El filósofo, escritor yperiodista español Albert Lladó, autor del libro ‘Contra la actualidad. Treinta preguntas ante la robotización del presente’ (Galaxia Gutenberg). /Foto Ana Portnoy – Cortesía del autor –

Albert Lladó: “La clave es cómo hacernos preguntas sin convertirnos en jueces ni en policías”

El filósofo, escritor y periodista español publica el libro 'Contra la actualidad. Treinta preguntas ante la robotización del presente', un ensayo estimulante en la estela socrática que nos invita a ver la realidad tal cual y a asumir un papel activo frente a la vida de manera individual y colectiva. En esta entrevista reflexiona sobre temas que van desde el tiempo hasta el deseo, la belleza y la imaginación

¿Más Sócrates o más Byung-Chul Han? ¿Más preguntas y diálogo o más afirmaciones y certezas? Albert Lladó mira la realidad desde la estela socrática a través de la cual aborda algunos de los aspectos que más inciden en la vida personal y social recordando la diferencia entre actualidad y presente. Lo hace con treinta preguntas-escenarios sobre diferentes ahoras que están definiendo buena parte del mañana. Aspectos vitales a los que se les suele prestar poca atención y que llevan implícitos derroteros determinantes como belleza, deseo, felicidad, identidad, amor, azar, soledad…

Albert Lladó (Barcelona, 1980) es un filósofo seducido por los cantos del periodismo y la escritura, es decir la palabra, el lenguaje, la comunicación, la interacción de las voces. Desde esa alianza otea la vida y los impulsos individuales, sociales y políticos a través del periódico La Vanguardia y el programa de radio Interior Maconda; ensayos como La mirada lúcida; novelas como Malpaís y La travesía de las anguilas y de las obras de teatro Ícaro (Tantarantana, 2018) y La mancha (Teatre Nacional de Catalunya, 2015).

Su mapa más reciente es Contra la actualidad. Treinta preguntas ante la robotización del presente (Galaxia Gutenberg). Una mirada crítica con la que nos interpela y cumple con una de las ideas de Susan Sontag, elegida como uno de los epígrafes: “Las únicas respuestas interesantes son aquellas que destruyen las preguntas”. Una de las frases elegida por la editorial para promocionar el libro es: «Si no queremos ser tratados como robots lo mejor es que dejemos de comportarnos como robots». Y esa es la invitación, porque «la mecanización de nuestro presente afecta a la burocratización de la vida y provoca profundos cambios cognitivos, aún difíciles de vislumbrar».

Ver la vida como es, más allá de espejismos e implicarnos en un papel activo por nosotros mismos y por la sociedad. Para lograrlo, la palabra la tiene el lector, que preguntará y se repreguntará y preguntará a otros. Como en esta video entrevista.

Winston Manrique Sabogal. Hay un concepto que está implícito en todo el libro, que tiene que ver con la actualidad y el presente: ¿Qué es el tiempo?

Albert Lladó. El libro aborda, y no es nada nuevo, sino que rescata una sensación de que hay un secuestro de un tipo de temporalidad respecto a otros tipos de temporalidad. Lo que nos está pasando, incluso de desde la Revolución Industrial, es que hay una temporalidad que ha subvertido el resto de temporalidades, y eso no siempre ha sido así. Los griegos tenían como mínimo tres temporalidades. No se trata de impugnar el tiempo cronológico, se trata de combinarlo con otras temporalidades.

Los griegos tenían el Cronos, que es donde nosotros estamos ahí insertados, un tiempo que Goya lo manifiesta muy bien en Cronos devorando a sus hijos, un tiempo que nace para morir. Hay una medición, es el tiempo de los relojes y eso es una hegemonía del tiempo cronológico con fechas muy concretas; es cuando se empiezan a poner los relojes en las fábricas, en algunas iglesias, en las estaciones de tren…Eso lo cambia todo, porque ahora estamos ya en un tiempo que es ese, pero acelerado. Es el tiempo del scroll y su retórica, del impacto, uno entra a Twitter y si hace tres horas que no ha entrado tiene la sensación de que se ha perdido mucho y, de nuevo, tienes que hacer scroll.

Los griegos tenían otras temporalidades, que nosotros también las hemos tenido, lo que pasa que las hemos apartado o marginado: una es el tiempo de Aión, está muy bien representado con esa figura alquímica del Uróboros, el pez que se muerde la cola, esos tiempos que ni nacen ni mueren. Por lo tanto, la relación que tenemos con ellos es muy diferente porque no es esta idea de la ansiedad constante, sino que tiene su propia temporalidad y sabemos que cuando acaba algún acto, por ejemplo, sabemos que volverá. Esto antes de la crisis climática en España lo conocíamos muy bien por las estaciones; tú sabías que cuando se acababa una fruta en invierno no pasaba nada porque ya volvería.

Luego, los griegos, tenían otro tiempo, uno representado por otro dios, pero este dios era menor, es un Daimon, que es el Kairós, y es el momento oportuno, el momento preñado que algunas veces han llamado, y es este dios pequeño que tiene alas en los pies, pero con unos mechones en la cabeza para poderlo atrapar.

Esta triple temporalidad es la que, si la combinamos, podríamos tener una relación más sana, menos estresante con el tiempo. Pero es verdad que, en la actualidad, tal y como se está expresando en muchos medios de comunicación, pero no solo en ellos, es una actualidad que solo es cronológica: no volvemos a los temas, como qué está pasando con las niñas de Kabul, no tenemos ni idea, y hace un año estábamos 24 horas mirando un directo en Afganistán. Ese volver también es hacer memoria. La memoria no es algo del pasado, la memoria es una herramienta del presente.

Albert Lladó (Barcelona, 1980) /Foto Pep Herrero

W. Manrique Sabogal. Esta aceleración del tiempo coincide con el despertar del yo en el Romanticismo, como una respuesta a la industrialización de la que habla, y me da la sensación de que después de la Segunda Guerra Mundial y, sobre todo, ¿no cree que en los últimos treinta o cuarenta años, se ha desatado por el impulso de internet y las actividades de las redes sociales que sirven de escenario para las máscaras y los diferentes yoes que habitan en cada individuo?

Albert Lladó. Sí. Esa frase que también arrastramos de los griegos, y que se ha malinterpretado mucho, que es “Conócete a ti mismo”, nos ha hecho mucho daño. Yo apostaría por desconócete a ti mismo. Porque ese yo monolítico, esa construcción de un yo, que es permeable, eso es una trampa mortal. Para empezar, persona quiere decir máscara, eso es lo que sabemos. Y yo diría que quiere decir, o es una invitación a que quiera decir, máscaras en plural.

Más que la construcción de un yo y de un carácter unívoco, monolítico, es mucho más sano pensar en un yo polifónico. Aquí Fernando Pessoa nos da muchas pistas. Nosotros tendríamos que ser capaces de tener muchas máscaras. Y esas máscaras crean ese tipo de yo que sería polifónico.

Estamos abocados, desde el principio, a construir un yo que no es un yo de un carácter singular, sino que es un yo marca que tiene que estar expuesto y que tiene que ser vendible constantemente. Este es el problema fundamental, no tanto la construcción de un carácter, sino la construcción de una singularidad. Y ese yo marca hay que convertirlo, no se trata de conocer mi yo marca para venderlo mejor, sino para desconocerlo, porque todos, como bien decías, somos potencialmente muchos yoes. Por lo tanto, estamos dejando de explorar también muchas formas de nuestras personalidades posibles.

W. Manrique Sabogal. Otro concepto presente es el de la belleza. ¿No cree que en estas mismas tres o cuatro décadas en que se ha desatado el yo ha habido una especie de emancipación de la belleza y que ha acelerado la ruptura de los cánones? Ahora hay una convivencia más aceptada de múltiples bellezas que van del feísmo a lo clásico y que tiene que ver con la polifonía de voces y búsqueda de la singularidad a la que se refiere. ¿O nos estamos perdiendo?

Albert Lladó. …No lo sé. Eugenio Trías decía que no hay nada más diferente a un individuo que un singular. Individualidad y singularidad son dos cosas muy distintas. Creo que eso que llamas búsqueda de la singularidad, en realidad es búsqueda de destacar, de tener una cuota de mercado. Y la singularidad no es tener una cuota de mercado. La singularidad del carácter es no solo asumir y aceptar que es algo terapéutico para la multiplicidad del yo, sino vivir con la paradoja y con la contradicción permanente, o sea, atreverse a ser seres contradictorios. La singularidad interesante, como mínimo, es esa, no es una individualidad que lo que te hace es ganar nicho de mercado, sino darse cuenta del carácter contradictorio y paradójico del ser humano. Eso me parece fascinante, porque la contradicción es la que nos permite pensar.

Foucault, cuando está pensando sobre los cuadros de Magritte, dice que lo idéntico y lo diferente no nos permite el conocimiento. Lo que nos permite el conocimiento son las similitudes y las semejanzas. Cambia lo idéntico por lo diferente por las similitudes y la semejanza y dice: Magritte es un cazador de similitudes perdidas, porque encuentra paradojas, contradicciones. Ahí me parece que está la singularidad interesante.

Y esa no puede ser fácilmente capturada por el mercado, porque es una contradicción. No te puede etiquetar y capturar el algoritmo. Como es contradictorio, es lo que nos hace humanos. Eso para mí es la singularidad interesante, no la individualidad que, al final, son rasgos de carácter que son contabilizables, como otros muchos.

W. Manrique Sabogal. El deseo, los deseos, y la sexualidad están presentes en el ensayo como una contra respuesta al relato hegemónico. Estamos viviendo un momento de la sexualidad que me recuerda la fábula de El traje nuevo del emperador, de Hans Christian Andersen, porque esas sexualidades no heteronormativas siempre han estado allí, pero por mil motivos esas personas no las podían expresar, vivir. Es un tema actual y presente y lo toca cuando habla de la serie I love Dick.

Albert Lladó. Si, sí. Para mí el deseo es fundamental, la idea de deseo. Una sociedad que no desea es una sociedad que se puede acercar a los dos peligros que yo veo actualmente: el peligro del autómata, de actuar simplemente por inercia, o actuar por pura obediencia, y es el soldado, esa figura que no es ni autómata ni soldado. Es el terreno de resistencias que me interesa explorar. Por lo tanto, alguien que no obedece precisamente a un canon es alguien que ha dejado de actuar desde la inercia y, por lo tanto, alguien que se mueve por el deseo.

Lo que ha pasado, muchas veces, es que nos hemos fijado más en el producto deseado, en la consecución del deseo, que en el propio deseo mismo. Pasa un poco como con la idea de utopía de Galeano, que no era de él, pues la había copiado también, cuando decía que la utopía es mirar a caminar hacia el horizonte, y una vez que crees que has llegado… Lo interesante es el camino. Es Antonio Machado: “Se hace camino al andar”. Esa es la naturaleza del deseo, lo interesante es si lo consigo o no. Por eso mucha gente que consigue lo deseado luego ve que no tenía ninguna importancia. Es el trayecto, el itinerario.

Pero el mercado ha transformado el deseo en el objeto del deseo. Siempre te están diciendo: cuando tengas esta chaqueta, cuando tengas este coche, cuando tengas este cuerpo… Esta es la promesa de estas aplicaciones, de relaciones del Tinder, del Grindr, etcétera. Es la promesa del objeto, cuando lo revolucionario del deseo, lo que nos hace imprevisibles, es ese movimiento, ese desplazamiento que provoca.

Me parece interesante esta idea del deseo como primer motor de desplazamiento, y esto está desde siempre. Está desde la historia de la filosofía. En realidad, es la historia del deseo, para mí, es la historia del conocimiento, ¿por qué te pones a leer sobre algo cuando en principio no va a ser útil?, porque hay un deseo, hay un hambre, hay un anhelo también, hay una pulsión…

W. Manrique Sabogal. El historiador inglés Richard Firth-Godbehere, que escribió Homo emoticus. La historia de la humanidad contada a través de las emociones, me dijo en una entrevista que el deseo es la emoción que más ha modelado al ser humano y al mundo.

Albert Lladó. ¡Absolutamente! Y, además, sabiendo que es, la mayoría de veces, inalcanzable… Viene de desiderare, que es ir hacia las estrellas, cuando sabes que muchas de ellas hace años que están muertas, pero aún tienen luz, por tanto, no importa tanto si alcanzo la estrella, sino ese desplazamiento.

Por otro lado, está lo que me preguntabas sobre la sexualidad o el combate por los géneros, que a mí me parece que han abierto muchas preguntas muy interesantes y que hay que escucharlas con mucha atención. Lo único que me preocuparía es convertir unos tags, unas etiquetas, en otros tags, porque rápidamente lo que hace el mercado es convertirte en otra cosa…

Entiendo que la etiqueta puede ser una forma de visibilizar lo que era invisible, pero, rápidamente, o hay que resignificarla, que esto la filosofía queer lo ha hecho bien, la idea de resignificación constante; o hay que escapar de la etiqueta que te encierre. Porque si no, al final, habrá estos juicios de valor constantemente sobre si tú cumples las expectativas de una etiqueta o de otra. Eso va contra el carácter paradójico del que hablábamos antes, no convertirnos en una colección de rasgos que pueda ser etiquetable. Me parece una buena forma de resistencia ante esa idea de la actualidad de que todo es producto del mercado.

Albert Lladó durante la video entrevista en febrero de 2024. /WMagazín

W. Manrique Sabogal. Un tema de la actualidad y la urgencia presente y futura, que nos compete como sociedad, a todas las sociedades del mundo, es la visibilidad de la multiplicidad de sexualidades, de la polifonía, para usar su palabra, que lleva dentro el ser humano y que hay que escuchar porque no sabemos nada. ¿No crees que es un tiempo inédito para el ser humano?

Albert Lladó. La clave es lo que decíamos, es cómo escuchamos, primero. Estamos en una crisis clarísima de escucha, nos cuesta muchísimo escuchar atentamente. Y en cómo hacemos preguntas. El libro va por ahí y en la dirección de lo que me preguntas. Cómo hacernos preguntas sin convertirnos en jueces ni en policías. Para mí, esta es la clave. Tengo la suerte de dar clase a gente muy joven, y como es una universidad de arte, la Escuela Massana, hay toda esta pluralidad que dices. En clase tengo ochenta personas. Me interesa eso, cómo creamos espacios de escucha, cómo ayudamos a la gente a que no caiga en la etiqueta que los encierra, sino en la etiqueta que los emancipa. Y, luego cómo preguntamos desde la duda absolutamente, pero no desde el juicio de valor. Este es el reto que a mí me interesa, porque eso sí que crea presente y escapa de la actualidad. Podemos decir que hay seis categorías sexuales y ya están, ya estamos encerrando algo, algo que se escapa por sí mismo, se escapa al juego de conjuntos.

W. Manrique Sabogal. Su libro, además, me recuerda más a Sócrates que a cualquier otro filósofo. Expone, dialoga, pregunta y nos interpela. No hay sentencias, ni juicios. Es una invitación a pensar, hay dudas. Y se ajusta al epígrafe de Susan Sontag: “Las únicas respuestas interesantes son aquellas que destruyen las preguntas”. ¿Es la parte que nos falta de escucha y de preguntarnos y repreguntarnos?

Albert Lladó. Totalmente. Me encanta eso. Ahora estoy investigando y me he metido en un lío, un doctorado donde intento demostrar que muchas de las estrategias de la entrevista periodística de profundidad, no las de actualidad, nacen, precisamente, de algunas estrategias de la conversación del diálogo socrático. Estoy poniendo esa lectura comparada entre los diálogos platónicos y las entrevistas periodísticas. Es exactamente eso.

Fíjate que uno de los filósofos más vendidos hoy en día, Byung-Chul Han, hace un libro y vende miles de ejemplares. Yo le doy todo el valor, tiene la capacidad para crear conceptos o poner títulos a sentimientos compartidos. Cuando dice la sociedad del cansancio, todos lo vemos; cuando dice la muerte del eros, todos lo vemos. Ahora bien, yo os invito, invito a los lectores a que busquen alguna pregunta en los libros de Han. Es afirmativo. Todo lo que él critica es una descripción en realidad, no hay preguntas, es muy sorprendente. Yo las he buscado. Y puedes encontrar alguna, pero muy pocas. Él no trabaja desde la pregunta, trabaja desde la afirmación, desde el diagnóstico, y eso tiene un peligro, o se va a más hacia la sociología, que bienvenida sea la sociología, nada que decir, hay parámetros y nosotros hacemos descripciones. O se va a algo mucho más peligroso que es la autoayuda. Entonces, entre la sociología y la autoayuda, hay la filosofía, que es una cosa distinta.

W. Manrique Sabogal. En el asunto de la autoayuda entra el tema de la felicidad, que es lo que prometen. Desde los años noventa aumentan estos libros, y ahora hay como dos categorías, la de autores populares y la de otros con un aura más filosófica e intelectual. ¿Qué ve usted ahí?

Albert Lladó. La gran diferencia entre la autoayuda y la filosofía es que la autoayuda cree tener la respuesta, y la filosofía lo que hace, precisamente, ahora que hablabas de Sócrates, o de Sócrates convertido en personaje dramático por Platón, lo que hace es ir a los aparentemente sabios, a los aparentemente expertos, y les repregunta, les repregunta, les repregunta, hasta que se vea que en realidad no eran ni tan expertos ni tan sabios.

La cultura del experto y la cultura de la autoayuda se están tocando más de lo que parece. La autoayuda muchas veces está formulada en forma de respuesta, en forma de terapia, haz esto y te encontrarás bien. Cuando el pensamiento si no es pensamiento situado, no es nada, si no está en contexto, lo que te puede servir a ti a mí no me puede servir. Por lo tanto, esta idea universal de que con cuatro o cinco recetas se puede encontrar eso que llaman la felicidad, pues es peligrosa, porque para una persona no tiene que funcionar exactamente lo mismo que para otra. Sin embargo, el arte de preguntar sí que nos sirve para una exploración hecha desde la situación concreta de cada uno.

Albert Lladó durante la video entrevista en febrero de 2024. /WMagazín

W. Manrique Sabogal. ¿Por qué en un momento en que la belleza, el amor y la sexualidad están más liberados y deberían favorecer a la felicidad, esta parece más constreñida?

Albert Lladó. La verdad es que estamos viendo una felicidad que, casi en vez de una liberación, es una condena. Estamos viendo a todo el mundo feliz en las redes. La felicidad se ha casi autoproclamado como una obligación. Cuando la felicidad, una vez más, tiene que ver con el deseo, con ese desplazamiento, ese caminar, con la consecución. Una vez más, es la trampa del consumo. El capitalismo ha tenido la capacidad de utilizar la felicidad como un acto de consumo más y sabemos que el consumo, evidentemente, no lleva a la felicidad. La felicidad es un proyecto, prácticamente. Además, también es imprescindible dejar espacio para la tristeza, para la rabia, para otros sentimientos. La felicidad perpetua podría ser una distopía, al imaginar un país donde todo el mundo fuese feliz en todo momento. Es como la doble figura del soldado y el autómata: alguien es autómata, es feliz constantemente y, por lo tanto, ni reacciona ante las injusticias. Y alguien es soldado porque obedece a ese lema del capitalismo que quiere ofrecernos ser felices a toda costa. Por lo tanto, hay que recuperar una idea de felicidad como proyecto de emancipación y no como proyecto de consumo”.

W. Manrique Sabogal. ¿Y la imaginación y la curiosidad? Alberto Manguel escribió un libro, hace casi diez años, advirtiendo de una especie de crisis de la curiosidad. Y ahora se vive un tiempo en que se deja a las humanidades en la periferia del sistema educativo. ¿Qué crees que puede pasar?

Albert Lladó. Diría varias cosas: primero, la gente sigue teniendo curiosidad, los adolescentes tienen curiosidad. Yo no creo que tengamos una sociedad de gente sin curiosidad. Parte de la responsabilidad de que no se interesen por saber quién es Sócrates es que hemos convertido, una vez más, la educación en cajas de conocimiento, como si el objetivo fuese ganar un trivial. Lo importante de Sócrates no es quién fue Sócrates, sino cómo lo puedo utilizar como una caja de herramientas, aquí y ahora, en el presente, y, por lo tanto, yo creo que sí que hay curiosidad.

Lo que sí que creo, y esto sí que me preocupa, y no es algo solo que ocurra a los más jóvenes, es que hay una mirada excesivamente literal de las cosas. No me quiero meter en este asunto, sobre todo con los adolescentes, pero sabes que hay un gran debate sobre la adicción a la pornografía en los más jóvenes. Pero el gran problema no es ver porno, el gran problema es ver porno creyendo que eso son escenas reales, que no son representaciones imaginarias, más allá de que sean buenas, el gran problema es que se emule eso como una educación sexual.

Hay una crisis de literalidad. Es como un valor añadido el que te pongan en la serie de turno, en la película de turno, que están basadas en hechos reales. Qué importará eso, si lo interesante es la ficción y si la ficción funciona. Ahí sí que creo que hay un problema, no que haya falta de curiosidad, sino que no estamos dejando espacios para la imaginación. La imaginación, por lo tanto, es lenguaje figurado, es lenguaje que no necesariamente tiene un referente con el realismo. Y ahí sí que veo mucha literalidad, mucho documental, mucho teatro documental, mucha película basada en hechos reales, y no es un problema eso en sí mismo, el problema es que solo estemos construyendo ficción desde ahí.

W. Manrique Sabogal. El periodismo está presente en el libro, es el gran altavoz, ¿ha perdido responsabilidad o compromiso?

Albert Lladó. Este libro parecería desde fuera que, por el título, es una crítica al periodismo. Es todo lo contrario. El periodismo es una de las cosas mejores que me ha pasado en la vida. Para mí el periodismo tiene mucho que ver con esa idea de la filosofía del matiz y de la perspectiva en la que yo me he formado y la que me interesa; pero es verdad que no hay que dirigir una mirada ingenua al periodismo. El periodismo ha olvidado algo que decía Balzac, muchas veces nos hemos otorgado la etiqueta de cuarto poder, pero Balzac utilizó por primera vez el término de cuarto poder como una crítica. Es un contrapoder, no un cuarto poder, porque si no pasan esas cosas que estás viendo en una tertulia con periodistas y dices, mira, este irá en la lista el número 3, el 5 y el 7 de la lista electoral. Y nunca te equivocas, ves en las siguientes elecciones que simplemente estaban utilizando el periodismo para acceder al poder. El periodismo es imprescindible y no conozco ninguna democracia interesante que no tenga un buen periodismo. Una democracia sin un contrapoder, normalmente, pues tiene problemas, porque no hay esa vigilancia o esa repregunta. Por lo tanto, es una defensa del periodismo, de un periodismo crítico.

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Winston Manrique Sabogal

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