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Detalle de la portada de ‘Los árboles’, de Percival Everett (De Conatus). /WMagazín

Percival Everett hace justicia literaria, en ‘Los árboles’, con los miles de linchamientos racistas en Estados Unidos

El escritor novela el asesinato del adolescente Emmett Till, en 1955, que reactivó la lucha por los Derechos Civiles en su país. Es una de sus obras mayores en la que denuncia los más de seis mil crímenes pertenecientes a minorías raciales en 110 años en su país. WMagazín publica un pasaje de este libro que es memoria y punto de encuentro de géneros y miradas

Presentación WMagazín Seis mil linchamientos racistas en Estados Unidos en 110 años, desde 1913, y creciendo. Esos son los expedientes de personas negras y de otras minorías cuyos nombres reviven en la nueva novela de Percival Everett, Los árboles (De Conatus). Una obra mayor de este escritor estadounidense que es acta, mapa, testimonio, denuncia, reflexión, grito y memoria literaria sobre la sinrazón y el odio que nunca mueren. Una novela que parte del atroz linchamiento, el 28 de agosto de 1955, al adolescente negro Emmett Till que reactivó la lucha por los Derechos Civiles en Estados Unidos.

WMagazín publica un pasaje de Los árboles, novela finalista del Booker Prize 2022, que es punto de encuentro de géneros literarios, del policial a la caricatura supremacista blanca, y de miradas que van de la luz a la oscuridad. Percival Everett (Georgia, 1957) parte del descuartizamiento a Emmett Till, en Money, Mississippi. Fue acusado por una mujer blanca de coquetearle, ante lo cual su esposo y hermano decidieron matar a Emmett mutilando su cuerpo y lanzarlo al río. Los asesinos negaron los hechos, fueron absueltos y años después reconocieron su crimen, mientras la mujer contaría que ella había mentido.

Percival Everett salda cuentas con este crimen y todos los demás y crea esta venganza literaria al resucitar el cuerpo mutilado de Emmett Till como un fantasma que aterroriza a los blancos en la era de Donald Trump. El escritor cambia el curso de la historia real y los linchados ahora son los blancos, los descendientes de los asesinos y otras personas racistas. Justicia literaria en la cual el pasado recuerda que jamás duerme y proyecta su sombra sobre el presente y el futuro.

Este crimen fue tan importante que ha inspirado a creadores de diferentes artes como a Bob Dylan que, en 1962, compuso The death of Emmett Till. En 2022 se estrenó la película Till, el crimen que lo cambió todo, dirigida por Chinonye Chukwu, y protagonizada por Danielle Deadwyler, como la madre del muchacho que reclama justicia, cuya actuación ha recibido grandes críticas y ha sido nominada a los principales premios a Mejor Actriz.

El escritor estadounidense Percival Everett. /Fotografía cortesía: De Conatus

La identidad, la ironía y la voz pausada y acerada son características de Percival Everett. Ha escrito más de treinta libros y es catedrático en la University of Southern California. Entre sus múltiples premios figuran el del Pen Club de Estados Unidos y el de la Academia Americana de las Artes y las Letras. Debutó en 1983 con Suder al que siguieron títulos como Cortando a Lisa (1986), El país de dios (1994), Borrador (2001) o No soy Sidney Poitier (2011, editada en España por Blackie Books). También es autor de cuentos y de libros para niños.

El siguiente es uno de los pasajes de Los árboles:

'Los árboles'

Percival Everett

Money, Mississippi, tiene exactamente el aspecto que sugiere su nombre. Bautizado desde esa tradición de ironía sureña recalcitrante, y desde la tradición adjunta de la incultura, el nombre se vuelve un poco triste, un indicador consciente de ignorancia que quizás convenga aceptar porque, reconozcámoslo, no va a desaparecer.

En las afueras de Money había algo que quizás se podría considerar de forma aproximada un suburbio, quizás hasta se podría llamar barrio, una colección no tan pequeña de casas dúplex estilo rancho y con revestimiento de vinilo que llevaba el nombre no oficial de Small Change. En uno de los jardines traseros de hierba moribunda, en el borde descascarillado de una piscina elevada vacía, adornada con imágenes descoloridas de sirenas, se estaba celebrando una pequeña reunión familiar. No era una reunión ni festiva ni especial, simplemente habitual.

Era la casa de Wheat Bryant y su mujer, Charlene. Wheat estaba buscando trabajo, vivía eternamente buscando trabajo. Charlene siempre se aseguraba de señalar que la palabra «buscando» solía sugerir que se iba a encontrar algo, mientras que Wheat sólo había tenido un trabajo en su vida entera, y no era probable que fuera a encontrar otro. Charlene trabajaba de recepcionista en Tractores Usados J. Edgar Price Propietor (que era el nombre oficial de la empresa, sin comas), tanto en ventas como en atención al cliente, aunque la empresa llevaba tiempo sin vender tractores usados, e incluso sin reparar muchos. Corrían tiempos difíciles en el pueblo de Money y sus inmediaciones.

Charlene siempre llevaba un top del mismo color amarillo que su pelo teñido y ahuecado, y lo llevaba porque molestaba a Wheat. Wheat bebía sin parar latas de cerveza Falstaf, fumaba sin parar cigarrillos Virginia Slim y aseguraba que fumarlos lo convertía en un feminista de ésos. A sus hijos les contaba que las cervezas eran necesarias para que no se le desinflara la panza, y que los cigarrillos eran importantes para ir de vientre con regularidad. Cuando estaba al aire libre, la madre de Wheat —la abuela Carolyn, o abuela Caro, como la llamaban— se desplazaba en uno de aquellos cochecitos eléctricos de ruedas anchas del Sam’s Club. No es que fuera un cochecito igual que los del Sam’s Club; es que lo había cogido prestado de forma permanente del Sam’s Club de Greenwood. Era rojo y tenía unas letras blancas que decían am’s Clu. El esforzado motor eléctrico emitía un ronroneo fuerte y constante que dificultaba bastante tener conversaciones con la anciana.

La abuela Caro siempre parecía un poco triste. ¿Y por qué no iba a estarlo? Wheat era su hijo. Charlene la odiaba casi tanto como odiaba a Wheat, pero no lo demostraba nunca; era una mujer mayor, y en el Sur a los mayores se les respetaba. Sus cuatro nietos y nietas, de entre tres y diez años, no se parecían en nada entre sí, pero no podrían haber sido de ninguna otra familia ni lugar. A su padre lo llamaban por el nombre de pila, y a su madre la llamaban Mamichula de Amarillo, que era el apodo que usaba en la radio de banda ciudadana cuando charlaba con camioneros de madrugada mientras la familia dormía, y a veces también mientras cocinaba.

Aquellas charlas por radio irritaban a Wheat, en parte porque le recordaban el único trabajo que había tenido: conducir un tráiler lleno de fruta y verdura para la cadena de tiendas de alimentación Piggly Wiggly. Había perdido el trabajo al quedarse dormido al volante y salirse con el camión del Puente de Tallahatchie. No se había salido del todo, la cabina se quedó colgando sobre el río Little Tallahatchie durante muchas horas antes de que vinieran a rescatarlo. Al final se salvó subiéndose a la pala de una excavadora que habían traído de Lefore. Quizás habría podido conservar el trabajo si el camión no se hubiera quedado allí colgado, si se hubiera despeñado de inmediato y sin elegancia del puente al río fangoso de debajo. Pero tal como fue la cosa, hubo tiempo de sobra para que la historia se inflara y llegara a la CNN, la Fox y Youtube, repitiéndose cada doce minutos hasta volverse viral. La imagen que lo terminó de condenar fue un clip que mostraba unas cuarenta latas vacías de Falstaf cayendo en tromba desde la cabina hasta la corriente de debajo. Y ni siquiera aquello habría sido tan grave si Wheat no hubiera
tenido una lata agarrada con la mano gordezuela cuando se bajó por entre los dientes de la pala de la excavadora.

También estaba presente en la reunión el hijo pequeño del hermano de la Abuela Caro, Junior Junior. Su padre, J. W. Milam, se había llamado Junior, de manera que a él le pusieron Junior Junior. Nunca lo llamaron J. Junior, ni Junior J., ni tampoco J. J.; sólo Junior Junior. El padre, que pasó a llamarse Junior a Secas después de nacer su hijo, había muerto unos diez años antes del «maldito cáncer», como lo llamaba la Abuela Caro. Había muerto apenas un mes después de Roy, el marido de ella y padre de Wheat. A la Abuela Caro le parecía importante que hubieran muerto de lo mismo.

  • Los árboles. Percival Everett. Traductor: Javier Calvo (De Conatus).

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