Javier Azpeitia: «La idea de la vida como ficción, sueño o teatro, está en el centro de la condición humana»
El escritor madrileño publica 'Músika' en la que recrea los últimos días de Eurípides y las circunstancias oscuras de su muerte. A la luz de esta historia aparece la Grecia clásica en la calle y puertas adentro, en la vida social, cultural y política en la corte de sabios de Arquelao de Macedonia
El mundo clásico griego tiene tantas puertas y ventanas por donde entrar como historias o pasajes inesperados que se convierten en amor eterno en quien lo descubre. Javier Azpeitia entró primero cuando era muy niño a través de la fábula de La cigarra y la hormiga, de Esopo; años después quedó atrapado por siempre de ese mundo con “la escena de Eco a punto de desvanecerse, que escucha la llamada de Narciso, al que solo puede responder repitiendo el final de las frases que oye:
—¡Verte quiero!
—¡… te quiero!”.
Luego de joven, Javier Azpeitia (Madrid, 1962), se perdió, por primera vez, “en el maravilloso bosque de versos de la Odisea leyendo la traducción rítmica de José Manuel Pabón». Durante la carrera se hizo poeta y leyó toda la lírica griega que encontró, de la arcaica a la Antología palatina. Tras la carrera, su primer trabajo de profesor, en Atenas, hizo el resto. Una prueba de esa pasión es Músika (Tusquets) una novela en la que a través de los últimos días de Eurípides (484 a.C – 406 a.C) y la búsqueda del misterio de su muerte recrea la vida íntima, familiar, social, cultural y política de Grecia.
A la luz de esta historia aparece la Grecia clásica en la calle y puertas adentro, en la vida social, cultural y política en la corte de sabios de Arquelao de Macedonia. La novela aborda temas como la presencia de las mujeres en esa cultura, la eternidad, el amor, el sexo, la libertad. Es una ficción y una clase sobre el vivir del mundo griego donde Mora, una sacerdotiza de agua convertida en esclava y escriba de Eurípides juega un papel crucial.
De los tres grandes dramaturgos griegos, Azpeitia eligió a Eurípides, ¿por qué?:
“Esquilo es la Edad Media, Sófocles es el Renacimiento, pero Eurípides es la Modernidad. Ninguno de los tres creó sus tragedias para hablar de la relación entre héroes y dioses, como tanto se ha dicho. Sus obras tratan de la relación de los hombres entre sí, sin ninguna duda. Pero frente a los personajes hieráticos de Esquilo y los obcecados de Sófocles, los de Eurípides dudan, se contradicen, se equivocan, se arrepienten: son ya de carne y hueso. Él es quien metió a la humanidad en la escena, moldeando los argumentos de los mitos que recreaba. Y frente a sus antecesores, a él le interesan los marginados: los esclavos, los criminales, los derrotados, los adolescentes, ¡las mujeres! Es el primer contador de historias que no demoniza o idealiza a la mujer en estereotipos, al principio de una estirpe muy escasa. Cada mujer de Eurípides es distinta a todas las demás. Y cada hombre. Parece una escritora”.
Músika es un viaje en el tiempo al origen de este tiempo. Un homenaje a la poesía y el teatro:
“Intenta ser un homenaje al oficio de contar historias, que ellos nos legaron. No olvidemos que son los inventores de, por ejemplo, el concepto de autoría, un disparate sin el que ya no concebimos ni el arte ni la literatura.
El teatro, en verso, cantado y declamado, con baile del coro, se convirtió en Atenas en el modo fundamental de contar historias. El teatro provocó, por otro lado, el comienzo de la transmisión literaria por escrito”.
Para acercarse a ese mundo y convertirlo en literatura, Javier Azpeitia recurrió a la lectura de obras del propio Eurípides, Aristóteles o Platón, a la crítica que aborda la tragedia, desde Friedrich Schlegel o Nietzsche, los que no está de acuerdo, hasta Ruth Scodel, Gilbert Murray o Simon Critchley, pasando por Agustín García Calvo, Carlos García Gual, Alberto Bernabé, Adolfo Domínguez Monedero.
El mundo clásico griego está cada vez más presente en ensayos y novelas. El escritor, el editor, director literario y profesor de Escritura Creativa tiene su teoría:
“Quizá nos estemos sublevando contra la voluntad de borrarla, tan ligada al deseo, por parte de quienes se afanan en el poder y en sus privilegios, de contar el mundo como si fuera nuevo, ocultando la experiencia que nos dice que el relato que se nos da desde arriba debe ser confrontado y puesto en duda. Lo terrible es que a veces no solo la borran los que la odian o la ignoran. También podemos llegar a borrarla los que la amamos”.
Mora es un personaje capital en la novela y con ella se muestra la influencia de las mujeres en las artes y en la vida, aunque se las ha tratado de dejar a la sombra a lo largo de la Historia:
“Es otra operación de borrado. La cultura griega le tenía miedo a la mujer: pensaban que si las dejaban en libertad se iban a hacer con el dominio de sus maridos, primero, y luego de la ciudad. Llegaron a postular que en realidad no aportaban nada de importancia al feto en la gestación, como simples depositarias del semen.
Estudiando los relatos de la mitología griega, el gran antropólogo suizo Bachofen concluyó que en el origen había sociedades matriarcales en Europa: el relato de las violaciones de diosas locales que conforma el mito de Zeus tenía un trasfondo real en las oleadas indoeuropeos que habían arrasado una cultura patriarcal creando la patriarcal que pervive, como contó luego Robert Graves de una manera exquisita. Desde hace tiempo sabemos que eso es falso: no había matriarcados en Europa, y desde el neolítico para acá las sociedades han sido patriarcales, con los matices que se quiera.
¿Por qué cuentan eso, entonces, los relatos de los mitos? La respuesta es muy sencilla: no son textos de trasfondo histórico real, sino ficciones que dramatizan la posición de la mujer en la sociedad griega, relatos misóginos que nos muestran el imaginario de esa cultura, de la que venimos”.
La novela tiene una estructura de tres capítulos que se van trenzando: el primero es la historia de la infancia de Mora en una Tartesos a punto de borrarse. El segundo, el ramal principal, es su vida en Atenas desde que la compra Eurípides hasta que se convierte en su escriba, “y es una novela sentimental, esto es, una pelea, un agón, como decían los griegos, entre un hombre y una mujer”. El tercer ramal es una novela policiaca, desde que aparece el cadáver de Eurípides hasta que Mora desvela completamente las causas y los actores del crimen.
Todo ello en una “Atenas que es más fuerte por su teatro que por su flota”, según dice Aspasia en Músika. Un territorio donde se aprecia que la pulsión de destrucción de libros y cultura es de todas las épocas: “Toda palabra está siempre amenazada por el silencio”, dice uno de los personajes.
“La sencilla posibilidad de romperle la cabeza al que dice cosas que no queremos que se escuchen, o de quemar los textos que no queremos que se lean, nos convierte en tiranos, pero también en imbéciles. Todos los tiranos lo son y practican la censura, inútilmente, por mucho daño que causen, como sabemos bien por la censura de la dictadura de Franco. Y, ojo: la democracia no acaba con la censura nunca, a menudo la potencia, como estamos viendo. Es tan inútil como imposible de parar.
El mito fundacional del libro, el relato de la Sibila, que he colocado en uno de los rincones de la novela, la historia de la profetisa que escribe y edita sus vaticinios para vendérselos a un rey y, ante el rechazo de este por el precio excesivo, los va quemando hasta que el rey decide pagar lo mismo por solo unos pocos, lo explica muy bien: no se puede destruir ningún libro, porque todos están enlazados, y todos llevan al mismo terreno. Un poema es tan grande como todos los poemas, la parte es en la literatura tan inmensa como el todo: el hilo es el ovillo. No se puede silenciar la memoria de un hombre, no sirve de nada reprimirla, porque acaba aflorando y, si se elimina al hombre, su experiencia nunca es única, permanece en el grupo”.
Uno de los grandes temas de Músika es la eternidad: su anhelo, su búsqueda y su misterio. Alcanzar la eternidad a través de la obra, del arte. “Esa ficción de la eternidad que da Eleusis quiere negar la muerte, pero solo sirve para destruir la vida”, dice Eurípides.
“La obra de arte ya permanece en una red de influencias que nos llevaría a los ancestros y con la que cargarán los descendientes: cada obra de arte, cada poema o cada relato, no es más que una actualización efímera de un tópico eterno, dicho sea de esta forma imprecisa. La eternidad es una metáfora de la supervivencia de la especie (o del ADN). Pero resulta complicado aceptar la muerte a quien busca el sentido de su vida como individuo ensimismado. Es mucho más fácil aceptar la ficción del más allá. Demócrito se reía de todo esto, pero fue absolutamente despreciado.
El santuario de Eleusis, cerca de Atenas, ofrecía ya, al peregrino practicante de sus ritos secretos, la posibilidad de vivir felizmente la eternidad. Y tuvo un éxito arrollador. Ahí es donde entra Platón, con su personaje Sócrates, convirtiendo la muerte en un simple tránsito a la vida eterna, y despreciando la vida. Todo desde la supuesta razón. De ahí viene nuestro desprecio de la vida, y en ello seguimos, lamentablemente. Lo que ve Eurípides en Eleusis es una imagen que funciona todavía hoy perfectamente en nuestro imaginario. Lo he dramatizado en la novela, pero no lo puedo revelar en esta entrevista porque la pena por esa impiedad, en la Grecia clásica, es también de muerte”.
Otro tema es la máscara, la vida como teatro, el mundo como su escenario en el que todos actuamos y somos parte de una gran pieza trágica o cómica o ambas.
“El concepto de personaje es anterior al de persona. Leí esto por primera vez en un artículo de Agustín García Calvo hace siglos, y me resultó sumamente revelador. La palabra latina persona significaba en origen “máscara”, como su equivalente griego prosopón. Somos tipos que abandonan el coro, toman una máscara y se hacen pasar por otros. Somos personajes pendientes de un relato de ficción que vamos dramatizando ante los demás.
‘Todo está ya en su punto, y ser persona en el mayor de todos’. Es el primer aforismo del Oráculo manual; de Gracián. Nos está avisando, al principio de su obra, un manual para tener éxito en la ciudad, de que lo primero que hay que hacer es convertirse en un personaje, adoptar una máscara que nos funcione para fingir que somos alguien de peso. No habla en absoluto de ser una buena, gran, o auténtica persona, en el sentido moderno, como suele decir la crítica: está usando el término latino directamente. Su manual enseña el arte de tener éxito pasando por encima de los demás.
La idea barroca de la vida como ficción, como sueño o teatro, está en el centro de la condición humana, y fue el gran legado de la tragedia griega a nuestra cultura.
En realidad, la tarea de la adolescencia no es otra que abandonar la infancia eligiendo una máscara que nos destaque para echarnos a rodar hacia el éxito. Una tarea penosa que nos tendrá haciendo aspavientos toda la vida, como actores, olvidados de nuestro verdadero rostro”.
En toda la novela está presente otro gran tema de círculo o ciclos que se repiten a perpetuidad en una especie de duelo: creación y destrucción; belleza y fealdad; vida y muerte.
“Eso es. Los griegos concibieron dialécticamente la vida: la mente contra el cuerpo, la juventud contra la vejez, lo bello contra lo feo… Está bien mientras no nos olvidemos de que esa división responde a un afán de análisis de la realidad por partes: divide y vencerás. Pero no nos podemos dividir literalmente. Cuando uno intenta aplicar el método de manera literal, tras decide que una cosa es buena y la otra mala, empieza a confundirse. La mente es parte del cuerpo, la juventud y la vejez son sucesivas, no opuestas, y la belleza y la fealdad son estados de lo mismo, estados relativos, no esencias inalterables.
- Músika. Javier Azpeitia (Tusquets).
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