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Martín Kohan reivindica la importancia del lector, en la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires

"La Feria puede ser un caballo de Troya con el que hacer que la literatura penetre en la ciudad", dijo el escritor argentino durante el discurso de inauguración. Publicamos un pasaje de su texto centrado en los lectores

Presentación WMagazín La 47ª Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, del 27 de abril al 15 de mayo de 2023, se inauguró con un discurso del escritor argentino Martín Kohan. La Feria, en el predio La Rural de 45.000 metros cuadrados, tiene 500 estands, 1.500 expositores y medio millar de invitados nacionales e internacionales que participarán en una docena de espacios culturales. La FIL Buenos Aires, dirigida por Ezequiel Martínez, es organizada por la Fundación El Libro, cuyo presidente es Alejandro Vaccaro.

En esta edición Santiago de Chile es la Ciudad Invitada. Son tres semanas en las que habrá temáticas especiales con conferencias y debates especial alrededor de: 40 años de democracia, un siglo de Fervor de Buenos Aires, el primer poemario de Jorge Luis Borges y el refuerzo de espacios para la literatura más inclusiva. Entre los escritores invitados estarán Ida Vitale, Raúl Zurita, Hernán Díaz, Arturo Pérez Reverte, Fernando Aramburu, Irene Vallejo, Gustavo Rodríguez y Valerie Miles.

El siguiente es un pasaje del discurso inaugural de Martín Kohan en el que reivindica la importancia de la figura del lector:

La lectura como un caballo de Troya en la ciudad

Martín Kohan

Y sin embargo, cada vez más, haciendo a un lado a Roland Barthes o pasándolo olímpicamente por alto, desleyendo acaso a conciencia su rotunda reivindicación del lector y la lectura, las ferias del libro y los festivales de literatura de todas partes tienden a constituirse ante todo como espacios consagrados a la presentación estelar de los Escritores(escribí la palabra con mayúscula), pasarelas para que desfilen, pedestales para que se yergan, escenas montadas para su figuración personal (la trampa de la noción de figura: el afán de figuración).

Aclaro, por si hace falta: uno también admira a escritores, y no fue sino en la Feria del Libro donde obtuve algunos autógrafos que por cierto atesoro. No es a eso, por lo tanto, a lo que me refiero, ni está en mí desestimarlo. En lo que pienso es en la tendencia de época a centrarse fuertemente en la escritura, en la escritura y en el Ser Escritor (lo puse con mayúscula), haciendo de la lectura apenas un insumo necesario a tal efecto, y eso incluso en el mejor de los casos, porque en otros casos se la considera eventualmente prescindible. ¿No pasa acaso con los lectores que son solamente lectores, que les preguntan: “Pero vos, ¿no escribís?”, como si fuesen seres menguados, seres truncos, incompletos, como si les faltara algo, como si ocuparan un estadio inferior en la escala en progreso de la evolución literaria?

Por algo ha sido en este tiempo que Ricardo Piglia escribió ese ensayo genial que es El último lector, porque es viable pensar que haya uno que podría ser efectivamente el último. Y por algo ha sido en este tiempo que César Aira escribió esa novela genial que es Varamo, la utopía de escribir una obra maestra cabal sin antes haber leído absolutamente nada (he citado a Piglia, sí, y he dicho genial, y de inmediato he citado a Aira, sí, y he dicho genial de nuevo; no es que no me gusten las grietas, pueden llegar a fascinarme, pero cuando no son entre explotadores y explotados a mi criterio pierden un poco la gracia).

La lectura tiene prestigio y recibe habitualmente panegíricos frondosos; pese a eso, o por eso mismo, parece mejor no confiarse y detenerse a examinar, más allá de lo que se declama, su relativa devaluación respecto de la escritura (y tanto más, del Ser Escritor). Por supuesto que el lector discontinuo ya existía, ¿o acaso no se ocupó Macedonio Fernández de eso en Museo de la Novela de la Eterna? Y por supuesto que la distracción del lector ya existía, ¿o acaso no se ocupó Witold Gombrowicz de eso en Ferdydurke? Y hasta pudo llegar a especularse con un cierto potencial crítico de la recepción en dispersión, ¿o acaso no es lo que propuso Walter Benjamin, si bien a propósito del cine, en La obra de arte en la era de su reproductibilidad tecnológica?

Pero estamos, según creo, en un punto algo distinto; acaso una proyección hasta el paroxismo del pispeo o la diagonal lectora o la repetición meramente de oídas, por la cual las palabras se invocan, se comentan o se defenestran, no ya fuera de contexto, sino ahora fuera del texto: sin leer ni tener idea del texto que compusieron o componen (quién sabe si no habrá de pasar eso mismo con esto que estoy diciendo, si es que no está pasando ya).

El no-lector encubierto, el que se pronuncia categóricamente sobre algo que en verdad no leyó, existe de larga data, existe desde que la lectura existe; lo que parece haberse modificado es que ya no precisa encubrirse. La lectura, elogiadísima en abstracto, se desestima en lo concreto. No es la literatura, un ámbito relativamente acotado, la que, según creo, se perjudica en mayor medida, sino más bien la discusión política, que hoy transcurre casi enteramente sobre la base de desconocer o distorsionar (o desconocer para poder distorsionar) lo que en verdad el otro dijo, o triturarlo hasta la frase suelta y quedarse meramente con eso.

La provisión de autores para la literatura contemporánea está cubierta, y hasta podría decirse que con creces; tan sólo porque se trata de un territorio vasto, muy vasto, vastísimo, no hay riesgo de sobrepoblación. El asunto, claro, son los lectores, y los lectores para esa cantidad de autores, ahí donde el deseo de la escritura se afirma como deseo de lectura, como deseo de ser leído, y no tan sólo de verse impreso, del nombre en la tapa, de la foto en la solapa, del vino en la presentación, del ejemplar en la vidriera.

Los lectores, la lectura: es ese el punto nodal de cualquier feria del libro, aun cuando en la Feria misma es difícil encontrar un lugar propicio para sentarse y ponerse a leer un rato (yo tengo uno pero, por razones de estrategia, de conveniencia, en fin, por egoísmo, me abstendré de revelarlo). Habría que concebir un deseo de llegar a ser lector, así como suele formularse el deseo de llegar a ser escritor. No basta con hacer que la letra entre (ni que sea con sangre, según se estila decir).

Además de las letras (lo digo yo, que estudié Letras), hay otros aprendizajes, que ustedes seguramente conocen, en el proceso de formación de un lector: aprender a concentrarse, a abstraerse del entorno, aprender a desconectarse (para poder conectarse con otra cosa), aprender, en fin, a estar solo. Es ese ejercicio soberano de corte y abstracción del entorno que describió a la perfección Alan Pauls en Trance(en una colección de autorretratos de lectores editada por Ampersand). Es eso que David Markson condensó tan exactamente en un título:La soledad del lector. Es La aventura de un lector que narró hilarantemente Ítalo Calvino, lo difícil que puede llegar a ser conciliar la lectura y la vida, porque a su héroe le encanta esa mujer que acaba de conquistar en la playa, pero no por eso se resigna a abandonar el libro que estaba leyendo entretanto.

Leer, vivir, en fin, un tópico: vivir lo leído (el Quijote), leer lo no vivido (Emma Bovary), elegir entre una cosa o la otra (Juan Dahlmann) o por qué no, nuestra utopía: vivir leyendo. El mundo (lo digo así, en forma genérica) siempre ha sido lo que esencialmente es: una especie de conspiración general, y apenas solapada, destinada a no dejarnos leer. A menudo son los mismos que fungieron de predicadores de la lectura (padres, madres, profesores, preceptores) los que luego, cuando leemos, vienen ¡y nos hablan!

El mundo como tal ya estaba configurado así: como una máquina de interrumpir. Pero probablemente nunca ha sido tan difícil como ahora conformar esa zona liberada (liberada para uno mismo) y ese tiempo liberado que el ejercicio de la lectura requiere; nunca ha sido tan difícil como ahora desconectarse (porque estamos, en sentido estricto, conectados siempre) para poder ponerse a leer. El lector salteado de Macedonio pega saltos actualmente en un mundo más salteado incluso que él; la mosca que distraía al lector en el texto de Gombrowicz son ahora millones de moscas (y decididamente, sí: millones de moscas pueden estar equivocadas, son gregarias y son tercas, se equivoca una y se equivocan todas). El arte de estar en otra cosa, que es la base del arte de la lectura, se vuelve ciertamente difícil, se vuelve casi imposible, cuando todo en realidad es otra cosa, cuando no parece existir esa cosa que nos permitiría estar en otra. Ya casi nada puede hacerse largamente y de corrido: ni conversar, ni mirar una película, ni ver un partido de fútbol, ni escuchar algún concierto, ni no hacer nada.

Cuando todo el mundo se vuelve un aparte, se complica el mundo aparte. Que es el mundo en el que leemos. De manera que cabría reformular el lema histórico de la Feria del Libro, o en todo caso ampliarlo o completarlo, y ahí donde rezaba: “Del autor al lector”, añadir casi a manera de comentario: “Y del lector al autor”. De manera que este factor, el de la reciprocidad, el que troca en ida y vuelta la impronta unidireccional, pueda modificar en principio la disposición imaginaria de ciertas típicas escenas de feria, como las charlas o las presentaciones o la firma de libros. Antes que escenas de exposición de autores para la contemplación en contrapicado por parte de los lectores, configurarlas más bien como lo que en definitiva son: espacios posibles de intercambio y de diálogo.

Del lector al autor, entonces: qué es lo que los lectores, cuando en efecto lo son, tienen para decirles a los autores (no hablo de ese clásico del chasco de eventos culturales, el del conferencista anónimo que se camufla en el público e impone una falsa pregunta de cuarenta minutos de duración; hablo del lector, hablo de los lectores). Del lector al autor y del autor como lector (el que, siendo autor, habla en tanto que lector), ese punto de convergencia o termofusión que tiene su manifestación consumada en los críticos literarios, esto es, en esos lectores que escriben sus lecturas (ni sus historias ni sus versos ni sus recuerdos ni sus vidas, sino sus lecturas). Vuelvo en las palabras, ya que no puedo volver en los hechos, a aquella conferencia de Borges en la vieja Feria del Libro. Que no fue sobre el propio Borges, en el estilo autorreferencial hoy en boga, sino sobre Macedonio Fernández, es decir, sobre otro y no sobre sí, sobre otro y no sobre Yo.

(…)

Ninguna torre de marfil, ningún paso a la ofensiva. El caballo de Troya que propuso Libertella encaja más perfectamente con el estado de cosas de la literatura en la sociedad, con el murmullo del decir literario, con el sigilo, con lo inadvertido, con lo desatendido. La literatura, de la que en general se habla bien, a la que se tiene en general por cosa buena, pero a la que se presta a veces una atención entre escasa y discontinua, o en todo caso un tanto errática, encuentra en el caballo de Troya eso que el propio Libertella alguna vez formuló como “pose de combate” (esa clase de verdad: la de la pose). Agazapados, camuflados, convirtiendo en una ventaja posible la desventaja inicial de pasar desapercibidos, la Feria puede ser un caballo de Troya con el que hacer que la literatura penetre en la ciudad, aunque también puede que haga falta un caballo de Troya para penetrar en la propia Feria, para recorrerla y para estar en ella.

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Martín Kohan
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    Un comentario

    1. Escuché y ví este discurso y no puedo más que amar a Martín, si es que puedo más de lo que ya lo amo. Su perspectiva cómo lector, resaltando y dándole un lugar tan importante como quien escribe, es de una estatura intelectual en la que no solo cree, habla y difunde, sino que ejerce. No le conozco un acto de soberbia creyéndose «el gran escritor argentino» cómo otros, sino al contrario. Si tiene que hablar de su profesión dice docente. Y de verdad Martín deja sus enseñanzas y lo hace de manera magistral.

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