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El escritor jaoonés Yukio Mishima (1925-1970). /Wikipedia

Yukio Mishima, un siglo del autor que enalteció la belleza, el erotismo y la muerte

El 14 de enero de 1925 nació uno de los escritores japoneses más importantes del siglo XX. Recordamos al mito y al autor de obras como 'Confesiones de una máscara', 'El pabellon de oro', y 'El rumor del oleaje'

Belleza-erotismo-muerte fue la trinidad literaria de Yukio Mishima, uno de los escritores japoneses más importantes del siglo XX en su país y en el mundo. La estela de su obra sigue vigente este 2025, cuando se conmemora un siglo de su nacimiento, el 14 de enero de 1925. Hasta el último momento, con su suicidio en el rito del harakiri, el 25 de noviembre de 1970, la polémica siempre rodeó a Mishima porque su arte indiscutible colisionaba con sus ideas extremas y belicistas.

Mishima fue narrador, ensayista, poeta y dramaturgo a la caza de lo absoluto y la pureza. Un escritor con corazón de artista que desplegó su maestría en la conciencia de sus personajes, de mirada sensorial, exquisita, profunda y perturbadora.

Tras su muerte, a los 45 años, empezó a convertirse en un mito, al tiempo que pasó a ser eclipsado, mientras en el resto del mundo su prestigio aumentó. Aunque de gran tradición japonesa, Mishima adoraba la literatura occidental de tal manera que sus creaciones son la unión de dos mundos.

Todo esto convivía con sus ideas políticas como nacionalista de derechas que pedía la restauración del emperador, junto a su acercamiento a la sexualidad, era homosexual y al morir tenía esposa, y su mirada especial sobre la vida, siempre vista a través de la belleza y su celebración, incluso en los actos y gestos oscuros o censurables.

Un universo que convive en obras como Confesiones de una máscaraSed de amorEl rumor del oleajeEl pabellón de OroEl marino que perdió la gracia del mar o la tetralogía El mar de la fertilidad (Nieve de primaveraCaballos desbocadosEl templo del Alba y La corrupción de un ángel.

Mishima en 1970, durante su discurso en el cuartel militar antes de suicidarse. /Wikipedia

Un retrato general de Mishima lo hace Isidro-Juan Palacios en el libro Yukio Mishima. Vida y muerte del último samurái (La esfera de los libros): “A la edad de su muerte, a los cuarenta y cinco años, había escrito ya, entre novelas, ensayos, cuentos, piezas teatrales, guiones cine­matográficos… doscientas cuarenta y cuatro obras. Conocía a la perfec­ción varios estilos de su lengua, así como el japonés medieval; interve­nía en sus propias películas como actor y codirector; dirigía la escena e interpretaba papeles en el teatro; fue perfecto calígrafo, maestro de ken­do, piloto de reactores, atleta, orador consumado; fundó el Tate-no-kai (Sociedad del Escudo) y hablaba varios idiomas europeos. Yasunari Kawabata, Premio Nobel de literatura de 1968, dijo de él: ‘Un genio como Mishima solo aparece en la humanidad cada trescientos o cuatrocientos años’. Y se estuvo preguntando hasta su muerte, acaecida también por suicidio en abril de 1972, cómo le habían dado el Premio Nobel a él, y no a Yukio Mishima, que lo merecía mucho más”.

En este primer siglo del natalicio de Yukio Mishima me detengo en sus comienzos, en aquellas primeras decisiones, propias y ajenas, y en los primeros escritos que determinan y vislumbran el destino. Ello con un elemento clave: fue llamado a filas para la Segunda Guerra Mundial pero el resfriado que tenía cuando se presentó fue interpretado como tuberculosis y lo rechazaron.

El primer aliado y figura determinante para que se dedicara a la escritura fue su padre. Lo apoyó en su camino literario aunque le exigió que tendría que ser el mejor. Una petición afín a la búsqueda innata de la excelencia que latía ya en Mishima. Y no solo aspiraba a ser el mejor de Japón, sino de renombre internacional. Con esos sueños publicó en 1948 Los ladrones, pero quiso que el siguiente fuera una obra maestra. Con esa ambición nació Confesiones de una máscara, que con 24 años lo convirtió en una gran figura en su país. Es una pieza autobiográfica que imbrica tres temas como uno solo: un joven que debe esconder su homosexualidad para encajar en la sociedad, las falsas apariencias del mundo y el nuevo rostro y nueva vida que asumió Japón tras la derrota en la Segunda Guerra Mundial. Y Mishima pensó que habría de comenzar a escribirla el 25 de noviembre de 1948; no por casualidad, otro 25 de noviembre, el de 1970, puso fin a su vida.

Su conciencia sobre ser el mejor era clara, meditada. A su admirado Yasunari Kawabata le escribió el 2 de noviembre de 1948: “En estos últimos tiempos me he vuelto perezoso, para mi vergüenza, y solo escribo apresuradamente las cosas que había dejado abandonadas hasta el último minuto; pero me gustaría, para la obra que me han pedido las ediciones Kawade Shobo y a la que me tengo que dedicar a partir de fines de noviembre, emprender un trabajo de más largo aliento. Ya tengo un título provisional: Confesiones de una máscara, mi primera novela autobiográfica, disecarme a mí mismo, con la doble resolución de la que habla Baudelaire: ser ‘tanto la víctima como el verdugo’; también querría torcerle el cuello a aquello en lo que mis lectores saben bien que he creído: el dios de la belleza, para ver si sería capaz de volver a la vida. Se tratará de un análisis sin reservas, que voy a emprender con gran determinación, sabiendo que, sin duda, habrá quien rechace leer una sola página mía después de leer esta novela; en contraste, el que me diga que es ‘bella’, me habrá comprendido de la manera más profunda”.

En 1949, Confesiones de una máscara llegó a las librerías con una cita larga de Dostoievski, de Los hermanos Karamazov, en el frontispicio de la novela, que afirma hacia el final que es toda una declaración de intenciones:

“¿Conocías este secreto? Lo horrible es que la belleza no solo es aterradora sino también misteriosa. Dios y el demonio luchan allí, y su campo de batalla es el corazón del hombre. Pero el corazón del hombre solo quiere hablar de su propio dolor. Escucha, ahora te contaré lo que dice…”.

Años después reconoció en una de las dos entrevistas recogidas en el libro Las últimas palabras de Mishima (Alianza), con prólogo y traducción de Carlos Rubio dos encuentros con sendos críticos literarios japoneses, Kobayashi Hideo, en 1963, y Furubayashi Takashi, pocos días antes del suicidio y donde Mishima preludia varias veces su desenlace.

Al trazar un arco de su biografía, el escritor reconoce: “Mentiría si dijera que la derrota [de Japón en la II Guerra Mundial] no me estremeció o que no recibí la posguerra con un sentimiento de liberación. También yo sentí en determinado momento que estaba totalmente perdido. Llegué a odiar el Romanticismo. Un odio que me acercó al clasicismo. Fue cuando escribíEl rumor del oleaje… Sin embargo, por mucho que sufriera, no conseguí negarme completamente a mí mismo. Además, no tenía interés alguno por eso que llaman política. Como estaba ciego a asuntos políticos, no entendía las corrientes políticas de la posguerra. Si me ponía a articular puntos de vista políticos, me hacía tal lío que me daba de verdad vergüenza. Así pues, y a modo de escapatoria, tomé la decisión de encarnar el papel de intérprete de la supremacía del arte”.

Tres etapas marcaron ese tránsito de Mishima:

su panerotismo y la debilidad ante la seducción del cuerpo masculino;

la aceptación del Romanticismo como su verdadera naturaleza humana, artística, literaria y filosófica reflejada, sin miedo, a partir de El rumor del oleaje,

y lo político, ideológico y estético fundido y consumado el 20 de noviembre de 1970 con su suicidio en un cuartel militar.

Sobre sus ideas políticas, Mishima explicó en la segunda entrevista su desencanto a través de su Sociedad del Escudo: “Le aseguro que no voy a dejarme atrapar fácilmente por las garras del enemigo. Y hablando de enemigos, enemigos lo que se dice enemigos, son el Gobierno, el Partido Liberal Demócrata y todo el sistema político de la posguerra. Sí, porque para mí este partido, el Comunista y el Liberal Demócrata son la misma cosa. Sí, son exactamente lo mismo: el símbolo de la hipocresía. Jamás caeré en las garras de esa banda. Espere y verá lo que hago. […] Tenga un poco de paciencia y observe los acontecimientos”.

Ese mismo día dejó clara su concepción de la creación literaria: “El diagrama belleza-erotismo-muerte es un concepto que exige que el segundo elemento, el erotismo, no pueda existir más que en el ámbito de lo absoluto. Por lo que respecta a Europa, el erotismo únicamente se halla en el mundo del catolicismo. El erotismo es el método de establecer contacto con la divinidad a través del pecado”.

Un creador en exploración constante de la belleza y sus extremos, un náufrago de contradicciones que alcanzó parte de su felicidad al ir liberando sus cargas de prejuicios. Kobayashi lo describe en 1963: “Tenía la impresión que dentro de ti hay algo terrible: tu talento. Tal exuberancia de talento se convierte en una especie de fuerza misteriosa, en algo diabólico”.

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Winston Manrique Sabogal

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