventana a sus intereses, temas, filosofía, ética y estilo:

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Todos náufragos (Ediciones B)

Un híbrido entre diario, autobiografía y reflexiones sobre la vida con el cual salda cuentas con su infancia adolescencia, familia y, sobre todo su padre:

“Tengo sesenta años y aún fantaseo con ser otro, tener otro padre, otra familia. Siempre con la carga de la infancia, en guerra subterránea permanente conmigo mismo. Soy como España: un derrotado por el franquismo, víctima de una transición mal resuelta, incapaz de sacar a los muertos de las fosas comunes. (….)

Necesito desenterrar al niño desaparecido que podría haber sido y que no fui, y ponerlo en el lugar íntimo de la memoria que le corresponde”.

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Las ciudades evanescentes. Miedos, soledades y pandemias en un mundo globalizado (Península)

“Los ancianos que vivían solos en sus domicilios no podían relacionarse con sus familiares porque se los consideraba población de riesgo. En algunas comunidades de vecinos se organizaron turnos entre los más jóvenes para dejarles la compra delante de sus puertas. Debe de ser terrible percibirse un estorbo, o un peligro para el futuro del país. En Estados Unidos, surgieron voces próximas al presidente Donald Trump que pedían a los ancianos dejarse enfermar y morir por patriotismo, para no hundir la economía. Se llama eugenesia capitalista. Es una idea deleznable, previa al nazismo, que resume la esencia de un sistema sin sentimientos. Es la apuesta por la selección natural acelerada en la que solo cuenta el dinero, no tanto la edad, pues proviene de una clase política septuagenaria. Las personas mayores de Estados Unidos, que padecieron una posguerra repleta de carestías, inspiraron el despertar de su país y construyeron la nueva Europa, merecían otro final. También los ancianos españoles que conocieron el hambre y la persecución. (…)

Siempre supe estar solo. Me encanta estar solo, sé vivir en soledad. Donde reina el silencio es posible alimentar un mundo interior, vivir varias vidas sin que nadie me tache de loco. Los objetos de mi casa forman parte de una orquesta sinfónica. Están afinados, preparados para tocar sin público. Resistí el confinamiento mejor que muchas de las personas que conozco porque pisaba un territorio conocido. Mi dificultad estaba en el manejo de la soledad de calle, que es donde percibía mis carencias y la falta de una relación humana estable o, al menos, continua. Sin posibilidad de pisarla debido al estado de alarma me sentí en el paraíso terrenal. Tuve momentos de zozobra, y de emoción, algo frecuente en cualquier vida errante, pero nunca perdí el rumbo dentro de casa. En realidad, toda mi vida ha sido un entrenamiento intensivo para sobrevivir a la ausencia. Estar en las guerras como periodista me sumergió en el dolor extremo. Entra por los ojos, los oídos y la yema de los dedos. Nunca se comparte. Se digiere en privado, cada uno con sus sombras. Hay una distancia sideral entre quien padece la guerra o el hambre y quien la visita. Ese tipo de vida me hizo resiliente. Sé manejarme y aguantar cuando existe un objetivo definido: buscar historias, escuchar, escribir y enviar crónicas al periódico o, en este caso, cumplir un confinamiento que salvaba vidas”.

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Cuadernos de Kabul. Historias de mujeres, hombres y niños atrapados en una guerra (RBA)

“Quien inventó el miedo inventó el gran negocio del miedo. La guerra, y más si ésta es lejana y costosa de cubrir para los medios de comunicación, es uno de los mejores negocios para los que no hacen cuentas con la conciencia ni con los muertos que causan sus mercancías de matar. Kabul, como sucedió en Bagdad, se ha poblado de guardas privados armados hasta los dientes y hasta los ojos, cubiertos por gafas de sol antibalas (eso dice el prospecto, quizá una exageración publicitaria que nadie desea comprobar); muros de hormigón cada vez más altos y gruesos, barreras móviles de seguridad, mojones rellenos de cemento y toda suerte de artilugios electrónicos, avanzados y de andar por casa, contra el coche bomba y el talibán suicida. Esos ejércitos privados, fuera del alcance de las leyes y la ética que rigen en los países democráticos que los envían, como demostró Blackwater en Irak, son los encargados de proteger embajadas, centros de Naciones Unidas, ministerios afganos y cualquier vivienda, hostal y negocio público o privado que tenga pedigrí para ser atacado. Este ejército armado de fusiles de asalto de última generación, altanería y malas maneras ha dividido a los habitantes de la capital afgana en tres clases sociales: la alta, la suya, que se concentra en una reedición de la Zona Verde bagdadí; la media, que debe ser protegida por guardas privados afganos, y la baja, el resto, los locales, a los que hemos ido a defender, que quedan fuera del perímetro del fuerte, a expensas de los ataques de los nuevos pieles rojas”.

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El día que murió Kapuściński (Círculo de Tiza)

El día que murió Kapuściński, Roberto Mayo aterrizaba en Mogadiscio, una de las ciudades más peligrosas del mundo. Era el 23 de enero de 2007, cumplía cincuenta y dos años. Fue su primer viaje a Somalia, país que marcaría su vida como mucho antes la había marcado el Beirut de los secuestros, las bombas y los atentados suicidas

A menudo, el reportero que viaja a guerras siente una soledad inabarcable y se pregunta por el sentido de un trabajo que consiste en caminar en dirección opuesta a la gente sensata. Resultan inquietantes las imágenes de los desplazados que escapan por miles de una zona de combate, las de los voluntarios de las oenegés que los acompañan, las de los cascos azules de la ONU que encuentran en ese movimiento la excusa para dejar de interponerse. Doblar la última esquina, tomar la última curva, la frontera entre lo prudente y lo irracional, y hallarse solo en medio de la destrucción, el silencio y el olor agrio y penetrante de la muerte produce un vértigo que está más allá del pánico. Si se supera ese terror extremo, que apenas dura unos segundos, surge una paz interior narcotizadora que es la entrega sin condiciones a los hados. ¿Cuál es el objetivo de jugarse la salud física y mental en costosos viajes y producir una información por la que nadie parece dispuesto a pagar?

La voz de un hombre alto, nariz afilada y atuendo de rapero, sobresaltó a los recién llegados.

—Passports, please.

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