Apoya a WMagazín como mecenas cultural Apoya a WMagazín como mecenas cultural Apoya a WMagazín como mecenas cultural Apoya a WMagazín como mecenas cultural Apoya a WMagazín como mecenas cultural

Detalle de la portada de ‘Vindictas’, ilustrada por Jimena Estibaliz (Páginas de Espuma). /WMagazín

El rescate de 20 escritoras latinoamericanas del siglo XX que abrieron caminos literarios

'Vindictas. Cuentistas latinoamericanas' arroja luz sobre un grupo de autoras que han sido eclipsadas por el canon dominante. WMagazín publica pasajes literarios de seis de estas mujeres donde se aprecia su talento y la vigencia de sus temas que van desde el aborto y la exclusión sexual hasta el maltrato del marido

Presentación WMagazín Esta es la recuperación de veinte escritoras latinoamericanas de la segunda mitad del siglo XX que fueron eclipsadas por una cultura que miraba poco a las creadoras. Vindictas. Cuentistas latinoamericanas, edición de Socorro Venegas y Juan Casamayor (Páginas de Espuma / Publicaciones & Fomento editorial-Universidad Nacional Autónoma de México), es una antología que arroja luz sobre un grupo de narradoras que estaban y están al mismo nivel de muchos escritores de su tiempo.

WMagazín celebra este volumen que no solo hace justicias sobre estas escritoras, sino que enriquece la literatura en español. Publicamos una breve muestra de estos mundos literarios con los comienzos de cuentos de seis narradoras de países cuya literatura no suele estar ni en los estudios de los expertos ni en el imaginario colectivo. Y algo muy importante: las temáticas que ellas abordan y que tienen toda la vigencia, desde la denuncia del maltrato del marido hasta el aborto o la discriminación sexual.

Las autoras elegidas para nuestra antología son: Susy Delgado (Paraguay), Mercedes Durand (El Salvador), Hilda Host (Ecuador), Hilaria Contreras (República Dominicana), Bertalicia Peralta (Panamá) y Magda Zavala (Costa Rica).

La lista completa de las veinte escritoras es la siguiente: María Luisa Puga (México), Mimí Díaz Lozano (Honduras), Mirta Yáñez (Cuba), Marvel Moreno (Colombia), Armonía Somers (Uruguay), Mercedes Gordillo (Nicaragua), María Luisa Elío (España), Silda Cordoliani (Venezuela), Rosario Ferré (Puerto Rico), Pilar Dughi (Perú), Ivonne Recinos (Guatemala), Marta Brunet (Chile), María Luisa de Luján Campos (Argentina) y María Virginia Estenssoro (Bolivia).

Todas ellas, señalan los editores de Vindictas, «son voces plenas que se alzan y anteceden al pensamiento que está siendo debatido en un contexto sociopolítico y cultural en el siglo XXI. La identidad de ser mujer, el lenguaje y la política del cuerpo, la sexualidad, la violencia de género, el lugar que ocupa el hombre en la cartografía de la mujer, el empoderamiento social, laboral y familiar. Es el momento de ‘vengar’ y ‘castigar’ modelos que silencian y marginan, es el momento de ‘proteger’ y ‘entregar’ a los lectores y las lectoras nueva luz. Luz vindicta».

Para crear este volumen Socorro Venegas y Juan Casamayor, con el apoyo de un grupo de corresponsales en los países latinoamericanos, revisaron varias antologías canónicas de cuento hispanoamericano y latinoamericano del siglo XX donde la ausencia de mujeres es muy notoria. Vindictas reivindica a estas autoras y la calidad de su escritura.

El siguiente es un asomo y un pequeño rayo de luz sobre esos universos literarios que vale la pena leer:

Portada del volumen de cuentos 'Vindictas' (Páginas de Espuma- UNAM).

'Vindictas. Cuentistas latinoamericanas'

Hilma Contreras (República Dominicana), La Espera:

Estaba sumergida en el silencio como en un baño de frescura sin límites. Un silencio viviente, de pensamiento fecundo que se escucha a sí mismo cuando los demás se han marchado al fondo del primer sueño. Era para Josefina la hora en que le gustaba descubrirse en su relación con el Universo, sin interferencias de ninguna clase. La hora en que se reintegraba.

Ya se había extinguido el susurro del joven matrimonio vecino y el jadeante e invariable quejido de la mujer. Apenas un momento antes había rechinado la puerta del comisionista que regresaba de sus correrías nocturnas. Sobre el cuerpo de Josefina aleteaba el silencio más refrescante ahora después del llanto asustado del recién nacido en la planta baja. Casi sonreía de felicidad cuando su fino oído percibió el movimiento de la puerta de su habitación. Alguien se deslizaba sigilosamente en la oscuridad. La rabia le golpeó las venas y tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para no abrir los ojos y de un salto abofetear aquel rostro, cuyo aliento ya sentía junto a su cama.

Susy Delgado (Paraguay), La sangre florecida:

La Abuela sintió que había llegado para ella el día señalado. Algo se lo dijo claramente, dentro de su cuerpo fatigado. Tomó el avatísoká del mortero que guardaba en su cuenco oscuro los olores de innombrables esfuerzos, macerados en larga ausencia y pobreza, con un agua salada que bien podía ser la que goteaba de los brazos o la que vertían los ojos, porque sabían exactamente igual… Y emprendió aquella tarea, por tanto tiempo temida y soñada. Sintió que en ese mazo pesado y mugriento que latía en sus manos como a punto de estallar, dormía un acto de justicia, la flor de un día, hermosa, inaplazable.

La Abuela reunió en su puño los ochenta años de pisar maíz pobre y desprecio en un mortero sordo, rezó una brevísima y extrañaoración con los dientes apretados, y descargó todo el peso acumulado, de un rotundo golpe, en las espaldas del viejo que cumplía su ritual diario de rezongar con los yuyos del tereré en las manos, porque era un verdadero escándalo que las mujeres no se los pisaran en el mortero. Lo que es trabajo de mujer, tiene que hacerlo la mujer. “Así mismo”, pensó ella y empezó a esparcir furiosos golpes en el cuerpo flaco y desvencijado del viejo, que solo atinó a doblarse bajo los golpes, como si buscara la protección de la tierra, atreviéndose apenas a espiar entre los dedos con los cuales se tapó el rostro, aterrado.

Mercedes Durand (El Salvador), Jacinta Piedra:

Jacinta Piedra vivía en San Juan Talpa. Allí nacieron sus padres, sus abuelos y los padres de sus abuelos. Las piedras de la quebrada, los guarumos de la barranca, los grandes conacastes, la tierra oscura, la campana oxidada y los padres-nuestros y abracadabras eran parte de su piel, de sus ojos, de su mente de ruda y albahaca, de sus manos huesudas y largas…

La casa de Jacinta Piedra era como todas las de San Juan Talpa: tejas coloradas, adobe, vara de castilla, horcones y cerco de cerrato… La vida discurría lenta y cansina. Por la mañana moler el nixtamal y encender el fogón. Frijoles, café, azúcar de pilón, mandíbulas apretadas y palabras a mordiscos. A las once, cacareo de gallinas pálidas, jesús, maría y josé, las tres divinas personas, ave maría purísima y caminar por la calle desierta hasta llegar a la cerería. Monosílabos entrecortados por las miradas furtivas, rebozos húmedos, cera de castilla, veladoras, fantasmas, imaginerías, velorios, responsos, oraciones al Señor de Esquipulas, lagrimear de mujeres, incienso, rezadoras, beatas y milagrería. Jacinta Piedra regresaba a casa, con la mirada huidiza y el andar menudo.

Gilda Host (Ecuador), Reunión:

Si de ser precisa se trata, tendría que tomar en cuenta la reunión de ex compañeros de mi esposo como punto de partida de los cambios que se han dado en mí. No se veían en ocho años. La mayoría ya eran profesionales, con sus respectivos papeles que defender: abogados, ingenieros, marihuaneros, comerciantes, psicólogos, médicos, escritores, y con sus respectivas esposas o enamoradas que presentar. Las presentaciones iban y venían, reconocimientos, las bromas del colegio, los apodos, el “te acuerdas…”, el “qué es de la vida de…”, el “te juro, hermano…” A las mujeres nos dejaron en un rincón, mirándonos con caras neutras y aburridas, obviamente sin nada de qué hablar.

Poco a poco se empezó con lo del “qué vestido tan lindo, ¿dónde te lo compraste?”, y en la sección de los hombres ya se había superado la etapa de los carros adquiridos o carros comentados y de los goles del domingo y se encontraban en el cómo tirarse a las mujeres buenotas de la manera más efectiva. Sin embargo, los temas volvían siempre al colegio, al cura maricón, el hijo’e puta de Rodríguez, la media aritmética colgada en la pizarra, las risas. En la sección de mujeres ni siquiera se pretendía saber o hablar de otros temas que no fueran las empleadas y los niños. Me levanté y caminé hacia los hombres. Debí haber llevado una bandeja o haberme hecho la disimulada en las afueras del grupo, pero me instalé en el centro. Se hizo el silencio y vi la cara de Roberto desencajada saltando al suelo y entre zapatos terminar profundamente avergonzada. Los otros no sabían dónde mirar y se sentían incómodos sin saber qué hacer. Entre mis piernas, un olor a sexo se había empezado a filtrar y todo el mundo lo había percibido. Fue una suerte que en ese momento anunciaran la cena.

Bertalicia Peralta (Panamá), Guayacán de marzo:

La noche hervía y el aire que entraba por los ojos abiertos de las paredes venía caliente, caliente como la sangre de los habitantes del pueblo.

Dorinda no dormía. Pensaba. No soñaba. A veces soñaba. Soñaba cosas lindas y dulces que nunca tuvo. Ahora no soñaba. No dormía. Solo pensaba. Y los pensamientos eran como ramas de veranera que se le retorcían en la mente y le estrujaban los sesos y le hacían brillar en seco los ojos negros y rasgados. Se movió en el camastro. Fue un movimiento leve, pero sin embargo el hombre a su lado pareció sentirlo porque se achicó más y trató de arrimarse. Dorinda lo esquivó. Sentía un asco infinito por ese cuerpo duro y sudado que durante tantos años había permanecido sobre el suyo, contra el suyo, exprimiéndole los senos, los muslos, jadeando sobre su vientre, rasgándole el mismo sexo, abriéndola siempre, abriéndola, tratando de destruirla, pensó. Se movió hacia el otro extremo del camastro.

Magda Zavala (Puerto Rico), De la que amó a un toro marino:

Se daba aires de proscrito, barba larga y lento fumado entre los dientes, con el atractivo de quien parece amenazante y vigoroso. Así lo conocí, así casi lo estoy olvidando. Por lo demás, se enredaba en los amores viejos, y en los del porvenir, y le gustaba hablar a solas, mientras dejaba caer el agua tibia sobre sus lomos robustos. Allí filosofaba sobre el mundo y sus desastres, hacía cálculos para la próxima cosecha o se pronunciaba en contra de las ocurrencias de los diputados y de las partidas específicas que le compran el alma al diablo, cuando no le daba por cantar, con el más esforzado de los empeños, que no alcanzaban a dar con los ritmos de Celia Cruz y su “Traigo yerba Santa pa’la garganta…”.

Yo, el resto del día, desde la lejanía que impone la ciudad amurallada, daba vueltas en círculos a su alrededor, ofreciéndole cuanto podía: que está servido el desayuno, ¿te traigo el periódico?, esa camisa no te va, ¿adivina qué hay de almuerzo hoy? ¿Quieres un café…? Y él allá, conversando consigo mismo, lleno de murmullos, se daba la razón sobre decisiones tomadas o se lamentaba de algún fiasco; muchas veces criticaba a los políticos que se olvidan de la agricultura, como si no fuéramos todos medio maiceros y la sociedad industrial estuviera en la cola de un venado ya muerto, y otras al bipartidismo insoportable que nos tiene totalmente prensados.

Las mejores portadas de libros del año 2020 en WMagazín. / Gif de Luis Manrique-WMagazín

Suscríbete gratis a la Newsletter de WMagazín

  • Si te gusta WMagazín puedes suscribirte gratis a nuestra Newsletter en este enlace.
  • Gracias por leernos y ayudarnos a difundir la revista que incluye secciones como esta de Recomendados que puedes ver en este enlace.
  • INVITACIÓN Puedes ser mecenas literario de WMagazín, es muy fácil, las indicaciones las puedes ver en este enlace.

Un comentario

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Suscríbete a nuestra newsletter · Suscríbete a nuestra newsletter · Suscríbete a nuestra newsletter · Suscríbete a nuestra newsletter · Suscríbete a nuestra newsletter ·