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La escritora mexicana Fernanda Melchor, autora de ‘Páradais’. /Foto cortesía Universidad de Guadalajara – Paula Vázquez Córdova

Fernanda Melchor: «Muchos no somos conscientes de que podemos albergar deseos siniestros»

La escritora mexicana publica la novela 'Páradais', tras su premiada 'Temporada de huracanes'. Con un gran estilo, relata la historia de cómo dos muchachos cometen un crimen mientras el lector va conociendo los posibles orígenes de esa actitud violenta

¿En qué momento algo bello se pudre y desencadena algo terrible? ¿Cuál es el origen y la ruta que convierte lo bello en violencia? Todos los días de 9 a 12 de la noche, durante un mes, Fernanda Melchor exploró ese territorio oscuro del ser humano mientras en su mente estaba El jardín de las delicias, de El Bosco. Se asomó a esas preguntas a través de la vida de dos agresores envuelta en la belleza del lenguaje y la tituló Páradais (Literatura Random House).

Fernanda Melchor (Boca del Río, México, 1982) asegura en esta videoentrevista que “a veces, los seres humanos nos olvidamos de ese otro lado oscuro que nos habita. Muchos no somos conscientes de que podemos albergar deseos siniestros, vengativos o crueles como algo normal. Aunque la mayoría de la gente distingue la fantasía de la realidad”.

Una parte de ese territorio ya lo anduvo en Temporada de huracanes, su premiada segunda novela de 2017, y su debut en Falsa liebre, en 2013. Ahora se adentra aún más en los laberintos del interior de las personas y las posibles raíces que los llevan a actos criminales narrados en estéticas que no tienen nombre.

Páradais es el nombre de un conjunto residencial que da título a la novela. La escritora narra la historia de dos amigos de clases distintas, Polo y Franco, con deseos y ambiciones concretas y diferentes, pero unidos por una esperanza que se niega a morir y emponzoña sus existencias. El lector sabe de sus vidas poco a poco, atisba lo que pudo engendrar esos comportamientos, pero también de que ambos gozan del libre albedrío que los lleva cometer un crimen. «Me interesa esta humanización de los agresores, porque son humanos como nosotros».

Fernanda Melchor es una de las grandes revelaciones de la literatura en español de los últimos años. La frescura del manejo del lenguaje, el recuerdo de la frondosidad del español, la fuerza de la oralidad de sus personajes y las estructuras narrativas con un manejo de tempos al servicio de temas que socaban la convivencia con situaciones de violencia personal, social y política como el machismo, el feminicidio, la discriminación a las minorías y las desigualdades la sitúan como uno de los escritores contemporáneos más destacados y a seguir.

Escoltada por un fragmento de El jardín de las delicias sobre la pared de su casa en Ciudad de México, Fernanda Melchor empieza la videoentrevista con un tema común a sus tres novelas y crónicas periodísticas.

Winston Manrique Sabogal. Aunque sus tres novelas abordan temas de violencia, la belleza está presente no solo en el lenguaje, en la prosa, sino en la propia intensión de la historia que luego se emponzoña, ¿Qué es la belleza para usted?

Fernanda Melchor. Es una discusión antiquísima que pasa por el concepto de verdad. Lo que es bello es lo que es verdadero, y no necesariamente lo que es bonito. Lo que es bello es lo que entendemos, también, por estético en el sentido de aquello que nos hace sentir cosas positivas y produce efectos profundos en nosotros.

Mis nociones de belleza están muy empapadas de lo visual y musical… A veces ciertas características de verdad que hay en lo sórdido o lo grotesco se contraponen a la idea clásica de lo bello. Siguiendo los pasos de José Donoso, encuentro que en lo grotesco y laberíntico hay mucho de verdad en la condición humana.

W. Manrique Sabogal. El poeta polaco Adam Zagajewski dijo en una entrevista en WMagazín que la belleza está también en lo oscuro, y ponía como ejemplo algunas obras de Goya y cómo no existe una palabra que se refiera a la belleza relacionada con el lado oscuro, tenebroso o sórdido y que hay que utilizar la palabra Bello con explicaciones.

F. Melchor. Pensamos en la belleza como lo sublime, pero, ¿qué pasa con lo abyecto? Explorar lo abyecto me lleva, de alguna forma, a un acercamiento con otro tipo de verdad, a veces paralelo o contrapuesto que hay en lo bello.

No pienso en esto cuando escribo. Lo mío es más intuitivo y este tipo de categorización viene en una reflexión rica y fructífera a posteriori. En realidad, me he sentido atraída por el tema de la violencia no solo desde la estética sino de la política y desde la política a través de la estética. Puede ser horrible, pero también puede ser profundamente bello. Jugaba con esto en Temporada de huracanes. Elegí un epígrafe del poema de Gide que habla del nacimiento de una belleza terrible. Hablaba del feminicidio y trataba de ser irónica. En Páradais actos tan horribles como el asesinato de una mujer por circunstancias azarosas y motivos egoístas me interrogaba si había belleza para el victimario en su mente retorcida, y me preguntaba si en realidad la había. No me interesa mostrar la violencia como algo bonito o espectacular en el sentido de que uno disfrute. Me gusta presentar distintos pareceres, tratar de reproducir y recrear eso.

W. Manrique Sabogal. En la novela están el deseo y Eros y Tánatos. Páradais es una especie de radiografía o fresco de cómo algo que se admira se convierte en deseo emponzoñado, malsano, turbio y puede terminar en algo terrible.

F. Melchor. Hay una línea muy delgada entre el deseo normal y el patológico. Es difícil distinguirlo. Hay un componente violento de dominación. El deseo es ciego por naturaleza, es sordo, egoísta, solipsista e incluso puede llegar a ser autista, un término que no me gusta. Como categoría, el deseo es totalmente centrado y, a veces, un objeto no es considerado como un sujeto. A veces el sujeto del deseo es arbitrario y consume y busca consumir al sujeto, no disfrutarlo. Hay deseos más perniciosos que otros que no pasan de la esfera de la fantasía y otros que se van colando, como el de Franco Andrade en la novela. Creo que, a veces, los seres humanos nos olvidamos de ese otro lado oscuro que nos habita. Muchos no somos conscientes de que podemos albergar deseos siniestros, vengativos o crueles como algo normal. Pero la mayoría de la gente distingue la fantasía de la realidad.

W. Manrique Sabogal. En alguna ocasión ha mencionado A sangre fría, de Truman Capote, al relacionarla con Páradais. Pero a mí me viene a la mente El castillo en el bosque, donde Norman Mailer trata de indagar en qué momento pudo entrar el “mal” en Adolf Hitler. En Páradais el lector va conociendo el pasado de los dos muchachos situados en la periferia de afectos y cómo, por ejemplo, en Polo, el jardinero, de pequeño su madre lo dejaba mucho tiempo solo en medio del llanto, como a Capote.

F. Melchor. Muchos hemos experimentado ese abandono que a veces no es tan atroz y es solo la sensibilidad del niño que lo percibe así, pero eso no es una justificación para actos crueles. Es interesante el libro de Mailer. Corrió un gran riesgo al tratar de explicar eso. Su novela no me dejó muy satisfecha porque él busca una causa sobrenatural. Recurre a la metáfora de los ángeles y demonios.

En mi caso, por supuesto, que me interesaba el problema del «mal». En Páradais el crimen como tal me interesaba menos que la trayectoria y camino de los personajes hasta llegar a ese momento. Siempre me intriga y leo mucho acerca de violencia. Desde que surgió Hannibal Lécter, en El silencio de los corderos, que aglutina el mal en estado puro porque es el mal frío y racional. Desde ese momento me ha fascinado y he estudiado cómo, finalmente, todo asesino en serie es un asesino sexual. Las motivaciones tienen que ver con el placer y la compulsión.

Me acerqué más a Polo que a Franco porque el deseo de Franco se me hacía más difícil de comprender; en cambio el deseo de Polo pasa por cuestiones más particulares sobre la explotación laboral, el desafecto familiar, es incomprendido y su configuración es de personas que crecen en una cultura machista que ve la relación con las mujeres como una guerra en la que a ellas se las domina o, de lo contrario, él pierde la cualidad de hombre. Me interesa ese ecosistema. Pero hay un momento en que no hay que decir “pobrecito” porque existe el libre albedrío; él toma las decisiones y es libre de echarle la culpa a quien quiera. Como Capote en A sangre fría, quería lograr esa tridimensionalidad al hablar de los personajes, presentar la infancia, las heridas, la crueldad y, al mismo tiempo, no olvidar que han cometido un crimen atroz.

W. Manrique Sabogal. En la película El silencio de los corderos hay un momento en que la investigadora le pide a Lécter que le dé pistas sobre el asesino y éste le responde con una pregunta que dice algo así como: “¿Qué es lo que se envidia? Envidiamos lo que deseamos y no poseemos y vemos todos los días”.

F. Melchor. Deseamos y envidiamos lo que vemos y no tenemos. Y muchas veces ese deseo ante la imposibilidad de gratificarlo se te vuelve destructivo. Surge el pensamiento de que si no lo puedo tener lo destruyo. Lo vemos en las redes sociales. Vivimos una época extraña donde se hace hincapié en lo individual, lo importante es que estemos bien nosotros y se nos aísla. Es contradictorio porque nunca antes hemos estado tan conectados y tan solos. Lo muchachos de hoy no necesitan ir a casa de nadie para relacionarse, pero están profundamente solos. Se ven en videos y fotos tratando de proyectar una imagen parcial de lo que no son. Esto no está en mi novela como tal, pero está presente el porno donde se ve que hay una soledad profunda y carencia afectiva. Me interesa esta humanización de los agresores, porque son humanos como nosotros. Es fácil verlos en los momentos climáticos confundidos o tontos, sin conciencia de la magnitud de lo que hacen.

La escritora mexicana Fernanda Melchor. / Foto cortesía Universidad de Guadalajara – FIL de Guadalajara

W. Manrique Sabogal. La novela tiene un epígrafe de Jorge Emilio Pacheco de su novela Las batallas en el desierto que dice: “¿Qué va a pasar? / No pasará nada. Es imposible que algo suceda. / ¿Qué haré? […] Enamorarse sabiendo que todo está perdido y no hay ninguna esperanza”.

F. Melchor. Me remito a un muchacho enamorado, al niño Carlitos de Pacheco que descubre que se ha enamorado de la madre de su amigo. Eso lo fulmina porque sabe que ese amor no se realizará y es desconsolador. Quería explorar qué pasaría con una persona como Franco que no renuncia a la esperanza por la señora Marián. Donoso en el maravilloso El lugar sin límites concluye con unas palabras de La Japonesita: “Las cosas que terminan dan paz y las cosas que no cambian comienzan a concluirse, están siempre concluyéndose”. Lo terrible es la esperanza. Y así es Franco, en él la esperanza no muere. Hay una intención de homenajear la novela de Pacheco, desde su perfección no solo de una historia de amor imposible, sino también de retrato de una época; y eso quería yo en Páradais crear un fresco de la época.

W. Manrique Sabogal. El machismo y el feminicidio vuelven a estar presentes en su novela. ¿Cómo ve el machismo y la misoginia con sus tics cotidianos en estos tiempos? ¿Han disminuido o se han exacerbado?

F. Melchor. Es difícil incluso para los que nos consideramos feministas que vivimos y crecimos en ámbitos que no tenían nada de feministas. Para mí ha sido una toma de conciencia a la que llegué muchos años después de darme cuenta de que las cosas no tenían por qué ser así, ni tenían que ser naturalizadas de esta manera. De alguna forma también de tomar responsabilidades de cómo yo estaba reproduciendo ciertos gestos. Siento que muchas personas ahora están en ese proceso. Tenemos la ventaja de que los niños están teniendo esa conciencia. Creo que hay personas de otras generaciones que difícilmente van a cambiar. Para que el machismo muera debe pasar una generación. Aun así va a persistir este conservadurismo y nos coloca a hombres y mujeres en una situación de guerra, de oposición total, es una lucha constante que tenemos que librar. Mi pequeño aporte, además de en mi vida diaria y solidarizarme con las mujeres, es escribir e indagar en estas cosas. Es desnudar desde el lenguaje más crudo esta situación, plasmarla en la página para confrontar al lector.

Para mí el despertar de la crueldad siempre fue en términos literarios. Recuerdo la primera lectura de El señor de las moscas, de William Golding, donde se da la crueldad por la crueldad misma. Es un poco lo que sucede en Páradais donde estos fraccionamientos de lujo que tratan de mantener el mal y la violencia fuera, cuando el mal y la violencia están anidando en su propio corazón. Porque todos los seres humanos somos capaces de eso.

Pienso en La noche de Tlatelolco, de Elena Poniatowska, porque cuando lo leí me dije: “Esto pasa en México, los jóvenes que quieren hacer las cosas diferente pueden acabar asesinados por eso”. Fue una realidad que me golpeó como una ola. ¡Yo quiero hacer eso con mis libros! Quiero que mis libros también se conviertan, a veces, en olas, o en mazos o en hachas, cómo, decía Kafka, que rompan el mar gélido de nuestro interior. A mí me interesa producir esas experiencias. Desde mi papel como escritora es lo que trato de hacer.

W. Manrique Sabogal. Frente a estas denuncias de machismo y corrientes feministas de denuncia, la escritora Lionel Shriver ha advertido de que se corre el riesgo de convertirse en un movimiento antisexual. Dice que no hay que sentir vergüenza porque alguien las desee, desde el respeto. Insiste en que no hay que satanizar el deseo y el juego sensual-sexual para no llegar a los extremos.

F. Melchor. Es algo interesantísimo por lo que Shriver ha recibido muchas críticas. Pasamos por un proceso incómodo donde la corrección política a lo mejor es algo necesario para llegar a sociedades más igualitarias donde después ya no haga falta. Entiendo la postura de Shriver y de otras escritoras aguerridas en contra de la censura y autocensura como Ariana Harwicz.

Voy a ser sincera, una como escritora en redes sociales o en el propio trabajo empieza a sentir que ese cerco se va cerrando entorno a uno, y eso asusta. Pienso hasta qué punto puedo escribir libremente. Empiezo a pensar que el discurso literario ya no tiene la inmunidad de antes. Quisiera volver a eso, volver a pensar que el discurso literario se puede permitir cosas porque su intención es otra.

Quisiera decir que cuando decimos que el deseo tiene un componente de violencia, muerte o dominación no necesariamente estamos hablando de algo que tenga que eliminarse, así hemos sido como seres humanos. Hay muy poco que podamos hacer para controlarlo. Podemos controlarlo desde fuera. Podemos intentar controlarlo y normativizarlo desde fuera, pero el deseo siempre va a estar ahí. La clave es el consenso. Pero cuando hablamos de sexo con niños, por ejemplo, cosas como las que hace Franco Andrade donde el deseo pasa por encima de la voluntad y la dignidad de la otra persona ahí estamos en graves problemas.

W. Manrique Sabogal. ¿Cree que se están demonizando algunas cosas o se entra en una especie de puritanismo?

F. Melchor. Cuando uno examina su experiencia como mujer nacida en los ochenta, y creciendo, te puedo decir que hubo muchas circunstancias en las que me sentí muy incómoda, pero sentía que no tenía derecho de decir nada. Me parece que si las jovencitas de ahora pueden manifestar y decir No me parece fabuloso. Ahora bien, hay siempre límites, depende de cada quien. El deseo siempre se resiste a ser domesticado. Siento que con las nuevas generaciones la pandemia lo ha exacerbado por este individualismo que pasa por la imagen que ha hecho que las generaciones nuevas le tengan más miedo a la intimidad de la que le teníamos nosotros. Más miedo al sexo, más miedo al contacto. Hablamos de que ahora los chicos tienen relaciones a larga distancia por internet durante un montón de tiempo antes de conocerse o que andan con alguien y cortan sin siquiera haberse conocido o darse un beso.

‘El jardín de las delicias’, de El Bosco, en el Museo del Prado de Madrid . / Wikipedia

W. Manrique Sabogal. ¿Cómo llegó a ese manejo del lenguaje frondoso, sereno y crudo a la vez con una voz que mete al lector en la historia en un ritmo torrencial? Ya lo hizo en Temporada de huracanes.

F. Melchor. Siempre es un trabajo de mucha minuciosidad, mucho esfuerzo. Hay cosas que me salen naturales, como la primera versión de esta novela. La empecé en 2018. Fueron ochenta páginas y logré mi primer intento de escribir de principio a fin. La escribí en un mes. Durante el día, de 9 a 5, estaba en un cuarto con un equipo de escritores haciendo una serie para Netflix. Me exprimían como a un limón y, al final del día, llegaba donde me estaba quedando, me relajaba, cenaba y, religiosamente, de 9 a 12 de la noche escribía Páradais. Descubrí que la escritura creativa en cuartos de escritores, colectiva y de guionismo, es agradable porque pierde la presión de hacerlo perfecto a la primera; era corriente escribir un borrador y corregir. Escribí como loca durante un mes. En 2019 no pude trabajar en la novela. Viajé, estuve, por ejemplo, en Berlín dos semanas y no pude concentrarme. No fue hasta la pandemia, entre abril y junio, que pude terminar. Fue hacia abril de 2020. Busqué la voz, alcancé el orden en que las cosas iban a pasar y esa estructura en tres partes. Como leemos un tríptico. La pintura nos va llevando a momentos, a secuencias, quería que a lectura fuera así, como la de El jardín de las delicias, de El Bosco, donde la mirada vaga y cada escena nos lleva a una historia. Quería reproducir que lo que pasa en Páradais es solo un trozo pequeño del fresco de todo lo demás, una sensación de amplitud en una novela que tenía que ser muy corta y precisa. Dar sensación de algo cerrado y contenido.

W. Manrique Sabogal. ¿Qué acercamiento real tuvo en la infancia con la violencia? ¿Ha influido en usted?

F. Melchor. Crecí en una familia disfuncional: mi padre con problemas de alcoholismo y mi madre con problemas de salud mental. Era una pareja peculiar. Nos tuvieron muy jóvenes a mi hermano y a mí, soy la mayor. Mi madre tenía 18 años. De alguna forma mis padres no eran del todo adultos cuando decidieron ser padres. Yo me convertí un poco en la madre de ellos, en un poco su conciencia y que arreglaba las cosas. A muy temprana edad tuve que desarrollar una enorme empatía para saber qué pasaba por la cabeza de estos dos niños adultos que estaban a cargo de nosotros. No quiero que se mal entienda, yo quiero mucho a mis papás y los admiro en muchos sentidos, pero fue muy difícil crecer con ellos. También siento que ellos me hicieron escritora. Era una niña inteligente, con mucha facilidad para el lenguaje y, de alguna forma, me entrenaron para estar metida en la cabeza de alguien más.

También me enfrentaron con asuntos conflictivos y de violencia, más que física psicológica, en situaciones de humillación, insultos que veía que experimentaban entre ellos, y de alguna forma reproducían en nosotros. Me hizo tomar conciencia de la forma en que la violencia se reproduce y cómo implica una toma de conciencia para evitar que se reproduzca en la generación siguiente.

Cuando tuve la oportunidad de ser madre de una pequeña que era hija de una pareja mía, cuando Hanna tenía entre 6 y 12 años, me di cuenta de cómo se reproducen esas situaciones. Tuve un despertar. Fue una toma de conciencia tremenda. Una de las experiencias vitales de mi vida fue haber sida mamá de Hanna. Entendí, también, que difícilmente la maternidad es ese estado de gracia perfecto y que muy poco tenía que ver que yo no fuera su mamá biológica. Entendí que mi mamá había tenido una desesperación también terrible y había sentido muchas cosas aunque fuera su hija biológica. Me hizo crecer mucho como ser humano y me volvió feminista. Ser madre de una niña me hizo ver que muchas cosas que había vivido y sufrido no las quería para ella. Me cambió.

Ha pasado casi una hora de entrevista y Fernanda Melchor tiene otro compromiso fuera de su casa de México. Antes de que la pantalla del computador se funda en negro surge la pregunta sobre las personas a quienes está dedicada Páradais, Luis Jorge Boone y Darío Zalapa: «En una época terrible de mi vida como amigos me devolvieron a la vida».

Entrevistas con escritores en español en la portada de WMagazín.

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Winston Manrique Sabogal

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