Edgardo Cozarinsky: «Siempre se entra en el amor como en territorio desconocido»
El escritor, cineasta y dramaturgo argentino reflexiona sobre temas de su novela 'Turno noche'. Es la historia de una mujer y dos hombres, las huellas de una pasión que moldea sus destinos. "Siempre sentí que toda vida está hecha del entrecruzamiento con otras vidas"
“La Historia se deposita en todos los lugares, como el polvo. Es el polvo de la existencia”, escribe Edgardo Cozarinsky al comienzo de Turno noche (Tusquets). Y a medida que avanza la novela parece decirse que el amor y la pasión amorosa son la Historia principal de las personas que se deposita en su pasado, presente y futuro, en los rincones de su memoria.
Edgardo Cozarinsky (Buenos Aires, 1939) ha creado una novela de párrafos cortos como centellas que iluminan la larga noche de esta historia de pasión y amor. La sencillez, sutileza y elegancia de su literatura se aproxima a tres vidas, una mujer y dos hombres, que se entrecruzan hasta moldearse mutuamente sus existencias. El escritor muestra el trabajo del Tiempo en ellos a través de los sentimientos.
Uno de los escritores argentinos y latinoamericanos más relevantes es de abuelos judíos ucranianos que llegaron a Argentina en el siglo XIX. Cozarinsky vivió la adolescencia entre lecturas y mucho cine. Si el siglo XX lo dedicó a hacer películas, el siglo XXI se entregó a la literatura.
Su vida ha estado dividida entre esas dos artes. En 1973 escribió junto a José Bibanco un ensayo sobre el chisme como recurso narrativo en Henry James y Marcel Proust y al año siguiente publicó Borges y el cine. En 1974 se fue a vivir a París. Entre otras cosas hizo un curso con Roland Barthes y desarrolló su carrera cinematográfica como guionista y director de títulos como La Guerre d’un seul homme (La guerra de un solo hombre, 1981), Autoportrait d’un inconnu – Jean Cocteau (1983), Guerreros y cautivas (1988), una adaptación del cuento de Borges; La barraca: Lorca sur les chemins de l’Espagne (1995) y Fantômes de Tanger (Fantasmas de Tánger, 1997).
Desde su casa en Buenos Aires que ahora vive el verano, el cineasta, dramaturgo y narrador argentino evoca su vida y reflexiona sobre su obra por email.
“En cine incursioné ocasionalmente en la ficción, pero la mayor parte de mi trabajo fueron ensayos, en el sentido que la palabra tiene en literatura, no ‘documentales’, palabra que salvo excepciones suele quedarse en el registro de la superficie de la realidad”.
Entre medias, Cozarinsky publicó en 1985 la colección de cuentos y ensayos Vudú urbano con prólogo de Susan Sontag. El motivo por el cual no siguió escribiendo, además de su dedicación al cine, “fue por pereza, por timidez, por miedo de enfrentar la mirada ajena”.
Hasta que en 1999 un momento delicado de su vida en París lo reencontró con la escritura:
“Necesité estar en un hospital, en peligro de muerte en 1999, para decidirme a escribir sin descanso. Fue una manera de aferrarme a la supervivencia”.
En aquellos días y noches de hospital quizás escuchó la voz del joven Jim Hawkins o del pirata John Silver El largo de La isla del tesoro, de Robert Louise Stevenson. El primer libro que le despertó el deseo de escribir.
“Los libros para niños pasaron sin dejar huella. El primero que me exaltó fue, como a muchos otros lectores que terminaron en escritores fue La isla del tesoro, en mi caso principio de una larga fidelidad a Stevenson”.
En aquellos días sombríos nació el volumen de cuentos La novia de Odessa que publicó en 2001. Ya no ha parado desde entonces hasta tener casi una veintena de libros de cuentos, ensayos y novelas. En 2018 ganó el V Premio de Cuento Hispanoamericano Gabriel García Márquez con En el último trago nos vamos. “Sus cuentos describen mundos diversos en los cuales los protagonistas resultan ser fantasmas o, al menos, fantasmagóricos”, dijo Alberto Manguel, presidente del jurado.
Y en 2021 Turno noche. Una lectura de su reciente novela es que es una historia sobre las huellas del amor, que dejamos y nos dejan, y se instalan en la memoria. ¿Acaso el amor es solo promesa? Precisamente la palabra o idea Promesa está muy presente en la novela en diferentes ámbitos.
“No me animo a hablar de Amor con mayúscula… En Turno noche, en todo caso es una pasión (en el sentido de sufrimiento) que destroza al personaje de Pedro, algo que intuye sin llegar a alcanzarlo el personaje de Rafael, y un misterio para el personaje de Lucía, que se escabulle de todo intento de fijarla en una identidad. Salvo cuando confiesa: “conmigo son los hombres los que no tienen suerte”.
Al comienzo de la novela se dice: “La Historia se deposita en todos los lugares, como el polvo. Es el polvo de la existencia”; a medida que la narración avanza parece decirse que el amor y la pasión amorosa son la Historia principal de las personas que se deposita en todas partes del individuo y, de alguna manera, lo moldea.
“Me gusta tu lectura. Siempre sentí que toda vida está hecha del entrecruzamiento con otras vidas. Las identidades son lábiles, las forma y cambia el contacto incesante con los demás. Algo así como los átomos para la física cuántica”.
El concepto y vivencia del extranjero está muy presente en Turno noche donde aflora el amor como un territorio en el que siempre se es extranjero.
“Me hace sonreír la idea. Observo que siempre se entra en el amor como en territorio desconocido, uno nuevo, e inmediatamente se repiten los errores del pasado, que no te han enseñado nada”.
Edgardo Cozarinsky ha dicho varias veces que no le gusta la nostalgia, y en Turno noche la misma palabra ya aparece en el primer párrafo y su aire casi envuelve las páginas.
“Si aparece es como sentimiento de un personaje. Yo le tengo aversión a la nostalgia, es algo pegajoso que no te deja avanzar, que te retiene en el fetichismo de un pasado falsificado. Si algo descubro en mi novela es cierta melancolía, sentimiento noble, el “memento mori” con el que vivimos”.
Búsquedas y huidas del amor y la pasión acompañadas de la soledad. Como si los personajes estuvieran en una especie de oquedad en medio de ese sentimiento fuerte vivido, huido, anhelado, imaginado.
“Solo te puedo hablar de la soledad necesaria para escribir. Ese corte con lo que rodea al escritor. Dicen que Henry James asistía a una cena mundana casi todas las noches, pero en sus notebooks leemos que era para recoger anécdotas que luego usaría en sus relatos escritos en altiva soledad”.
La estructura de Turno noche es de capítulos breves, de asomos a esas vidas, capítulos casi autónomos y a la vez encadenados en la historia.
“No lo decidí así, se me impuso mientras daba forma a la ficción. Escribo sin plan, las palabras me llevan adelante. Después no solo corrijo, busco correspondencias, ecos entre situaciones y conductas, y voy cambiando de lugar todo lo escrito hasta encontrar una forma que me parezca decir más de lo que dice cada fragmento en sí”.
El primer libro de Cozarinsky, en 1973, fue un ensayo sobre el chisme como motor o recurso literario en Proust y James. El chisme ha cambiado cinco décadas después y a tomado impulso en programas de televisión.
“Tiré la televisión a la basura en 2003. No lograba avanzar con El rufián moldavo, la novela in progress, porque me dejaba hipnotizar todas las noches por los programas políticos, la desfachatez y la soberbia de quienes viven de nuestros impuestos. Quitaba el sonido y ponía muy fuerte música de Wagner para ver la política como una pantomima siniestra”.
Cozarinsky no tiene un día típico de escritura. En general, cuenta, sale a caminar una hora, hora y media, antes del desayuno. Escribe, a veces, por la tarde, “más a menudo a medianoche”.
En Turno noche se habla de “novela vivida”, todo el mundo tiene una. El episodio que Edgardo Cozarinsky comparte ahora de la suya tiene que ver con aquel momento en que decidió escribir para siempre.
“Mencioné mi paso por el hospital en julio de 1999. Una infección en un disco que amenazó con dejarme paralítico, o liquidarme si se expandía. Le pedí a mi amiga que me llevara cuaderno y bolígrafo y me puse a escribir sobre un atril, inmóvil en la cama. De allí salieron los dos primeros relatos de La novia de Odessa”.
La escritura lo acompaña desde entonces.
- Turno noche. Edgardo Cozarinsky (Tusquets).
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