Gustave Flaubert: las claves para crear vida literaria y trascender el tiempo
El 12 de diciembre se cumplen 200 años del nacimiento del autor de 'Madame Bovary'. Escritores, traductores y editores de la obra del gran escritor francés analizan sus valores y aportes literarios. Primera entrega de un especial de WMagazín, con apoyo de Endesa
A los once años Gustave Flaubert empezó el juego entre ser un dios o Pigmalion con sus primeros cuentos, y luego con novelas memorables. Fue un niño y adolescente tímido que se enamoró por siempre de su amor frustrado a los 15 años y que, quizás, pervivió en él de tal manera que su sueño de amor eterno lo llevó a crear una criatura que traspasó la ficción para entrar en la vida de sus lectores como un ser real: Emma Bovary.
“Madame Bovary soy yo”, dijo Flaubert. Y la verdad es que todos somo Emma Bovary. Aunque solo ella tuvo el valor de ser fiel a sí misma al ir detrás de sus sueños amorosos. Flaubert creó el extraordinario juego cervantino en el cual la imaginación y deseos del personaje colonizan su vida real y trastocan la realidad con la ficción al ir detrás del amor que para ella termina convertido en un espejismo.
En Ruan, Normandía francesa, nació Gustave Flaubert el 12 de diciembre de 1821. Murió en Croisset a los 58 años, muy envejecido, el 8 de mayo de 1880.
El secreto de la grandeza de Flaubert estaría en su anhelo de trascender el tiempo y el espacio. Siempre tuvo presente “la conciencia de no limitarse a escribir sólo para sus contemporáneos. Así, por ejemplo, en una de las cartas dirigidas a su amiga George Sand apuntó: ‘Escribo (me refiero a un autor que se respeta) no para el lector de hoy, sino para todos los lectores que puedan aparecer mientras viva la lengua”, recuerda Javier Seto, responsable del Área de Bolsillo de Alianza Editorial. Uno de los sellos en los que los lectores hispanohablantes han leído grandes clásicos como este en la Biblioteca Flaubert y que este 2021 ha publicado El hilo del collar, un volumen con una selección de su correspondencia que sirve de retrato autobiográfico.
Autorretrato literario
Uno de los mejores autorretratos literarios, señala Antonio Álvarez de la Rosa, traductor del El hilo del collar, esta en un pasaje que escribe a mademoiselle Leroyer de Chantepie, una de sus tres grandes corresponsales:
“Nací en el hospital (el de Ruán cuyo cirujano jefe era mi padre; en su arte legó un nombre ilustre) y crecí, separado por una pared, entre todas las miserias humanas. Siendo muy niño, jugué en un anfiteatro. Por ello, quizá, tengo una pinta a la vez fúnebre y cínica. No me gusta la vida y no tengo miedo a la muerte. La hipótesis de la nada absoluta ni siquiera tiene algo que me aterrorice. Estoy dispuesto a lanzarme con placidez al gran agujero negro (…). Continuemos con las confidencias. No siento simpatía por ningún partido político o, mejor dicho, abomino de todos ellos, porque me parecen igualmente limitados, falsos, pueriles, ocupándose de lo efímero, sin visión de conjunto y sin situarse nunca por encima de lo útil. Odio todo despotismo. Soy un liberal empedernido. De ahí que el socialismo me parezca un horror pedantesco que será la muerte de todo arte y de toda moralidad. Como espectador, he asistido a todas las revueltas de mi época” (30 de marzo de 1857).
Ese era Gustave Flaubert que se inició en las artes literarias siendo un preadolescente con sus cuentos aunque pocos lo supieron estando él en vida porque se divulgó de manera póstuma. Hay que diferenciar sus dos etapas de relatos, explica Mauro Armiño encargado de la edición y traducción de sus Cuentos completos (Páginas de Espuma) que por primera vez se publican en español y que sirve para entender el resultado de sus memorables novelas. La primera etapa de sus cuentos es “la inicial, que empieza a los 13, 14, 15 años, responde a sus primeras lecturas, en la que se mezcla algún relato humanitarista y blandengue al cierto estilo Victor Hugo con la influencia que desde principios de siglo tiene el género frenético importado de la novela gótica y negra inglesa; pero en Francia, el género tiene una vida breve, no solo en Flaubert sino en el resto de cultivadores: visiones terribles en que Satán charla con Dios/Cristo ara demostrarle el fracaso de su creación del universo, etc. Una sección de relatos burlescos e irónicos, con borrachos por protagonistas, y otra, la más interesante y la última de ese momento (Memorias de un loco, Noviembre) en la que aparecen ya los motivos del Flaubert posterior: el recuerdo de su amor de adolescencia (Mme. Schlesinger) que pervive como amor ideal a lo largo de toda su vida y marca la narración que me parece más importante, con diferencia, de sus cuatro-cinco novelas: La educación sentimental. Rompe con el cuento antes de Madame Bovary y volverá sobre el género en los Tres cuentos, en los que pervive el ‘mundo’ de Flaubert: esa alternancia de realismo (costumbres contemporáneas: Madame Bovary, La educación sentimental) en Un corazón simple; la reconstrucción de mundos antiguos, crueles, orientales (Salammbo) en La leyenda de san Juan el Hospitalario y Herodías”.
Lo esencial es cómo contar
Flaubert tuvo una vida corriente y rentista. Álvarez de la Rua recuerda que desde el punto de vista biográfico y dado su círculo social, “más bien asistimos a una vida corriente, a una infancia familiarmente aterciopelada, a unos pocos viajes y a unos cuantos amores volanderos que, a pesar de las turbulencias correspondientes, no le alejarán de su búnker creador, de su casa de campo en Croisset, a orillas del Sena. Desde luego, ningún compromiso político. Buen católico para no complicarse la vida, adobado en una salsa anticlerical que, desde la ironía, aflora en algunas de sus novelas y una vida de rentista hasta casi el final de sus días, cuando la ruina de sus sobrinos casi le cuesta la suya. La vida de Flaubert se concentra, en resumidas cuentas, en una constante aventura entre las cuatro paredes de su espléndido y amurallado cuarto de trabajo, en el tormento de Sísifo que supone levantar el tonelaje narrativo de cada una de sus novelas y en el absoluto cambio de rumbo que, más o menos cada cinco años, emprende con todas ellas”.
Un escritor volcado en su escritura. “No hay un solo Flaubert”, afirma Javier Setó. El editor explica que a través de su obra, tan escasa tentó distintos registros: “No es igual el Flaubert de Madame Bovary que el de Salambó, el de La educación sentimental que el de Tres cuentos, y todos son distintos del Flaubert epistolar del cual se recoge una muestra inmejorable en la antología El hilo del collar. El factor común innegable, y aquello que hace de él un autor moderno, y no sólo ‘clásico’, es, sin embargo, su absoluta maestría en la forma de contar, al cuidado exquisito de la lengua, su capacidad de retratar la condición humana en cada una de sus novelas o de sus Tres cuentos. Y el motivo es que Flaubert cambió de forma radical nuestra manera de ver el mundo a través de la literatura; tapió los principios estéticos anteriores a su escritura y marcó un nuevo territorio para la narración: a partir de él, lo esencial dejó de ser lo que se cuenta, sino la forma de contarlo”.
Obsesión por el estilo
Ese espíritu demiurgo surge de su obsesión por el estilo y la documentación para cualquier necesidad de descripción, asegura Mauro Armiño. Por ejemplo, viajó a las ruinas de Cartago “para ‘empaparse’ de un mundo absolutamente desconocido incluso por los historiadores: la guerra de los Mercenarios, sino que para Un corazón simple como Félicité, la protagonista ‘hereda’ un loro, pide al Museo de Ruán un loro disecado para tenerlo en la mesa del escritorio mientras escribe ese relato. Y la comprensión de ‘su’ realidad: de las costumbres de la Francia del momento: están en Madame Bovary, que lo mismo puede ser un caso de liberación sexual de Emma Bovary, que el reflejo de un mundo ya obsoleto: Emma se ha educado sentimentalmente leyendo a los poetas románticos, y cuando el movimiento ya ha terminado, sigue pensando en castillos, saros en la Ópera, grandes amores ideales.
O en La Educación sentimental, que refleja el descalabro de los sueños de toda una generación, la suya, la inmediatamente posterior al romanticismo; se ha impuesto sobre ellos la historia desastrosa de ese periodo francés: la Comuna, la represión de Thiers y los grupos nacionalistas, que va a terminar en un Napoleón III –que lleva a los tribunales obras como Madame Bovary y Las Flores del mal, con distinto desenlace; salvación de la primera, condena de Baudelaire– que terminará exiliado mientras Francia es ocupada por Prusia”.
Mauro Armiño hace énfasis en que era un escritor preocupado por el estilo, por la lengua, “que en sus obras se convierte en algo complicadamente sencillo, claro y sonoro”. Alguien, enfatiza Armiño, que “podría ser una lección para la literatura de hoy, si alguien estuviera dispuesto a admitir lecciones y no corriera todo el mundo tras la consecución de algún bestseller; cada vez hay menos novelistas actuales interesados en esas características. Esa pasión-obsesión de Flaubert por la lengua y por las estructuras narrativas, que no tiene igual en la francesa, al lado de una misantropía que analiza sobre todo la estupidez humana Bouvard y Pécuchet)”.
La prueba de su devoción y genio es su obra maestra: Madame Bovary publicada en 1857 cuando tenía 36 años. Una novela “que corrigió de forma prolija durante los cinco años que duró su escritura”, recuerda Cristina Pineda editora de Tres Hermanas. Este sello empezó la celebración del bicentenario del natalicio de Flaubert en 2020 con una nueva traducción de su obra cumbre ilustrada por Fernando Vicente y prólogo de Mario Vargas Llosa. Flaubert, añade Pineda, que “se atrevió con una protagonista, Emma Bovary, que rompía todos los cánones y pagó su pecado en aquella sociedad de profunda raigambre patriarcal y machista”.
Especial Bicentenario Flaubert:
1- Flaubert: las claves para crear vida literaria y trascender el tiempo.
2- Cómo Flaubert convirtió a Madame Bovary en una persona real y otros secretos de su éxito.
3- La danza de los muertos, cuento de Flaubert inédito en español, o cuando Jesús habló con Satanás.
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