Oppenheimer, la biografía sobre «el padre de la bomba atómica» en que se basa la película de Christopher Nolan
Más de treinta años tardaron los dos autores del libro 'Prometeo americano', Pulitzer 2006, en investigar y escribir la vida del físico que cambió el curso de la Segunda Guerra Mundial y de la Historia. Una obra minuciosa, intimista y clase magistral sobre la ciencia y la persecución que sufrió Oppenheimer
Robert Oppenheimer, el llamado “padre de la bomba atómica”, está en boca de medio mundo gracias a la excelente película de Christopher Nolan, Oppenheimer, protagonizada por Cillian Murphy. Esta obra de Nolan, en la que ejerce de director, guionista y productor, se basa en la biografía Prometeo americano. El triunfo y la tragedia de Oppenheimer, de Kai Bird y Martin J. Sherwin (Debate). El libro obtuvo el Premio Pulitzer en 2006 luego de tres décadas de que Sherwin empezara a recopilar información y, en los noventa, se uniera Bird: entrevistas, búsqueda en archivos del FBI, análisis de las cintas con discursos e interrogatorios, y de hallazgos de documentos privados del físico nuclear. El resultado es una biografía minuciosa y detallada, tanto en lo personal como en lo profesional y político, hasta crear un retrato intimista, emotivo y humano del científico más famoso y decisivo de su generación.
WMagazín publica un pasaje de esta biografía inspiradora que cuenta la vida de un hombre que persigue sus sueños y que casi vivió aquello que dijera Oscar Wilde: “Ten cuidado con lo que deseas, porque se puede cumplir”. Héroe de su país, Estados Unidos, y luego perseguido por ese mismo país.
La versión cinematográfica de Christopher Nolan es fuera de serie en forma y fondo, convirtiéndose en su mejor película. La materia prima estaba en la biografía y el director la enriqueció y llevó a su terreno y dimensión artística-narrativa de manera fascinante. Puedes leer aquí el artículo de WMagazín sobre el análisis de la película en la que explica por qué va más allá del cine y el tema al incentivar la exploración en el arte de narrar, de contar y de pensar, como la buena literatura.
La biografía sobre Julius Robert Oppenheimer (Estados Unidos, 22 de abril de 1904 – 18 de febrero de 1967) aborda su vida personal y existencial entrelazada con un tema crucial como la consecución de la bomba atómica y sus paradojas de paz durante la Segunda Guerra Mundial.
Kai Bird y Martin J. Sherwin reconstruyen todo lo que tiene como epicentro del curso de la Historia la madrugada del 16 de julio de 1945, en el desierto de Nuevo México, cuando se detonó en secreto la primera bomba atómica. Fue el resultado exitoso del Proyecto Manhattan liderado por Oppenheimer, a pesar de sus relaciones con el comunismo y sus aportes económicos a los republicanos en la Guerra Civil española. El físico dirigió a varios centenares de científicos reunidos en un pueblo construido expresamente para ellos desde 1942. Tras aquella prueba y el uso de la bomba en Hiroshima y Nagasaki, Oppenheimer luchó contra la guerra nuclear y la bomba de hidrógeno. Pero su pasado simpatizante con el comunismo y sus nuevas luchas lo convirtieron en blanco de la persecución de brujas de la era McCarthy, fue acosado por el FBI, calumniado como espía de la Unión Soviética y obligado a dimitir de cualquier función pública. “Su vida privada fue arrastrada del mismo modo hacia el esperpento; su casa fue allanada con micrófonos ocultos, y su teléfono intervenido. No sería hasta 1963 que el presidente Kennedy lo rehabilitaría y, con ello, su figura obtendría otro cariz para los ciudadanos del mundo”, recuerda la editorial.
El siguiente es un pasaje del prefacio de la biografía Prometeo americano, de Kai Bird y Martin J. Sherwin:
Prometeo americano. El triunfo y la tragedia
Por Kai Bird y Martin J. Sherwin
Prefacio
La vida de Robert Oppenheimer —su carrera, su reputación, incluso la percepción de su propia valía— de repente se desbocó sin control cuatro días antes de la Navidad de 1953. «No puedo creerme lo que me está pasando», exclamó mientras miraba por la ventanilla del coche que lo llevaba a toda prisa a Georgetown, Washington D.C., a casa de su abogado. En pocas horas tenía que tomar una decisión crucial. ¿Dimitiría de su puesto de consejero del Gobierno? ¿O debía rebatir los cargos que se le imputaban en la carta que Lewis Strauss, presidente de la Comisión de Energía Atómica (CEA), le había entregado de sopetón aquella misma tarde? En ella lo informaban de que, tras volver a revisar su historial y sus filiaciones políticas, se lo declaraba una amenaza para la seguridad nacional, y enumeraban treinta y cuatro cargos que iban desde lo absurdo («consta que en 1940 usted figuraba como contribuyente de los Amigos del Pueblo Chino») hasta lo político («desde el otoño de 1949 en adelante mostró una fuerte oposición al desarrollo de la bomba de hidrógeno»).
Curiosamente, desde que se arrojaron las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki, Oppenheimer albergaba la vaga sensación de que en su camino lo esperaba algo oscuro y ominoso. Unos años antes, a finales de la década de 1940, cuando se había convertido en una figura verdaderamente emblemática en la sociedad estadounidense como el científico y el consejero político más respetado y admirado de su generación —había incluso aparecido en la portada de las revistas Time y Life—, leyó el relato La bestia en la jungla, de Henry James. Se quedó impresionado por esa narración obsesiva de egolatría atormentada en la que al protagonista lo persigue la premonición de que «algo raro y extraordinario, posiblemente prodigioso y terrible, le sucedería tarde o temprano«. Fuera lo que fuera, estaba seguro de que lo «arrollaría».
A medida que crecía la marea anticomunista en los Estados Unidos de la posguerra, Oppenheimer cada vez tenía más claro que lo acechaba «una bestia en la jungla». Lo citaban ante los comités de investigación congresuales dedicados a la caza de rojos, el FBI tenía pinchados los teléfonos de su casa y de su despacho, la prensa publicaba historias difamatorias acerca de su pasado político y sus filiaciones; todo ello le producía la sensación de que iban a por él. Las actividades izquierdistas que había llevado a cabo en la década de 1930 en Berkeley, combinadas con la oposición que había mostrado en la posguerra ante los planes de las Fuerzas Aéreas, que pretendían lanzar bombas atómicas de forma masiva y estratégica —planes que él calificaba de genocidas—, enfurecieron a muchas figuras poderosas de Washington, entre los que se encontraban J. Edgar Hoover, el director del FBI, y Lewis Strauss.
Aquella noche, en Georgetown, en casa de Herbert y Anne Marks, Oppenheimer sopesó las alternativas que se le ofrecían. Herbert no solo era su abogado, sino también uno de sus mejores amigos, y su mujer, Anne Wilson Marks, había sido secretaria suya en Los Álamos. Esta se dio cuenta de que aquella noche Oppenheimer parecía encontrarse «en un estado anímico que rozaba la desesperación». No obstante, después de hablar largo y tendido, el físico concluyó, quizá tan resignado como convencido, que, por muy mal dadas que vinieran las cartas, no podía quedarse de brazos cruzados frente a aquellos cargos. De modo que, con ayuda de Herb, redactó una carta dirigida al «Querido Lewis» en la que señalaba que este lo incitaba a dimitir. «Me sugieres como solución posible y deseable que solicite la terminación de mi contrato como asesor de la comisión [de Energía Atómica], y así evitar que se consideren explícitamente los cargos». Oppenheimer dijo que ya había valorado seriamente esa posibilidad, y «[b]ajo las circunstancias presentes —continuaba—, llevar adelante esa acción significaría que acepto que no soy adecuado para servir a este Gobierno, al cual he servido durante doce años, y que convengo en ello. No puedo hacer eso. Si no valiera para la tarea, difícilmente podría haber servido a nuestro país como lo he intentado hacer, ni haber sido director de nuestro instituto de Princeton, ni haber hablado, como he hecho en más de una ocasión, en nombre de nuestra ciencia y nuestro país».
Al final de la velada, Robert estaba exhausto y abatido. Después de varias copas, se retiró arriba, al cuarto de invitados. Al cabo de unos minutos, Anne, Herbert y Kitty, la mujer de Robert, que lo había acompañado a Washington, oyeron un «golpe fortísimo». Corrieron escaleras arriba; la habitación estaba vacía, y el cuarto de baño, cerrado. «No podía abrir la puerta —dijo Anne—, y Robert no contestaba».
Se había caído al suelo de tal manera que bloqueaba la puerta. Poco a poco fueron abriéndola, empujando el cuerpo inconsciente. Cuando Robert volvió en sí, «solo balbuceaba», recordó Anne. Dijo que se había tomado una de las pastillas de Kitty para dormir. «No dejen que se duerma», les exhortó un médico por teléfono. Así que durante casi una hora, hasta que llegó el médico, le hicieron caminar y beber sorbitos de café.
La bestia de Robert se había abalanzado sobre él; acababa de comenzar el calvario que terminaría con su carrera en servicio del Gobierno y que también, paradójicamente, consolidaría su renombre y afianzaría su legado.
- Prometeo americano: El triunfo y la tragedia de Oppenheimer. Kai Bird y Martin J. Sherwin. Traductora: Raquel Marqués García (Debate).
- Análisis de la película Oppenheimer, de Christopher Nolan, en WMagazín.
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