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Susan Sontag, en 1975, del libro Ensayos y conferencias. /Fotografía de Peter Hujar

Un cuento de una Susan Sontag más íntima y combativa con el sida

'Declaración. Cuentos reunidos', de la escritora e intelectual estadounidense, con relatos publicados por primera vez en un libro, recuerdan su vigor literario y su lucidez. WMagazín avanza 'Así vivimos ahora'

Presentación WMagazín. Hace 55 años Susan Sontag (Nueva York, 1933-2004) publicó su primer libro, la novela El benefactor. Fue el comienzo definitivo de una importante y prestigiosa carrera como narradora y, sobre todo, como intelectual. El mundo de las ideas, el debate, la reflexión, el pensamiento y la polémica y el efecto de dialogar con el lector y despertar en este su pensamiento es por el que Susan Sontag es más conocida y ganó su sitio en la literatura y el pensamiento de la segunda mitad del siglo XX. Una fuerza que trasladó a su breve obra novelística, desde la cita El benefactor hasta Estuche de muerte, El amante del volcán y En América. Solo publicó un volumen de cuentos, Yo, etcétera, un género en el que no se prodigó mucho pero que muestra, después de sus libros autobiográficos, a la Susan Sontag más personal, más íntima. En los cuentos se revela la Sontag con un polo a tierra y otro polo soñando.

Declaración. Cuentos reunidos, editados por Literatura Random House este 8 de febrero, completa el universo intelectual y creativo de la escritora estadounidense. Es la última edición de estos relatos que incluyen algunos inéditos en español. WMagazín avanza el comienzo de uno de ellos: Así vivimos ahora. Un retrato de un momento crucial para la sociedad y cómo se vivió razón, sensación y sentimientos dentro de cada uno: es la historia sobre un enfermo que padece una enfermedad que no se nombra pero que se sabe por sus estragos y  porque fue noticia. Un mal que hace que todos estén preocupados por todos: «así pa­rece que estamos viviendo, así parece que vivimos ahora». Sontag describe la incertidumbre alrededor de aquella persona, de aquella enfermedad; describe el miedo que se desliza en algunos, la esperanza que se abre paso. Un relato que habla de la cordura, también, y de la sensatez, de la importancia de no ceder al pánico. De la sombra del prejuicio. De la importancia de «vivir en la verdad».

«Sontag consideraba que los ensayos eran una palestra para llegar a comprender lo que pensaba, para decidirse. Sus cuen­tos emanan, por el contrario, de la necesidad de permanecer en suspenso, de aferrarse a las contradicciones, aunque tam­bién de lograr que dicha perplejidad rinda frutos», escribe Benjamin Taylor en el prólogo de la edición inglesa.
Los dejamos con Así vivimos ahora, una narración vigorosa, que va hacia adelante a la vez que llena las líneas de pesadumbre y reflexión sobre el comportamiento de la sociedad ante el sida en 1986. Este relato fue publicado en The New Yorker, ocho años después de que escribiera La enfermedad y sus metáforas, sobre su experiencia con el cáncer que le diagnosticaron en lo años sententa, y serviría de preámbulo a su siguiente ensayo que ampliaba el anterior y mostraba su lado combativo en 1988 con El sida y sus metáforas.

 

Así vivimos ahora, por Susan Sontag (1986)

Al principio solo perdía peso, se sentía un poco enfermo, le dijo Max a Ellen, y no pidió una cita a su médico, según Greg, porque lograba seguir trabajando más o menos al mismo ritmo, pero sí dejó de fumar, señaló Tanya, lo que sugiere que estaba asustado, pero también que quería, aun más de lo que sabía, estar sano, o más sano, tal vez solo recuperar algunos kilos de peso, dijo Orson, porque le dijo a ella, prosiguió Tanya, que suponía que iba a subirse por la paredes (¿no se dice así?), y, ante su sorpresa, descubrió que no extrañaba los cigarrillos para nada y que se deleitaba con la sensación de que sus pulmones no sentían dolor por primera vez en años. Pero tenía un buen médico, quiso saber Stephen, porque habría sido una locura no hacerse un examen médico general después de que pasó el susto y que había vuelto de la conferencia en Helsinki, aun cuando por entonces se sentía mejor. Y él le dijo a Frank que iría, aun cuando estaba de verdad asustado, como reconoció ante Jan, pero quién no se asustaría ahora, sin embargo, por extraño que parezca, no se había preocupado hasta hace poco, le confesó a Quentin, fue solo en los últimos meses que sintió en la boca ese gusto metálico del pánico, porque caer gravemente enfermo era algo que ocurría a otras personas, una ilusión corriente, le señaló a Paolo, si uno tenía treinta y ocho años y nunca había tenido una enfermedad grave; no era, como confirmó Jan, un hipocondríaco. Por supuesto, era difícil no preocuparse, todos estaban preocupados, pero de nada serviría ceder al pánico, porque como le señaló Max a Quentin, no había nada que se pudiera hacer salvo esperar y tener esperanza, esperar y empezar a ser cuidadoso, ser cuidadoso y tener esperanza. Y aun si se probaba que uno estaba enfermo, no debía desalentarse, había nuevos tratamientos que prometían detener el curso inexorable de la enfermedad, la investigación progresaba. Parecía que todos estaban en contacto con todos los demás varias veces a la semana, interesándose, nunca pasé tantas horas seguidas hablando por teléfono, le dijo Stephen a Kate, y cuando me siento exhausto después de las dos o tres llamadas que me hicieron, dándome las últimas noticias, en vez de desconectar el teléfono para darme un respiro marco el número de otro amigo o conocido para darle la noticia. No estoy segura de que pueda permitirme pensar mucho en el asunto, dijo Ellen, y sospecho de mis propios motivos, hay algo morboso a lo que empiezo a acostumbrarme, que me agita, esto debe de parecerse a lo que sintió la gente en Londres durante los bombardeos. Que yo sepa, no corro peligro, pero nunca se sabe, dijo Aileen. Esto no tiene precedentes, dijo Frank. Pero no crees que  debería ver a un médico, insistió Stephen. Mira, dijo Orson, no puedes obligar a la gente a que se cuide, y qué te hace pensar lo peor, podría estar debilitado solamente, la gente todavía contrae enfermedades corrientes, algunas espantosas, por qué das por sentado que tiene esa enfermedad. Pero de lo único que quiero estar seguro, dijo Stephen, es que él entiende las opciones, porque la mayoría de la gente no las entiende, por eso no quieren ver a un médico o hacerse el análisis, creen que no se puede hacer nada. Pero quizá pueda hacerse algo, le dijo a Tanya (según Greg), quiero decir qué gano si consulto a un médico; si estoy realmente enfermo, se cuenta que dijo, pronto lo sabré.
Y cuando estaba en el hospital, su ánimo pareció mejorar, según Donny. Parecía más alegre de lo que había estado los últimos meses, dijo Ursula, y al parecer recibió la mala noticia casi como un alivio, según Ira, como un golpe verdaderamente inesperado, según Quentin, pero cuesta suponer que haya dicho la misma cosa a todos sus amigos, porque su relación con Ira era muy diferente de su relación con Quentin (esto según Quentin, que estaba orgulloso de su amistad), y tal vez él pensó que Quentin no se vendría abajo si lo veía llorar, pero Ira insistió en que esa no podía ser la razón por la cual se condujo de manera tan diferente con cada uno, y que a lo mejor se sentía menos sobresaltado, movilizando sus fuerzas para luchar por su vida, en el momento en que vio a Ira, pero vencido por la desesperación cuando Quentin llegó con flores, porque de todas maneras las flores lo pusieron de mal humor, como le contó Quentin a Kate, ya que el cuarto del hospital estaba atestado de flores, no se podía meter otra flor en aquel cuarto, pero seguramente estás exagerando, dijo Kate, sonriendo, a todo el mundo le gustan las flores. Bueno, quién no exageraría en un momento así, dijo Quentin, cortante. No crees que esta es una exageración. Por supuesto que lo creo, dijo Kate con ternura, estaba bromeando, quiero decir que no pretendía tomarte el pelo. Ya lo sé, dijo Quentin, con lágrimas en los ojos, y Kate lo abrazó y dijo bueno, cuando vaya esta noche no voy a llevarle flores, qué es lo que quiere, y Quentin dijo, según Max, lo que más le gusta es el chocolate. Y qué más, preguntó Kate, quiero decir como el chocolate pero sin ser chocolate. Dulce de regaliz, dijo Quentin, sonándose la nariz. Y además de eso. No estás exagerando ahora, dijo Quentin, sonriendo. Es cierto, dijo Kate, de manera que si quiero llevarle un montón de cosas, además de chocolate y dulce de regaliz, qué más. Caramelos de goma, dijo Quentin.
No quería estar solo, según Paolo y muchas personas vinieron la primera semana, y la enfermera jamaiquina dijo que había otros pacientes en la planta que estarían encantados de tener las flores sobrantes, y la gente no tenía miedo de visitarlo, no era como en los primeros tiempos, como Kate le señaló a Aileen, ya no están segregados en el hospital, como observó Hilda, no hay ningún cartel en la puerta de su cuarto advirtiendo a los visitantes la posibilidad de contagio, como ocurrió hace unos años; en realidad, está en un cuarto compartido y, como le dijo a Orson, el viejo que está en el otro extremo de la cortina (que evidentemente está con un pie en la tumba, dijo Stephen) ni siquiera tiene la enfermedad, así que, como continuó diciendo Kate, realmente deberías ir a verlo, estaría contento de verte, le gusta que lo visiten, no vas porque tienes miedo, verdad. Por supuesto que no, dijo Aileen, pero no sé qué decir, pienso que me voy a sentir rara, cosa que él va a notar, y eso lo hará sentir peor, de manera que no le haré ningún bien, no te parece. Pero no se dará cuenta de nada, dijo Kate, dando palmaditas en la mano de Aileen, no es así, no es como lo imaginas, no está juzgando a la gente o preguntándose por sus motivos, solo está feliz de ver a los amigos. Pero realmente nunca fui su amiga, dijo Aileen, tú eres su amiga, siempre te quiso, me contaste que hablaba de Nora contigo, ya sé que me quiere, hasta se sintió atraído por mí, pero a ti te respeta. Pero, según Wesley, la razón por la cual Aileen era tan mezquina con sus visitas era porque nunca conseguía tenerlo enteramente para ella, siempre había otros y cuando ya se iban llegaban otros, había estado enamorada de él desde hace años, y comprendo, dijo Donny, que Aileen se sintiera amargada porque si hubiera habido una amiga con la que se acostara más que ocasionalmente, una mujer a la que realmente quisiera, y Dios mío, dijo Victor, que lo había frecuentado en esos años, él estaba loco por Nora, qué pareja tan conmovedora, dos ángeles hoscos, así que no habría podido ser ella.
Y cuando algunos de los amigos, los que venían todos los días, acorralaron a la médica en el pasillo, fue Stephen quien hizo las preguntas más pertinentes, se había informado leyendo no solo los reportajes que publicaba varias veces por semana el Times (que Greg había dejado de leer, confesando que ya era incapaz de soportarlos) sino también los artículos de las revistas…
Así vivimos ahora fue publicado en The New Yorker en 1986.

Susan Sontag
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    2 comentarios

    1. A veces sorprenden las formas de un discurso en el cual se teje un mundo de relaciones poderosas nombrando todo, sin nombrar nada o por lo menos sin caer en detalles estridentes o poco elegantes sobre la enfermedad. Sontag sabe como pocos escritores encontrar las palabras exactas para narrar el dolor. Sus ensayos y cuentos tienen una relacion de complementaridad, una reciprocidad equilibrada entre lo que se piensa y lo que se siente.

    2. Me encanta la forma de contar la historia: esa manera desordenada en que se suceden los comentarios de muchos narradores que van vertebrando la información .Original e inteligente.

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