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El escritor japonés Yasunari Kawabata (1899-1972). /Foto tomada de Wikipedia

Kawabata y su mundo de sensaciones, sentidos, tradición, deseo y belleza en la gran literatura japonesa

Hace medio siglo falleció, el 16 de abril de 1972, uno de los grandes escritores orientales. Recordamos su obra y recuperamos pasajes de cinco novelas esenciales: 'País de nieve', 'La casa de las bellas durmientes', 'Lo bello y lo triste'...

«Las obras de Kawabata unen la delicadeza con el vigor, la elegancia con la conciencia de los más bajo de la naturaleza humana; su claridad encierra una insoldable tristeza. Son modernas aunque directamente inspiradas en la filosofía solitaria de los monjes del Japón Medieval. La manera en que el escritor elige sus palabras demuestra qué sutileza, qué grado de estremecedora sensibilidad puede alcanzar la lengua japonesa; su estilo único, con una agilidad infalible, es capaz de ir directo al corazón de un hombre para expresar su sustancia, ya se trate de la inocencia de una jovencita o de la horrorosa misantropía del anciano. Una concisión extrema –la concisión cargada de sentido de los simbolistas- se instala en obras cortas que, a pesar de su brevedad, engloban todos los aspectos de la naturaleza humana»: Yukio Mishima en una carta, de 1961, a la Academia Sueca para recomendar a su maestro Yasunari Kawabata al Premio Nobel de Literatura. El galardón lo conseguiría en 1968.

Poco más y mejor se puede decir de la obra literaria de Yasunari Kawabata (Osaka, 11 de junio de 1899 – Zushi, 16 de abril de 1972). Nadie mejor que Yukio Mishima para explicar el por qué de la belleza en forma y fondo y trascendencia de la literatura de Kawabata. No solo fue alumno del Nobel japonés, sino que también fueron grandes amigos. Tanto que tras el suicidio de Mishima por el método de harakiri, Kawabata entró en una profunda tristeza que lo habría llevado a su propia muerte.

En aquella carta a la Academia Sueca, Mishima continuaba:

«Para muchos escritores del Japón moderno, los imperativos de la tradición y el deseo de crear una nueva literatura se mostraron casi inconciliables. El señor Kawabata, sin embargo, con su intuición de poeta, ha superado esta contradicción para convertirla en una síntesis. En todos sus escritos, desde su juventud hasta nuestros días, se encuentra, como una obsesión, el mismo tema: el contraste entre la soledad fundamental del hombre  y la inalterable belleza que se aprehende intermitentemente en las fulguraciones del amor, como un rayo que de pronto pudiera revelar, en el corazón de la noche, las ramas de un árbol en plena floración».

En 1968 Kawabata recibió el Nobel “por su maestría narrativa, que expresa con gran sensibilidad la esencia de la mente japonesa”.

Es un escritor que representa la literatura de las sensaciones y los sentidos. Del deseo realizado, pero, sobre todo, deseado, en suspenso, contenido, anhelado, a la espera. Emociones y realidades de un escritor que sentía devoción por la belleza.

Yasunaria Kawabata era de familia acomodada, su padre era médico. A los 3 años quedó huérfano y fue a vivir con sus abuelos paternos que fallecieron pronto: su abuela murió cuando él tenía 7 años, y su abuelo en 1914 cuando Kawabata contaba con 15 años. Fue a vivir con sus abuelos maternos. Estudió en la Universida de Tokio Literatura inglesa y Japonesa.

Tenía buena relación con intelectuales y creadores japoneses. Impulsó algunas revistas como Bungei-jidai (Época del arte literario). En 1926 debutó con la novela La bailarina de Izu, a la que siguió La pandilla de Asakusa, en 1930, luego Sobre pájaros y animales, en 1933, hasta que llegó su consagración con País de nieve, en 1937. Su siguiente gran libro fue después de la Segunda Guerra Mundial, en 1951, en un formato de serie que hablaba de una autobiografía ficticia titulada El maestro de Go. Al año siguiente apareció Mil grullas; en 1964 El rumor de la montaña y El lago. En el año 1958 publicó el volumen de cuentos Primera nieve en el monte Fuji. En 1961 publicó otra de sus obras maestras: La casa de las bellas durmientes. En el 62 Kioto y en 1965 una de sus obras más inquietantes y profundas sobre la condición del amor y el desamor y la venganza: Lo bello y lo triste.

Para conmemorar el cincuentenario de Yasunari Kawabata lo hacemos con su propia voz, con pasajes de algunas de sus novelas profundas y exquisitas en sensaciones «en plena floración», como diría Mishima:

Yasunari Kawabata y varios de sus libros más emblemáticos. /WMagazín

La voz de Yasunari Kawabata

La bailarina de Izu (1926). Traducción de María Martoccia (Seix Barral).

Casi en el momento en que el camino comenzaba a serpentear y yo finalmente me daba cuenta de que estaba cerca del desfiladero del monte Amagi, una cortina de lluvia proveniente del pie de la montaña se precipitó sobre mí a una pavorosa velocidad, pintando de blanco los tupidos bosques de cedro.

Tenía yo veinte años. Llevaba mi gorra de estudiante, un hakama sobre el quimono azul índigo y un bolso estudiantil al hombro. Era el cuarto día de mi solitaria travesía por la península de Izu. Había estado una noche en las termas de Shuzenji, luego dos noches en Yugashima. Y ahora, calzado con zuecos altos, trepaba por el Amagi. Aunque me había sentido fascinado por las capas, una sobre otra, de las montañas, por los bosques vírgenes y los matices del otoño en los valles profundos, caminaba deprisa por ese sendero, con el corazón latiéndome con cierta ansiedad. No mucho después, grandes gotas de lluvia comenzaron a azotarme, y corrí por el empinado y sinuoso camino. Sentí alivio al llegar a la casa de té en la ladera norte del desfiladero, pero me detuve bruscamente en el umbral. Mi ansiedad se veía colmada con esplendor. La compañía de actores itinerantes estaba dentro, descansando.

Tan pronto como la bailarina se dio cuenta de mi presencia, cogió el almohadón sobre el cual estaba arrodillada, le dio la vuelta y lo colocó cerca de ella.

 

País de nieve (1937). Traducción de César Durán (Espasa)

Al final del largo túnel entre las dos regiones se accedía al País de Nieve. El horizonte había palidecido bajo las tinieblas de la noche. El tren disminuyó su marcha y se detuvo en las agujas.

La muchacha que se hallaba sentada al otro lado del paisaje central se levantó y se fue a abrir la ventana, delante de Shimamura. El frío de la nieve invadió el coche. Asomándose tanto como le era posible, la muchacha llamó al guardagujas a voz en grito, como quienn se dirige a una persona muy lejana. (…)

En lo alto de la montaña, ensombrecida ya por el crepúsculo, más arriba del puente, la nieve blanqueaba.

En cuanto caen las hojas, arrancadas por los vientos fríos y duros, el País de Nieve se colma de días grises, nublados y glaciales. La nieve se siente en el aire. El círculo de las montañas de los alrededores aparece blanco bajo la primera nieve, que la gente del país llama ‘el sombrero de las cumbres’. En toda la costa norte el mar de otoño muge y gruñe; y aquí, en el corazón del país, las montañas hacen lo mismo, dejando oír un enorme suspiro parecido al rugido lejano del trueno. Las gentes lo llaman ‘el rumor de fondo’. El sombrero de las cumbres y el rumor de fondo, según había leído Shimamura en el viejo libro, anuncian y preceden inmediatamente la estación de las grandes nieves.

—Sí.

Es todo lo que dije antes de sentarme. La palabra gracias se me quedó atascada en la garganta. Estaba sin aliento tanto por haber corrido por el camino como por el asombro.

Sentado bien cerca, frente a la bailarina, hurgué para sacar un cigarrillo de la manga del quimono. La joven cogió el cenicero que se hallaba delante de su compañera y lo colocó cerca de mí. Naturalmente, no hablé.

 

El rumor de la montaña (1954). Traducción de Amalia Sato.

Ogata Shingo —el ceño fruncido, los labios entreabiertos— tenía un aire pensativo. Quizá no para un extraño, que habría pensado que estaba más bien apenado. Pero su hijo Shuichi sabía lo que sucedía y, como veía así a su padre con frecuencia, ya no le daba importancia. Para él era evidente que no estaba pensando, sino que intentaba recordar algo. Shingo se quitó el sombrero, lo sostuvo con aire ausente en la mano derecha y lo depositó sobre sus rodillas. Shuichi lo cogió y lo colocó en el portaequipajes. —Veamos. ¿Cómo se llamaba…? —En momentos como ese, a Shingo le costaba encontrar las palabras—. ¿Cómo se llamaba la criada que nos dejó el otro día? —¿Te refieres a Kayo? —Kayo, eso es. ¿Cuándo se fue? —El jueves pasado. Hace unos cinco días. —¿Cinco días? ¿Hace sólo cinco días que nos abandonó y ya no puedo recordarla? A Shuichi la reacción de su padre le pareció algo teatral. —Esa Kayo… creo que fue unos dos o tres días antes de que nos dejara. Salí a dar un paseo y me salió una ampolla en el pie. Ella me dijo que yo padecía por «una lastimadura»[1]. Me gustó eso, porque parecía un modo amable y anticuado de decirlo. Me gustó mucho. Pero ahora que lo pienso, creo que pronunció mal. Hubo algo equivocado en cómo lo dijo. En realidad, quiso decir que las cintas del calzado me lastimaron [2]. A ver, repite: —Ozure. —Ahora di «Hana o zure». —Hana o zure. —Ya me parecía a mí. Lo pronunció mal. Por su origen provinciano, Shingo desconfiaba de la pronunciación estándar de Tokio. En cambio, su hijo se había criado en la capital.

 

La casa de las bellas durmientes (1961)

No debía hacer nada de mal gusto, advirtió al anciano Eguchi la mujer de la posada. No debía poner el dedo en la boca de la muchacha dormida ni intentar nada parecido.

Había esta habitación, de unos cuatro metros cuadrados, y la habitación contigua, pero al parecer no había más habitaciones en el piso superior; y como la planta baja resultaba demasiado reducida para alojar huéspedes, el lugar apenas podía llamarse una posada. Probablemente porque su secreto no lo permitía, el portal no ostentaba ningún letrero. Todo era silencio. Tras serle franqueado el portal cerrado con llave, el viejo Eguchi sólo había visto a la mujer con quien ahora estaba hablando. Era su primera visita. Ignoraba si se trataba de la propietaria o de una criada. Era mejor no hacer preguntas.

La mujer, baja y de unos cuarenta y cinco años, tenía una voz  juvenil, y daba la impresión de haber cultivado especialmente una actitud seria y formal. Los labios delgados apenas se abrían cuando hablaba.

Lo bello y lo triste (1965). Traducción de Nélida M. de Machain (Emecé).

Eran seis las butacas giratorias que se alineaban sobre el lado opuesto del vagón panorámico de aquel expreso a Kyoto. Oki Toshio observó que la del extremo giraba en silencio con el movimiento del tren. No podía quitar los ojos de ella. Las butacas de su lado no eran giratorias. Estaba solo en el vagón panorámico. Hundido en su asiento observaba los movimientos de la butaca del extremo. No giraba siempre en la misma dirección ni con la misma velocidad: a veces se movía con más rapidez, otras con más lentitud y hasta se detenía y comenzaba a girar en dirección contraria. Al contemplar aquel sillón giratorio que se movía ante sus ojos en un vagón desierto, Oki se sintió solitario. Los recuerdos comenzaron a aflorar en su memoria.

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Santiago Vargas

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