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Detalle de la portada de la primera edición del poemario ‘Fervor de Buenos Aires’, de Jorge Luis Borges, diseñada por su hermana Norah. /WMagazín

Jorge Luis Borges y ‘Fervor de Buenos Aires’, un siglo del nacimiento literario de uno de los grandes escritores del siglo XX

El escritor argentino publicó, en 1923, su primer libro, este poemario que homenajea a su ciudad pasada, nueva y rescatada de sus recuerdos donde ya se vislumbra su universo creativo, desde la memoria hasta el Tiempo. Analisis de la obra y algunos de sus poemas preferidos

Las calles de Buenos Aires
ya son mi entraña.
No las ávidas calles,
incómodas de turba y ajetreo,
sino las calles desganadas del barrio,
casi invisibles de habituales…

Es julio de 1923. Son los primeros pasos poéticos y literarios que crean el universo de Jorge Luis Borges, bautizado en el poemario Fervor de Buenos Aires. Está a punto de cumplir 24 años. En sus versos constata que su ciudad ya no es la misma porque ha empezado un camino sin retorno hacia no se sabe dónde. La vida empieza a ir muy deprisa. Borges ha vuelto a la ciudad hace apenas dos años, después de vivir siete en Europa rodeado de los ecos de la destrucción y de los derroteros de la belleza: la Primera Guerra Mundial y las vanguardias. Cuando vuelve a Buenos Aires ya no es provincia, es la capital de un país señalado como promesa del mundo.

Borges (1899-1986) siente Todo. Y su sentimiento ve más allá de lo que puede pensar. Convierte lo que siente en poemas, sobre todo escritos en 1921 y 1922, donde convoca su propio ser literario futuro: lo intricado de la nostalgia, la melancolía, el pasado y el mañana, el sentimiento y la razón, tradición y vanguardia, instantes donde confluye todo, el tiempo y el espacio. En el poema El Sur hay un asomo:

Desde uno de tus patios haber mirado
las antiguas estrellas,
desde el banco de
la sombra haber mirado
esas luces dispersas
que mi ignorancia no ha aprendido a nombrar
ni a ordenar en constelaciones,
haber sentido el círculo del agua
en el secreto aljibe,
el olor del jazmín y la madreselva,
el silencio del pájaro dormido,
el arco del zaguán, la humedad
-esas cosas, acaso, son el poema.

Primera edición de ‘Fervor de Buenos Aires’ (julio de 1923), de Jorge Luis Borges. /WMagazín

Fueron 46 poemas de su primer libro publicado, que no el primero, porque antes había escrito tres. Y hasta en el número se coló su juego 46 poemas que dividido en dos da el año en que se publican: 23.

Se titula Fervor de Buenos Aires porque recoge el entusiasmo que siente por dentro. Mientras, la portada color marfil pálido, con un grabado de su hermana Norah que inmortaliza una esquina de una calle típica de Buenos Aires, bajo un cielo sin nubes y un sol que apenas da sombras, rodeada de silencio.

Ya entonces empieza a desadornar los versos, a podar lo más que puede los versos, una tarea que continuó en 1969 cuando sacó una nueva edición donde escribe:

“He mitigado sus excesos barrocos, he limado asperezas, he tachado sensiblerías y vaguedades y, en el decurso de esta labor a veces grata y otros veces incómoda, he sentido que aquel muchacho que en 1923 lo escribió ya era esencialmente ¿qué significa esencialmente?- el señor que ahora se resigna o corrige. Somos el mismo; los dos descreemos del fracaso y del éxito, de las escuelas literarias y de sus dogmas; los dos somos de Schopenhauer, de Stevenson y de Whitman. Para mí, Fervor de Buenos Aires prefigura todo lo que haría después. Por lo que dejaba entrever, por lo que prometía de algún modo, lo aprobaron generosamente Enrique Díez-Canedo y Alfonso Reyes”.

Poemas de imágenes racionales y sentimentales con aires de enigma donde conviven, al mismo tiempo, el ocaso y el amanecer, literal y figurado, como en Calle desconocida:

Penumbra de la paloma
llamaron los hebreos a la iniciación de la tarde
cuando la sombra no entorpece los pasos
y la venida de la noche se advierte
como una música esperada y antigua,
como un grato declive.
En esa hora en que la luz
tiene una figura de arena,
di con una calle ignorada,
abierta en noble anchura de terraza,
cuyas cornisas y paredes mostraban
colores blandos como el mismo cielo
que conmovía el fondo.

Todo —la medianía de las casas,
las modestas balustradas y llamadores,
tal vez una esperanza de niña en los balcones entró
en mi vano corazón
con limpidez de lágrima.
Quizá esa hora de la tarde de plata
diera su ternura a la calle,
haciéndola tan real como un verso
olvidado y recuperado.
Sólo después reflexioné
que aquella calle de la tarde era ajena,
que toda casa es un candelabro
donde las vidas de los hombres arden
como velas aisladas,
que todo inmediato paso nuestro
camina sobre Gólgotas.

Memoria hecha vida

Jorge Luis Borges (1899-1986). /Foto de Wikipedia

Sus versos inmortalizan diferentes lugares, desde La Recoleta, hasta La Plaza de San Martín, pero más allá, perpetúan una forma de vida y de concebir el mundo.

La memoria hecha vida. La memoria para entrar en la literatura y convertirse en uno de los grandes escritores en español y del mundo en el siglo XX. La memoria. Es decir, el Tiempo, para alejarse del Modernismo, orillar la musicalidad, el adorno y el simbolismo, para privilegiar la realidad, el hilo verdadero que va de la emoción a lo real.

A cambio miró el ultraísmo, sobre el que escribió en 1921, en la revista Nosotros: “Esquematizada, la presente actitud del ultraísmo es resumible en los principios que siguen: Reducción de la lírica a su elemento primordial: la metáfora; Tachadura de las frases medianeras, los nexos y los adjetivos inútiles; Abolición de los trebejos ornamentales, el confesionalismo, la circunstanciación, las prédicas y la nebulosidad rebuscada; Síntesis de dos o más imágenes en una, que ensancha de ese modo su facultad de sugerencia”.

Sylvia Saítta, escritora y especialista en Borges, explica en una entrevista recogida en el portal del gobierno de Argentina sobre el centenario de Fervor de Buenos Aires, la vigencia del poemario:

“Sigue siendo un libro de poemas que dialoga con el presente más absoluto. Lo digo no solo en términos poéticos, sino también para pensar diferentes cuestiones que ya están presentes en ese primer libro: los vínculos entre la vanguardia y las tradiciones de la literatura nacional; la cantidad inconmensurable de procedimientos que ya diseñan y anuncian lo que es la poética de Borges; la invención de la ciudad de Buenos Aires y los comienzos de la construcción de la mitología porteña. Y, a su vez, en este movimiento que hace Borges de corregir Fervor de Buenos Aires a lo largo del siglo XX, también nos permite hoy elegir qué Fervor de Buenos Aires leemos: si leemos la edición de 1923, que es una versión muy diferente a la que podemos leer en sus Obras completas, que tiene la marca esa edición de 1923 tan fuerte de un Borges buscando una lengua para la literatura argentina, que tiene en uno de sus centros con qué voz se escribe la literatura nacional”.

Los dos poemarios que completan este umbral literario, según los expertos, son Luna de enfrente (1925) y Cuaderno san Martín (1929). En cuanto a ensayos de esa época están Inquisiciones (1925), El tamaño de mi esperanza (1926) y El idioma de los argentinos (1928).

Su nombre se afianzó con cuentos como Historia universal de la infamia, Ficciones, El Aleph, El informe de Brodie, El libro de arena y La memoria de Shakespeare.

Con ensayos como Evaristo Carriego, Discusión, Historia de la eternidad y Otras inquisiciones y Nueve ensayos dantescos.

A eso hay que sumar sus conferencias y clases magistrales reunidas en diferentes libros y reunidas en Borges oral, Borges profesorEl aprendizaje del escritor.

Un panorama de su obra está en el volumen conmemorativo Borges Esencial, de la Real Academia Española y la Asociación de Academia de la Lengua Española.

El poema preferido de Borges

Firma de Jorge Luis Borges. /WMagazín

Borges dijo en una entrevista a Antonio Carrizo, según recupera el diario argentino La Nación, sobre ese primer libro:

“Realmente fue el cuarto, porque yo destruí tres libros anteriores, que eran aún peores. Mi padre me dijo que no me apresurara a publicar, pero cuando tuve los manuscritos de Fervor de Buenos Aires se los mostré y él me dijo: ‘Sin duda yo podría corregirlos porque están llenos de errores, pero no creo que nadie pueda ayudar a nadie, creo que vos tenés que salvarte personalmente’. Él no quiso corregir el libro, yo lo publiqué y después de su muerte descubrimos que tenía un ejemplar que yo le di, en el cual había composiciones enteras tachadas, adjetivos tachados. Luego, yo usé esa edición corregida por él para la reedición que hizo la editorial Emecé. Los poemas que él había tachado, los omití. Creo que en ese libro hay un solo poema bueno que, ya es mucho que haya en un libro, un buen poema y ese poema está dedicado a Haydée Lange, que era la mujer más linda de Buenos Aires. Claro que nadie conoce a todas las mujeres de Buenos Aires, pero tenía esa fama. El poema se titula Llaneza y creo que es el primer poema de veras que yo escribí. Los demás son meros juegos verbales, lejanos reflejos de Lugones”.

Cualquier poema de Fervor de Buenos Aires representa el Jorge Luis Borges que fue y es. Pero mejor escucharlo en el poema que él salva de este libro, Llaneza:

(A Haydée Lange)

Se abre la verja del jardín
con la docilidad de la página
que una frecuente devoción interroga
y adentro las miradas
no precisan fijarse en los objetos
que ya están cabalmente en la memoria.

Conozco las costumbres y las almas
y ese dialecto de alusiones
que toda agrupación humana va urdiendo.

No necesito hablar
ni mentir privilegios;
bien me conocen quienes aquí me rodean,
bien saben mis congojas y mi flaqueza.

Eso es alcanzar lo más alto,
lo que tal vez nos dará el Cielo:
no admiraciones ni victorias
sino sencillamente ser admitidos
como parte de una Realidad innegable,
como las piedras y los árboles.

***

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Winston Manrique Sabogal

Un comentario

  1. Recordar a Borges, es como experimentar está tarde Bogotana, tan moderna (Así su retrato), en blanco y negro, Compacta de grises.

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