Samanta Schweblin: «¿Hay otro tipo de lenguaje que no hemos descubierto más puro y emocional?»
La escritora argentina crea en 'Kentukis' una criatura digital del futuro que acompaña a las personas y trastoca la época del yoísmo potenciada por el ciberespacio y replantea la relación con la comunicación y el lenguaje
En un transporte colectivo de Buenos Aires nació una inquietante y perturbadora criatura del futuro. Es el kentuki que ha llegado para trastocar y ampliar la época del yoísmo potenciado por el mundo digital. Lo hace como un peluche que es máscara y espejo de necesidades, contradicciones, carencias, incapacidades y fisuras del ser humano relacionadas con la soledad, la comunicación, el lenguaje y los afectos.
Los kentukis nacieron de la imaginación de una mujer, Samanta Schweblin (Buenos Aires, 1978). Surgieron tras la observación y preguntas de Schweblin sobre nuevos comportamientos humanos alrededor de los drones y las redes digitales. En vista de que la escritora no sabía registrar esa idea, antes de que los chinos la comercializaran, su padre le aconsejó escribir un libro.
Así es que no sería extraño que pronto los kentukis se hagan realidad para vivir entre este mundo y los otros como la nueva moda del mundo dual, analógico y digital. Como lo hacen por la gracia de Schweblin en una de las novelas del año: Kentukis (Literatura Random House), entre la Tierra y el ciberespacio en un territorio de fantasmas y sueños y pesadillas donde se ponen a prueba muchos limites de la condición humana.
Los kentukis son dispositivos de diferentes formas de peluches que alguien compra para que lo acompañe en su vida y por cuyos ojos mira otra persona desde cualquier lugar del mundo. En ellos convergen lo analógico y lo digital como un pasadizo por el que van y vienen esas dos dimensiones del ser humano. El juego de espiar y ser espiado voluntariamente.
Una idea perturbadora cuyo origen Samanta Schweblin recuerda en el siguiente vídeo:
Samanta Schweblin cuenta El primer soplo de inspiración de su novela 'Kentukis',
Tras el consejo de su padre, Schweblin concibe y escribe en Berlín Kentukis. Ella, prestigiosa cuentista, ve en esta historia su primera novela desde el minuto uno. Porque la anterior, Distancia de rescate, empezó como un cuento que creció. El resto de su obra son relatos, solo un puñado guardados bajo los títulos El núcleo del disturbio (2002), Pájaros en la boca (2009) y Siete casas vacías (Páginas de Espuma, 2015).
Bajo un día luminoso del otoño madrileño, Samanta Schweblin da la última entrevista tras dos días de conversaciones con más de una docena de periodistas, y antes de partir a Sevilla a seguir hablando de sus kentukis.
Winston Manrique Sabogal. La novela es un reflejo del Horror vacui de muchas personas ante la soledad, los sentimientos y la incapacidad de comunicarse.
Samanta Schweblin. Puede ser que haya algo de eso. Muchos de los personajes recurren al kentuki por la soledad. Creo que eso nos pasa un poco con la tecnología en el sentido de que incluso, físicamente, necesitás estar solo para disponer de tres o cuatro horas para una zambullida en la tecnología, redes sociales… Pero también habla de una soledad que es emocional. En algún punto los kentukis, por lo menos en sus primeras horas de conexión, se parecen mucho a las mascotas en el sentido de que como no tienen lenguaje, al no haber lenguaje no hay comunicación y al no haber comunicación no hay juicio de valor. Entonces aparece esa fantasía de que el otro te entiende por completo, como cuando un perro nos mira con la cabeza inclinada y decimos «¡Qué expresivo!», pero no, no tenemos idea de lo que está pasando en esa cabeza.
La tecnología, a veces como las mascotas, funciona un poco como espejo de lo que nosotros mismos pensamos de nuestros propios juicios de valor. Esperamos que nos responda y eso también genera mucho ruido y también más aislamiento.
W. Manrique Sabogal. En la novela hay varios binomios opuestos como intimidad-exhibicionismo, libertad-prisión o realidad-fantasía, todo bajo la máscara.
S. Shweblin. …Y en todo este juego de binomios hay siempre una trampa: ese dispositivo de comunicación o de incomunicación, otro binomio. Como lo que rige a los personajes de la novela: ser kentuki (observador), o ser amo de kentuki (observado). Y eso también es tramposo y contradictorio porque al final quien es amo puede ejercer su poder y aislar al kentuki, apagarlo o golpearlo; pero a su vez ese amo es el que está siendo mirado todo el tiempo, sobre quien caen todos los juicios de valor y puede ser extorsionado o violentado desde el lenguaje. El expuesto es el amo y el otro como mascota es en realidad el que tiene más poder y está protegido, hasta cierto punto.
También hay una cuestión interesante y es que el amo puede, por ejemplo, acuchillar a un kentuki. Entonces uno se podría preguntar si está atacando a un humano porque quien está dentro del kentuki, a quien representa es a un humano. Justamente la novela juega con ese limite, con esos binomios.
W. Manrique Sabogal. Umberto Eco y Javier Marías decían en un diálogo, hace ya ocho años, que la actividad de la Red era la confirmación de la supremacía del Yo, del ansia de asuntos como la exhibición pública, y los kentuki abren una nueva vía: espiar o ser espiado en un yoísmo imperante.
S. Shweblin. Sí, es verdad. Y hay algo en ese yoísmo que me resulta muy interesante que es un protagonismo desde la acción. Ya no somos lectores de noticias sino productores de noticias. Si no se agrega una opinión, un color o algo no se replica lo que ponemos allí, y si no se replica no se lee. Y los kentukis en comparación con eso dependen en qué instancia estés. Al principio, cuando no hay lenguaje, el Yo actúa mucho más despacio y discreto porque el dispositivo no te habla y se comporta casi como una mascota, aunque dentro, insisto hay un ser humano. Pero cuando aparece el lenguaje, porque amo y mascota van descubriendo la manera de comunicarse, surgen los juicios de valor. Y te contradices porque justo en ese espacio que debería ser el espacio de la comunicación es el espacio del problema, de los límites.
W. Manrique Sabogal. Pero es el espacio y la acción en que se humaniza el encuentro entre el mundo analógico y el tecnológico con todas nuestras contradicciones a través del kentuki que desnuda muchas cosas, como querer compañía pero sin llevar la contraria.
S. Schweblin. Tenemos la sensación de que hay comunicación mientras estamos de acuerdo en todo, y cuando algo es inaceptable o no lo entendemos entonces pareciera que la comunicación se acaba. Es difícil salir adelante.
W. Manrique Sabogal. Hay otra ruptura interesante en la novela: si se evidencia el problema de la comunicación, no lo es menos el de la soledad, trascendida aquí al ciberespacio en una búsqueda de falso consuelo.
S. Schweblin. Porque el kentuki muestra lo que nos pasa en el espacio digital al llevarlo a un espacio concreto que es físico, porque el kentuki está en tu casa, es real. Uno de los grande temas de la novela es el problema del lenguaje. Cuando nacen estas conexiones no hay lenguaje, todo está afeitado. Cada conexión crea e inventa una manera de comunicarse. Hay un lenguaje muy rudimentario como dar un paso adelante par decir Sí y otro atrás para decir No; o hacerlo a la manera de la Ouija. Pero cada vez que el lenguaje se pone en marcha, cualquiera que se haya elegido, acarrea con sus propios limites y posibilidades. El lenguaje es esa fuerza benévola y malévola. Benévola porque nos permite comunicarnos y malévola por todo el ruido que carga el lenguaje.
Por eso para mí es tan cómoda la literatura y tan incómoda esta situación de entrevista. Tiene que ver con el control que uno tiene primero con la conciencia del daño que podés hacer cuando no comunicás exactamente lo que querés o cuando comunicás lo que querés y no deberías. Lo segundo es la inestabilidad en que sucede el lenguaje. En el espacio de la literatura yo detengo el mundo y si me toma tres mese entender una oración de siete palabras me toma tres meses. La oralidad, en cambio, no permite esa suspensión del tiempoo. En la oralidad el lenguaje te da coletazos por todas partes, todo el tiempo te esta mordiendo la cola. Y piensas: no es exactamente esto lo que quise decir, no lo dije o quería decir esto otro. Es el espacio de la duda, del malentendido.
W. Manrique Sabogal. ¿Usted cree que ese organismo vivo que es el lenguaje lo estamos complicando con toda la estridencia en el mundo digital y analógico?
S. Shweblin. …No sé, no sé si tengo la certeza… La repregunta que me hago con tu pregunta es si debemos aceptar el lenguaje como ese animal salvaje en toda su potencia y su ferocidad cambiante y que nunca va a ser del todo controlado, y un poco ese descontrol es el precio que pagamos por conectar con el otro. O si de verdad, y ya parece una pregunta existencial de la ciencia ficción más dura, si todavía hay otro tipo de lenguaje que no hemos descubierto, uno mucho más puro y emocional y leal.
W. Manrique Sabogal. De alguna manera, todo esto me recuerda un poco la moda del Tamagochi hace como veinte años.
S. Schweblin. Esa relación era la del ser humano con la tecnología y la tecnología no es un tema de esta novela. Aquí es un ser humano con otro ser humano. La tecnología está desarmada aquí. Hoy por hoy el gran peligro de la tecnología somos nosotros mismos del otro lado. Y eso es lo que da el kentuki. La tecnología no es ni buena ni mala es neutra. El problema somos nosotros que no terminamos de entender hasta que punto podemos ser violentos cuando nos metemos en la intimidad del otro.
W. Manrique Sabogal. Hay dos aspectos: la relación con los kentukis, amo y mascota, es voluntaria; y que la novela plantea la insuficiencia de algunos canales de comunicación para expresarnos sobre todo porque falta el lenguaje corporal, porque una palabra no lo dice todo y su complemento es el gesto, el tono, etcétera.
S. Schweblin. Está bueno, como que desarma también el lenguaje.
W. Manrique Sabogal. Es la carencia del propio ser humano de expresarse en su totalidad, es la duda y algunos recurren al kentuki, solo que cuando este ya se humaniza al haber encontrado una vía de diálogo surgen los problemas.
S. Schweblin. Ese boom de los emoticonos tiene que ver con eso. El gran problema es el mensaje mal entendido, mal entendido en su tono, como si al lenguaje le desapareciera el tono en las redes. Y un emoticono cambia todo.
W. Manrique Sabogal. La novela muestra la capacidad o incapacidad para comunicarnos.
S. Shweblin. Sí. El lenguaje tiene un protagonismo muy fuerte. Hasta te diría las lenguas; qué pasa con este cruce y ahí la tecnología tiene un lugar interesante porque, aunque son todas sociedades muy distintas, la tecnología empezó para todos al mismo tiempo y nos unifica porque solo hay una manera de comunicarse y es con las reglas de la tecnología que empezó al mismo tiempo para todos.
W. Manrique Sabogal. Pero buscamos humanizarlas y el kentuki vive una evolución. En esa hiperconexión tan normal hoy también está la extrañeza frente al otro y lo qué pensara de mí.
S. Schweblin. …Quizá esa extrañeza que genera el kentuki lo que hace es volver al dispositivo abstracto y un espejo de todas las redes sociales y dispositivos; lo saca de un lugar especifico y lo pone en un lugar reflectante. Al final lo que hace el extrañamiento en la vida real es repensarlo porque como no lo podemos etiquetar no se puede emitir rápidamente un juicio de valor y eso requiere hacerlo con atención. Eso es lo que me gusta del extrañamiento. Te ponés a pensar qué es una azucarera y por que tiene esas asas o algo de tu abuelita y se vuelven amenazantes. Eso es lo bonito del extrañamiento aplicado a algo que conoces y sobre el que creías tener control.
W. Manrique Sabogal. Usted es básicamente cuentista, ¿cómo fue su proceso mental para meterse en ese mundo y luego convertirlo en palabras? ¿Requirió de un proceso distinto frente a la esrcitura de los cuentos?
S. Shweblin. Claramente fue distinto. Pero si hay algo que se parece a lo demás es que fue absolutamente desde la intuición. Hubo Un primer borrador de unas 10 o 15 páginas donde ya estaba clarísimo que era una novela. Algo que no me había pasado antes. En esas 10 o 15 paginas ya había dos o tres personajes distintos, había capítulos. Hubo algo en la idea que enseguida pidió correr y pidió esta novela coral, porque no se habría podido contar Kentukis desde una historia en particular porque se trata de una red. Me sorprendió la novela por primera vez. Distancia de rescate, que es la primera novela mía, fue un cuento que creció. Y Kentukis fue desde el principio concebida como una novela.
W. Manrique Sabogal. Cobró vida propia. El kentuki se te creció.
S. Schweblin. Fue un trabajo muy arduo al que no estaba acostumbrada, como lidiar con 250 páginas. Es una novela corta pero para mí es como si hubiera escrito El Quijote. Hubo un trabajo fuerte y distinto respecto a la escritura del cuento. Para mí cada vez es más importante el espacio de la reescritura. En el cuento es un espacio de tanta creatividad, aparecen tantas cosas nuevas y disparadores. Para mí la escritura de un cuento no está separada de la idea y la corrección continua. En la novela eso es imposible. Esta novela fluyó rápidamente. Por un cuento paso 25 veces, pero aquí… No he pasado 25 veces, pero sí unas 10 o 15, fue muy arduo. Además, el trabo de pasar por la novela muchas veces lo hice de manera distinta: lineal, claro, pero también hice el ejercicio de releer cada historia por separado, saltándome los capítulos que no eran de esa historia concreta o releer bloques largo o cortos por separado.
La historia nació con Emilia, la viejita que es clave, porque es cómo entiende un kentuki el que no entiende nada de tecnología; y Emilia era tan ingenua y los peligros de este dispositivo no se sentían al principio porque la comunicación iba muy lenta. Así es que elegí adrede empezar por otro lugar, con las muchachas que tienen más claro todo esto sin miedo a la exposición.
Con ellas el lector avanza por un mundo próximo a través de un objeto-juguete antiguo que guarda dentro el futuro con preguntas de toda la vida como la que hace Alina a su kentuki «¿Quién sos?». Porque «necesitaba saber qué tipo de usuario le había tocado. ¿Qué tipo de persona elegiría ‘ser’ kentuki en lugar de ‘tener’ un kentuki?».
¿Y usted qué piensa? De entrar en el juego, ¿sería kentuki o tendría un kentuki?…
- Kentukis. Samanta Schweblin (Literatura Random House).
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