Javier Gomá Lanzón, filosofo español y director de la Fundación Juan March. / Fotografía de Lisbeth Salas

Javier Gomá: «Podemos dejar una imagen de ejemplaridad de la vida póstuma digna y bella»

El filósofo español publica 'La imagen de tu vida', una reflexiona sobre la muerte del padre, la relación con los hijos, la felicidad y la derrota de la indignidad de la muerte. La obra llegará al teatro este 28 de junio

La maraña de voces que llena la sala es desterrada por el silencio cuando las luces se apagan. Unas pocas sobreviven, y dejan ver a un hombre solo que habla y habla, mientras sus palabras esculpen su oquedad afectiva. “Somos tiempo. Solo un cierto depósito de tiempo”, dice. Y su voz queda allí, atrapada, cuando revela: “Mi padre ha muerto”.

Es un ser solitario en su duelo. Huérfano de su padre y de sí mismo que habla en voz alta dejando una procesión de aflicciones, heridas, reproches y perdones esperados cuando, de pronto, recuerda lo que le dijo su padre: “Tú no has tenido ninguna experiencia inconsolable”. Entonces, el joven que era, pensó: “Sí, papá, tu vida ha sido esa experiencia para mí”. Cuando el padre murió el hijo comprendió que ambos estaban equivocados. «Esa experiencia de lo inconsolable, que mi padre prefería pensar que yo no había conocido, la estaba haciendo ahora, hasta rebañar el plato, pero no por su vida, como yo había creído por error durante tantos años, sino precisamente por su muerte». Llegó la reconciliación.

Son las reflexiones creadas por Javier Gomá Lanzón en el monólogo Inconsolable que conforma el último capítulo de su libro La imagen de tu vida (Galaxia Gutenberg). Una luz hacia atrás y hacia delante. Al morir su padre, el filósofo y director de la Fundación Juan March decidió levantar una geografía sobre la pérdida del padre, sobre el reencuentro consigo mismo, sobre el sueño de qué legar a los hijos. Un libro hecho teatro que se podrá ver en el María Guerrero de Madrid, bajo la dirección de Ernesto Caballero y la actuación de Fernando Cayo, entre el 28 de junio y el 23 de julio.

Fernando Cayo (izquierda), Ernesto Caballero y Javier Gomá, durante uno de los ensayos de ‘Inconsolable’. / Fotografía de Lisbeth Salas

A través de los tiempos una pregunta se instala sola en cada persona con un lado visible y público y otro oculto y privado. La pregunta compartida es: ¿Qué es el ser humano? Un pilar de la filosofía y el pensamiento. Y la segunda pregunta es la que lleva cada persona dentro de sí de manera consciente o dormida: ¿Qué imagen o cómo me recordarán cuando muera? ¿Qué imagen legaré a los que me sobrevivan y al mundo cuando ya no esté?

Es en ese laberinto donde entra Gomá Lanzón (Bilbao, 1965) en La imagen de tu vida. Continúa en la exploración de lo individual, del Yo, del anhelo de trascendencia. Si Jorge Luis Borges revivió y popularizó la idea de que nadie muere mientras se le recuerde, el filósofo español afina esa idea y anhelo. Lo hace desde su tema de la ejemplaridad, un concepto sobre el que reflexionó en su tetralogía Imitación y experiencia, Aquiles en el gineceo, Ejemplaridad pública y Necesario pero imposible (todos en Taurus). Una tarde en su despacho de la dirección de la Fundación Juan March, en Madrid, en esa hora en que sol se despide fuerte, Gomá Lanzón amplía su libro a partir de frases que él mismo escribió para este y sus respuestas se convierten en un monólogo fragmentado.

“De las consideraciones anteriores se sigue la conexión esencial y directa que une lo sublime y la gloria: ésta es la luz que proyecta la belleza sublime”.

Cuando terminé la tetralogía de los otros libros y luego Filosofía mundana me quedaba por rebañar el concepto de la imagen de tu vida. Algunas veces me han preguntado qué es lo siguiente. No sé. Pero sí hay algo que me ronda la cabeza: es una meditación sobre cómo plantear asuntos sublimes con estilo elevado en el siglo XXI. Uno de los problemas de las novelas de hoy es cómo utilizar un lenguaje elegante que al mismo tiempo resulte verosímil en una sociedad que ha hecho de la cotidianidad e incluso, hasta cierto punto de la vulgaridad, una marca. Eso en cuanto al estilo, en cuanto al tema: cómo proponer asuntos elevados que estén a la altura de nuestro tiempo, que no resulten anacrónicos, impostados, falsamente solemnes, imitativos del estilo sublime antiguo.  En la época clásica lo sublime era considerado una forma de lo bello. Lo sublime en la modernidad se ha concebido como arte y eso hace que se vaya acercando cada vez más a algo siniestro. Como dijo alguien, nos puede parecer sublime un desfile nazi o el choque de los aviones contra las Torres Gemelas, pero difícilmente nos parece sublime una acción que podríamos llamar positiva, constructiva, ejemplar, bella.

“El destino, que nos hurta maliciosamente los bienes que dan la felicidad, no puede expropiarnos el derecho de vivir nuestra vida con ejemplaridad y, tras nuestra muerte, legar una imagen luminosa digna de perduración en la memoria de la gente”.

La primera cita habla de que la gloria es la luz que proyecta una vida sublime y en esta segunda cita hablamos de poder dejar una imagen de la ejemplaridad de la vida póstuma digna y bella. Una luminosidad que proyecta una imagen de la vida sobre aquello que sobrevive. Entonces, de una mirada directa o más bien tácita, se establece una conexión entre la imagen de la vida y la recuperación de lo sublime contemporáneo. Cualquier vida por el hecho de vivir y envejecer, de tener una vida digna, proyecta sobre quienes lo sobreviven una luz sublime. Un sublime democrático, un sublime igualitario, un sublime de cierto punto de vivir y envejecer. Lo que me fascina es el intenso dramatismo que está, que es íntimo, en cualquier vida por modesta que parezca.

“En el pecho del hombre moderno, sin embargo, se agita una ambición mayor que la felicidad, porque para él por encima incluso de ser feliz está el deseo de ser individual”.

La felicidad es una palabra creada en una época que no es la nuestra. Cuando un árbol está en su semilla, se desarrolla y alcanza su madurez esa perfección del árbol representa la realización de su fin. Pero la palabra felicidad se la inventaron los griegos para referirse a la perfección del fin humano. Cuando los fines de lo humano estaban plenamente determinados en un orden fijo. Pero el mundo moderno, que es el mundo de la subjetividad, es aquel que descubre que el hombre está sujetado a la dignidad infinita, pero está abocado a la indignidad de la muerte. Por tanto, no hay fin humano que haya que realizar. Y por encima de esa perfección humana, cuyo nombre sería la felicidad, por otra parte imposible, puesto que está atravesado de arriba abajo por una paradoja. Cuando tú te mueres el mundo se empobrece porque eres irrepetible y porque vives tu vida con tal dignidad que esperas que sea visible, y para el hombre moderno una desdicha es una felicidad robotizada. Nadie que tenga ambición en la vida querría una euforia robotizada, deshumanizada, despersonalizada. Prefieres ser infeliz a tu manera.

Un momento del ensayo de ‘Inconsolable’. / Fotografía de Lisbeth Salas

“Pues bien, la parodia, la risa, la bienhumorada burla es el rodeo inventado por Cervantes para narrarnos de modo convincente el ideal de una ejemplaridad moderna”.

Empezaba nuestra conversación hablando de cómo podría ser un sublime contemporáneo. En Cervantes he encontrado una cierta respuesta y es que cualquiera que sea la forma de ser sublime en el siglo XXI encontrará en la fórmula de Cervantes una guía, y se aspira al idealismo de Cervantes. Pero hazlo con cortesía y con humor, por lo menos. Yo solo me imagino algo sublime en el siglo XXI que aspire a un ideal superior si combina, como Cervantes, una cortesía hacia el otro y una ironía y una autoironía.

“Y de ahí que la observación en mi padre, ‘tú no has tenido ninguna experiencia inconsolable”, la recibiera yo en ese momento como una nueva negación de mi herida y para mí mismo murmuré: ‘Sí, papá, tu vida ha sido esa experiencia para mí”.

Hasta ahí podemos leer como decimos (risas). Ahí se bordea ese punto que en el monólogo nunca se quiere atravesar hacia la experiencia estrictamente personal… En el monólogo del libro digo que la experiencia de la relación con el padre tiene una fuerza sicológica enorme. Hay determinados temas como el adulterio de Madame Bovary que genera un gran escándalo en 1860, pero hoy un adulterio nos haría bostezar; o los dramas de Calderón de duelos que nos parecen anticuados. Pero la relación con el padre tiene una fuerza sicológica extraordinaria. También es fuente de potencial conflicto, incluso llevándote bien. Trato de no hacer literatura maleducada y, por tanto, no exhibir mi propio conflicto o la forma de mi conflicto. La relación con el padre, incluso alcanzada cierta madurez, conserva un no sé qué mitológico. Cuando joven puedes censurar ciertos comportamientos o ser intolerante, luego aprendes que no es para tanto. Pero en la relación con el padre no es fácil madurar, porque justamente es tu conexión con la mitología de la infancia.

“Hay que adaptarse’. Fue el único comentario de mi padre. Lo dijo en aquella ocasión sin mayor énfasis, pero mi comportamiento posterior, y en concreto esa tendencia mía recurrente al EXCESIVISMO, le dio motivo para repetir muchas veces a lo largo de los años ese mismo consejo, que se convirtió sin pretenderlo en el lema de mi vida: HAY QUE ADAPTARSE”.

Eso fue una anécdota real. No siempre asumo que lo que sucede en el libro me ocurrió. Todo hombre y toda mujer que viva su vida de manera consciente siente un extrañamiento por lo raro que es esta vida y este mundo. En determinado momento descubres que tú eres un ser único y por tanto tienes una dignidad incondicional, irrestricta. Eres como la flor única del género único. Sin embargo, esa flor producida por el mundo es aplastada de manera miserable, injusta e innecesaria, con lo cual notas que tú estás destinado a ese aplastamiento, o ves que otras personas han sido aplastadas antes que tú. Y así es imposible adaptarte a esto, puesto que es una trituradora muy extraña. En mi caso fue muy complejo, muy dramático y tardío. Lo que otras personas hacen con 18 o 19 años, yo empecé a partir de los 24. Cuando terminé el colegio estudié Filología clásica, y no sabía qué hacer ni a qué dedicarme, no sabía qué iba a ser de mí. Estaba inflamado por una vocación literaria, muy imprecisa en ese momento. Mi padre, que me decía: ‘Bien está que hagas filología clásica, pero por lo menos hazlo bien. Ese adaptarse se convirtió en el lema de mi vida. Cuando mi padre murió el extrañamiento fue radical. Volvió a mi memoria el lema de mi vida formulado por él que como última etapa estaba el adaptarme al hecho de la muerte de quien me había dado ese consejo.

“Y así matar un poco la muerte y ofrecer a mis hijos y su madre, mi mujer, un último tributo de amor, el ejemplo de buena muerte que les infunda calor, luz y ánimos para pasar sin angustia sin ese trance cuando les llegue la hora a ellos”.

En efecto, se produce una aparición en la naturaleza desconocida incierta, que son esas voces de su padre que no se sabe si vienen del ultramundo o del subconsciente. Entonces, el hijo inicia un esfuerzo de adaptación. No empieza en el pasado, que es donde murió su padre, sino en el futuro, que es cuando él se muera ante la imagen que le dará a sus hijos. Aspira a que por un lado su muerte sea sentida como indigna, es decir que él haya vivido su vida con tal dignidad que todo mundo perciba que es una pena, pero, paradójicamente, le gustaría trasmitirla a sus hijos matando un poco la muerte, rompiendo el aguijón de angustia, de desesperación, de depresión, de negrura, de sordidez que la muerte tiene, a fin de que, por último, le dé a sus hijos la imagen de una idea luminosa con las dos funciones de la luz: iluminar y dar calor. Al mismo tiempo, vivir de tal manera su muerte con ese arte del buen morir sobre el que escribieron los hombres medievales. Así les trasmite a ellos una invitación a una vida digna y bella, y no insistir en lo macabro de la muerte. Sacar la luminosidad, incluso de la negrura de la muerte.

 

Javier Gomá Lanzón termina de hablar en el sillón de su despacho de La imagen de tu vida. Una obra que es una luz hacia atrás y hacia delante. Sus reflexiones y preguntas desenmascaran el duelo contra el olvido;  acordes a estos tiempos del Yo superlativo que tiende a banalizarlo todo. Es una travesía por la tristeza como canto a la memoria. A la vida. Perdurar, quedar, permanecer, trascender… “Todavía podemos introducir algún color, alguna forma o un cambio en el diseño, y, en consecuencia, una tarea de tu existencia, de tu biografía, de tu paso por el mundo. Estamos a tiempo de dejar un legado póstumo de una vida digna y bella”.

  • La imagen de tu vida. Javier Gomá Lanzón. Editorial Galaxia Gutenberg.

Imagen de portada: Javier Gomá Lanzón en los jardines de la Fundación Juan March, de Madrid / Fotografía de Lisbeth Salas

Winston Manrique Sabogal

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