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Por qué el sexo no es solo sexo y qué esconde o muestra en realidad

El piscoanalista y fundador del Centre for Freudian Analysis and Research, en Londres, explica en 'Nunca es solo sexo' (Sexto Piso) la reconfiguración constante de este acto y concepto a lo largo de la historia para comprender mejor el presente. WMagazín publica un pasaje de este ensayo en un momento clave para mostrar el multiverso individual y colectivo

Presentación WMagazín La expresión “fue solo sexo”, es solo una máscara. Procreación, deseo, placer, lujuria, oculto, ritual, prejuicio, ¿emoción? Seducción, gozo, prohibido, género, ¿amor? Íntimo, culpa o etiqueta, son conceptos que acompañan lo relacionado con el sexo. Y el sexo es todo eso y, más o menos según cada persona, porque lo que está claro es que es más que instinto y procreación. Un acto rodeado de muchas sensaciones, ideas y emociones que el psicoanalista Darian Leader recoge en Nunca es solo sexo (Sexto Piso). El ensayo muestra una parte de ese multiverso en expansión y reconfiguración constante y continua a lo largo de la Historia con lo que representa para cada persona y para la sociedad y para las propias «reglas» de convivencia.

Una obra que llega en un momento oportuno en el que la humanidad vive tres situaciones importantes y de trascendencia: la visibilidad y normalización de múltiples sexualidades y expresiones sexuales relacionadas con la identidad del individuo que siempre han estado en el ser humano, las fuerzas que tratan de equilibrar la igualdad entre todas las personas tras una vida hegemónica patriarcal y heterosexual y la mirada que trata de imponer lo políticamente correcto, que muchas veces enmascara la realidad y empeoran el curso de los hechos, en un momento de búsquedas, exploraciones y reivindicaciones de autenticidad de un yo galopante que reclama más libertad y soberanía. Una época donde se impone la pluralidad y la diversidad.

WMagazín, publica un fragmento de este ensayo que ayuda a conocer, comprender y entender mejor la parte del mundo del sexo que habita en cada cabeza y en la sociedad, y cómo hemos construido un universo visible y oculto, a la vez; único y diferente, a la vez par; real y fantasioso, a la vez; tranquilo y problemático, a la vez; alegre y culposo, a la vez; porque el sexo es muchas cosas al mismo tiempo. Conviven en él y emergen de él una serie de ondas que afectan al orden de la vida individual y colectiva.

“Mientras la mayor parte de los psicoanalistas tienden a buscar la causa sexual que se esconde tras nuestras conductas no sexuales, Leader plantea una suerte de «psicoanálisis inverso»: toma nuestros hábitos y preferencias sexuales e indaga en su causa no sexual. Basándose en su experiencia analítica, en investigaciones históricas y en el estudio de abundantes casos prácticos, Darian Leader indaga en los problemas, miedos y deseos de nuestro día a día y su incidencia en nuestra vida sexual”, señala la editorial.

Driann Leader (Alameda County, California, 1965) es psicoanalista y miembro fundador del Centre for Freudian Analysis and Research, en Londres. Ha participado en numerosos documentales y conferencias sobre la relación entre arte y psicoanálisis. Leader es autor de libros como La moda negra. Duelo, melancolía y depresión (2011), ¿Qué es la locura? (2013), El robo de la Mona Lisa (2014) y Estrictamente bipolar (2015).

El siguiente es un pasaje del libro:

Nunca es solo sexo

Darian Leader

El reproche quizá halla aquí cierta respuesta en el sexo en sí. Cuando los adultos follan, la manera más habitual que tienen de describir la sensación que experimentan al acabar es usando la palabra “alivio”, un término que también se utiliza para el acto de hacer que alguien se corra. Si, tal como ya hemos visto, el sexo es una compleja cámara de compensación de multitud de terrores, angustias y ansiedades, un posible resultado de practicarlo sería la eliminación de los estados de tensión que los adultos que nos cuidaban en el albor de nuestras vidas no supieron extirparnos. El sexo, en ese sentido, quita tanto como da y puede que explique la sensación de gratitud que a veces se siente hacia la otra persona, por muy egoísta que su comportamiento sexual haya sido en realidad. La pareja sexual ha ayudado en ese momento a suprimir el estado físico de excitación y tensión, y el sexo ha borrado temporalmente toda una serie de preocupaciones.

Es como si, con el alivio al que se refieren las personas en estos casos, estuvieran dando a entender que han logrado evitar por los pelos un peligro terrible, mortal incluso. El sexo como acto resulta tan increíble para los niños que esa sensación de incredulidad nos acompaña inconscientemente a lo largo de la vida. Haberlo practicado realmente y haber sobrevivido a ello, con todos los riesgos de daño corporal que comporta, es algo sencillamente inimaginable y las lágrimas y las risas que a veces siguen al sexo podrían ser signos indicativos de ese logro. Y merece la pena recordar que, a diferencia de otros muchos síntomas de emoción, las lágrimas y la risa son, la mayoría de las veces, señales de alivio por habernos librado de alguna desgracia.

Las palabras empleadas desde hace siglos para describir el sexo casi siempre hacen referencia simultánea a engañar o a eludir; en inglés, por ejemplo, to screw puede significar “follar”, pero también “timar”, y lo mismo ocurre con otros verbos, como to ream (“sodomizar”, pero también “defraudar”), to diddle, to swyve, to fuck, to trick o to jape. Es como si el acto sexual nos permitiera durante un momento escapar a la catástrofe o burlar a alguna fuerza maligna. Se han evitado un daño al cuerpo y un castigo precisamente en la situación en la que corríamos un mayor riesgo. Y quizá sea prueba de ello la peculiar mezcla de sensaciones que con tanta frecuencia siguen a la reacción inicial de alivio.

(…)

Es importante recordar que, a pesar de todo esto, el sexo nunca es una sola cosa. Las mismas acciones pueden tener significados totalmente distintos según las personas, o en el caso de un mismo individuo, según los momentos de su vida. No es probable que el sexo para un adolescente de dieciséis años en una fiesta de instituto sea lo mismo que para una persona (casada o soltera) de cuarenta años, o para un soldado que está con su pelotón en un territorio ocupado, o para alguien que acaba de enviudar a los setenta años. Pero, por otra parte, posiblemente siempre implicará unos desequilibrios físicos y emocionales de poder, ciertos ejercicios (pequeños o grandes) de violencia y de presión, que, como ya hemos visto, pueden ser en parte efectos de nuestras infancias tempranas.

Ante semejante bagaje, no deja de sorprender que las personas se las arreglen para practicar sexo de todos modos, más aún si se tienen en cuenta los múltiples problemas de “rendimiento” sexual que muchas de ellas exponen en terapia. Pero ¿acaso no deberíamos interpretar tales problemas más bien como respuestas legítimas a las circunstancias de cada una y de cada uno? Bernard Apfelbaum señaló que la capacidad real de practicar sexo debería verse más bien como un trastorno en según qué casos. Si alguien está deprimido, o está enfadado con su pareja, o se siente atacado por ella, o está apenado, o le preocupa su relación, ¿no se encontraría en un estado indicativo de que no está preparado para practicar sexo? Y, sin embargo, el hecho de que muchas personas continúen practicándolo y actúen conforme al guion correspondiente significa que el sexo y el rendimiento sexual se han escindido el uno del otro en cierto sentido. El sexo se convierte así en el síntoma mismo de una autoalienación.

En su pionero estudio La dialéctica del sexo, Shulamith Firestone defendía que la única esperanza de que algún día veamos una sexualidad liberada –algo que tal vez ni ella misma creía que pudiese ser realmente posible– sería descargar a las madres de la obligación de la maternidad reproductiva y encomendar tal función a ambos sexos, o, mejor aún, a unas formas de reproducción enteramente artificiales. Es habitual reducir su rica y variada obra a esa sola tesis a efectos de ridiculizarla, pero, aun sabiendo que nunca va a ocurrir algo como lo que ella describía ahí, creo que se entiende bien el sentido de su afirmación: extirpando las relaciones de dependencia que se establecen en la infancia y la carga sacrificial de las madres, se podrían reconfigurar todas la relaciones de poder asimétricas del vínculo entre bebé y cuidadora, y ya no tendrían que redirigirse hacia los actos sexuales en sí. El sexo dejaría de ser una serie de actos ocultos (y no tan ocultos) de violencia, venganza e inversión emocional.

Si en el sexo representamos, perseguimos y vengamos muchos aspectos de la relación temprana con nuestros cuidadores de la infancia, siempre habrá un desequilibrio de poder, porque así fue como comenzaron nuestras vidas. Estábamos indefensos, no podíamos expresarnos y nos hallábamos a merced de unos cuerpos más grandes y poderosos que los nuestros. Pero en el sexo está casi siempre presente la sensación de invertir esa indefensión, pues en él somos momentáneamente la causa de lo que la otra persona está sintiendo y, a veces, también de lo que nosotros sentimos. Por eso hay personas que pueden sentir una carga erótica muy fuerte cuando “advierten una expresión de necesidad en el rostro de su amante”, por emplear las palabras de Amber Hollibaugh, porque se dan cuenta de que por fin somos capaces de causar cosas, de ejercer una breve agencia en un mundo en el que tendemos a no tenerla nunca. Y la línea que separa el intentar ser una causa de lo que alguien siente y el empeñarse en dominar y controlar a ese alguien (y, en la práctica, en ejercer una especie de violencia sobre esa persona) es a menudo muy fina.

Más allá de su proyección reproductiva, el sexo quizá sirva también para erotizar esas dimensiones de desigualdad, dominación, fuerza y causalidad. Comporta una exploración y una elaboración sobre la marcha, segundo a segundo, de las relaciones de poder, con rápidos giros en las desigualdades, según lo que las personas hacen o dejan de hacer con sus parejas. Estas dinámicas contienen guiones sociales y son al mismo tiempo moldeadas por ellos, que son los que dictan qué puede hacerse y qué no, y con quién. Como bien escribió Hollibaugh, “el poder es el corazón (y no solo la bestia) de toda indagación sexual”. Cuando decimos que la cultura y la socialización nos han imbuido de fantasías y que, por lo tanto, debemos cuestionárnoslas, esto es sin duda cierto, pero ¿qué vendría a ocupar el lugar de dichas fantasías si la función misma de estas es hacer algo a propósito del dolor, el trauma y la opresión que sentimos? Si el sexo es hoy justamente eso, ¿qué otra cosa podría ser?

El sexo podría ser una manera de convertir nuestro sufrimiento y opresión en una fuente temporal y compleja de placer. (…) El sexo va de mucho más que solo sexo: va también de historia, de socialización, de preocupación, de culpa, de venganza, de violencia, de amor. Cuando presuponemos que solo va de placer y satisfacción, no estamos viendo lo que tendríamos que ver para replantearnos lo que el sexo es y lo que podría ser.

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