‘Frankenstein’ o por qué leer un mito literario que interroga al ser humano
El clásico de la escritora británica llega en una versión ilustrada fiel al original, alejada de la imagen dada por el cine, y que amplía el territorio de las interpretaciones de este prometeo. WMagazín publica seis ilustraciones con sus respectivos pasajes
Presentación WMagazín Hace 202 años se publicó una novela con una de las criaturas literarias más inquietantes, críticas y visionarias cuyo alcance no para de crecer: Frankenstein, de Mary W. Shelley (1791-1851). La escribió con 19 años y su propósito era escribir una historia con la cual «el lector tuviera pavor a mirar a su alrededor, que le helara la sangre y que acelerara los latidos de su corazón». Aunque la novela fue publicada en 1818 su origen fue en el verano invernal de 1816 en Villa Diodati de Lord Byron, a orillas del lago de Ginebra (Suiza), junto a John William Polidori y Percy Bysshe Shelley, esposo de Mary. Byron ejercía de anfitrión y para animar aquel verano de días oscuros y fríos propuso a sus invitados escribir relatos de fantasmas como los que abudaban en aquella época. Mary Shelley escribió El sueño, que dio origen dos años después al mito de Frankenstein; Polidori creó El vampiro, nacimiento de otro gran mito; P. B. Shelley, Los asesinos; y Byron, El entierro.
Las interpretaciones de Frankenstein son inagotables. WMagazín publica seis pasajes clave de la obra con las ilustraciones respectivas que hace Fernando Vicente en la edición especial de Lunwerg. El ilustrador español es el penúltimo artista en acercarse a esta obra y ofrecer su versión de Frankenstein alejado de la imagen que prima en el universo colectivo que ha dado el cine de un ser con cabeza plana, tornillos en sus sienes y cosidas las partes de su cuerpo, por ejemplo.
El Frankenstein de Fernando Vicente está más cerca del ser humano, de su doctor creador. Sobre por qué el ilustrador a huido de esa imagen universal propagada por el cine explica:
Frankenstein es una metáfora o el resultado de la modernidad llevada a cabo mal, de la ambición del ser humano a jugar a ser Dios, de la venganza, también de la necesidad del amor para combatir la soledad. Si quieres apoyar a tu librería puedes comprar tus títulos en Todostuslibros.com
La siguiente es la novela en seis apartados clave con las ilustraciones de Fernando Vicente:
'Frankenstein'
Por Mary W. Shelley
Ilustraciones de Fernando Vicente
Traducción de Juan C. Vales
La noche fue adelantando con aquella conversación, e incluso habíamos dejado atrás la hora de las brujas antes de que nos retiráramos a descansar. Cuando dejé caer la cabeza en la almohada, no me quedé dormida, aunque no podría decir que estaba despierta. Mi imaginación, sin que nadie la llamara, se adueñó de mí y me mostró el camino, dotando las sucesivas imágenes que se despertaban en mi mente con una nitidez que iba mucho más allá de los habituales límites de una ensoñación. Vi —con los ojos cerrados, pero con una imagen mental muy clara—, vi al pálido estudiante de artes diabólicas arrodillado junto a la cosa que había logrado reunir. Vi la espantosa monstruosidad de un hombre allí tendida, y luego, mediante el funcionamiento de alguna máquina poderosa, observé que mostraba signos de vida, y se despertaba con los movimientos torpes de un ser medio vivo. Debía de ser horroroso, porque absolutamente horrorosos deberían ser todos los intentos humanos de imitar la fabulosa maquinaria del Creador del mundo. El éxito debería aterrorizar al artista, y huiría de su odiosa invención, conmocionado y aterrorizado. Esperaría que, abandonada a su suerte, la débil llamita de la vida que le había infundido se fuera apagando; que aquella cosa, que había recibido una movilidad tan imperfecta, volviera a hundirse en la materia muerta; y así podría dormir con la creencia de que el silencio de la tumba sofocaría para siempre la fugaz existencia del espantoso cadáver al que él mismo había considerado como cuna de la vida. Se duerme, pero se despierta; abre los ojos, y ve aquella cosa horrorosa de pie, a su lado, abriendo las cortinas del dosel, y mirándolo con aquellos ojos inquisitivos, amarillentos y acuosos. Abrí los míos aterrorizada. La idea se apoderó de mí de tal modo que me recorrió un escalofrío de miedo y deseé cambiar las fantasmales visiones de mi imaginación por las realidades que me rodeaban. (…)
Veloz como un rayo de luz, e igual de alegre, fue la idea que cruzó mi pensamiento. «¡Ya la he encontrado!… Lo que me ha aterrorizado a mí aterrorizará a otros; y sólo necesito describir el espectro que me ha estado acosando esta noche junto a mi almohada.» Por la mañana anuncié que ya había pensado una historia. Comencé aquel día con las palabras «Fue una lúgubre noche de noviembre…», y me limité a transcribir únicamente los espantosos terrores de mi ensoñación.
Encuentro en el Polo Norte
Nos ha ocurrido un suceso tan extraño que no puedo evitar anotarlo, aunque es muy probable que nos encontremos antes de que estas cuartillas de papel lleguen a ti. El pasado lunes (el día 31 de julio) estábamos prácticamente cercados por el hielo, que rodeaba al barco por todos lados, y apenas había espacio libre en el mar para mantenerlo a flote. Nuestra situación era un tanto peligrosa, especialmente porque una niebla muy densa nos envolvía. Así que decidimos arriar velas y detenernos, a la espera de que tuviera lugar algún cambio en la atmósfera y en el tiempo. (…)
Al verme, aquel extraño se dirigió a mí en inglés, aunque con un acento extranjero. «Antes de que suba al barco —dijo—, ¿tendría usted la amabilidad de decirme hacia dónde se dirige?» Puedes imaginarte mi asombro al escuchar que se me hacía una pregunta semejante y por parte de un hombre que estaba a punto de morir, y para el cual yo había supuesto que mi barco sería un bien tan preciado que no lo habría cambiado por el tesoro más grande del mundo. De todos modos, contesté que formábamos parte de una expedición hacia el Polo Norte. Tras oír mi respuesta pareció tranquilizarse y consintió subir a bordo.
La creación del monstruo
Me tiemblan las manos ahora y siento deseos de llorar al recordarlo; pero en aquel entonces un impulso irrefrenable y casi frenético me obligaba a continuar adelante; era como si hubiera perdido el alma o la sensibilidad para todo excepto para lo que perseguía. En realidad fue como un estado de trance pasajero que, cuando aquel antinatural estímulo dejó de actuar sobre mí, sólo me procuró una renovada y especial sensibilidad tan pronto como regresé a mis viejas costumbres. Recogí huesos de los osarios y profané con mis impúdicas manos los secretos del cuerpo humano. En una sala solitaria —o más bien en un desván, en la parte alta de una casa, y separado de los otros pisos por una galería y una escalera— preparé el taller para mi repugnante creación; mis ojos se salían de sus órbitas y se clavaban en los diminutos detalles de mi trabajo. Los quirófanos y el matadero me proporcionaban la mayor parte de mis materiales, y a menudo sentía que a mi naturaleza humana le repugnaba aquella ocupación, pero, aun apremiado por la ansiedad que constantemente me acuciaba, proseguí con el trabajo hasta que prácticamente le di fin.
Pasaron los meses de verano y yo seguía enfrascado, en cuerpo y alma, en mi único objetivo.
La conciencia del doctor y su criatura
La luna había desaparecido de la noche y se volvió a mostrar de nuevo con una forma más pequeña mientras yo aún vivía en el bosque. Por aquel entonces mis sensaciones habían llegado a ser ya bastante claras y mi mente todos los días concebía nuevas ideas. Mis ojos empezaron a acostumbrarse a la luz y a percibir los objetos con sus formas precisas: ya distinguía a los insectos de las plantas y, poco a poco, unas plantas de otras. Descubrí que los gorriones apenas cantaban, salvo unas notas toscas, mientras que las de los mirlos eran dulces y encantadoras. Un día, cuando me hallaba aterido de frío, encontré un fuego que habían abandonado algunos mendigos vagabundos y me embargó un gran placer cuando sentí su calor. En mi alegría, alargué mi mano hacia las brasas vivas, pero rápidamente la aparté con un grito de dolor. Qué extraño, pensé, que la misma causa produjera al mismo tiempo efectos tan contrarios. Estudié con detenimiento la composición del fuego y, para mi alegría, descubrí que salía de la madera. Rápidamente recogí algunas ramas, pero estaban húmedas y no prendieron. Me quedé triste por esto y volví a sentarme para ver cómo funcionaba el fuego.
El fuego traicionero de Prometeo
Encendí una rama seca de un árbol y dancé con furia alrededor de aquella casa adorada, con los ojos aún clavados en el horizonte de occidente, el lugar por donde la luna iba a ponerse. Parte de su esfera finalmente se ocultó, y yo agité mi rama ardiendo; desapareció la luna, y con un alarido, prendí la paja y el heno seco que había colocado. El viento inflamó el fuego, y la casa inmediatamente quedó envuelta en llamas que la abrazaban y la lamían con sus afiladas y destructivas lenguas. En cuanto estuve seguro de que nada podría salvar ni la más mínima parte de aquella construcción, abandoné el lugar y busqué refugio en el bosque.
Y ahora, con el mundo ante mí, ¿hacia dónde encaminaría mis pasos? Decidí huir lejos del escenario de mis desgracias. Pero para mí, odiado y despreciado, todos los países iban a ser igual de espantosos. Al final, un pensamiento cruzó mi mente: vos.
Una pareja y la venganza como lo más amado
Una tarde estaba sentado en mi taller; el sol ya se había puesto y la luna estaba saliendo en ese momento tras el mar. No tenía luz suficiente para trabajar, y me senté allí sin hacer nada, preguntándome si debería dejar la tarea por aquella noche o apresurarme a terminarlo sin cejar en ello ni un instante. Mientras permanecía allí, la concatenación de ideas me condujo a considerar las consecuencias de lo que estaba haciendo. Tres años antes, me había enfrascado del mismo modo y había creado un monstruo cuya violencia inconcebible había destruido mi corazón y lo había anegado para siempre con los remordimientos más amargos. Y ahora estaba a punto de crear otro ser cuyo carácter también desconocía por completo. Aquella cosa podría ser diez mil veces más perversa y malvada que su compañero y podría deleitarse en el asesinato y en la villanía. Él me había jurado que se apartaría de los hombres y que se ocultaría en los desiertos, pero ella no; y ella, que se convertiría probablemente en un animal pensante y racional, podría negarse a cumplir un pacto acordado antes de su creación. Puede que incluso se odiaran. La criatura que ya vivía aborrecía su propia deformidad, ¿acaso no experimentaría un aborrecimiento aún mayor cuando la viera reflejada ante sus ojos en forma de una hembra? También puede queella le volviera la espalda ante la belleza superior del hombre. Puede que se apartara de él, y así volvería a estar solo, y enloquecería ante la nueva provocación de verse despreciado por uno de su propia especie. (…)
El monstruo vio la determinación en mi rostro e hizo rechinar los dientes en la impotencia de su ira.
—Cada hombre tiene su mujer, y cada animal tiene una compañera…, ¿y yo tendré que estar solo? —gritó—.
Tenía sentimientos de cariño, y todo lo que me devolvieron fue desprecio. Hombre: tú puedes odiarme, ¡pero ten cuidado! Tus horas transcurrirán entre el terror y el dolor, y muy pronto caerá sobre ti el rayo que te arrebatará la felicidad para siempre. ¿O es que piensas que vas a ser feliz mientras yo me arrastro en mi insoportable sufrimiento? Tú puedes negarme todos mis deseos, pero la venganza permanecerá…, la venganza, más amada que la luz o los alimentos. Y puedo morir, pero antes tú, mi tirano y mi verdugo, maldecirás el sol que verá tu miseria. ¡Ten cuidado, porque no tengo miedo y, por tanto, soy poderoso! Estaré observando, con la astucia de una serpiente, para morderte e inocularte el veneno. ¡Hombre: te arrepentirás del daño que infliges!
Recomiendo fervientemente las ilustraciones que Miguel Rodríguez Cerro hizo para la editorial Anaya. El Frankenstein que leí siendo un crío ya siempre será ese.