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Los poetas Diego Doncel (derecha) y Mario Obrero ganadores del XXXIII Premio Internacional de Poesía Fundación Loewe. /Foto cortesía Fundación Loewe

Diego Doncel, Premio de Poesía Loewe, retrata el dolor, la muerte y el consuelo en este tiempo

El poeta cacereño recibe el galardón por 'La fragilidad' y Mario Obrero el de Creación Joven por 'Peachtree City'. Dos poemarios que se complementan por su sensibilidad frente a las emociones íntimas, el primero, y la realidad del capitalismo global, el segundo. WMagazín publica poemas

Presentación WMagazín «¿Por qué nunca tendré la bondad que tú tuviste? / ¿Por qué mi corazón nunca será tan grande como tu corazón? / ¿Por qué solo construyo fracasos donde tú construías vida?»: Diego Doncel en La fragilidad (Visor), XXXIII Premio Internacional de Poesía Fundación Loewe, que recibió en Madrid este 16 de junio de 2021.

“No hay poema que falte ni que sobre», afirma Jaime Siles sobre La fragilidad: «Es un poemario absoluto, total, de una admirable madurez vital y expresiva. Confiere una voz profunda con una cosmovisión personal singular y propia que expone una teoría de la vida y que humaniza su dicción al mostrarnos el espectáculo que la civilización actual rehúye y no quiere ver, el dolor y la muerte, y lo hace de una posición abierta a la solidaridad de la esperanza”.

La fragilidad es un libro que nace de la muerte del padre de Diego Doncel en circunstancias singulares, poemas sobre la pérdida, sobre la memoria, que «retrata esa encrucijada biográfica donde se reúnen la tristeza y el duelo, la entrega a los cuidados y al amor, pero también en la búsqueda de una identidad y de un consuelo en medio del derrumbe«, señala la editorial Visor.

El Premio a la Creación Joven fue para Peachtree City del jovencísimo poeta Mario Obrero, de 17 años, nacido el 19 de septiembre de 2003 en Madrid. «Un poeta jovencísimo se revela en un libro que con imágenes inusuales y un aliento poético que retrata la multiplicidad cultural de la globalización, consigue, con ironía y destreza, un poemario sorprendente”, señala Gioconda Belli, uno de los jurados del premio.

WMagazín celebra la poesía de Diego Doncel y Mario Obrero con la publicación de varios de sus poemas a través de los cuales vemos el mundo contemporáneo. Dos voces que se complementan a la perfección desde las emociones más íntimas uno y las más sociales el otro:

El poeta español Diego Doncel (Cáceres, 1964), ganador del XXXIII Premio Internaciona de Poesía Loewe. /Foto cortesía Fundación Loewe

Poesía de tristeza, muerte, duelo y esperanza

Diego Doncel

Diego Doncel (Malpartida, Cáceres, España, 1964) es poeta, novelista y articulista. Ha obtenido premios como el Adonais en 1990 con su libro El único umbral. A este poemario siguieron los títulos Una sombra que pasa (Tusquets, 1996), En ningún paraíso (Visor, 2005) y Porno ficción (DVD Ediciones, 2011), libros que se reúnen en Territorios bajo vigilancia (Visor, 2015). Posteriormente ha publicado El fin del mundo en las televisiones (Visor, 2015, Premio Tiflos de la Fundación ONCE). Su poesía ha sido traducida al inglés, francés, italiano, portugués y chino. Como novelista, tiene publicadas tres novelas: El ángulo de los secretos femeninos (Mondadori, 2003), Mujeres que dicen adiós con la mano (DVD Ediciones, 2010) y Amantes en el tiempo de la infamia (Premio Café Gijón 2012, Siruela, 2013).

La siguiente es una selección de poemas de La fragilidad, Premio de Poesía Loewe:

LO QUE NUNCA TENDRÉ

¿Por qué nunca tendré la bondad que tú tuviste?

¿Por qué mi corazón nunca será tan grande como tu corazón?

¿Por qué solo construyo fracasos donde tú construías vida?

Te doy la papilla por la cánula, con el aspirador extraigo
las secreciones de tus bronquios, le hablo a una conciencia
que no sé dónde está.

Cuando abres los ojos están ciegos, solo miran hacia dentro,
a las sombras, ven dimensiones que aún no sabemos definir.
Les paso una mano cerca, les proyecto un chorro violento de luz
como si fueran objetos abandonados en las profundidades marinas.
Papá, te digo, mírame, me he quedado solo.

Tus labios a veces se enfurecen. Tus manos permanecen
rígidas y llenas de terror. Yo acaricio su frío, intento
despertarlas, hacer que sientan
las mías para que su dolor les pese un poco menos.

Por la noche tu respiración se agita como si corrieras
por el andén del metro despidiendo a alguien
que ya se ha ido, sollozando en el túnel desierto.

Sé que no quieres morir, que estás intentando volver,
que luchas por encontrarte.

El electrocardiograma palpita desde sus señales eléctricas.
La máscara del respirador artificial aún contiene las huellas de tu rostro.
Nuestras fotos se incendian en el altar de la mesilla
junto a las gasas, el suero, los catéteres, los pañales, el yodo…

Medito, apoyado en tu cabeza, sobre quién está ahora dentro de ti.

Me pregunto por la naturaleza de tu sueño.

Después salgo y recorro las calles pensando que aún existes.

Miro mi sombra como una resistencia frente al dolor.

Los escaparates duermen en los números de sus promociones.

El cielo posee una luz de whisky que el invierno derrama.

La gota fría se anuncia en las teles de los bares vacíos.

Las calles por las que ando son calles para desaparecer.

Cuando abro la puerta de la casa, ya has llegado.
Tienes algunos años más que yo tengo hoy.
Escuchas música, hablas con la mujer que amo.
Dices que el jardín se muere bajo el hielo.

Ni siquiera sospechas lo que te espera, ni siquiera
sabes que te estás despidiendo de todo.

Eres las huellas que se marchan, el silencio
en las habitaciones oscuras, la conversación interrumpida,
el corazón que late por última vez sentado en ese sillón.

El infierno tiene las paredes de mi casa, el alcohol
de mi casa, las terapias olvidadas, las ventanas
por las que tantas veces me he querido arrojar.

El futuro del día de mañana no tiene futuro.

El tráfico sepulta el día con sus faros y sus pilotos rojos.
Hay una sensación de límite, la muerte y yo estamos viendo
los programas de la televisión.

 

HACIA LA FELICIDAD

Oye, desde tu muerte, el rumor del jardín
en esta tarde de junio, las flores suspendidas
en las fotos de los turistas, la transparencia
de los brotes como el tejido
que cubre las piernas de esa chica,
toda esta geometría de la fragilidad.

El verano está ebrio porque no ha dejado de beber
desde primeras horas de la mañana. Va feliz
por las mesas de los bares o picotea en el agua
de la fuente un rectángulo de luz.

No hay ninguna arruga en el océano, ninguna huella
del tiempo,
solo una superficie lisa en la que flotan, ingrávidos,
los barcos y los bañistas.

Una mujer con un bikini celeste
sale chorreando la materia color caramelo
del agua, y va donde tiene amontonada su ropa.

La playa huele a crema bronceadora, a marihuana,
a la cerveza de la claridad. La vida muere en una ola
y nace en la ola que se aproxima.

No es posible ningún pensamiento, solo este acontecer
diáfano de los sentidos, esta suspensión del yo.
Tal vez te moriste para que el dolor me haya traído
de nuevo hasta aquí, para encontrar de esta forma la
felicidad.

La calma que nunca tuve se tiende ahora
sobre la superficie de las toallas, la pasión vuelve a volar
como un pájaro marino por los cristales
de unas gafas de sol.

Viví tan lleno de miedo que no tenía refugio,
temí y destruí lo que debía amar. La muerte ensucia
lo que más se quiere, como los perros y los insomnios.

Pero solo quien conoce el agua y la tierra
sabe que guardan el secreto de la germinación.

Las huellas están detenidas en la arena
mirando el horizonte.
La brisa empieza a quitarle ya el polvo al océano
para que pronto luzcan las estrellas.
Los libros están en silencio bajo las sombras,
esperando.

Todo espera porque entre tú y yo
puede haber noche pero nunca muerte,
puede haber lejanía pero nunca ausencia.
Ese trozo de mar me lo enseñaste tú.
La sabiduría nos lleva a la infancia.

 

HABLANDO CON OFELIA

Ofelia, me conoces tanto como yo a ti.

Floto muerto en la misma agua que tú flotas.

Junto a nosotros, las sombras de la noche
se mueven veloces como la paleta de un
sepulturero.

También yo fui devorado por la espera de un amor
imposible.

También yo tuve que aprender a vivir con promesas
vacías que ni siquiera el tiempo mitigó.

En la orilla, cerca de edificios tapiados del color de la
metadona,
la hierba está podrida por el influjo de la muerte.
Los pájaros ensucian los parques
con la música de los móviles del más allá.
Desde lo profundo de los extrarradios,
muy drogada, la niebla viene
de ver cómo se cuelgan los suicidas.

Finalmente supiste que el mundo era un lugar extraño
para las almas dóciles, oíste la furia de la melancolía
crecer dentro de ti, abrasándote la carne como la bala
de un asesinato, haciéndote explotar las venas,
violenta y roja, como un acto terrorista.

Somos pasto de leyes equívocas.

Somos lo que han creado nuestras heridas y nuestra
tragedia.

Corriente abajo, donde se refleja
el óxido del alumbrado público
y las sombras de las estaciones abandonadas, no van
nuestros cuerpos
sino nuestros sueños perdidos.

El viento mueve ya las lápidas en las que estarán grabados
nuestros nombres que después el invierno sepultará.

Amamos y fuimos traicionados por el amor.

Buscamos y estamos solos con los restos de nosotros
mismos.

Intentamos interpretar y acabamos poseídos por la
locura.

Las cosas tienen la dimensión de la ausencia,
la fatalidad del engaño.

Nunca tuvimos consuelo.

Somos aquello que no pudo vivir, que nunca pudo amar,
que se derrumbó por dentro y nadie lo pudo sostener.

Somos frágiles: nuestros sueños se perdieron
como se pierden las grandes pasiones, calladamente.

Ahora ya sabemos que el amor es un sentimiento
peligroso.

Sin embargo, te cojo la mano fría, te susurro al oído
las palabras que él no te dijo, los pequeños secretos,
las pasiones más íntimas.
Te acaricio la cara antes de que te vayas para siempre,
dejo en el agua el rastro de ceniza de mis dedos para que
puedas volver.

El poeta Mario Obrero (Madrid, 2003). /Foto cortesía Fundación Loewe

Mario Obrero

Mario Obrero nació en Madrid el 19 de septiembre de 2003. A los siete años comenzó a escribir sus primeros poemas. Con la misma edad, empezó sus estudios de guitarra en el Conservatorio Profesional de Música de Getafe. En 2018, su libro Carpintería de Armónicos obtuvo el XIV Premio de Poesía Joven Félix Grande. En mayo de 2019, publicó con la editorial Entricíclopes su segundo poemario, Ese ruido ya pájaro, ilustrado por él mismo. Ha sido galardonado en otros certámenes como el Premio de Poesía Fundación Jesús Serra y el Premio de poesía IES José Hierro. Es alumno de Humanidades en el instituto público IES La Senda de Getafe. Durante el año 19/20 cursó 1º de Bachillerato en Peachtree City, Georgia, al sureste de Estados Unidos.

Los poemas expresan «el desconcierto, la celebración, la ironía, el paisaje trascendido y una absoluta libertad para hacer del idioma un acontecimiento, una armonía y una fiesta de imágenes donde la vida se propulsa en todas direcciones». En el libro resuenan voces como las de Lorca, Whitman, Ginsberg, León Felipe. Él se habla a sí mismo, con rotunda y hermosa ambigüedad.

Los siguientes son dos poemas de Peachtree City:

AL FINAL DEL INVIERNO

En este tiempo oscuro solo la infamia resplandece.

La vida es apenas una triste conversación con los
fantasmas.

Toda la tarde una lluvia negra nos hizo enloquecer.
Cayeron lentas y sucias las nubes desde el cielo
hasta llenarnos los ojos de barro y de silencio.

Los sueños se volvieron tan atroces
que únicamente podíamos soñarlos
poniéndonos pastillas debajo de la lengua.

Cuando mirábamos fuera, veíamos
hasta qué punto se habían convertido
en una impostura aquellas cosas que quisimos cambiar.

Cerramos las puertas para que no entrara el mundo,
para no ser heridos otra vez
por el idioma de los difamadores.

La ceniza, poco a poco, fue cubriendo
la extensión de nuestro amor.

Pedíamos un poco de luz, algo en que creer,
pero ninguna señal se revelaba.

Por la noche, en medio del zumbido
de los electrodomésticos, los insomnios
no dejaban de agolparse en todas nuestras visiones.

¿Por qué el deseo de un nuevo mundo
nos ha humillado tanto?, me preguntaste.

Fue entonces cuando oí algo
respirando allá afuera, en los patios traseros,
junto a la ropa tendida hacía mucho tiempo por mi
madre,
junto a aquella forma suya de limpiar la casa y ordenar
el mundo como si con ello pudiera detener la historia,
las catástrofes personales y la diaria expulsión del paraíso.

Fue entonces cuando me decidí a salir, cuando vi
estos días azules y este sol de la infancia
y supe que nada había muerto.

***

IV. His ancestors
He soñado con mis ancestros y su olor a patatas robadas
los he visto varear olivos con la cara llena de espinas
he visto a mis ancestros bailar sobre una montaña de ajos
al abuelo y su traje marrón
a la abuela encendiendo seis velas en el altar de la caldera
hablo del que juega a vestir las cerillas mojadas con barro y de los que cuentan chistes con las
ventanas cerradas
he visto a mi madre
una niña con sus primeros pantalones vaqueros mirando al mar
he visto la ropa en los tendederos de Venecia y a los poetas en Nueva York cuidar una tórtola y
su dulcimer hecho con nieve pisada
me he visto mirando al nuevo mundo con las memorias de Mayakovski bajo el jersey
me he visto mecerme lento en los sueños de una chimenea
los barcos el té y los poemas de Emily Dickinson escondidos en la sombra de una ballena
he visto a mis hijos cantar ebrios en los confesionarios
el frío se ha presentado como un erizo envuelto en serrín
en alguna colcha yace un pájaro azul
algún sueño sin calcetines que va comiendo rajas de sandía
los estudiantes de español me recitan al unísono
Verde que te quiero verde.
Verde viento. Verdes ramas.
El barco sobre la mar
y el caballo en la montaña
camino por los pasillos de un mundo que huele a gofre y a gasolina.

Los poetas Mario Obrero (izquierda) y Diego Doncel y la presidenta de la Fundación Loewe, Sheila Loewe, durante la celebración de la entrega de los premios. /Foto cortesía Fundación Loewe
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