Juan Antonio González Iglesias: «No enseñar las humanidades y el vértigo tecnológico hacen difícil disfrutar de la felicidad»
El poeta español publica el ensayo 'Historia alternativa de la felicidad. Redescubre las claves para una vida feliz de la mano de los clásicos'. Una obra que recuerda la importancia de conocer la historia, la memoria. En esta entrevista identifica algunos de los aspectos que han distorsionado la idea de felicidad y la muestran como algo inalcanzable: desde un yo hipertrofiado hasta el no tener un centro de gravedad
La felicidad es poesía. La mirada del poeta que todos llevamos dentro la reconoce y la rescata de los artificios de un mundo que la ha convertido en un producto, en uno casi inalcanzable cuya búsqueda provoca más angustia que otra cosa. Y nadie mejor que un poeta que conoce y cree en el mundo clásico y está en contacto con las nuevas generaciones para recordar que el milagro de la felicidad está al alcance de todos, pese al extravío y la presión que se viven hoy, por haber conocido algunas pautas de aquellos primeros autores que descubrieron rincones y sueños del alma humana. Ese poeta es Juan Antonio González Iglesias en su libro Historia alternativa de la felicidad. Redescubre las claves para una vida feliz de la mano de los clásicos (Ediciones B).
La alternativa es ir al origen, como sucede hoy en muchos ámbitos de la vida y la creación artística. Una obra oportuna en su recordar lo básico da herramientas para no dejarse embaucar por la ola de libros que dicen tener la claves para alcanzar la felicidad.
González Iglesias (Salamanca, 1964), un poeta del amor, de la naturaleza, del conocimiento espiritual y del deporte que es comunión entre el cuerpo, el espíritu, el deseo, la mente y la naturaleza, es catedrático de filología clásica en la Universidad de Salamanca, además de profesor invitado en universidades europeas y americanas. En 2007, con el bello poemario Eros es más, obtuvo el Premio de Poesía Internacional Fundación Loewe. Su obra está reunida en Del lado del amor (Visor, 2010). Su libro Jardín Gulbenkian, fue distinguido, en 2019, con el Premio Jaime Gil de Biedma.
Desde su despacho en la Universidad de Salamanca, González Iglesias, que ha dirigido tres proyectos de investigación sobre la felicidad, trata de identificar en esta video entrevista algunas de las causas de la distorsión de la felicidad:
- El despertar del yo en el romanticismo derivado en una hipertrofia que se acelera,
- el dejar a un lado la enseñanza de las humanidades,
- el deterioro del lenguaje,
- la sobreoferta de ocio con el vértigo tecnológico
- el pensar que la vida está en otra parte,
- la pérdida del principio vital que nos animaba o del centro de gravedad permanente.
Winston Manrique Sabogal. ¿Cree que la idea y concepto de felicidad ha tenido una gran transformación en los últimos siglos, sobre todo desde el Romanticismo, con el despertar del yo, que se ha acelerado en las últimas décadas?
Juan Antonio González Iglesias. La clave está en el Romanticismo, que es una hipertrofia del yo. Para la felicidad el yo es complicado ya, pero hipertrofiado es imposible la felicidad. Es una paradoja, pero creo que, para entender bien lo que era lo clásico respecto de esta cuestión de la felicidad y el yo, es mejor verlo desde Oriente, donde se ve más claro. Los orientales son maestros en domesticar o incluso en borrar o en anular las exigencias del yo, no digo el yo, sino sus exigencias, porque es muy exigente para cada uno de nosotros, nuestro propio ego. En lo clásico no es tanto que no esté el yo, porque está. En el libro le he dedicado un capítulo a Catulo que, claro, es el más romántico de los clásicos y es el que tiene más yo. Pero él mismo, muchas veces, juega, por ejemplo, con algo que también parece muy moderno, que es que a veces habla consigo mismo en segunda persona; como lo de Julio César, que habla en tercera persona, y, a lo mejor, hemos perdido esa manera que era una elegancia de decir las cosas un poco más indirectamente, menos rudamente. El yo romántico es preclásico, no solo es pos, es un poco salvaje, y tiene dificultades para administrarse, porque es demasiado instintivo.
W. Manrique Sabogal. Es paradójico que durante el largo periodo del Siglo de las Luces, donde se invoca lo colectivo, los derechos humanos y el bien común, aflora el yo. Usted habla de una hipertrofia del yo, ¿cómo distorsionó eso la felicidad?
Juan Antonio González Iglesias. El problema es no pensar demasiado en el yo, hay que sostenerlo, pero va solo. Pensar en el bien común es clásico, todo eso es Aristóteles, y es razonar y es no dejar que las emociones, las pulsiones más primarias, se adueñen de nosotros. En la anterior pregunta, tú has dado la clave: han ido muy rápido estos dos o tres siglos. Va tan rápido y la aceleración es tan tremenda, que creo que, como especie y, sobre todo, como individuos, y en Occidente, no tenemos aliento para ir detrás de lo que está pasando.
W. Manrique Sabogal. Usted menciona que esta posmodernidad es más entretenida que esencial, ¿qué papel juega ahí el concepto de felicidad y su mercantilización?
Juan Antonio González Iglesias. Cierto. La idea, la categoría que se ha convertido en sustantivo del entretenimiento, que no es ya el placer estético y no es el deleitar o el enseñar mediante la obra de arte, sino el entretener el tiempo para, quizás, no pensar en él. Creo que es una época entretenida, amena, divertida, cuando no terrorífica o trágica, pero hasta eso, todo es visto, todo es retransmitido, todo es sometido al espectáculo, a la inmediatez. Entonces, la época, como tal, es entretenida, pero, para cada uno de los individuos, o bien estar siendo proyectado o estar siendo espectador continuamente es muy fatigoso. No hay espacios suficientes para replegarse o retirarse o vivir perdido en lo íntimo o en lo rutinario sin más, sin tanto espectáculo.
W. Manrique Sabogal. ¿Qué sucedió para que la felicidad se haya convertido en esto? Porque luego está la cuestión del amor, y cada vez más la venta del amor como un atajo para alcanzar esa felicidad.
Juan Antonio González Iglesias. No estoy seguro, pero algo ha pasado y, además, efectivamente debe de haber sido muy perceptible, quizá, el cambio de época, no todos son categorías construidas. El cambio más rápido y último lo veo a partir del pos de la posmodernidad, porque ya es un romanticismo exacerbado, donde el yo se abisma en sí mismo. Eso se ha notado en los últimos años, los estudiantes, los jóvenes, digamos, los jóvenes cultos, de estudios humanísticos, se ven angustiados con problemas de ansiedad que van más allá de cada uno, es colectivo. Además, es especialmente preocupante que sean los jóvenes que no están tampoco golpeados por la edad ni por otros miedos que uno pudiera tener.
W. Manrique Sabogal. ¿Cree que la aceleración de estos cambios ha coincidido con la caída del muro de Berlín en 1989, cuyos efectos no fueron solo políticos? Acabada la Guerra Fría, llegan unos noventa con menos tensión política lo que favorece o termina de dinamitar los cánones, se liberaron las estéticas, son los albores del mundo digital y de internet masivo, se empezó a ver al instante lo que sucedía en otros lados, se modificaron las propias relaciones personales, afectivas y sexuales y se aceleraron las búsquedas en las diferentes artes que empiezan su camino de reinvención que las conducen hacia su propio origen: el mestizaje, la hibridación y la fusión armónica de las formas. En la felicidad, ¿usted detecta alguna metamorfosis crucial en ese periodo de entre siglos? ¿O estoy equivocado en ese retrato de los efectos socio-culturales de la caída del Muro de Berlín?
Juan Antonio González Iglesias. No. Por ahí pasa algo. Estoy pensando si visualmente hay un emblema. Estoy pensando en una escultura de esa época que es sincrónica de la caída del Muro, de Anne y Patrick Poirier que toman el verso de Horacio “He levantado un monumento que durará más que el bronce”. Hacen la columna horaciana, la idea del orden clásico perfecto, erecto, si quieres, confiado, y construyen una columna derruida ya; hacen una burla, si quieres, una deconstrucción porque graban en latín la frase “Exegi momumento aere perennius”, he levantado un monumento que durará más que el bronce, pero ya está en ruinas. Es esa especie de ironía que es un descreimiento general, es la caída de todo… Es el fin de una línea ilustrada que intentaba imponerse. De manera que había un residuo de optimismo. Sin filosofía, sin religión, sin clásicos que proporcionaban una estabilidad. Y el avance vertiginoso de la cultura de masas vía electrónica, que ha hecho que la cultura popular, donde creo que se asentaba la felicidad, no tanto en la alta cultura, que para las minorías sí, pero para el común, que, a la hora de la verdad, ante la muerte, ante el amor, ante la naturaleza, iban con el bagaje aprendido de sus padres, de su pueblo, de la gente normal, de la gente sencilla, todo eso se ha tirado, rápidamente, a la basura, todo a la vez, especialmente en Occidente. Hay algo planetario: el vértigo tecnológico imposible de seguir. Los humanos no hemos mutado lo suficiente. En Oriente y en los clásicos occidentales, las únicas alternativas a una desorientación general y particular máxima y, desde luego, en la educación, algo de todo esto habría que tratarlo, aunque fuese como lo estamos haciendo nosotros, que así lo hacía Platón, dialogando, plantear estas cosas. Pero quitar de la educación la filosofía, quitar de la educación la poesía, quitar de la educación el pasado y la Historia, que es, básicamente, lo que he invocado… En eso, estamos dejando, sobre todo, a los jóvenes y a los que nacen ahora totalmente desprotegidos ante la infelicidad. No enseñar las humanidades y el vértigo tecnológico hacen difícil reconocer la felicidad para disfrutarla.
W. Manrique Sabogal. Eso conecta con lo que dice en el libro sobre que hay que tener conciencia de la Historia, de dónde venimos, de la memoria, de que cada época ha tenido sus momentos tristes y luminosos. Sugiere que si la gente no sabe historia ni geografía, ya no solo de su región, sino universal, está más desprotegida. ¿El hecho de que las humanidades y los conocimientos no cuantitativos, que enriquecen a la persona, estén desde hace mucho en la periferia, ha contribuido a esa distorsión de la felicidad o, a lo mejor, a otorgarle súper poder a la felicidad, que tampoco lo tiene?
Juan Antonio González Iglesias. Claro. Tampoco hay que darle muchas vueltas. Simplemente, es valorar… Son cuatro cosas, y en la cultura tradicional bastaba con unos cuantos poemas y un poco de filosofía. Pero nos hemos quedado sin eso. El angustiarse con la propia búsqueda de la felicidad. Y sin la ventaja, quizá, del lenguaje, que yo considero que es uno de los más perjudicados en este deterioro, primero porque está muy desgastado, porque todo el mundo escribe y lee y dice continuamente sin control ninguno, y eso es un problema, no para cada uno, sino para el lenguaje. Porque el lenguaje contribuye mucho a la felicidad, tanto en lo que se dice como en el silencio. Y en un poema que salve un momento feliz, saber eso de memoria también es un momento feliz para la persona que lo aprende también. Son algunas estabilidades. Como una canción que recordamos, un cuadro que hemos visto o un momento en nuestra propia vida. La cultura nos proporcionaba momentos felices, no necesariamente conquistados por nosotros, estaban ahí, había una acumulación de felicidad colectiva de lo mejor, aunque lo que represente no sea feliz. El asunto es que te proporcione una plenitud personal, eso es la felicidad. Incluso, la contemplación de ahora, cuando dicen que está yendo la gente mucho a los museos, aunque esa contemplación sea un poco precipitada…
W. Manrique Sabogal. Es buscar refugios de felicidad en la belleza, pero no de manera artificial. ¿No caer en el juego de la misma felicidad como producto?
Juan Antonio González Iglesias. Sí, no motivada suficientemente…
W. Manrique Sabogal. Quizá muchas personas que van a esos museos compran lo que creen que les va a dar felicidad.
Juan Antonio González Iglesias. Algo así. En Occidente nos pasa algo que no acabo de saber bien qué es, pero, desde luego, guarda relación con haber arrancado el núcleo estable del sistema físico de la cultura occidental. Al no tener ya un núcleo llamado clásicos y al no tener una relación con la religión, aunque solo fuese como nuestros mayores que eran o creyentes o ateos furibundos, pero que tenían una atención con eso, ahora eso se ha borrado. La solución que le dieron los clásicos a eso que era la mitología estaba muy asentada. Pero nosotros, a efectos de mitología, estamos empezando a construir unas nuevas mitologías, pero con mitos que son muy endebles, los mitos del cine o los mitos de la canción que son muy frágiles, y vemos cómo se nos caen delante. No podemos cifrar en ellos nuestra estabilidad.
W. Manrique Sabogal. ¿A partir de la muerte de Dios, de Nietzsche? El historiador Peter Watson, por ejemplo, en su libro La edad de la nada, dice que esa defunción desató gran parte del presente, cosas buenas y no tan buenas. Pero que, también, el no estar encadenados a una religión nos desangeló el alma, por decirlo de manera coloquial, nos hemos quedado un poco desarbolados.
Juan Antonio González Iglesias. Sí, por ahí va. Cuando has dicho que nos dejó des-almados, en el sentido técnico, que es sin alma, que era una categoría que los antiguos, es decir, precristianos y premusulmanes y prerreligiones reveladas, tenían la idea de que había un principio vital que nos animaba, es decir que nos daba ánimo y nos hacía vivir. Y sin eso nos hemos quedado, porque esa idea sostuvo muchas cosas; incluso cuando era en contra. Es lo que yo veo, incluso, en los grandes combatientes contra la idea de Dios, una energía que ahora ya no hace falta porque ya está sentenciado… Franco Battiato dijo: un centro de gravedad permanente que, claro, lo dijo en términos de física, que era el lenguaje del siglo XX. Ahora, pues no sé qué, ciencia, luego la bioquímica y ahora cualquier tecnología electrónica. Pero son nostalgias, igual que los franceses parece que tienen nostalgia de los reyes a los que decapitaron. Nosotros tenemos nostalgia, no digo de Dios, sino de alguna cosa un poquito más estable, que podrían ser los clásicos, no digo los clásicos grecolatinos, sino tener una educación compartida con un poquito de lo mejor de la literatura, lo mejor de la filosofía, lo mejor de la historia, una selección, y con eso intentar avanzar. Los antiguos no tenían religión revelada y, sin embargo, eran capaces de avanzar, ¿no?
W. Manrique Sabogal. Me recuerda eso la mención que hace en su libro a la frase famosa de Carpe diem, que se le ha dado un trajín, y hasta tergiversado con películas como La sociedad de los poetas muertos, y que nos recuerda que no se trata tanto de vivir cada momento, sino de valorar cada momento.
Juan Antonio González Iglesias. Esto de coger el fruto no es andar buscando ni apoderarse furiosamente de bienes que no tienes, hay que conquistar, valorar lo bueno del momento que tienes. Como todo lo que se ha divulgado mucho ha sufrido una gran traición, y es curioso porque viene del poeta más difícil del mundo antiguo, que es Horacio, y, sin embargo, es la frase más conocida del latín. Está bien que se haya difundido, pero ha perdido mucho por el camino. Valora lo bueno que tienes en cada momento. Por supuesto, busca también. Pero si la búsqueda te va a angustiar, pues estamos peor de lo que partíamos.
W. Manrique Sabogal. Antes hablaba de la felicidad de las élites y de las clases populares cuya percepción y las rutas de llegar a ella son diferentes, pero el objetivo es el mismo.
Juan Antonio González Iglesias. Y muy a menudo su propio poder, su propio dinero, su propia belleza o su propia inteligencia, los dones del mundo, muy a menudo son causa de infelicidad. Esa es una de las cosas más misteriosas y más bellas, si quieres, porque también hay algo de justicia democrática; no me refiero a que los privilegiados lo pasen mal, sino que, sus propios privilegios, sean causa de su desdicha, eso es curioso. El exceso de poder, el exceso de dinero, el exceso de inteligencia, de cultura, de belleza…
W. Manrique Sabogal. Habla también de lo esquiva que es la felicidad y de su carácter ilusorio y de que solemos pensar que está en otro lado, o que es pasado o es futuro, porque en cuanto somos conscientes de que la estamos viviendo se desvanece.
Juan Antonio González Iglesias. Eso es… Es preciosa esa paradoja. Y para eso sí que se necesita la poesía, porque los poetas, los filósofos, los historiadores nos lo dicen, incluso a efectos individuales. Por ejemplo, nos dicen muy a menudo, eso de que los pueblos felices, como el hombre feliz, no se dan cuenta de que lo son. Muy a menudo, también se nos dice de España que probablemente sea un país donde se vive muy bien, donde está todo muy bien, y, sin embargo, no nos damos cuenta, y la felicidad está siempre en otro sitio, en el pasado, en el futuro, en otro lugar, otra persona, feliz aquel que está ahora de vacaciones, felices los que no tienen que trabajar… Y, muy a menudo, la tenemos y no la valoramos, volvemos a lo del carpe diem, ¿no?, el beatus ille, feliz el que. Es simplemente, a lo mejor, recordar que tenemos dosis de felicidad, por lo menos suficientes. Para eso lo que dice Borges porque es verdad: no hay día que no tenga momento feliz, ¿no? Es valorar un poco es… son cuatro cosas muy básicas. Si uno es demasiado consciente, lo pierde. Es la paradoja que hace que las personas que son felices no lo digan porque no lo saben en realidad.
W. Manrique Sabogal. Un escenario así es el amor, apunto aquí cuando se refiere a Eros, de Filias y de Ágape. La fuerza del amor sincero la felicidad está más en dar que en recibir, y está la parte de la amistad en el libro, que es muy bonita, porque es esa reivindicación realmente sincera de la felicidad que proporciona una buena amistad. Y todo el mundo tiene un buen amigo, o sabe de alguien que le aprecia, y lo verbalizamos pero no lo valoramos de verdad. ¿Quizás, en la práctica, no lo valoramos como lo que es de fortuna y felicidad?
Juan Antonio González Iglesias. Mira, ahí Aristóteles lo plantea, dice que la felicidad es una actividad y la amistad es una actividad, y por eso coinciden también y son virtudes en el sentido de que hay que cultivarlas o hay que entrenarse para eso. La amistad, entre otras cosas, requiere tiempo, requiere entrega por las dos partes, pero la terminación de feliz que es una terminación de activo, como audaz o mordaz o tenaz implica, hacer a la persona feliz, no tanto por lo que lo sea sino por hacer felices a otros. Entonces, en la amistad hay una cosa muy bella, que es que descansamos con nuestros amigos verdaderos, descansamos de las angustias del mundo porque, quizás, podríamos contarle todo. Marguerite Yourcenar habla del silencio entre dos amigos, son momentos de descanso pleno que, probablemente, dado que es una forma de amor y, probablemente, de las más altas, salvo con la pareja en los momentos mejores, la amistad es fundamental para la felicidad. Lleva siglos insistiéndose en eso y a veces olvidamos eso, pero no la amistad como un relámpago, sino como algo que se cultiva con paciencia y con generosidad, también, por las dos partes.
W. Manrique Sabogal. Usted, como poeta de libros de amor como Eros es más, ¿cómo ve la transformación que ha sufrido el sentimiento amoroso en las últimas décadas respecto a esa misma felicidad que se le asocia? Toni Morrison dijo, en 2011, que el amor ha cambiado porque, ahora, se ve a través de los ojos del deseo.
Juan Antonio González Iglesias. El amor… no hay que tener miedo. Es una de las maravillas de la vida. Me preocupa, en la felicidad que no todo el mundo la pudiera tener por igual. Eso me angustia mucho desde pequeño, realmente, y con el amor también me pasa esto. Claro, es verdad que hay personas que conocemos, a las que vemos con una relación amorosa envidiable. En el amor lo que hay de felicidad segura es en amar, no tanto en ser amado… Volvemos a lo que comentabas antes de dar y de entregar. En el amor, en cualquiera de sus formas, lo que hace feliz es amar… Creo que todos los amores son recíprocos, aunque no todo el mundo está de acuerdo.
W. Manrique Sabogal. Dice Clara Janés que “amar siempre vale la pena, aunque no seas correspondido”. ¿Ha detectado alguna transformación importante en el amor del siglo XXI? ¿Usted que tiene alumnos jóvenes qué ve?
Juan Antonio González Iglesias. Hay un retorno del amor platónico, incluso más idealizado. Esto es una cosa muy bella que tienen los jóvenes, la idea de que tienen al amor concreto y real, pero también en el amor ideal en el que ponen un idealismo, y si quieres una espiritualidad, de una nobleza que quizá en esas décadas más turbulentas, en los 80 en los 90, yo no lo veía. Eso me parece un valor ahora.
W. Manrique Sabogal. No le parece contradictorio, una paradoja, que en una de las generaciones más liberal, con menos etiquetas, más acceso a múltiples caminos de cupido en el mundo digital donde ellos estos jóvenes cantan canciones nada poéticas, al final estén cantando y clamando al amor y luego quieran esto y el romanticismo?
Juan Antonio González Iglesias. Es una paradoja. Pero no tienen tanta libertad, ni tanta capacidad de encuentro como parece. Es un mundo raro.
W. Manrique Sabogal. Por lo menos está la visibilidad de los sentimientos. La fluidez sentimental y sexual la viven con más libertad que las generaciones anteriores, tienen menos etiquetas. No digo que estén en el mundo ideal…
Juan Antonio González Iglesias. No acabo de estar de acuerdo. Ten en cuenta que tienen una multiplicidad de categorías y de etiquetas que es fatigosa, también. Tú imagínate a efectos de género de sexo que se les propone, se les enseñan cosas a las que se tienen que acomodar, porque no son ellos los que han inventado esas categorías.
- Historia alternativa de la felicidad. Redescubre las claves para una vida feliz de la mano de los clásicos (Juan Antonio González Iglesias (Ediciones B).
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