«El cine ha sido importante en mi vida, pero la música y la pintura sí han influido en mi literatura»: Margo Glantz
AUTORRETRATO ARTÍSTICO DE UN ESCRITOR 1 / Con uno de los nombres mexicanos más respetados y queridos de América Latina inauguramos esta serie en la que un autor comparte su relación con las otras artes en lo personal y literario. Un diálogo de WMagazín con apoyo de Endesa
Los recuerdos se mezclan. El deslumbramiento de las primeras películas, la emoción ante la música preferida, la fascinación eterna por algunos cuadros… Los lugares donde Margo Glantz ha visto las pinturas que la han maravillado juegan en su memoria, pero sus imágenes y las sensaciones que le produjeron siguen intactas. El cine, la pintura y la música la han acompañado desde niña.
Con esta escritora mexicana, una de las más respetadas y queridas de América Latina, al margen de géneros, WMagazín, con apoyo de Endesa, inaugura una nueva serie: Autorretrato artístico de un escritor. Cada mes un autor, de cualquier lugar del mundo, nos contará su relación con las otras artes, sus primeros deslumbramientos, la importancia que esas obras o creadores hayan tenido en su vida personal, si han influido o inspirado su literatura o alguna obra concreta, si escriben con la compañía o bajo la mirada de alguna obra de arte o artista en su lugar de trabajo.
Autorretrato artístico de un escritor nos recordará en la voz de sus autores el diálogo perpetuo entre las artes, la riqueza de su transversalidad, la importancia del arte en la vida desde niños, las obras que los acompañan a lo largo de su existencia, los motivos por los que les gustan… El primer disco que compraron, o el primer cuadro que vieron, o los conciertos donde más aplaudieron, o los artistas que les susurran e inspiran, o las obras de teatro que los hicieron soñar con subir a un escenario, o las películas que más han visto, o el edificio que los ha dejado con la boca abierta, o la ópera que más les ha emocionado… Al final, compartirán cómo es su relación con la belleza o con qué o quién la suelen relacionar.
El arte como una de las bellas artes para vivir y disfrutar.
Con 92 años recién cumplidos, Margo Glantz echa la vista atrás, desde su casa en Ciudad de México, y traza por videoentrevista las pinceladas de su Autorretrato artístico:
“Lo primero que me llamó la atención, distinto a la literatura, fue el cine. Iba los domingos al cine y veía películas como King Kong, Drácula, Flashgordon o La sombra que era una especie de policiaca fantasmática. Cuando yo era muy chica mis padres se mudaron a un departamento donde los anteriores huéspedes habían dejado algunos álbumes con recortes de películas y actrices y actores norteamericanos de los años treinta y cuarenta: Greta Garbo, Bette Davis, Clark Gable, Joan Fontaine, Oliva de Havilland, todas muy bien vestidas… Eran figuras icónicas para poder vestirme o caminar o actuar como ellas.
Una de las películas que más he visto es Lo que el viento se llevó. La primera vez fue cuando tenía unos 15 años. Se me quedó muy grabada por Vivian Leight y Clark Gable. También vi Rebeca de Alfred Hitchcock.
Con el cine he vivido momentos maravillosos y ha sido muy importante en mi vida personal, pero no en mi literatura. Estoy muy vinculada con el teatro porque he enseñado, pero tiene poca relación con mis obras… Quizá alguna cosa de Calderón de la Barca.
En mi literatura lo que sí ha influido es la música y la pintura, sobre todo en tres libros: Apariciones, El rastro y Por breve herida.
De niña veía exposiciones de los pintores mexicanos como Diego Rivera, Orozco, Siqueiros y pintores de caballete de la época… pero no están en mi obra. Mi papá aparece en uno de los frescos de Rivera que hay en el Bellas Artes.
Han ido gustándome a lo largo de mi vida muy diversos pintores. A los 23 años fui a Florencia y estuve en los Uffizi y en el Louvre. Me interesa mucho el quattrocento, todo el primer Renacimiento.
En la facultad de Filosofía y Letras tenía un profesor que nos daba Historia del Arte, era un español republicano emigrado por la Guerra Civil, y nos enseñó muchas cosas. Nos ponía transparencias del Giotto, Piero de la Francesca, Masaccio, Gozzoli… Eso me impresionó muchísimo. También Botticcelli con La primavera, El nacimiento de Venus…
Me gustó visitar la capilla de los Scrovegni del Giotto, en Padua. Fui un día de semana que no estaba abierta y rogué a los porteros que me la dejaran ver. Les dije que venía de muy lejos y que si no la veía era como perder algo fundamental de mi vida. Así la pude ver.
En el Louvre me impactó La Monalisa.
He ido varias veces a diferentes sitios y ahora mezclo los recuerdos.
La música ha estado siempre conmigo. Desde muy niña oía música clásica en la radio. Cuando cumplí los 12 años compré un tocadiscos con el dinero que me daban mis papás porque yo trabajaba en la zapatería con ellos. Me gustaba mucho subirme a lo alto de la escalera que estaba en la zapatería y quedarme allá arriba oyendo a Brahms, a Mozart…
El primer disco que compré de 78 revoluciones por minuto fue Eine Kleine Nachtmusik (Pequeña música de noche) y algunos conciertos para piano de Mozart.
Bach también fue muy importante.
Mi papá me llevaba a conciertos al Palacio de Bellas Artes. Yo debía de tener unos 12 o 13 años cuando escuché la Sinfonía nº 3 de Brahms que recuerdo bien. No tanto porque me gustara a mí, sino porque había una señora vestida muy elegante que dijo: ‘Lo que más me gustó en la vida fue escuchar la tercera de Brahms. Fue algo maravilloso, sentí como un espasmo en el alma’. Y yo dije: Yo casi me dormí. Por eso la recuerdo.
En aquella época estudiaba piano. Tocaba a Beethoven, mal, pero lo tocaba; a Chopin, mal, pero lo tocaba; algunas cosas de Schubert, de Schumann…
Desde muy pequeña mi mamá quería que fuéramos pianistas. Íbamos a tocar al Teatro Bolívar, junto a la preparatoria nacional, al anfiteatro donde había un fresco de Diego Rivera cuyas pinturas se reflejaban sobre la tapa del piano que estaba alzada. Tenía unos 8 o 9 años y estaba vestida de rosa con un moño gigantesco en la cabeza, como si fuera un regalo. Mi mamá nos vestía como niñas rusas con zapatos de charol y calcetines blancos.
La música está ligada a mí desde la infancia. Era pésima pianista, pero tenía una compañera que se hizo artista muy importante, Alicia Urreta, y nos fascinaba escucharla tocar.
La música está en mi literatura. En Apariciones, por ejemplo, el personaje principal va con su amante a oír música de cámara con un flautista que toca la flauta traversa, la flauta de pico.
También es importante la música en El rastro. Está concebida como las Variaciones Goldberg, de Bach. Quise que tuviera un ritmo como un metrónomo. Bach es muy importante porque los personajes son un pianista y una chelista. Desde Apariciones tenía la obsesión de que las mujeres no podían tocar el chelo porque no podían abrir las piernas al considerarse obsceno. En el libro también planteo la relación de las mujeres en la época victoriana que tenían que montar a caballo de lado porque no se les permitía que montarán a horcajadas. Ahí menciono un cuadro muy importante de un personaje del siglo XVIII llamado George Stubbs que pintaba caballos.
En Saña, un libro de textos breves, y Por breve herida es fundamental Francis Bacon, aparece todo el tiempo. En Por breve herida porque Bacon es el personaje que mejor ha pintado el grito, y cuando se grita los dientes se enseñan. Hay como 40 versiones del Papa Inocencio X pintado con la boca abierta en el horror. Bacon habla de una experiencia cuando vio en París el grito más estupendo que ha visto en pintura, un cuadro de Gericault. Él tenía una fijación con la boca abierta muy importante; y como yo estoy trabajando en un libro la ida al dentista y la relación con los dientes, porque cada libro trabaja una parte del cuerpo, y yo llevo más de 20 años yendo al dentista. Me parece muy interesante el grito. En la ópera es importante porque se abre mucho la boca, la Callas es clave; pero sobre todo Francis Bacon como figura central que trata de expresar lo más terrible de lo humano. Creo que a partir de las figuras donde aparece Inocencio X gritando Bacon expresaba el horror del Holocausto, en parte. No lo dice jamás, pero siempre está planteando el horror y lo terrible que fue el siglo XX.
Ahora, detrás de mí, mientras hablamos, tengo un cuadro de Picasso, una litografía que me regaló mi padre.
Hay una pequeña escultura de arte popular que me regaló Sergio Pitol.
A un lado unos zapatos, unas botas que me dio un zapatero argentino en México que hace zapatos muy divertidos y me hizo esas botas grabadas con nombres de mis textos.
Muy cerca tengo un tigre azul de Guatemala y una escultura popular de Haití.
Para mí la belleza está vinculada a la figura de mi madre que era muy bella y se vestía muy bien. También la asocio a artistas del cine por aquellas fotos que vi de pequeña. Está la comparación de mi cuerpo y de mi cara con esas bellezas porque yo desmerecía. Tenía un concepto negativo de mí misma, me juzgaba con nariz grande y ojos pequeños, pero desde los 15 años me visto bien, como mi mamá.
- Margo Glantz (Ciudad de México, 28 de enero de 1930). Su familia emigro de Ucrania a México en los años veinte del siglo XX. Ha escrito medio centenar de novelas, cuentos, ensayos y crítica. Es miembro de la Academia Mexicana de la Lengua y entre los múltiples premios y distinciones destaca el Premio FIL en Lenguas Romances de 2010. Uno de sus libros más recientes es A los diecisésis.
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