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Mia Farrow en ‘La semilla del diablo’, de Roman Polanski (1968), cuya admiración por el director dio pie a Claire Dederer a escribir el ensayo Monstruos ¿Puede separarse el artista de su obra? (Península. /WMagazín

¿Se debe separar al autor de su obra? ¿Se puede disfrutar de una creación artística de alguien no ejemplar?

La crítica cultural estadounidense aborda en su libro 'Monstruos' (Península) un tema insoslayable y polémico. La respuesta a las preguntas pueden involucrar lo emocional, lo racional, la ética, la moral, la política, la estética o todo a la vez. Publicamos varios pasajes de situaciones diferentes que interpela a todos

Presentación WMagazín Uno de los debates perpetuos en espiral en estos tiempos, polémicos y más enriquecedores, es el de si se puede, se debe o es posible separar la obra artística de la persona que la crea. Creadores de obras que admiramos donde vemos el genio, la belleza y su aporte, y que incluso nos pueden subyugar, pero que en su vida personal y pública no son ejemplares, sea como ciudadanos, padres, amigos, colegas o amantes, o porque no compartimos sus ideales y pensamientos. ¿Tienen carta blanca? Un dilema con tantas cabezas como Gorgona, por asuntos éticos, morales, artísticos, personales, etc, que, ahora, se mezclan con la corrección política. ¿Debe una persona privarse de disfrutar y aprender de una obra creada por alguien con mancha en su vida personal?

Estos son los temas que aborda Claire Dederer en su ensayo Monstruos. ¿Se puede separar el artista de su obra? (editorial Península). Para la ensayista y crítica cultural estadounidense es algo indisoluble. Para otras personas una cosa es la persona y otra su obra. En cualquier caso, Dederer recomienda conocer la realidad, los diferentes ámbitos de los creadores y las raíces de donde proceden sus obras. Y si en algunos de esos artistas hay mancha o no se comparten sus acciones o ideas, la pregunta es si se puede seguir disfrutando de su obra. Si se debe separar la creación de la persona.

Claire Dederer escribió este libro a partir del debate que se suscitó en ella ante su admiración por el cineasta Roman Polanski y el delito de violación por el que fue juzgado. A partir de ahí, Dederer abre el foco para repasar otros casos y reflexionar desde su yo, desde su experiencia en la que confronta sus propios criterios, razones, emociones y gustos artísticos de admiración por un autor, al tiempo que interpela al lector. El libro surgió de su artículo ¿Qué hacemos con el arte de los hombres monstruosos? que publicó en The Paris Review, en 2017. Un texto a la luz del estallido del movimiento MeToo en el que se desvelaron y denunciaron millares de episodios de abusos contra las mujeres.

Hay varias clases de respuesta ante estas personas y sus obras: emocional, racional, ética, moral, política, estética y todas a la vez, pero la decisión de cada individuo destacará una, aunque sea en secreto. Por este libro desfilan imbricadas las historias personales y artísticas de figuras que van desde Pablo Picasso hasta Roman Polanski y Woody Allen, incluso Virginia Woolf y su antisemitismo, Willa Cather, David Bowie, T. S. Eliot, Ezra Pound, Ernest Hemingway, Michael Jackson, J. K. Rowling…

WMagazín publica varios pasajes de este libro con un tema que puede resultar difícil, inquietante, perturbador. La forma es el fondo, el fondo es la forma, la forma es resultado de su origen, de un pasado, viene a decir Dederer. Porque “no siempre amamos a quien deberíamos, o lo que deberíamos”.

La ensayista y crítica cultural estadounidense Claire Dederer. /Foto cortesía editorial Península

Seres humanos que, algunas veces, lo que hacen con su obra es dejar el rastro de su comportamiento censurable con los otros para crear una obra de arte que habrá de ser apreciada. Seres humanos que vampirizan todo y a todos a su alrededor, en nombre, conscientes o no, de la creación de belleza. Seres humanos que nos deslumbran y que pueden entristecernos cuando conocemos su biografía. Seres humanos que nos han regalado la belleza y el arte.

Una prueba de la contradicción con la que está abocado a lidiar el ser humano. En la ruta de la excelencia el creador se topa con muchas personas y cosas que no siempre están en la misma sintonía con su objetivo, búsqueda y ambición. Estos son unos ejemplos de los personajes abordados por su autora, con motivaciones y debates diferentes:

'Monstruos'

Por Claire Dederer

Empecé a confeccionar una lista.

Roman Polanski, Woody Allen, Bill Cosby, William Burroughs, Richard Wagner, Sid Vicious, V. S. Naipaul, John Galliano, Norman Mailer, Ezra Pound, Caravaggio, Floyd Mayweather… Aunque si empezamos a enumerar a deportistas no acabaremos nunca. ¿Y qué hay de las mujeres? La lista se hace de inmediato más titubeante: ¿Anne Sexton? ¿Joan Crawford? ¿Sylvia Plath? ¿Autolesionarse cuenta? Bueno, vale, volvamos a los hombres: Pablo Picasso, Lead Belly, Miles Davis, Phil Spector. Añádanse los que se quiera; añádase uno nuevo cada semana, cada día. Charlie Rose, Carl Andre, Johnny Depp.

A todos se los acusó de hacer o decir algo horrible, y todos hicieron algo fabuloso. Lo horrible trastoca lo fabuloso; no podemos ver o escuchar o leer esa obra fabulosa sin recordar aquello tan horrible. Nos invade el conocimiento de la monstruosidad del creador y nos apartamos, sobrepasados por el asco. O… no. Seguimos mirando, y separando o tratando de separar al artista del arte. En cualquier caso, la alteración se produce.

¿Cómo separamos el creador de la obra? ¿Optamos por el olvido voluntario cuando decidimos escuchar el ciclo de El anillo del Nibelungo de Wagner, por decir algo? (Olvidar es más fácil para unos que para otros; la obra de Wagner apenas se ha interpretado en Israel desde 1938.) ¿O creemos que el genio merece una dispensa especial, que tiene carta blanca para actuar como quiera?

¿Y cómo cambia nuestra respuesta de una situación a otra? ¿Somos consecuentes a la hora de aplicar el castigo que supone retirarnos como público? ¿Actuamos siempre con el mismo rigor? Determinadas obras de arte parecen no ser ya aptas para el consumo por culpa de las transgresiones de sus creadores. ¿Es posible ver La hora de Bill Cosby tras las acusaciones de violación contra Bill Cosby? Es decir, claro que puede verse, técnicamente, pero ¿acaso estamos viendo el programa? ¿O estamos asistiendo al espectáculo de nuestra inocencia perdida?

¿Y es solo una cuestión de pragmatismo? ¿Le negamos nuestro apoyo si la persona está viva y por lo tanto puede beneficiarse económicamente de que veamos su trabajo? ¿Votamos con la cartera? En ese caso, ¿está bien ver por ejemplo una película de Roman Polanski si es gratis? ¿Podemos, mmm, verla en casa de un amigo?

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J.K. Rowling y la cancelación

En 2021, J. K. Rowling empezó a dar indicios de estar alineada con el movimiento, cada vez más extendido en el Reino Unido, de la «identidad de género». Rowling defendía que el género lo determinaban los órganos sexuales y que negar esa realidad ponía en peligro las vidas de mujeres y niñas. Rowling publicó un comunicado en su página web en el que mostraba su preocupación por el “lenguaje inclusivo” que llama a las personas de sexo femenino “personas menstruantes” y “personas con vulva”. Y decía: “Quiero que las mujeres trans estén a salvo. Al mismo tiempo, no quiero que quienes han nacido chicas y mujeres lo estén menos. Cuando se abren las puertas de los baños y los vestuarios a cualquier hombre que cree o siente que es una mujer —y, como he dicho, los certificados de confirmación de género podrían concederse ahora a cualquiera, sin necesidad de una intervención quirúrgica o de hormonas— se abre la puerta a todos los hombres que quieran entrar dentro”.

La reacción en internet fue furibunda. Muchos de los que habían sido niños Potter eran trans y estaban, con razón, indignados. Pero bajo la indignación había una profunda tristeza; la tristeza de que algo que les era muy querido hubiera quedado manchado. La fábula de Rowling sobre un lugar en el que la diferencia era bienvenida al final no los incluía a ellos.

Si eres una persona trans o quieres a una persona trans o simplemente no estás de acuerdo con la forma de expresarse de Rowling, ¿qué haces con esa parte de tu infancia que ha quedado entrelazada con Harry Potter? Esos niños habían sido parte de un fenómeno de marketing de masas: al fin y al cabo, ¿acaso eran los libros de Harry Potter mejores que, por ejemplo, las novelas de brujas de Eva Ibbotson? Esos niños se habían echado en brazos de un sueño propulsado por internet y por el poder de integración del capitalismo.

La buena noticia era que aquel era un sueño de amor. De eso iban, al fin y al cabo, los libros de Harry Potter: de soñar con un lugar donde a los que no eran como los demás se los aceptaba y donde el amor vencía al mal. También me pregunté por la vergüenza. El miedo a que hagan que te avergüences acecha en los confines de toda vida de internet. ¿Qué papel desempeña la vergüenza en esa dinámica entre el fan y el artista caído en desgracia? Una cosa es la vergüenza, el nombre, y otra avergonzar, el verbo. En un caso, es algo que siento en mi interior; en el otro, es algo que puedo hacer que sientan los demás. Cuando nos gusta un artista y nos identificamos con esa persona, ¿sentimos vergüenza ajena cuando aparece la mancha? ¿O intentamos con todas nuestras fuerzas que esa persona se avergüence de lo que hace, y nos apartamos de ella de un modo más definitivo, para evitar cualquier posibilidad de identificación? Puede que la vergüenza sea la máxima expresión de la relación parasocial. Nuestras emociones, al fundirse con las de los artistas que nos gustan, nos hacen vulnerables de maneras enteramente nuevas en la era de internet. No es de extrañar que no sepamos cómo comportarnos en ese nuevo paisaje, ni qué sentir.

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Tarantino y su deshumanización

Es lo que me pasó al principio de este libro, con mi febril visionado de Polanski. La palabra “genio” me vino a la mente como un viento fresco del norte, y se llevó por delante todas mis preocupaciones y mi culpabilidad. Polanski era un genio, al fin y al cabo, así que no se lo podía juzgar como al resto. A la hora de poner en una balanza la grandeza del trabajo frente a la maldad de lo ocurrido, la palabra «genio» lo cambia todo. Es un absoluto reluciente en un gris sistema de valor relativo. Y eso juega a favor del genio. Pensé mucho en ello en el invierno de 2018, cuando los hombres estaban en la diana y empezaron a darse cuenta de que su forma desenfadada de hacer las cosas quizá no era tan desenfadada para todo el mundo. Estoy pensando en lo que contó Uma Thurman de cómo la presionó Quentin Tarantino en el rodaje de Kill Bill: según ella, como actriz, la trató con una «deshumanización comparable a la muerte». Lo que me sorprendió fue que yo me empeñaba en creer que esos hombres estaban en su derecho a actuar así. Tarantino era un genio, ¿no? No podías esperar otra cosa de un hombre así. Para que su obra fuera lo que era, necesitaba ser libre. Iba a tener que desprogramar de mi cerebro la idea de que los genios se rigen por sus propias reglas.

Esa idea del genio, y de lo que se le permite, se le aplica a determinadas personas concretas. Una pista: no son mujeres. El del genio es un club exclusivo, con normas inflexibles para sus miembros, no todas las cuales (tosecilla, los ojos desvían la mirada) tienen que ver con la propia obra.

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Virginia Woolf y su antisemitismo

Poco después de haber visto el documental de Fry, me vi leyendo un recopilatorio de textos memorialísticos de Virginia Woolf titulado Carlyle’s House and Other Sketches en la gran sala de lectura de la biblioteca de la Universidad de Washington. No haré una lista de los diversos comentarios antisemitas que Woolf hace como de pasada; baste decir que sus diarios están plagados de ellos. A su marido, Leonard, lo llamaba en broma “mi judío”. Porque, claro, ese es el factor que lo complica todo: Woolf estaba casada con un hombre judío, y como integrante del círculo de Bloomsbury, debía parecer un modelo de tolerancia. (¡Otra vez esas “ficciones del liberalismo”!)

Quizá ella también pensaba que estaba en la cima de la historia; que era demasiado ilustrada para que la consideraran intolerante. Le mencioné a una amiga judía que había descubierto el antisemitismo de Virginia Woolf y que había estado pensando en si manchaba su obra o no. Mi amiga respondió con naturalidad: “Bueno, si renunciamos a los antisemitas tendremos que renunciar a todo el mundo”.

¿Por qué se ha olvidado el antisemitismo de Woolf? No es ni mucho menos lo primero en lo que pensamos cuando pensamos en ella. Y es algo pequeño, algo casual, algo enterrado. Como ocurre con T. S. Eliot, Edith Wharton y Dostoyevski, lo primero en lo que pensamos es en su producción literaria. Cuando nos vemos de frente con su antisemitismo, consideramos que es algo que tiene que ver con el momento histórico, como si el antisemitismo fuera el clima de la época y no hubiera hecho más que pasarles por encima a esos escritores.

La biografía de Woolf ha cobrado importancia para nosotros. Se han hecho varias películas sobre las vidas cruzadas de los miembros del círculo de Bloomsbury, ambientadas en el barrio de Londres del que recibe el nombre, en las casas de campo a las que solían ir (incluida Ham Spray, Espray de Jamón, un nombre repugnante para una villa). En la película Las horas Woolf era un personaje más —deprimida, feminista, inteligente, elegante—, una imagen repetida en bolsas de tela y libros de regalo. El personaje de Woolf ha sustituido en gran parte a la Woolf escritora. Vemos a Woolf y al círculo de Bloomsbury como abanderados de las ficciones del liberalismo. Doris Lessing, en el prefacio que escribió para Carlyle’s House, dijo: “A todos nos gustaría que nuestros ídolos y modelos fueran perfectos; es una pena que Woolf fuera tan de clase media, tan esnob —y todo lo demás—, pero el amor tiene que serlo con todos sus defectos. En sus mejores momentos fue una gran escritora, creo, y parte del motivo era que estaba imbuida del espíritu del ‘buscaban la verdad’, como sus amigos y, de hecho, toda la bohemia”.

Esa es la versión de Woolf que “ha ganado”: la de la mujer bohemia que buscaba la verdad. Le damos carta blanca porque era otra época pero, en 1939, E. M. Forster, él también en los aledaños del círculo de Bloomsbury, publicó un artículo, Conciencia judía, que acababa diciendo: “!Para mí, el antisemitismo es ahora lo más chocante que hay en el mundo”. Qué importante, qué conmovedora es esa breve palabra, “ahora”, apuntando con una manita a la Europa de 1939”.

  • Monstruos. ¿Se puede separar el artista de su obra? Claire Dederer. Traductora: Ana Camallonga (Península)

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Claire Dederer
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